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lunes, 30 de junio de 2014

Felices lecturas y feliz verano


Noto por la ausencia de comentarios que ya andan cansados de libros, esos objetos que, como los buenos amigos, callan cuando es necesario y conversan animadamente en otros ratos.
Comprendo este hartazgo pues llevamos más de nueve meses detrás de las novedades, los clásicos re-editadas, las selecciones de bibliotecas y otras entidades, las publicaciones especializadas, las bitácoras en línea y otras lindezas del mundo del álbum ilustrado, por lo que se hace necesario desconectar de tanto jaleo, buscar una sombra y disfrutar del ya clásico y merecido descanso estival.
Seguramente muchos de ustedes andarán con algún que otro libro bajo el brazo, disfrutarán con él sobre la tumbona, lo pasearan por estaciones de autobuses, aeropuertos y vagones de tren, les animará alguna que otra tarde de piscina y será la mejor excusa para acercarse a la tía buena de la sombrilla de al lado, pero un servidor ha decidido dejarlos a un lado (al menos durante estos dos meses y aprovechando el parón editorial) y ver si las neuronas se despejan de cierto colapso literario, bibliográfico y vital (que luego no se quejen de que esta verborrea que me caracteriza va decayendo mes tras mes).


Por el momento les dejo con una última recomendación de la mano de Antonio Zurera (un ilustrador español con cierto toque anglosajón) y la pequeña editorial Kokoro, ese libro álbum que lleva por título A Alex le gusta leer, una historia cotidiana y sencilla que nos recordará durante los meses venideros ese mensaje del que tanto alardeamos los monstruos.


Y a la espera de que se acuerden de mí allá por septiembre, cuando un nuevo curso escolar y el calor nos vaya abandonando paulatinamente, y desde este sitio un tanto escondido, les deseo un feliz verano… trabajando (que falta hace), luchando con la familia, a la orilla del mar o en lo alto de la montaña, en el pueblo o en la ciudad, solos o en compañía; sea como sea disfruten de estos días.
¡Hasta más leer!

miércoles, 2 de octubre de 2013

La montaña de la LIJ


Hace unos días se conocía el dato de que el mercado editorial ha sufrido un retroceso que lo sitúa doce años atrás (¡y yo que creía que durante los años de bonanza nadie leía ni las etiquetas de Anís del Mono®…!). En definitiva, un disgusto para todas las empresas que subsisten a la hecatombe económica y que nos arroja perspectivas poco halagüeñas a los que gustamos de encontrar libros de calidad y en cantidad… Así pasa, que llevo dos meses visitando librerías y bibliotecas, y, como nunca antes me había sucedido, siento unas repentinas ganas de salir corriendo ante este fantasmagórico declive. Más por el exceso que por la desolación, las baldas donde otrora reposaban las novedades, se resienten de tanta morralla. Montañas y montañas de libros infantiles (y no tanto…) que harían un buen papel a la hora de asar castañas, se agolpan en pro de editoriales de nuevo cuño y devoradoras multinacionales que, a mordiscos, intentan arañar algo del lector, ese superhéroe cultural que, en vez de ahorrar para las cañas del fin de semana, opta por abandonarse a su suerte, entre el ingente sinapismo de la letra impresa.
Se lo confieso. Me las veo negras para dar con algún título digno de reseñar… Los mismos argumentos de siempre, el mismo estilo narrativo, moralinas invariables, y las ilustraciones de toda la vida. Y así pasa, que ando, más que aburrido, harto. Harto de andar de aquí para allá, de revisar los catálogos de novedades de todas las editoriales conocidas, de volverme loco buscando otras desconocidas, de pedir ejemplares que nunca llegan (ni a las librerías, ni a mi casa), de recurrir a los clásicos, de pedir consejo a los sabios y entendidos… ¡Es más difícil dar con un libro bueno que subir a la cima del Teide!... Espero no morir sepultado por esas inestables pirámides de papel satinado, cuando, exhausto de tanto hurgar entre los cimientos del álbum ilustrado, haga que se tambaleen los títulos, derrumbándose por el mismo peso que hace unos años hizo renacer de sus cenizas a los libros para niños, y destruir a su paso, como si de un alud se tratase, los pequeños ladrillos que entre todos hemos cementado para, sostener en lo alto, nuestra cumbre particular.



Y para recordarles que esta escalada no ha llegado a su fin, les traigo un pequeño cerro, La montaña de Antonio Zurera (editorial Kokoro), para que hagan un alto en el camino, recuperen el aliento, se llenen de fuerzas renovadoras y retomen ese reto que todos llamamos en su día LIJ.