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jueves, 2 de octubre de 2008

Pennac, Verne y ciertos salvajes


Audi A4 gris metalizado. Autovía de Murcia. Dirección Murcia. Junio. Luna dorada, la más grande del año:
- Es uno de los derechos del lector, dice Pennac.
- ¿Conoces a Pennac? (Abriendo mucho los ojos).
- Sí, nena, sí. (Mueca desdeñosa y pícara). ¿Acaso los profesorcetes de francés os creéis los únicos con el pleno derecho de leer a Pennac? (Regresa la mueca, está vez trocada en risotada).
- Mira que sois cerdos los que leéis. (Mirada de soslayo).

Las tardes de estos días las he dedicado, o por lo menos una parte de ellas, a leer la última obra de Daniel Pennac, Mal de escuela, y aparte de poder discutir esa visión escolar desde la mirada de un zoquete que nos regala, me resta decir que esta novela sigue siendo más y más Pennac, cosa que no nos viene mal. Por no caer en la alabanza, advertirle a Daniel que, por favor, la próxima vez que hable de la Escuela y sus vicios, no obvie tanto al gremio político y sus chanzas, cada vez más insidioso y entrometido.
Tras leer a Pennac, se me han agitado las vísceras, y entre vaivenes de casquería, también se me ha despertado el alma de animador a la lectura que llevo conmigo, así que, pese a que el tiempo de docencia me limita en exceso a mi currículo, he decidido acogerme a no-sé-qué-enmienda-por-la-lectura-que-me-acabo-de-inventar y pasar entre 5-10 minutos de cada hora lectiva escuchando a mis discípulos leer en voz alta.
El experimento ha comenzado con el grupo de primer curso de bachillerato del siguiente modo: una vez leído El pozo del alma (Gustavo Martín Garzo), pequeño relato que ensalza la lectura como excelsa gimnasia del Homo sapiens, le he entregado a uno de mis alumnos un ejemplar de Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne, lectura en voz alta de este trimestre, al que se adjunta el listado impreso de los alumnos. Se le asignan cinco páginas al susodicho alumno, del que se espera que, tras leerlas cómodamente en su hogar, las lea para los demás al comienzo de la siguiente clase. Tras la lectura, el libro cambiará de manos, viajando así, gracias a todas las mochilas de mis alumnos, por todo el barrio y de paso, por todos ellos. Muchos preguntareis que por qué un único ejemplar, a lo que yo respondo que para compartir, no sólo la carga, sino las palabras. Al compartir el libro, se hace grupo, colaboramos en una tarea, en la tediosa tarea que parece leer un libro de doscientas y pico páginas, en compartir los mundos imaginados que otros han creado para que los disfrutemos. Y creo que hago bien.

martes, 26 de febrero de 2008

Viajes literarios


Hace bastante tiempo que me debo una escapada a otro lugar, uno que sea placentero. De esos viajes en los que disfrutas de todo lo que te rodea. Me encanta ser engullido por el destino, sobre todo si es diferente a lo cotidiano. Ir y quedarme con el recuerdo (es la única forma de no convertirlo en rutina). No sé si soy o no buen viajero. Viajante creo que sí, pero viajero… El que viaja aprende en su tránsito, el camino le enriquece y le enseña nuevas experiencias, distintas emociones y palabras, muchas palabras. Pero claro está, el viajero tiene que cumplir la indispensable cualidad de no temer a la aventura. Entonces, el sin arrojo, el temeroso, ¿no viaja? Y aquel al que la economía no le permite recorrer el paisaje, ¿tampoco? Quizás sí, quizás no, lo que sí sé es que viaja el que lee.
Durante el curso pasado, con eso de que me encontraba anquilosado en unas permanentes coordenadas UTM, me decanté por la literatura viajera. Prefería viajar con la mente a no hacerlo con ninguna otra parte de mi humana geografía. De vez en cuando se agradece adquirir un pasaje gratuito hacia tierras extrañas, sin saber lo que te espera, con toda la incertidumbre en una mano y el deseo de lo desconocido en la otra…

- Por favor, un billete para África, señorita.
Y la dependienta de esa agencia de viajes literaria así me lo dispensó. -Viajará usted en globo, caballero, de la mano de nuestro piloto, Julio Verne (1), durante cinco semanas recorriendo el vasto continente.
- También me gustaría visitar los bosques americanos. Tan salvajes, tan agrestes… ¿Podría conseguirme un buen guía para recorrer la tierra de los mohicanos?
- Sin dudarlo, ese es James Fenimore Cooper (2), el mejor de nuestros serpas en dicho territorio. Aunque le confieso que, últimamente, con esto de la escasez de trabajo, creo que se ha dado al alcoholismo. ¡Es tan difícil encontrar gente interesada en la aventura!
- Toda una pena…- Añadí.- Me hubiera gustado recorrer las sendas de los últimos guerreros americanos…
- Lo siento… ¿No estaría interesado en algún recorrido por tierras nórdicas? ¿Suecia tal vez?
- Una sugerencia muy apetecible, pero ya la recorrí el verano pasado con mi amiga Selma Lagerlöf (3)… ¿Y Centro-Europa? ¿Hay algo asequible?- Inquirí.
- Déjeme ver… está usted de suerte, tenemos un combinado por tierras alemanas, suizas y francesas. La encargada de organizarlo es una tal Judith Kerr (4).
- ¿Y el precio?- Pregunté.
- No más que sus ojos, algo de tiempo y la imaginación.- Concluyó la joven.

NOTA DE LA EMPRESA: Estos no son los únicos paquetes disponibles para nuestros clientes. Si su interés sigue marcado por recorrer algunas ciudades europeas siguiendo los itinerarios marcados por las palabras de James Joyce -Dublín- (5), Miguel Delibes -Valladolid- (6) o Manuel Mujica Láinez -Roma- (7), visite nuestra agencia en los próximos días.

(1) Verne, Julio. 1989. Cinco semanas en globo. Anaya: Madrid
(2) Cooper, James Fenimore. 1997. El último mohicano. Cátedra: Madrid.
(3) Lagerlöf, Selma. 1970. El maravilloso viaje de Nil Holgersson a través de Suecia. Labor: Barcelona.
(4) Kerr, Judith. 2007. Cuando Hitler robó el conejo rosa. Alfaguara: Madrid.
(5) Joyce, James. 1999. Ulises. Catedra: Madrid.
(6) Delibes, Miguel. 1998. El hereje. Destino: Barcelona.
(7) Mujica Láinez, Manuel. 1990. Bomarzo. Seix Barral: Barcelona.