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El pasado sábado, haciendo caso omiso de las consignas que de todo tipo se lanzan contra el imperio Ikea, me acerqué en compañía de unos amigos a una de las tiendas que esta factoría tiene en la Península Ibérica, concretamente a la de Murcia. Y sin más datos introductorios, les describo a continuación el panorama de lo que allí contemplé (y sufrí…).
El sambódromo de Río de Janeiro se quedaría pequeño para tanto público. Curiosos –los menos-, consumistas –los más- y perdidos –casi todos- se dejaban la guita casi a coscorrones: a base de sillas insufribles, cachivaches sin sentido, artilugios bien pensados y alguna que otra necesidad.
Sería un necio si les dijera que me fui de vacío… Adquirí bastantes chorraditas ¿innecesarias? Perchas, bombillas, una espumadera y marcos de varios tamaños componían mi peculiar cesta de la compra. A pesar de ello, no crean ustedes que no tuve unos cuantos remordimientos, referidos todos a los principios de “hágaselo usted mismo” “utiliza lo que otros desechan” y “¿usaré alguna vez esta monería?”. Pero al final, compré. Compré pese al dilema, compré pese a todo.
Causa y efecto se encuentran tan ligados, que será inevitable hacerle frente a ese castigo que la madre Natura nos tiene reservado por desoír las leyes no escritas del equilibrio y el orden. Y sólo entonces, contemplando las consecuencias de la efímera abundancia, encontraremos el sentido de las bellas imágenes que llenan los libros de Keizaburo Tejima.
Causa y efecto se encuentran tan ligados, que será inevitable hacerle frente a ese castigo que la madre Natura nos tiene reservado por desoír las leyes no escritas del equilibrio y el orden. Y sólo entonces, contemplando las consecuencias de la efímera abundancia, encontraremos el sentido de las bellas imágenes que llenan los libros de Keizaburo Tejima.