Mostrando entradas con la etiqueta Albumes y sociedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Albumes y sociedad. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de diciembre de 2024

La Navidad es compañía


Según se comenta en las noticias, la venta de paquetes vacacionales había aumentado notablemente esta Navidad. Y es que, echando mano de todo tipo de argumentos, cada vez son más los que prefieren desmarcarse de las fiestas y pasar estos días en modo ermitaño, practicar el ayuno intermitente en un spa de lujo o irse a la otra punta del mundo.


Que si hay que descansar del comienzo del curso escolar, que si mis huesos necesitan un clima cálido y tropical, que si la distancia es el olvido y se hacen más llevaderos los recuerdos dolorosos, que me lo ha recomendado el terapeuta de turno, que no quiero escuchar ni una vez más Mi burrito sabanero, que es una buena oportunidad para conocer otras tradiciones o que este año le tocaba decidir a mi pareja. Cada quien que elija su excusa.
Y digo excusa porque a pesar de esta supuesta libertad de elección, el quid de la cuestión está en no saber gestionar los vínculos con los demás, aunque esto repercuta en su salud mental (ya saben, sociología pura y dura). Pues si bien es cierto que Papa Noel, el roscón de Reyes, el alumbrado navideño, esos jerséis horrorosos del Shein y todo el consumismo que se respira estos días son modas relativamente recientes, la verdadera esencia navideña se construye gracias a reuniones con familiares, amigos y conocidos.


Desde la antigüedad, griegos, egipcios y romanos realizaban celebraciones para conmemorar el solsticio de invierno. En nombre de Ra o Apolo, los seres humanos festejaban el fin de una época oscura esperando que los días se alargasen. Adoptado por el cristianismo, este ambiente festivo se orientó hacia el nacimiento del Mesías, otra luz divina, y entre unos y otros, parientes y allegados departimos durante los días fríos en torno a la mesa, el único símbolo que perdura.
Por esta razón y para todos esos que se alejan de la Navidad y se esconden de los demás a unos cuantos kilómetros de distancia, van tres libros donde la compañía es el santo y seña.


Empezamos con Bim Bam Bum, el libro de María Girón que se ha hecho con el premio Compostela para álbumes ilustrados. Publicado por Kalandraka estos meses, nos cuenta la historia de Bim, Bam y Bum, un grupo de amigos que se dirigen a la playa. En su camino recogen a Cata, que se une a ellos montada en su bicicleta. Luego aparece Plas, que se lleva su equipo de buceo y más tarde Chim con su monopatín. ¿Cuántos amigos más se apuntarán al plan?


Recién añadido a mi selección de libros playeros, este álbum tiene recursos más que interesantes para encantar a prelectores y primeros lectores. En primer lugar los juegos lingüísticos, un clásico básico de estas obras que, con estructura de retahíla penetran en el acervo infantil. En segundo lugar esa cabalgata hipnótica de personajes llenos de detalles en los que detenerse. Tampoco se nos puede olvidar la ruptura del marco de lectura a cargo de un oso muy jocoso (imprescindible para sacarte una sonrisa). Y por último, el carácter de una obra coral tan entrañable como disfrutona.


Seguimos con ¿Cuánta gente se necesita…?, un álbum de Anna Font publicado también por Kalandraka. En este libro de preguntas y respuestas, nos encontramos con un sinfín de situaciones que nos dejan entrever lo necesarios que son los demás en nuestra vida, no solo para las cosas buenas, sino también para las malas (punto a favor de una autora que ha dejado el buenismo de lado).



Una de las cosas que me ha encantado es ese recurso típico de los libros de adivinanzas en los que la respuesta está puesta al revés y en una tipografía más pequeña. Esto favorece la lectura en voz alta y la interacción de un lector espectador que, acompañado por imágenes de formas angulosas y colores alegres, reflexiona sobre unas preguntas en las que caben diferentes respuestas. Un libro entrañable, honesto y con muchas notas de humor al que todo el mundo le puede sacar partido.


Para terminar les traigo Tortilla de arándanos, un libro escrito e ilustrado por Charlotte Lemaire y que ha sido publicado en castellano por La Topera, esa editorial pequeñita que se atreve con libros muy especiales.
Todo empieza con la invitación de Claudie, una niña que quiere agasajar a sus nuevos vecinos con una tortilla de arándanos. Y allí que acuden Grandioso y el ciervo. Mientras Claudie les muestra la casa, unos reyezuelos hambrientos devoran los arándanos y dejan a los tres amigos sin ingrediente principal para la merienda. Pero Grandioso, un oso con muchos recursos, los lleva hasta un lugar muy especial donde crecen muchos frutos silvestres. ¿Lograrán disfrutar de la merienda prometida?


Con unas ilustraciones explosivas y brillantes, la autora francesa nos embriaga. La verdadera protagonista es la naturaleza. Narcisos, violetas y tulipanes, fresas arándanos y frambuesas. El derroche de color nos traslada a una primavera eterna en la que el lector-espectador quiere disfrutar en compañía de unos personajes tan ocurrentes como simpáticos.


Sorpresas que activan la línea argumental, figuras desproporcionadas que magnifican el efecto visual y un humor impregnado de la inocencia infantil, son recursos narrativos que bien valen una (o mil) lecturas. ¡Ah! Y no se olviden de disfrutar de las tortitas de arándanos, su sabor es tan cálido como el de la misma compañía!

jueves, 12 de diciembre de 2024

Buscando una familia


No sé a cuento de qué, el otro día me topé con un video de la tal Inés Hernand. Estaba muy metida en su papel y contaba a los telespectadores cómo, siendo una niña, se había sentido abandonada por unos padres que siempre estaban ausentes. Se la veía muy resentida con ellos, al mismo tiempo que se enorgullecía de haberles dejado de hablar. Era una actitud un tanto extraña. Había rencor y al mismo tiempo venganza.
Sinceramente, no conozco a sus padres ni cómo se han comportado con ella, pero sí conozco la vida de algunas personas que últimamente exhiben su mismo comportamiento, así que permítanme dudar de ese supuesto maltrato por varias razones.


En primer lugar, como Hernand, muchas de esas personas pertenecen a la clase media y han sido criadas en una cierta abundancia, no solo alimentaria o higiénica, sino también educativa o cultural, algo que revela las atenciones de sus respectivas familias para con ellos. Por muchos errores que hayan cometido, no se les puede culpar de obrar malintencionadamente. Ningún hijo viene con un manual bajo el brazo.
En segundo término, este tipo de individuos se aferran a un perfil victimista a pesar de ser personas bien posicionadas laboral y socialmente. Esto nos deja entrever un cierto cinismo pues, si bien el éxito personal no es directamente proporcional a la felicidad, ayuda a la hora de afrontarla. Parapetarse tras los traumas del pasado es una excusa para no enfrentarse a los retos del futuro.
Por último, cabe hablar de irresponsabilidad. Ser feliz, aunque muchos terapeutas y psicólogos actuales se empeñen en lo contrario, es una cuestión personal y, en gran medida, tiene que ver con la actitud frente a la vida. No podemos hacer responsables a quienes nos rodean de nuestra infelicidad, sobre todo cuando lo único que han hecho es aligerarnos la carga y allanarnos el camino.
Por todo esto, creo que esas ideas no son más que espejismos que han ido adoptando forma gracias a su incapacidad para gestionar percepciones y emociones. Es más fácil buscar culpables, castigar a quienes están cerca y desligarte de tu búsqueda, que crecer, avanzar y atender a los cambios con responsabilidad afectiva.


Y mientras unos se alejan de sus familias, otros se pirran por tener una. Como el protagonista del clásico de Janet y Allan Ahlberg. ¡Adiós, chiquitín! (no sé si recordarán la edición anterior que llevaba por título ¡Adiós, pequeño!) acaba de ser publicado por Babulinka Books, la casa que ya ha recuperado algunos títulos de estos ingleses, y toca reseñarlo.
En este libro nos adentramos en la concienzuda búsqueda de una familia que lleva a cabo un chiquillo. Acompañado de un gato, un osito de peluche y una gallina de juguete, el protagonista se lanza a la aventura para encontrarla. Primero se topa con el abuelo y después con su mamá. ¿Y su padre? ¿Conseguirá uno a medida?


Con este argumento tan sencillo, los autores nos acercan al universo de los hijos abandonados, las familias desestructuradas e incluso a los niños huérfanos y sus procesos adoptivos (el mismo Allan lo fue). Una especie de viaje iniciático (nadie sabe si real o imaginario) donde la magia tiene su protagonismo. Por eso, cualquier interpretación es posible ante una realidad que puede entrañar cuestiones personales (¿Seríamos capaces de vivir solos?) o didácticas (¿Sabrán los lectores quiénes configuran la unidad familiar? ¿Hay muchas familias posibles?).



Del mismo modo, todo se llena de metáforas para aupar la institución familiar, la unidad social básica dentro del reino animal (un día hablaré largo y tendido sobre la biología de la familia y sus bonanzas evolutivas). Incluso, si se fijan en la maleta del protagonista, verán La historia de Babar, el pequeño elefante que también se quedó sin familia hasta que una vieja señora lo adoptó (¡Qué guiño tan tierno!).
Reconocimiento intergeneracional, identidad grupal, cooperación… Podríamos hablar de muchas cosas sobre este libro que, ilustrado de una manera tradicional, nos invita a descubrir a los miembros de esta familia tan peculiar, pero yo prefiero dejarles con su lectura para que indaguen en la suya.

lunes, 25 de noviembre de 2024

Desastres cotidianos


Ayer fue un día de mierda. Sí, lo afirmo con total claridad. Los alumnos están imposibles. La primavera parece haberse adelantado unos cuantos meses (Y no me extraña… ¡Menudas temperaturas para vislumbrarse diciembre…!) y sus hormonas juegan al ping-pong en los pasillos. Son capaces de cualquier cosa con tal de hacer su santa voluntad.
Por otro lado, tengo a los compañeros. Una suerte de dinosaurios que, habiendo adquirido la condición de vacas sagradas, son capaces de defenestrarte con tal de seguir manejando el cotarro. ¡Hábrase visto tanto mangoneo! Y lo peor de todo es que se jubilan en menos que canta un gallo…
Y luego, las familias… No hay nada peor que una madre más arrogante que sus vástagos. Se retratan en un plis. Que si trabajo en tal sitio, que si conozco a no-sé-quién, que si confío en mi hijo plenamente… Menos lobos, Caperucita, que en el fondo eres una arribista de medio pelo, una lumpen teñida de clase media que intenta lavar su pasado a costa de menospreciar a todo el que te ponga en evidencia.


Menos mal que mi curso avanzado de croquetas está dando sus frutos y en nada me voy a convertir en un maestro de la bechamel y los rebozados. Un pequeño consuelo me hace brillar tras la tempestad. No hay nada como relativizar los pequeños desastres de la vida y contemplar lo acontecido desde una perspectiva más distante. Y si no sabes cómo hacerlo, he aquí una pequeña guía en la que encontrarás esa mínima situación que te saca de tus casillas.


Aquí está la Guía ilustrada de las catástrofes de cada día, un libro de Noritake Suzuki que nos regala la editorial Libros del Zorro Rojo y que se antoja uno de libros del año. Con un formato de guía comentada, este álbum que cabalga entre la no ficción y la ficción, nos hace un recorrido por situaciones cotidianas que, por suerte o desgracia, casi todos hemos experimentado alguna vez.


Una tostada que se quema, un exceso de salsa en la comida, una pajita que se cuela dentro del zumo, un helado que comienza a derretirse, el calcetín juguetón que cae detrás de la lavadora, te quedas sin papel higiénico cuando más falta hace o pisar una mierda (una de las cosas que más odio en este mundo). Todas estas desgracias y muchas más quedan recogidas en este librito donde las expresiones del protagonista nos dicen mucho.


Muchísimo humor para invitarnos a ver muchos momentos desde lo paródico, no caer en el drama y buscar la solución (o en su defecto, el lado bueno). Con juego de búsqueda incluido y un aperitivo del segundo volumen, no se pueden perder este libro que nos presenta estas desgracias en un formato muy ameno que incluye el grado de importancia, su peligrosidad, la probabilidad de que sucedan y desastres similares.
Para regalar a todos los cenizos que nos rodean, personas dramáticas o con días desastrosos como un servidor.

martes, 12 de noviembre de 2024

A rebosar de recetas


Como la de media España, mi bandeja de sugerencias de Instagram está llena de recetas. No sé qué tienen esos vídeos breves que hipnotizan a cualquiera. Hasta mis alumnos confiesan sentirse irresistiblemente atraídos por ellos. Cocineros reconocidos, pinches en ciernes y gente buenorra se han lanzado a los fogones para incitarnos al “savoir faire” culinario.
Por un lado está bien eso de abogar por la cocina hecha a mano y dejar a un lado todos esos productos precocinados y ultracongelados a los que nos estábamos abocando, pero también es llamativo que a la par de todas esas buenas intenciones, se vislumbran otras no tan respetables. Publicidad encubierta, intereses colaterales, falsa modestia, egos desmesurados…


He llegado a pensar que la mayoría están subvencionados por las grandes corporaciones que manejan el cotarro alimentario. Solo hay que fijarse en la cantidad de nuevos productos que incorporan en sus platos y los precios que se estilan en los supermercados. Algunos han puesto el ojo en el negocio de la comida: oligopolios a la vista.
Lo más gracioso es que, por mucho que se empeñen, los ingredientes básicos de cualquier guiso son el tiempo y el cariño, dos cosas que empiezan a escasear en este país de familias desorganizadas, trajines laborales y conformismo gastronómico. Yo lo tengo claro: no hay comida que iguale a la que se cocina al calor de una madre.


Hablando de recetas, en este día luminoso, acaba de aterrizar en mi buzón lo último de Heena Baek, esa autora coreana que me tiene enamorado. Cómo hacer caramelos mágicos. Un título muy sugerente que se ha encargado de publicar Kókinos, su editorial de cabecera en el terruño.
Si recuerdan Caramelos mágicos, una de sus obras maestras, se toparán con el protagonista de este libro, el dependiente de El lucero del alba, ese badulaque en el que Dung-Dung encuentra esos dulces tan especiales, y que nos irá explicando paso por paso la manera de fabricarlos. Primero, preparar todos los ingredientes. Segundo, buscar el silencio en mitad de la noche estrellada. Tercero…


Como de costumbre, Baek, nos brinda una historia fantástica en mitad de lo cotidiano haciendo gala de tres elementos que caracterizan a su obra. Uno de ellos es la elección de una situación cotidiana en la vida de cualquier persona, en este caso, ese ritual que precede a las buenas noches. Otro es que continúa dando protagonismo a la tercera edad. Los ancianos no solo son guardianes de la sabiduría, una cuestión muy oriental, sino que también conocer la forma de hacer magia. Si además esa persona vive con un pájaro sobre la calva, no hay quien se resista a hacerle caso. Por último y como ya comenté en su día, hay que hablar de la suspensión de la incredulidad, esa característica que hace dudar a sus lectores entre la realidad y lo onírico, que despista pero embelesa.


Por último, me encanta esa pequeña guía de yoga que, aparte de darle un puntito no ficcional muy interesante, anima a mover el esqueleto de pequeños y mayores.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Nosotros y los demás


Cuando la gente habla de convivencia marital, yo me echo a temblar. No es que yo sea una persona difícil en esto de compartir, ni nada que se le parezca, pero sí que es cierto que, conforme pasa el tiempo, me doy cuenta de que tengo más teclas.
Quizá se deba a la vida en soledad, esa que nos permite hacer de nuestra capa un sayo y acostumbrarnos demasiado a nosotros mismos. A pesar de ello, disentir, acordar, coincidir y otros verbos similares se hacen cuesta arriba porque siempre implican a más de dos personas, llámense estas pareja, familia, amigos o compañeros de piso.
Para terminar de agravar la situación, aparecen las sociedades posmodernas, unas que, apelando a un ejercicio de libertad mal entendido, invitan a relaciones vacías e insoldables donde queda poco de esos humanos que ensalzaban la comunidad como una forma de vida.


No obstante, aunque viva solo casi por obligación, me niego a ser un Scrooge cualquiera. Ni huraño ni quisquilloso ni maniático. La flexibilidad debe considerarse una virtud en los tiempos que corren, esa elasticidad que nos devuelva al reencuentro con los demás y no nos aleje de la senda que marcan la política, el consumismo o las pandemias.


Para ponerle un punto y final a la hondura de hoy (hay días que me levanto demasiado intenso), les traigo El jardín del señor Ruraru y El violín del señor Ruraru, dos libros de Hiroshi Itô que la casa Club Editor ha publicado recientemente en nuestro país y que he de reconocer que han sido una grata sorpresa.
Ambos están protagonizados por el señor Ruraru, un hombre de mediana edad, calvo y con bigote, que usa gafas. Un tipo bastante maniático y cuadriculado al que le suceden cosas un tanto extrañas y se parece a ese vecino que todos tenemos sobre el que pesa cierto extrañamiento pero nos resulta irresistible.


En la primera historia nos habla de su jardín. Para él es como un tesoro y lo cuida estupendamente. Tanto es así, que tiene el césped cortado a las mil maravillas. El problema viene cuando esa yerba que parece una alfombra, atrae como un imán a todos los animales del vecindario, que se dedican a tumbarse plácidamente sobre él. Esto enfada mucho al señor Ruraru y siempre está a la gresca con ellos. El reto llegará cuando una mañana se tope con un cocodrilo. ¿Logrará espantarlo?
El segundo título nos habla del violín que el señor Ruraru heredó de su padre. A este le encantaba tocar el violín y pensó que era buena idea que su hijo aprendiera a tocarlo. Pero cada vez que el joven señor Ruraru se ponía a frotar su arco contra las cuerdas, el instrumento emitía un extraño sonido que provocaba un picor tremendo en el trasero de quienes lo escuchaban, incluido él mismo. Con el paso de los años, quizá haya cambiado su forma de tocar… ¿Lo averiguamos?


Con una filosofía narrativa muy nipona, estos dos episodios de la serie que ha encandilado a montones de niños, son la prueba fehaciente de que la LIJ va más allá de la edad y encuentra recovecos para emocionarnos. El homenaje a los familiares que se fueron, los deseos frustrados o el disfrute del trabajo personal sin importar el resultado, son algunos de los temas tan cotidianos que rezuman humanidad en estos aparentemente sencillos álbumes.


De pequeño formato, coloristas y delicados, desprenden una calidez inusitada gracias a su trazo sencillo y desenfadado que busca en la caracterización circense de un personaje tan especial como desconocido y lo surrealista de las situaciones, ese humor blanco que eleve un discurso muy universal sobre las relaciones emergentes, ese ideario construido sobre esas percepciones personales que poco a poco van transformando los demás.
Lo dicho, me han encantado.

jueves, 13 de junio de 2024

Ahondar en las semejanzas


El vómito se me viene al gaznate cuando los medios de comunicación hacen públicos todo tipo de estudios que miden el nivel de modernidad que ostenta el ciudadano medio. Votaciones, series televisivas, podcasts, programas de acogida… Todo nos hace creer lo bien educados y solidarios que somos gracias a ese empeño institucional que llega a todos los hogares subvencionado por BlackRock y Vanguard. ¡Tururú! Habría que poner cámaras ocultas en algunos patios de vecinos y constatar la hipocresía que llena la boca del lumpen…


- Ay, nena… Tendrías que ver a mi Jesus… ¡Qué buen chico! Es tan majo que tiene un amigo negro, otro moro y otro chino. No hay quien le gane en tolerancia y respeto…
- ¡Qué bien, Chari! Pos mi Yoni ahora se junta con el maricón de la clase y la orientadora ha decidido que le va a dar la medallica al alumno del mes. ¡Qué bien educao lo tengo…!
- ¡No nos falta de na’! ¡Qué afortunadas somos! Y esperemos que por mucho tiempo. Ojalá esa gentuza no les quite el trabajo a nuestros nenes…


Lo verdaderamente triste de un sentimiento que se generaliza entre la ingente masa, es que es ficticio. Porque, créanme, todavía no estamos preparados para hacer frente a esa sociedad plural que todos los progres del globo nos quieren vender, más que nada porque la envidia prima en este planeta y la solidaridad se vende como un reclamo más del capitalismo abyecto que nos consume.
El rechazo a lo diferente, a lo minoritario, es el pan de cada día. En la cola del supermercado, en el aula de 1º A y en las reuniones de trabajo, toparse con alguien extraño, siempre, en un primer instante, despierta un cierto recelo… Mientras tanto, las matrículas en los centros concertados suben como la espuma, los seguros en materia sanitaria aumentan exponencialmente y las diferencias entre centro y periferia se hacen más notables. Y quien diga que no, es sencillamente necio.
Si lo pensamos bien, muchos libros que tratan esta problemática, son demasiado explícitos y, en parte, también nos empujan a ahondar en las propias diferencias humanas (he aquí las paradojas de muchas lavativas cerebrales que nos ofrezcan en esa llamada esfera cultural). No obstante, a veces uno encuentra libritos multikulti (así los llaman los alemanes, pioneros en eso de lavarse los pecados tras cargarse a más de cinco millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial) que tienen un puntito de elegancia, se centran en las semejanzas y abordan este tema sin esa vis política que tanto gusta en estos círculos buenistas. Véanse aquí tres ejemplos.


Empezamos esta pequeña retahíla. Con estos pelos, un libro de Julia Talaga y Agata Krolak, la editorial Tutifruti se adentra en el universo del cabello para, de una manera ligeramente encubierta, proponernos un juego de observación en el que el pelaje de diferentes personas es la excusa perfecta para hablarnos de diferentes formas de ser y parecer.


Irene, Jeremías, Montse, Rebeca o Pedro son algunos de los personajes que protagonizan las pequeñas historias que se suceden en cada doble página y que nos presentan diferentes situaciones cotidianas en las que un pequeño microcosmos queda articulado por diferentes líneas discursivas que se compenetran en un álbum coral. Peinarse antes de ir al colegio, usar un gorro para nadar, un moño para bailar, imaginarse una cresta o lavarlo antes de irse a la cama son gestos y acciones que muchas personas pueden llevar a cabo independientemente de su procedencia o credo.


Como ya he dicho en otras ocasiones, yo hubiera prescindido del subtítulo y la perorata final de Aga Nuckowski. Me entusiasma la idea de que el lector se haga su propia composición de lugar utilizando las imágenes, un mosaico mental en el que conviven diferentes fisionomías y formas de ser y parecer. No obstante, también entiendo que la editorial haya tenido a bien respetar la edición primigenia. De todos modos, no pasa nada, pues el lector siempre puede hacer caso omiso de esta última doble página y disfrutar con sus apreciaciones con este gran libro.


Soledad Romero Mariño y Mariona Cabassa firman Somos, el segundo álbum de esta tanda y publicado por Juventud. En él y siguiendo la misma línea que el resto, se ahonda en la idea de que todos, independientemente de nuestro origen, compartimos un acervo común de circunstancias. Todos venimos de la unión de un óvulo y un espermatozoide, tenemos un cuerpo similar o nuestra fisiología es más o menos la misma. 


Acompañado de unas imágenes coloristas y muy simbólicas, el texto se articula con un juego tipográfico donde mayúsculas y minúsculas, negritas y letras normales nos van presentando una característica común a todos los seres humanos para desarrollarla más tarde gracias a ejemplos cercanos y sencillos.


Poético y simbólico, no solo se adentra en lo material, sino también lo que no vemos. Emociones, sentimientos, miedos y deseos también tienen su espacio en un libro positivista que con poca moralina (cosa que se agradece) nos habla de la especie humana en sus facetas más genéricas.


El penúltimo título de esta pequeña selección es un álbum de la editorial Gato Sueco que encontré por casualidad en una librería. Todo el mundo alguna vez... escrito e ilustrado por la finlandesa Liisa Kallio, se adentra en esas pequeñas cosas que compartimos los seres humanos y, a modo de hilo invisible, nos acercan los unos a los otros.


Adultos, ancianos y muchos niños llenan las páginas de este álbum con situaciones muy cercanas donde el juego, el estudio y los quehaceres cotidianos establecen escenarios para hablar de la soledad, la alegría, la frustración o la tristeza. Emociones y actividades que todos hemos experimentado y realizado en mayor o menor grado y que también nos permiten acercarnos a los que sienten como nosotros. 


Ilustraciones con mucho desenfado que utilizan ceras y lápices de colores para crear un buen puñado de personajes que son el vehículo (y el reflejo... ya saben que los libros son espejos... y también ventanas) de esa diversidad de sensaciones y estares que nos laceran a todos sin excepción. Y si no, vamos poniéndonos en situación para cuando nos toque, que seguro que nos llega la hora tarde o temprano.


Termino con Lo que nos hace humanos, el libro escrito por Víctor D. O. Santos e ilustrado por Anna Forlati que ha publicado La Maleta en colaboración con la Unesco y que sirve de portada a este pequeño post. De excelente factura, este libro que va en la línea de los anteriores, va paso a paso, desvelando poco a poco qué es eso que tan diferentes, pero tan iguales nos hace.


Con una mirada poética de gran calidad, el escritor de origen brasileño y la ilustradora italiana recurren al simbolismo y las metáforas para hilvanar, gracias a motivos como la torre de Babel, alusiones a las nuevas tecnologías y, sobre todo, las palabras, una defensa del lenguaje como elemento de unión entre razas y pueblos terrícolas. 


Si bien es cierto que en otros libros prescindiría de las consideraciones más o menos institucionales, en este caso pongo en valor el pequeño epílogo que aporta unas notas expositivas sobre la temática del libro, los autores y el fin de una publicación de este tipo, ya que, además de hacer de él un libro a caballo entre la ficción y la no ficción, da pie a una continuidad en otros contextos, sean estos académicos o no.

P.S.: ¡Se me olvidaba! Estos cuatro títulos pueden enlazar perfectamente con otros dos que ya reseñé AQUÍ ¡Échales un ojo porque merecen mucho la pena!

miércoles, 29 de mayo de 2024

La suerte del diferente


Ser diferente es una maravilla. O mejor dicho, no ser como el resto de la masa, esa que pastorea y homogeniza. Diferentes somos todos, lo que sucede es que la mayoría se mimetiza con el resto, y otros, los menos, vamos a nuestro aire. Sí, nos señalan en cuanto pueden, nos menosprecian y si pueden, nos fusilan. Pero nadie dijo que fuera fácil. 
En la actualidad, cualquier minoría tiene en deseo eso de lanzarse a las calles y exigir igualdad, es decir, ser considerado dentro del rebaño como otro más sin discriminaciones ni ofensas. Sintetizando, la gente quiere perder su identidad colgándose una etiqueta. Y yo me niego a ser diferente pero como ellos, los demás, me digan, que uno tiene una edad y aborrece los estereotipos. 
Lo que más me jode y por mucho que nos pese, es ese empeño de reducirnos a una idea triste. Desnudarnos ante el gran público, contar nuestras miserias, lucir complejos y traumas para que la masa deduzca que esa monstruosidad que exhibimos, no es ni más que el producto de un lastre vital del que nos queremos despojar.


Sí, queridos lectores, lo que en principio parece ser una idea de diversidad y multiculturalidad, nos es más que toda una farsa para mostrar las debilidades e incapacidades que a menudo utilizan todos los totalitarismos para liquidar por la fuerza a quienes consideran inferiores.
Se piensa que en las guerras, sobre todo en las civiles, no es determinante ser de uno u otro bando para acabar contigo, sino haber sido señalado con anterioridad a que el conflicto estalle. Aunque no deja de ser un dato curioso, explica de soslayo una circunstancia sociológica que debemos tener en cuenta las ovejas negras: existir sin molestar.
¿Y ustedes se creen que yo, monstruo donde los haya, me voy a auto-inculpar de serlo? No, no y no. El que quiera colgarse un sambenito, que se lo cuelgue, pero a mí que me dejen ser yo a la chita callando. Es toda una suerte ser diferente y que (casi) nadie se entere.
 


Y es por esto que me ha encantado el libro de hoy, toda una oda a la inadaptación. Stella. La estrella del mar es un álbum escrito e ilustrado por Gerda Dendooven y recién publicado por la editorial Galimatazo. En él una pareja de pescadores se encuentra con una niña enganchada a sus redes. Nadie sabe quién es ni de dónde viene, pero el matrimonio decide quedarse con ella y llamarla Stella. La cría crece más rápido que el resto de los chavales. Crece y crece hasta ser demasiado grande para su cama, para la escuela, incluso para su casa. Lo de Stella no es normal y ella debe tomar una determinación.


Con una ilustraciones que recuerdan a Wolf Erlbruch y Rotraut Susanne Verner, la autora neerlandesa abre el melón sobre la autoaceptación con una fábula de tintes tradicionales (¿Pueden ver a la Pulgarcita de Andersen o al Juan Erizo de los Grimm?) que aboga por el bienestar de una protagonista que, alejándose del papel victimista, decide tomar las riendas de su vida y mandarlo todo al pairo.
A veces, en vez de buscar esa compasión social, ese buenismo pseudocatólico, haríamos bien en mirar nuestros propios deseos y dar un paso adelante para hacer lo que nos dé la gana sin tener que excusarnos ante lo políticamente correcto o esa sociedad cainita donde la envidia al vecino lo mueve todo.