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viernes, 23 de octubre de 2020

¡Felicidades, maestro Rodari!


En este viernes tan otoñal en el que las hojas amarillean y los días se acortan celebramos que hace cien años nació Gianni Rodari, el autor al que he dedicado una semana en la que semipresencialidad, reuniones y protocolos COVID han desembocado en un estrés laboral que ha marcado el paso de mis días. Todo esto me hace pensar que mientras unos son tildados de héroes (cosa que empieza a levantar suspicacias), a otros nos tienen de tontos pluriempleados e invisibles. 
Yo sólo pido que me dejen enseñar, que es a lo que me dedico. Que me dejen explicar qué es una vacuna, poner en entredicho las peroratas acientíficas de los telediarios, contar como se descubren nuevos fármacos, recordar quienes fueron Francisco Balmis e Isabel Zendal, explicar la evolución de los anticuerpos en sangre, y hablar de asepsia y antisepsia. Eso sí es lo mío y no la burocracia. Porque, si nosotros no enseñamos, ¿quién lo hará? 
No se extrañen de mis palabras pues no todo el mundo sabe enseñar. Además de conectar con los alumnos y tener los conocimientos necesarios para ello, hay que saber gritar y susurrar, subrayar, acelerar y aminorar, cantar y recitar, dar vueltas, ir y volver, equivocarse y corregir(se), engañar y decir la verdad, reírse y llorar, y sobre todo, un par de orejas para escuchar. 
Por ello, tanto yo, como muchos otros profesionales de la enseñanza, probamos a diario montones de fórmulas y estrategias que nos ayudan en esta tarea, recursos que si bien nadie ha inventado, forman patrimonio de cualquier enseñante. Itinerarios científicos, clases invertidas, catálogos etnobotánicos, revistas-objeto e hipérboles descriptivas llenan las aulas; incluso los errores pedagógicos, un recurso sobre el que Gianni Rodari, maestro también, se basó para darle forma a El libro de los errores, uno que traigo hoy a la palestra. 
No se me ocurre mejor forma de recomendarlo que echando mano de la nota inicial que, a modo de prólogo escribió Rodari y en el que dice que “Los errores son necesarios, útiles como el pan y a menudo también hermosos” y que “el mundo sería maravilloso si solo se equivocaran los niños”, unas palabras que dedica a padres y docentes, "a los que tienen la tremenda responsabilidad de corregir (sin equivocarse) los errores más insignificantes de nuestro planeta”. 
Disfruten de su lectura, ayúdennos a soplar las velas y... ¡Feliz cumpleaños, Gianni Rodari! 

El profesor Gramaticus 
en un estadio vio un día: 
“¡Biba Italia!” escrito en grande 
con faltas de ortografía. 

Era un cartel que llevaban 
unos hinchas muy joviales 
que sin parar aplaudían 
victorias descomunales. 

Trastornado, el profesor 
fue y les dijo en un susurro: 
“No ensuciéis así la patria 
con esas dos bes de burro, 

que en Italia ya tenemos 
problemas en gran cuantía; 
no me empeoréis las cosas 
con faltas de ortografía”. 

Al profesor Gramáticus 
rodearon al instante 
caras de pocos amigos 
y algún puño amenazante. 

Pero también se formó
allí una aglomeración 
de amantes de la lengua 
y la buena educación 

que a aquellos hinchas riñeron 
gritándoles con ardor: 
“¡Viva nuestra ortografía, 
viva nuestro profesor!”. 

Gianni Rodari. 
El profesor Gramáticus.
En: El libro de los errores
Traducción y adaptación de Carlos Mayor.
Ilustraciones de Chiara Armellini. 
2020. Barcelona: Juventud.



jueves, 22 de octubre de 2020

Zoológicos: pros, contras y un puñado de historias


Solo he ido tres veces al zoo en toda mi vida y dos de ellas han sido en viajes escolares. Se lo comento porque podría equivocarme en mis apreciaciones, ya que en este tipo de periplos, con que nadie se parta la crisma ya lo considero todo un éxito. Si a ello unimos que tengo pocos ejemplos que comparar, el sesgo puede ser bastante grande. 
Sobre las condiciones en las que he encontrado a los animales, diré que eran más que aceptables (entiendo que la mayor parte del personal que trabaja en estos lugares lo hace con mucho gusto y respeto hacia la naturaleza). Sobre su aspecto y estado de salud, diré que hay de todo. Hay animales que se adaptan bien y otros no tan bien. Algunos que sufren lo indecible y muchos que se sienten como en casa. Es lo que tiene la cautividad, más todavía si es en un hábitat que difiere muchísimo del real. 


Aunque ese es el punto más controvertido que debemos plantearnos una y otra vez, la mayor parte del público también está de acuerdo en realzar el valor didáctico-pedagógico que tienen los parques zoológicos, pues si no fuera por estos lugares, muchos jamás hubieran visto un gorila o un tigre de carne y hueso, algo que se antoja necesario para ser consciente de que el mundo está habitado por especies maravillosas que merece la pena cuidar y conservar.
Por otro lado me gustaría dar visibilidad al trabajo científico que biólogos y veterinarios llevan a cabo en ellos. Investigar y desarrollar técnicas que permiten avanzar en diversos campos, así como servir para el conocimiento de la materia por parte de los estudiantes (N.B.: Muchos de los especímenes disecados que llenan los museos de historia natural proceden en la actualidad de los zoológicos. Como muestra les invito a visitar el animalario de la facultad de biología de la Universidad Complutense). 


A pesar de todo, muchos creen que la existencia de los parques zoológicos es el resultado de un proceso socioeducativo mal entendido. Por ello, de unos años a esta parte, son bastantes los ámbitos relacionados con la infancia (juguetería, ropa infantil o la mismísima literatura infantil), que han tomado la decisión de no incluir en sus productos referencias a los parques zoológicos ni  a los animales exóticos, una que tiene que ver con compromisos de marcado corte ideológico (animalismo y veganismo). 
En mi opinión, no creo que sea efectiva por dos motivos. 1) La globalización ha llegado a nuestras vidas y los productos procedentes de otras latitudes son los que recogen su propia fauna, y 2) porque niños y adultos necesitan conocer el mundo para poder valorarlo, y si de primera mano es imposible (no todos se pueden permitir una safari por Kenia y Tanzania), que lo sea de una manera más indirecta. 


Con jaulas y leones, fosos y elefantes, piscinas y ballenas, llegamos al título de hoy que como toda esta semana está dedicado a Gianni Rodari. El zoo de las historias, una obra recuperada por la editorial A fin de cuentos con las sugerentes ilustraciones de Maite Mutuberria, nos sumerge en una pequeña aventura en la que dos amigos deciden pasar la noche en el zoo con la sola compañía de los animales que lo habitan y unas cuantas historias en las que ballenas, elefantes, ciervos, osos y conejos son los protagonistas. 
Fábulas de corte clásico (el conejo coronado), narraciones de corte futurista (ballenas y naves espaciales) y cuentos que bien podían haberse escrito hace siglos (de cómo se le alargó la trompa al elefante), pululan por las páginas de un libro que pretende entretener al lector desde un prisma lúdico e imaginativo, sin olvidar contraponer el medio natural y las leyes que lo rigen, al zoológico, un contexto espacial antrópico, una curiosa dicotomía esta que Rodari trae al lector para producir sentimientos encontrados. 
Disfruten de este libro que casi cabe en la palma de la mano, de sus historias sobre animales. En mitad del campo, mientras los conejos agachan las orejas bajo las primeras lluvias, el petricor se funde con nuestro epitelio olfativo, y las hojas empiezan a volar bajo.


miércoles, 21 de octubre de 2020

El artista eterno


Llego ese día tan esperado. Y para lo único que ha servido es para dejarnos claro a los contribuyentes que esa panda de patanes que se sientan en el hemiciclo lo único que saben es malgastar nuestros impuestos (y menos mal que ayer no se subieron el sueldo…). Se ve que lo que se lleva ahora entre los de la casta son las mociones de censura (Tres en cuatro años. Una a cuenta de los podemitas, otra por parte de los socialistas y esta última a cargo de Vox. No está mal la cosa teniendo en cuenta la ruina que nos espera). 
Cada vez tengo más claro que esta gentuza nos abocan a la ruina. Ni son dignos de nuestra confianza ni mucho menos de esa democracia con la que tanto se les llena la boca. A ver si algún matadero monta una sala de despiece cerca para que no quede ni uno vivo. Impostores, farsantes, trileros y chupópteros. Sólo gustan del dinerete, de escucharse y, sobre todo, de llevar a gala eso de “El hombre cuyo nombre es pronunciado permanece vivo”, una máxima que tiene mucho que ver con el libro de hoy. 


Como durante esta semana tenemos como invitado estrella a Gianni Rodari, he decidido traerles en este miércoles uno de sus obras (para mi gusto) más especiales, pues Érase dos veces el barón Lamberto (les recomiendo la edición de Kalandraka ilustrada por el siempre genial Javier Zabala) es quizá el libro menos adscrito al público infantil de todos los que escribió el maestro italiano, pues su lectura es capaz de desbordarse en cualquier demografía sin importar edad, color ni condición. 
El argumento es sencillo… El barón Lamberto, un ricachón más viejo que La Tana y con más achaques que La Juana descubre en uno de sus viajes a Egipto el secreto de permanecer en este mundo lo que le plazca (véase la frase entrecomillada de hace dos párrafos). Con ayuda de su mayordomo Anselmo contrata a seis personas para que pronuncien su nombre día y noche. La cosa funciona y el barón empieza a recuperarse poco a poco de sus dolencias y su cuerpo comienza a recobrar el vigor de épocas pasadas. A todo esto entran en juego Ottavio, su despilfarrador sobrino que quiere deshacerse de él para hacerse con la herencia y la banda de las Veinticuatro Eles que se hacen con la isla de San Giulio, hogar del barón. 
Seguro que se imaginan ustedes lo disparatado de una narración donde prima el sinsentido, unas asociaciones de ideas de lo más sui generis, una cantidad desorbitada de cuestiones anatómicas (un profesor de biología como yo, puede disfrutar de lo lindo con algunos fragmentos) o geográficas (con este libro se puede viajar a cualquier parte del mundo). Pero lo que seguro que no se imaginan es el final, uno que ya les anticipo que me recuerda al Button de Fitzgerald y el Pan de Barrie, pero que busca una nueva mirada desde una perspectiva más pragmática (cosas de la posmodernidad) 
No se pierdan este libro como lectores adultos ni tampoco hagan que los niños prescindan de él, porque seguro que pueden ofrecerles montones de finales alternativos –tal y como observó Rodari en el epílogo-, así como visiones distintas sobre diferentes planteamientos que se recogen en él, como la diferencia de clases, el servilismo, el egoísmo, la familia, el amor (esa Delfina me encanta), la felicidad o incluso la resurrección. 
Una historia mágica en la que encontrar un discurso plural que, como bien dijimos ayer, es algo que caracteriza la obra de Rodari más allá de sus inclinaciones personales (¡Que le podía haber sacado mucho jugo a este librito sobre ricos y pobres pero no lo hizo!). Y eso, señores, eso sí que es ser un artista de verdad, pero sobre todo, eterno.


martes, 20 de octubre de 2020

Gramática de la libertad de cátedra


Quería empezar esta semana con un recuerdo hacia Samuel Paty, el profesor de geografía e historia asesinado en Francia el pasado viernes a manos de un joven de origen checheno por haber explicado en clase lo que era la libertad de expresión utilizando como ejemplo la portada de la revista satírica Charlie Hebdo, una en la que Mahoma aparece frecuentemente caricaturizado. 
Aunque poco se ha dicho sobre esta atrocidad (no es de extrañar teniendo en cuenta que el COVID está tapando las realidades que menos interesa visibilizar), un servidor no podía obviarlo. Primero por ser de una gravedad pasmosa que la libertad de expresión quede supeditada a lo política o religiosamente correcto (¿Hasta dónde tendremos que llegar en estas sociedades de ofendiditos?) y segundo porque la víctima ha sido un docente, gremio al que pertenezco. 
Si bien es cierto que muchos docentes se encuentran institucionalizados y se limitan a enseñar la serie de contenidos curriculares que decide el gobierno de turno, un servidor entiende su labor desde otro prisma más plural en el que se incita al alumno, al receptor, a elaborar un discurso propio en el que haya altibajos, puntos comunes, desvaríos y desacuerdos. Un aula es un espacio de diálogo y no puede estar sujeto a los ismos ni a los caprichos ideológicos. 
Preguntar, ponerse en el pellejo ajeno, contradecirse, decir lo que a uno le venga en gana, compartir o disentir, es más saludable de lo que parece, sobre todo cuando ves que otros temen esa libertad que enriquece a la mayoría y vacía a esos pocos que se decantan por la fuerza (no sólo física, ojito) para imponer su ley a costa de intereses creados que engordan las totalicracias y buenocracias censoras de medio mundo. 
Evidentemente, los docentes no viven aislados del mundo y también tienen sus afinidades políticas o religiosas, pero ello no quiere decir que deban prescindir de su libertad de cátedra para que el alumno se sumerja en diferentes contextos donde encontrar posturas que, si bien son incómodas e incluyen sesgos ad hoc, contribuyen al pensamiento crítico y humano. 
Y de este modo llego hasta Gianni Rodari, un docente que, a pesar de sus inclinaciones políticas (no olvidemos que militó en el partido comunista) y de ser censurado en muchas ocasiones por sus historias y vis revolucionaria en materia pedagógica, se decantó por ese espacio común llamado imaginación para conversar con un sinfín de niños, escuchar sus palabras, disfrutar de las ideas que le brindaban, y dar forma finalmente a su Gramática de la fantasía (les recomiendo la elegante edición que acaba de publicar Kalandraka), ese libro donde se recoge el bautizado como “binomio fantástico”, la idea generatriz del mundo donde se refugiaron Alicia o Bastian para sentirse libres del yugo de los adultos. 
Ojalá la especie humana encuentre el binomio adecuado (no todos valen, que el azar sólo construye encima de buenos cimientos) sobre el que erigir un lugar donde la libertad germine sin ataduras ni amenazas.

lunes, 16 de marzo de 2020

Flores en las trincheras



Para Miriam y Maku, porque sé que florecerán.

Aislados en mitad de una crisis sanitaria como esta, todos intentamos mantener cabeza y manos ocupadas (los pies son otra historia debido a las restricciones del llamado estado de alarma). Tareas del hogar, ordenar el trastero, terminar esa bufanda que empezamos a tejer hace tres años, intentar dar forma a todas las recetas de tartas que encontramos en la red para celebrar nuestro no-cumpleaños un día sí y otro también… Durante una cuarentena que se promete muy larga (el mes no nos lo quita nadie en el mejor de los casos), dejen la desidia a un lado.
Estos primeros días de encierro hemos visto en las redes sociales todo tipo de iniciativas. Actividades para niños y grandes están llenando las pantallas de los dispositivos móviles, sugerencias que tienen como objetivo hacer más llevaderos estos días de parón, caos e incertidumbre. Por mi parte y como buen monstruo, me dejo la parte didáctica para mis clases on-line (que pretendo aprovechar mucho, queridos alumnos…) y me dedicaré a sembrar entre ustedes algo de belleza y unas cuantas sonrisas con estas cosas mías de los libros para niños. Se agradece una pizca de optimismo en un tiempo gris que se vislumbra un tanto vano.


Las culpas, a un lado (¡Qué católicos y apostólicos se ponen algunos cuando la mierda les ahoga!). Dejen en paz al chino que se comió al “murciégalo”, también a los italianos, e incluso a Greta Thunberg (¡Qué pesadilla!), para justificar este entuerto mayúsculo. No les llevará a nada. Hay que ser práctico. Apaguen sus televisores (aviso que los medios de comunicación no les pueden traer nada bueno durante estos días extraños, pues está claro que desinforman a pasos agigantados), cambien el chip y permitan que vayan fluyendo sentimientos e ideas. Lo que más nos hace falta en estos momentos es ser humanos.
Ya vendrán los juicios. Ya llegarán. Pero por ahora busquemos una salida en la razón y dejemos la sed de venganza para tiempos futuros. Seguramente será difícil. Entiendo que tengan la mente ocupada con miedos, debacles interiores y mucha basura, pero si respiran hondo, la despejan de esa bruma omnipresente, y miran a su alrededor, pueden encontrar cualquier objeto que les inspire y conduzca hacia otro sitio más hermoso.
Si necesitan un ejemplo aquí les traigo el libro de este primer lunes de cuarentena, ¿Qué hace falta?, un álbum que recoge un texto de Gianni Rodari y las hermosas ilustraciones de Silvia Bonanni (Kalandraka) que se popularizó gracias a la canción de Sergio Endrigo Ci vuole un fiore.



Tomando como excusa el centenario del nacimiento del sempiterno autor italiano, la editorial gallega nos presenta un texto razonado de Rodari que hurga en la belleza del mundo desde una perspectiva sencilla e infantil siempre necesaria. Partiendo de un objeto tan cotidiano como una mesa, Rodari echa mano de la estructura de la retahíla para interpelar al lector de cualquier edad sobre el origen de las cosas. ¿Qué hay detrás del mundo de nos rodea, de esas formas con las que el hombre rodea su quehacer diario?


Acompañado de las sugerentes y coloristas ilustraciones en collage de Silvia Bonanni, algunos han apuntado de este texto que se trata de una bella metáfora que apoya el naturalismo filosófico, y otros lo llevan al extremo diciendo que podría considerarse una fábula que habla sobre la ecología y la interacción entre el hombre y los recursos. Sin embargo, un servidor se queda con lo poético de un libro cuasi-circular (ya saben, de los que terminan y vuelven a empezar) que cimentado sobre el binomio causa-efecto, nos ayuda a indagar y descubrir que detrás de lo mundano siempre hay algo hermoso que brota, crece, se enreda y florece en el corazón.


viernes, 17 de mayo de 2019

Tengo el corazón contento



Hoy es viernes y el Román estaba bien contento hasta que ha pillado a varios jetas copiando. Tampoco es que me haya inmutado. Ya saben lo que hay conmigo. Facilidades, todas pero, jetas, ninguno. Yo seré un fresco, pero también honrado, y eso de adelantar por la derecha a otros que juegan limpio, no va conmigo. Así que no me den palmas por rumba u otro palo guerrero, que me conozco y no quiero…
Corramos un estúpido velo, que por fin llegó el fin de semana y toca tener el corazón contento y no ha lugar para caras largas ni otras formas de berrinche.



Félix Corazoncontento,
carpintero de talento,
es un genuino tesoro,
tiene un carácter de oro:
muy pacífico y paciente,
considerado y atento
con toda clase de gente.
¿Su secreto? Yo os lo cuento
con la palabra concreta:
como se agarra ravietas
con uve, que es más bajita,
a nadie irrita
y no hay resentimiento.
A causa de un error
de ortografía
con todos vive en paz
y en armonía.

Gianni Rodari.
En: De la A a la Z.
Ilustraciones de Chiara Armellini.
2018. Tres Cantos (Madrid): Loqueleo Santillana.



miércoles, 26 de noviembre de 2008

Biblioteca y Escuela

Hace unas semanas fui invitado como ponente a un curso dirigido a bibliotecarios. Versaba sobre la colaboración biblioteca-escuela, todo un hito, ya que es una de las grandes tareas pendientes entre la Educación y la Cultura. Al principio me dije, “Román, ¿qué coño haces aquí?”, puesto que no sabía qué podía aportar (NB: Ha de comprender el lector que, un maestro, rodeado de gestos serios y extrañados por parte de una buena representación del ámbito bibliotecario -esa era mi percepción-, sintió verdadero pánico escénico…). Más tarde, conforme pasaban las horas, me sentí mucho más capaz, menos bicho raro… Expliqué la realidad de la escuela, sus puntos débiles, sus armas eficaces, di unas pinceladas sobre su gestión, de su estructura, acerca de los que allí trabajan…, cosa que, según me comentaron después, les había parecido muy productiva. Que ellos, bibliotecarios, hubiesen aprendido algo sobre mi mundo, no les abría la puerta de par en par, pero sí les anunciaba un sendero débilmente iluminado. Y me alegro porque, dejando a un lado todos los planes de colaboración desarrollados por esta o aquella administración, esa fue la verdadera cooperación entre la biblioteca y la escuela: ellos y yo, yo y ellos. 
Esta situación me hizo recordar a uno de esos pioneros en el trabajoso arte de llevar los libros a la escuelas (no le resultó demasiado difícil puesto que era maestro), Gianni Rodari. Creador del binomio fantástico y autor de Cuentos por teléfono, Cuentos escritos a máquina, El libro de los por qué, Los enanos de Mantua y Cuentos para jugar entre otros, durante toda la década de los 60, recorrió las escuelas de Italia, no sólo para contar sus historias, sino también para responder las preguntas formuladas por los alumnos. De ese enriquecimiento mutuo, nació su imprescindible Gramática de la fantasía, que como dijo el propio Rodari, Espero que estas páginas puedan ser igualmente útiles a quien cree en la necesidad de que la imaginación ocupe un lugar en la educación; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien conoce el valor de liberación que puede tener la palabra.