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viernes, 22 de noviembre de 2024

En las raíces de los árboles


La omnipresencia del bosque en gran parte de los cuentos tradicionales es un hecho más que evidente, sobre todo en los de nuestras latitudes. El bosque, ese espacio ideal para ocultar un crimen, perfecto para esconderse, ese refugio ante las amenazas y escenario de aventuras inesperadas. Incluso nos provee de alimentos con los que poder sobrevivir. El bosque es un todo y por ello tiene una posición privilegiada en las narraciones que nos acompañan desde que la especie humana ha buscado en las historias una forma de entretenimiento. Y aunque hay muchos tipos de bosques, en ninguno de estos pueden faltar árboles. Árboles pequeños o grandes, de hoja perenne o caduca. Incluso un único árbol puede formar el bosque.
Por esa razón, hoy termino con este pequeño homenaje a todos esos árboles que guardan en sus raíces la magia de las palabras que los humanos nos regalamos entre nosotros por mera generosidad.


¿Con qué sueñan los árboles?

Sueñan con ver la luna y las estrellas,
con los duendes y las hadas.
Sueñan con tener luz y agua,
con viento y brumas.
Sueñan con juegos de niños,
con tener nidos y casa colgadas.
Sueñan con ser verdes y altos,
con palabras de enamorados.
Sueñan con ser viejos
y caminar como sus ancestros.
Sueñan con tocar las nubes
y volar con el viento.

***

¿Tienen pesadillas?

Desiertos, antorchas, hachas,
riadas, minas, carreteras,
basuras y riquezas
asustan a los árboles.
Les secan las raíces,
les tiran las hojas,
les separan la corteza,
les cuartean las ramas.
Pero la naturaleza
les regalo dos dones:

Los árboles tienen sueños
y los árboles nunca se rinden.

Javier Sobrino.
En: Plantar el mundo.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2024. Barcelona: Akiara.


domingo, 5 de noviembre de 2023

Y el verbo se hizo niño


Ya saben que soy un fanático del lenguaje, del bueno y del malo (que tengo la sin hueso muy suelta). Siempre me ha gustado jugar con las palabras, su sonido, su significado, sus trampas. Desde bien pequeño me he divertido con dichos, jeringonzas, cancioncillas sin mucho sentido y alguna que otra retahíla.
Por esa razón andaba con ferviente deseo de hacerme con un ejemplar de la compilación con  la que Antonio Rubio nos ha dado en el clavo a muchos amantes de la tradicional oral infantil. Aunque hay montones de colecciones regionales y nacionales de estas producciones rimadas que a veces se acompañan de soniquetes y melodías, nunca está de más hacer hincapié en ese legado común de la infancia con un libro, que si bien no las recoge todas, consigue establecer un corpus muy útil para padres, educadores y mediadores.


Dividido en cuatro cancioneros, el maestro realiza recopila y clasifica por edades todas estas producciones rimadas. Nanas y rimas corporales para los más pequeños, juegos de todo tipo para críos de tres años en adelante, trabalenguas, galimatías y refranes a partir de seis años, y un ejercicio de recopilación para los más mayores. Un libro redondo a excepción de una nota final que no entiendo y que va en la línea de algo que hablé en este post
Como muestra del material que aparece en este magnífico librito, he elegido tres botones: un sorteo numeral críptico, un romancillo y una adivinanza que utilizaba con frecuencia durante mi infancia. Si quieren encontrar algunas de las suyas, ya saben lo que tienen que hacer: acudir a la librería más próxima y disfrutar de esta recopilación que no solo sirve para recordar el pasado de uno, sino para endulzar el futuro de otros.

Una, dola, tela, catola…,
quile, quilete,
estaba la reina
en su gabinete;
vino Gil
y apagó el candil,
candil, candilón;
cuenta las veinte,
que las veinte son:
policía y ladrón.

* * *

Estaba el señor don Gato
sentadito en su tejado,
marramiau-miau, miau, miau;
sentadito en su tejado,
cuando recibió una carta,
si quería ser casado,
marramiau-miau, miau, miau;
si quería ser casado,
con una gatita blanca
sobrina de un gato pardo,
marramiau-miau, miau, miau;
sobrina de un gato pardo.
Al oír esta noticia,
se ha caído del tejado,
marramiau-miau, miau, miau;
se ha caído del tejado.
Se ha roto siete costillas,
el espinazo y el rabo,
marramiau-miau, miau, miau;
el espinazo y el rabo.
Ya lo llevan a enterrar
por la calle del pescado,
marramiau-miau, miau, miau;
por la calle del pescado.
Al olor de las sardinas,
el gato ha resucitado,
marramiau-miau, miau, miau;
el gato ha resucitado.
Por eso dice la gente,
siete vidas tiene un gato,
marramiau-miau, miau, miau;
siete vidas tiene un gato.

* * *

Entre dos piedras feroces
sale un hombre dando voces.

Antonio Rubio.
En: Puer poeticus.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2023. Pontevedra: Kalandraka.


sábado, 22 de abril de 2023

El idioma de las nubes


Ni una nube en el horizonte. Pasan los días y el cielo sigue sin el menor resquicio de ellas. Ni humedad relativa ni absoluta. El vapor de agua parece haber desaparecido de la atmósfera. Ya no tapan el sol, tampoco se adivinan sus formas, ni siquiera aparecen en el ocaso. Las nubes parecen haberse extinguido de golpe y porrazo.


Yo miro el horizonte y las llamo. Grito. Rezo. Susurro. ¿No me escuchan o no me entienden? Será que el viento no me enseño la cadencia adecuada, que la lengua se pierde en la gama de los grises, que mi voz se confunde con el ruido del trueno. Seguiré probando. A veces todo es cuestión de tiempo. Volverán las nubes riendo. Volverán las nubes silbando. 

Para conversar con una nube que pasa,
me hamaco hasta el cielo.
Llego y la encuentra:
nube nave
Que viaja a través del tiempo.
Para conversar con una nube que viaja,
aprendo el idioma de las lluvias,
las tempestades y los
vientos.
¿Qué pasa si no la entiendo?
El idioma de las nubes
está lleno de cantos y
secretos.
Para conversar con una nube que canta,
escucho su gorjeo.
Si está apurada
-o llena de agua-
Tal vez estalle de lluvia
al llegar a la plaza.

Fabiana Margolis.
Nubes.
En: Fleco de nube.
Ganador Premio de poesía infantil Ciudad de Orihuela 2022.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2023. Pontevedra: Kalandraka.


miércoles, 8 de diciembre de 2021

Arrullo otoñal


Se ha levantado un día horrible. Al menos aquí. Sopla un viento de mil demonios que no ha dejado ni un árbol vestido. Cositas y detalles de un otoño que pronto llegará a su fin. Por estas latitudes peninsulares, claro, que en la cornisa cantábrica ya ha llegado el invierno, ¡y de qué manera!
Parecía que nunca iba a llegar. Septiembre dio algún coletazo y octubre parecía que sí pero que no. Al final llegó el frío (demasiado, por cierto) y nos dejó tiesos como un carámbano. Dice el termómetro que ha sido el noviembre más frío de los últimos veinte años, al menos, en lo que a temperaturas diurnas se refiere, porque aquí no se crean que ha helado.
Se agradece que las estaciones sigan su curso, que el año vaya mutando. Ver cómo cambia lo cotidiano, cómo llegan nuevas necesidades. Pasar del melón y la sandía, a la naranja y la manzana. Que aparecen en el mercado nueces y avellanas. Los puestos de castañas asadas. Que toca sacar la ropa de abrigo. Jerseys, guantes y bufandas. También las mantas y los edredones, que se enfría la noche.


La vida toca de puertas para adentro, que hacia fuera ya tuvimos lo nuestro. El verano es para salir y no entrar, con unos y otros, desfogar por aquí y por allá. El otoño, sin embargo, incita a la calma y la introspección, un tiempo en el que buscamos cobijo y nos dedicamos a nosotros mismos. Guardamos y recordamos. Empieza el curso. Tenemos más faena. Hacemos y proyectamos. Así es la vuelta al sol, un extraño ciclo en el que existir.


Como trabajar es una lata (por mí, alargaría el puente hasta la pascua), prefiero quedarme con esa parte algo nostálgica. Con las fritillas de mi abuela, mi madre y sus boniatos asados, el aroma de los membrillos, las horas en torno a la monda del azafrán, un petirrojo posado en la ventana. Cada uno tiene sus recuerdos otoñales. Ana, Juan, Chus, Patricia, Jose, Miriam, Maite… pero hoy le toca el turno a Concha.


Tiempo de otoño, el libro de Concha Pasamar que publicó la editorial Bookolia tiene ese sabor a añoranza que destilan los álbumes de fotos. Construido sobre un texto poético y sensitivo, la autora nos lanza imágenes donde el ahora y el ayer se entremezclan en una suerte de ensoñación que, a veces borrosa, a veces nítida, nos invita a recorrer su niñez, juventud y madurez a través de las hojas caídas y los níscalos que crecen entre las agujas de pino.


Vestida de rojo, un color cálido, llamativo, que contrasta, un referente metaliterario, la protagonista se pierde en toda suerte de quehaceres en mitad de unas escenas repletas de esa luz amarilla que trae consigo el otoño. Páginas en tonos beige que también se parecen a las de las fotografías antiguas y que recuerdan al tiempo pasado. Amarillos, naranjas y ocres dibujan un camino tachonado de sabores tradicionales y dejes rurales.
Guardas paraliterarias, planos cinematográficos, composiciones equilibradas y cadencias sutiles, se aúnan en un registro visual de gran belleza para hablarnos de cómo las estaciones impregnan nuestras vidas.



domingo, 31 de octubre de 2021

Cómo hemos cambiado


Por mucho que lo intente, ya no estoy en la onda. No solo yo, cualquiera que sobrepase la barrera de los treinta se queda obsoleto. Y si no me creen, solo tienen que pasarse por el patio de un instituto. Oirán palabras desconocidas, actitudes que les parecerán de otro planeta, estilismos imposibles y costumbres que nunca antes habían visto.
Uñas pintadas para todos, casi nadie fuma tabaco, ambiciones monetarias, mucho brebaje estimulante, y ropa oversize a troche y moche. Un golpe de realidad que nos avisa de que el ideario que sostenía nuestra juventud ha ido cambiando gracias a una omnipresente tecnología, unos estereotipos sexuales cada vez más difusos, otras formas de sociabilización, nuevos universos familiares, o demasiado asfalto, ladrillo y cemento.
Es lo que hay. La cosmovisión ha mutado y tenemos que admitirlo, incluso en el aspecto literario. Por ello debemos agradecer iniciativas como este romancero. Tan actual, como clásico, en él se mezcla la realidad más cercana con los recursos poéticos del pasado. Estarcidos, octosílabos, rimas a pares, y mucho ojo clínico. No se lo pierdan. He dicho.



He bajado a la piscina
donde suelo bajar yo,
donde se bañan mis primas,
mis amigos y un señor,
donde van todas las madres
a tener conversación,
donde hacen los más pequeños
cursillos de natación.

La piscina está cerrada,
que no la han abierto hoy, no,
porque ya llega el otoño
y el tiempo ya refrescó.

En medio de la piscina
algo llama la atención:
tres patitos se bañaban
sin recelo y sin temor.
Debieron llegar del río
volando sin precaución;
debieron ver la piscina
y sin duda les gustó.

Nadie se lo imaginaba
si no lo contaba yo:
que un estanque de patos
la piscina se volvió.

Iba a contárselo a todos
cuando un patito me vio;
se lo dijo a sus hermanos
y él enseguida voló.
Alzaron los tres el vuelo,
cada uno a cual mejor.

Ya se volvieron al río.
¿A quién lo contaré yo?
Si se lo cuento a mi madre,
dirá: “¡Qué imaginación!”.
Si se lo cuento a mi padre,
se creerá que es invención.
Si se lo cuento a mi hermano,
a mi hermanito menor,
no entenderá lo que digo
porque es más chico que yo.

Mejor es que me lo calle
y solo lo sepa yo.
Les guardaré su secreto
si los veo en otra ocasión.

Paloma Díaz-Mas.
Romance de mi secreto.
En: Romances de la rata sabia.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2021. Bookolia: Madrid.