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jueves, 28 de diciembre de 2023

Realidades paralelas


En esta época de solidaridad desmedida y frenesí caritativo, me pongo a danzar sobre mis pensamientos. Sobre los amigos, sobre las parejas, sobre la familia, sobre la gente. Una época en la que además de comidas y bailoteos, discurro sobre el curso de los acontecimientos.
Lo que más me enerva de lo navideño es la impostura. Ese mamoneo que, temporalmente, cruza la barrera de las redes sociales, y se hace extensivo a la vida real. Venga besos y venga abrazos. Pa’ na. Te dejan más frío que el corazón de tu ex y aún encima, si los mandas a la mierda, te tachan de odioso. Maldito sea tanto ofendidito.


Hay mucha doble moral en un concepto de Navidad que, escudándose en todo tipo de tradiciones, panfletos, anuncios publicitarios y dogmas religiosos, nos invita a ser buenos y misericordiosos, a querernos y cuidarnos, sin miramientos, sin mesura ni dilación. Una mentira de la que nos alimentamos, mientras el resto del año aniquilaríamos a nuestros vecinos, colegas y hermanos.


Para relajarme un poco, me acerco hasta La cerca, un libro escrito e ilustrado por Alfredo Soderguit, el autor de Los carpinchos, construido sobre una idea de Mariale Ariceta y publicado por Ekaré.
En este libro de contrastes, el uruguayo se pierde en la relación de dos niñas que viven separadas por un seto. Francisca y Antonia pertenecen a dos mundos diferentes. La familia de la primera es la dueña de un casoplón en el que pasan el verano, mientras la de Antonia se encarga de mantenerla. Si bien es cierto que esa dicotomía entre patrones y servidumbre podría separarla más que unirlas, ambas entablan una hermosa amistad que dura todo el verano.


La narrativa es tranquila y elegante gracias a unos recursos donde el contraste entre imágenes y la presencia y ausencia de marcos funcionan realmente bien a la hora de contar una historia de exclusión-inclusión. Del mismo modo, los colores, en tonos medios, propician esa calma y sosiego que ilumina al verano, una época llena de risas y juegos infantiles.


Si bien es cierto que Sordeguit nos habla amablemente de los lazos que se establecen entre la una y la otra de un modo un tanto idílico (ya nos gustaría a nosotros que todos los niños salvasen así las distancias), también deja un hueco para una realidad en la que los adultos, desde sus posiciones sociales y prejuicios, siempre quedan distanciados en las imágenes. Del mismo modo caben muchas reflexiones en una pregunta: ¿Por qué Francisca no vuelve en años sucesivos?


Un libro honesto en la que la disparidad social es el contexto para una historia en la que los sentimientos humanos son los verdaderos protagonistas.

jueves, 21 de mayo de 2020

Convivir



Que el horno no está para bollos es algo más que evidente. No obstante, desde este lugar de monstruos hay que seguir alentando al entendimiento y la concordia entre los españoles, a pesar de una situación tan excepcional como la que vivimos. No sólo porque es de agradecer no avivar las diferencias entre unos y otros, sino porque nos queda mucho que padecer codo con codo.
Ya sé que dos meses encerrados y un futuro próximo lleno de incertidumbre no ayudan a nadie a ubicarse dentro de una anormalidad que muchos llaman la nueva realidad, sobre todo cuando hemos dicho adiós de mala manera a muchos seres queridos, nos hemos quedado sin trabajo, sufrimos situaciones familiares complicadas y contamos con un sistema sanitario diezmado. Pero también hay que ser conscientes de que a todos nos pasa algo. Hasta la última persona de este país tiene motivos para estar preocupada o enfadada.


Es por ello que, como ya dije hace semanas, lo mejor es hacer oídos sordos de todo ese ruido con el que, motu proprio, nos estamos martilleando la sesera, para empezar a convivir con nuestros iguales a pesar de que un microorganismo nos obligue a dejar –esperemos que temporalmente- nuestra vida tal y como la conocíamos.
Lo primero porque los tejemanejes de alta política que se están urdiendo, son demasiado complicados para que el ciudadano medio los comprenda  (un voraz, aunque débil y fragmentado gobierno cuya gestión de la crisis ha sido poco transparente, muy torpe e interesada, una oposición oportunista y pseudo-esperanzadora que ve flaquear al contrario, diecisiete reinos de taifas con intereses particulares, elecciones autonómicas, montones de hambrientos y mediocres metidos a poderosos… ¡Ufff! ¡Demasiado vértigo!) y lo segundo porque es mejor relajarse, no impacientarse, y buscar nuevas estrategias personales y sociales que nos hagan la vida más fácil.


Entreténganse, desarrollen aficiones abandonadas o pendientes, fórmense, busquen trabajo o retómenlo, disfruten de la familia y sonrían porque es muy necesario en estos días. Eso no quiere decir que no puedan quejarse, es más, deben hacerlo, decir lo que les gusta y lo que no, pero siempre tomando distancia, considerando las situaciones ajenas con cautela, evitando las envidias y rencores (eso de denunciar a los vecinos... ¿Acaso empresarios, hosteleros o comerciantes no tienen bastante?) y obviando la violencia y los enfrentamientos.


Si quieren un buen ejemplo a seguir sobre esto de abogar por el entendimiento, aquí les traigo una de las novedades de la editorial Ekaré. Los carpinchos del uruguayo Alfredo Soderguit, además de iluminarme la primavera, también me ha sacado una sonrisa. La historia es sencilla, un grupo de carpinchos (aquí conocemos a estos roedores gigantes como capibaras) se quiere instalar durante la época de caza en un gallinero. Las gallinas les prestan asilo pero con unas cuantas condiciones que una pareja de juguetones infantes rompen. La acción sufre un quiebro y al final logran vivir como iguales.


Si bien es cierto que a muchos les gustará por su mensaje de solidaridad, concordia y hermanamiento (ya saben lo utilitaristas que somos), a mí personalmente me ha punzado por dos motivos. El primero se refiere a su estilo narrativo, uno que galopa entre el álbum sin palabras y el cómic y que demás articula de maravilla el texto (muy económico por cierto) con las imágenes (sobrias y en blanco, negro y rojo), sobre todo en lo que se refiere a los momentos de silencio. El segundo es que a pesar de un desarrollo narrativo clásico, ofrece muchas puertas al discurso, precisamente porque aboga por el final abierto y deja inconclusos ciertos puntos (¿Por qué las gallinas desean ser libres? ¿Acaso se han percatado de algo).
Lo dicho: vivan y dejen vivir.