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martes, 12 de marzo de 2024

De hijos caprichosos


Estoy de niños caprichosos hasta las narices. Y de sus padres, todavía más arriba. Lo afirmo categóricamente. Si atendemos a esas nuevas generaciones de hijos cuyos padres han sido privados de algún que otro capricho, la cosa es muy peliaguda. No solo porque me provocan un vuelco a los higadillos, sino por lo que podemos esperar de nuestro futuro como especie.
Es que ellos se lo merecen, oye. Solo por el hecho de existir, tienen derecho a cualquier cosa. A unas zapatillas de doscientos pavos, una moto, quince días en las Maldivas o incluso un aprobado. Estos críos hiperdeseados que han nacido en la sociedad del consumismo y la terapéutica, son el sumun del caciquismo. “Tenerlo todo” es el lema. No sea que sufran un trauma.


Así nos va. Gobernados por tiranos sin límites... Y si eres el ajeno que abre la boca y apunta a , te fusilan. “Nena, siéntate bien”, “Nene, no malgastes agua”, “Nenes, eso no se dice”... A la mínima salta el padre, la madre y el espíritu santo en defensa de sus hijos con no-sé-cuántas-amenazas, espetándote aquello de “No les hables así, que si nooo…”
Ellos, que se han leído muchos libros de crianza y siguen a muchos influencers, te animan a las broncas suaves, con voz de Kati, bien pava, con mucho “cariño”, “gracias” y “por favor”. Así, todo entra mejor. Cuánto más mosquita muerta parezcas, mejores pellizcos de monja metes. Dulces, suavones, pero con inquina. Es a lo único que atienden, a lo políticamente correcto.


Así nos quiere esta sociedad de ofendidos: muy comprensivos. Se lo ha dicho la televisión y el mindfulness. Son niños muy buenos, aunque ellos solo los vean media hora antes de acostarse (o irse a jugar a la “plei”). Pero son sus hijos. Sangre de su sangre. Comparten un mismo acervo genético. Suficiente para que todos vivamos arrodillados ante ellos, les rindamos honores y, a ser posible, limpiemos su culo hasta los cuarenta años.
Menos mal que todavía quedan padres que no satisfacen las apetencias de sus hijos. Como la de Pascualina, la murciélago que protagoniza la serie de Beatrice Alemagna publicada en España por Combel.


En esta historia que lleva por título ¡Lo más de lo más!, Pascualina y su madre se van de compras mientras su padre se queda limpiando la casa (¡Bien por él!). Cuando llegan al supermercado, la cría se encarama en el carro y viendo que tiene la veda abierta, empieza a pillar todo lo que le place. No contenta con ello, empieza a suplicarle a su madre que compre chupa-chups de babosa, chips de grillo o caramelos de corteza. La madre le niega todo, pero Pascualina sigue con sus impertinencias. De tanto babear, arrastrarse y lloriquear, Pascualina queda postrada en el suelo, convertida en una especie de babosa. De repente, un pájaro la confunde con su alimento y se la lleva volando para comenzar una nueva aventura.


Como en ¡Ni en sueños!, la autora francesa se interna en los conflictos paterno-filiales desde un prisma simpático y muy metafórico. En él, niños y adultos adoptan perspectivas un tanto disparatadas, pero cargadas de significado. Una madre estricta, pero con sentimiento de culpabilidad... Una protagonista insufrible que siempre sale mal parada... Ninguna relación es tan fácil como se presupone y siempre subyace el cariño y el verdadero valor de las cosas. 


Con una caracterización de los personajes muy acertada, una ambientación que recuerda a otras series protagonizadas por animales, giros narrativos inesperados, el uso de distintas tipografías para cambiar de registro, y ese rosa neón, se lo recomiendo, no solo como “libro para resolver problemas” (que así lo venden muchos), sino como regalo a todos esos padres-esclavos que colman de deseos a sus hijos.

jueves, 1 de febrero de 2024

Espantando males con la lectura


Si muchos sienten animadversión hacia enero, a un servidor no le gusta nada febrero. Para mi es casi un mes maldito. Mira que ya parece que empiezas a recuperarte económicamente del varapalo navideño, que empieza a llenarse de color con las pinceladas del carnaval y los árboles empiezan a vestirse de flores, pero nada, se ve que tengo la negra. Y este año, para rematar la faena, tiene 29 días.
Es por eso, que aprovechando que las editoriales se relajan con el mercado de novedades, que tenemos la llamada semana blanca (poca nieve queda ya, ni esquiar se puede en este país…) y que el frío, el viento y la lluvia, van y vienen, gusto de leer bastante. Una manera maravillosa de evadirme de los problemas y tomar conciencia de mi tiempo y no perder el contacto con la letra impresa más adulta.


Leer es una terapia en toda regla. Veamos… Desconectas de la realidad (que ya es bastante) y te alejas de pensamientos (esperemos que sean los negativos). A la vez, sirve al conocimiento (aprender siempre tiene su aquel), reduce las tensiones, el estrés o la ansiedad (que falta me hace) y ofrece acompañamiento (sin pedirte nada a cambio o echarte cosas en cara). Todo esto son beneficios directos, ¿e indirectos? Pues adquieres vocabulario, mejora la expresión verbal y te conecta con otros lectores. Vamos, que hay que leer sí o sí.


Y no me vengan contando que no tienen tiempo, que sus hijos les dan mucho la lata, que se pasan el día de aquí para allá, que si los deberes de matemáticas, que si mis nietos me tienen absorbida… No excuses! Lo que tienen que hacer es apagar la tele, conectar el modo avión de sus teléfonos móviles y aprovechar los tiempos muertos. Y si quieren unos cuantos ejemplos de lectura inadvertida, en este post tienen unas cuantas.


101 maneras de leer a todas horas, una idea de Timothée de Fombelle ilustrada por Benjamin Chaud y que ha publicado este otoño Combel, nos adentra en el paraíso de la lectura con una perspectiva muy interesante, la de la optimización y el instante.
En él aparecen montones de personajes más o menos infantiles, leyendo en las posturas más (in)verosímiles (seguro que encuentran la suya pasando las páginas) y acompañados de un título muy sugerente e inspirador. Un cuaderno de campo en toda regla que habrá supuesto muchas horas de observación.


Haciéndose eco de momentos y lugares en los que leer, el tándem de autores francófonos nos propone un sinfín de tipologías de lectores, una suerte de catálogo ilustrado que, utilizando la disyunción entre texto e imagen como recurso narrativo, genera un discurso muy variado que transita con mucho humor por lo cotidiano de los libros y la lectura.


Un regalo para el niño, la niña, el bibliotecario, la madre estresada, el domador de circo, el contorsionista, el revisor de metro, el médico, la ilustradora, la rubia que toma el sol en cualquier época del año y el librero harto de las devoluciones invernales. Para todos, vamos.

martes, 18 de abril de 2023

Monstruos culinarios


Nadie hace el cocido como mi madre. Ni las lentejas, ni las croquetas, ni las albóndigas, ni el arroz caldoso. Supongo que todos pensarán lo mismo de la suya. “Mi madre guisa estupendamente”. Eso es porque le pone mucho amor, dedicación y parsimonia. Es meticulosa, no abusa de la grasa ni los aceites, tampoco de la sal ni de las especias. Algo que tiene como resultado una comida ligera, pero sabrosa.
Yo le he dado alcance en ciertas ocasiones. Con el guisado de costillas y el asado de cordero, el sabor ha estado muy igualado, pero con otros platos es casi imposible rozar su perfección. Lo de la bechamel es toda una incógnita. Mira que observo, utilizo las mismas cantidades, idénticos productos y técnicas similares, pero nada, no hay manera de conseguir un resultado parecido. Espero cogerle el punto pronto y transformarme en un monstruo de la cocina. Como los que nos traen Mar Benegas y Ana G. Lartitegui en un libro simpático y alocado que se basa en el recurso de las solapas móviles.
Montones de monstruos que divierten, inspiran y abren el apetito (¡Vaya platos más jugosos se han marcado!). Mientras que la ilustradora juega con el bodegón y la pareidolia para marcarse un claro homenaje a Giuseppe Arcimboldo, la poeta nos descubre las enormes posibilidades de alimentos, vajillas, cuberterías y electrodomésticos a golpe de rima.
Casi 200.000 engendros diferentes que, a golpe de dedo, pueden habitar cualquier fogón pero, sobre todo, nuestra imaginación.

De sopa bien calentita
su cabeza es un puchero.
Tiene nariz de tortilla
y sus dientes son de fuego.
Un cuerpo de kiwi y piña
y de yogures enteros.
Barriga de col y endivia
con seis picantes pimientos.
Dos panes sus pantorrillas
de semillas y centeno.
Usa unas botas alpinas
en sus pies de caramelo.


Cabeza de artillería,
lo ralla todo sin peros:
espaguetis, tinta china,
tomates o chubasqueros.
Los brazos son golosinas
con dedos de caramelo.
Cintura de lata fina
donde comen los jilgueros.
Con piernas de mandarina
que huelen a limonero,
echa raíces finitas
que se enredan en tu pelo.

Mar Benegas.
En: Monstruos de cocina.
Ilustraciones de Ana G. Lartitegui.
2023. Barcelona: Combel.



jueves, 5 de enero de 2023

Un puñado de clásicos ilustrados


De un tiempo a esta parte es bastante frecuente encontrar ediciones de todo tipo de obras clásicas que por una u otra razón son reconocidas dentro del canon literario.
Generalmente esto se debe a la caducidad de los derechos de autor (ya saben, estos prescriben setenta años después de la muerte de quien la escribió), por lo que la obra pasa a ser de dominio público, es decir, puede explotarse de manera libre y gratuita. Aunque hay que tener en cuenta ciertas consideraciones (las traducciones o las adaptaciones de estas obras sí pueden estar sujetas al pago de royalties), es la principal razón por la que muchas editoriales optan por publicarlas de una manera enriquecida para ofrecer al lector una visión más personal y completa de la misma.
Novelas, relatos, cuentos, poemarios y obras de teatro que han trascendido a las modas y siguen vigentes, llenan las librerías. Ediciones ilustradas, comentadas, prologadas y traducidas por Fulano o Mengano hacen más apetecibles la literatura universal y nos amplían la mirada sobre este o aquel autor, aunque también es cierto que hay que tener en cuenta ciertas consideraciones sobre este tipo de libros de los que ya hablé en este post.
Sin más dilación, paso a comentar algunos de los libros de este tipo que han llegado a las librerías este año. Como muchos de ellos son de sobra conocidos, me olvidaré del argumento para centrarme en otro tipo de características que lo realcen como objeto-libro. ¡Allá voy!



Daniel Defoe. Robinson Crusoe. Ilustraciones de Manuel Marsol. Alma. No hace falta que les diga que soy un gran admirador de Marsol, el artista madrileño que nos hace felices a muchos con el uso de la línea y la forma, para mí, sus grandes fuertes. En esta ocasión, además de explotarlas, se sumerge en el mundo de Crusoe desde el punto de vista del naúfrago de tal manera que el lector se puede poner en el lugar del protagonista. No vemos al náufrago, siquiera en alguno de los mapas que se usan como antesala a las diferentes partes de la obra. Contemplamos sus manos como si fueran las nuestras. Señalando, cogiendo caracolas, navegando... Con imágenes a dos tintas (azul y negro), Marsol nos invita a mirar con los ojos de Robinson.




Jakob y Wilhem Grimm. Blancanieves y otros cuentos. Ilustraciones de Minalima. Folioscopio
Margot Suzanne Barbot de Villeneuve. La bella y la bestia. Ilustraciones de Minalima. Folioscopio.
Aunque los textos no tienen nada que ver entre sí, ni en lo que se refiere al género, ni al estilo, he decidido reseñar juntas estas dos obras porque están ilustradas por el estudio Minalima. Encabezado por Miraphora Mina y Eduardo Lima, diseñadores que centran su trabajo en las líneas visibles, las composiciones geométricas y el uso de los colores planos, se ha editado una colección entera de obras muy conocidas. Auténticas y coloristas vidrieras que hacen de cualquier libro una fantasía. Por si eso no fuera bastante se incluyen elementos pop-up que, a modo de juego interactivo y/o elementos tridimensionales, refuerzan la magia de estos dos clásicos de la literatura infantil.




George Orwell. Rebelión en la granja. Ilustraciones de Quentin Gréban. Edelvives. Regresa esta conocida metáfora ilustrada por Quentin Gréban, uno de los ilustradores belgas más reconocidos a nivel internacional que domina la composición de las imágenes y el uso de la acuarela como nadie. Luminosa y cercana (fíjense en unos personajes donde, además de dramatismo, también hay humor), esta versión tiene poco que ver con esa estética lúgubre y gris con la que se suele representar esta alegoría sobre el totalitarismo. Merece la pena revisitarla con otro punto de vista




Louisa May Alcott. Mujercitas. Parte 1. Ilustraciones de Antonio Lorente. Edelvives. Edelvives incluye este clásico de la literatura norteamericana en la colección ilustrada por el almeriense Antonio Lorente, uno de los ilustradores con más éxito en la actualidad gracias a la estética dulce y aniñada que imprime a sus personajes, el brillo de sus ojos y una estética vaporosa que recuerda a la escuela francesa de Dautremer y Lacombe. Composiciones elegantes (el número cuatro favorece la geometría), retratos con mucho carácter, y desplegables a todo color. Esta edición es un regalo.





L. Frank Baum. El maravilloso mago de Oz. Ilustraciones de Iban Barrenetxea. Combel. Gracias a las ilustraciones del ilustrador vasco, la historia de Dorothy y sus compañeros de viaje, recuerda a un antiguo álbum fotográfico en el que, además de incluir estampas descriptivas, recoge las escenas más conocidas de la narración. Tomando ciertos referentes artísticos del realismo y el gótico norteamericano como Andrew Wyeth o Grant Wood, Barrenetxea sigue fiel a su inconfundible estilo (esta vez menos digital) y nos sumerge en un universo donde priman los colores cálidos que recuerdan al mundo rural y unos personajes muy bien caracterizados.




Mary Shelley. El elegido. Ilustraciones de Beatriz Martín Vidal. Avenauta. A partir de un poema que Mary Shelley escribió a su único hijo vivo tras la muerte de su marido y sus otros dos vástagos, se recrea esta edición que echa mano de las ilustraciones de Beatriz Martín Vidal para construir dos narrativas diferentes. Mientras que el poema apela al duelo y el dolor, la historia ilustrada describe la vida de esa mujer y su familia a partir de una metáfora acuática en la que la protagonista finalmente aparece con su hijo superviviente entre los brazos. Al tiempo que acompaña por esa sensación de dolor calmado, ahonda en los lazos familiares que, al fin y al cabo, es el leitmotiv de la obra. Se acompaña de un prólogo, el texto original en inglés, así como de un fragmento de una carta que Mary Shelley envió a Leigh Hunt.





Goethe. El rey de los elfos. Ilustraciones de Borja González. Avenauta. Este poema de Goethe está protagonizado por un jinete que mantiene una conversación con su hijo mientras cabalgan sobre el mismo corcel hacia su hogar. El hijo avisa al padre que el rey de los elfos los acecha en su carrera, hasta que al final, los alcanza. Con prólogo, el original en alemán y una interesante nota del traductor, este corpus central del libro se divide en dos partes, una primera con el texto y una segunda donde solo aparece una secuencia de ilustraciones en blanco y negro que, a modo de álbum sin palabras, relatan la historia.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Madrastras, ¿víctimas o verdugos?


La madre de mi abuela se quedó viuda con cinco hijos y nunca quiso casarse en segundas nupcias. Prefirió ponerse a trabajar como una negra para sacar adelante a la prole, en vez de gobernarse un nuevo marido con el que mantenerse telenda. Sabía muy bien lo que hacía, pues es mejor quedarse pobre pero viva, que buscarse una mortaja buscando un duro. No solo para ella, sino también para sus hijos. Que ella ya había tenido padrastro.
Y no es que todos los padres postizos sean malos. Solo hay que tener un poco de psicología humana y saber algo de biología reproductiva para entender de qué iba el tema en la España de entonces.


Según la teoría general de sistemas, todos sistemas biológicos, incluidos los seres vivos (especies o individuos, ¿qué más da?), tienden a transmitir su información, tanto la contenida en los genes, como la que no (comportamientos), hacia lo futurible. Sean instintivos o no, muchos de nuestros actos están condicionados por el éxito. Y pregunto: ¿qué mayor éxito que sean nuestros propios hijos y no los de otro, quienes trasciendan en el tiempo? He ahí el quid de la cuestión.


Quizá hoy día veamos esto como un atraso, pues el mundo ha cambiado, pero en una época con circunstancias diferentes, cabría esperar que madrastras y padrastros putearan a quienes no fuesen sus hijos. A menos que no tuvieran prole propia o que les sobraran recursos, los hijos del otro pasaban las de Caín. Mulos de carga, mal vestidos, hambrientos, y apaleados. Así era la vida, incluso para los churumbeles biológicos, que en aquel entonces había muchos, no eran tan deseados y la pobreza campaba a sus anchas.


Si esto es así, ¿por qué, teniendo poderío y ningún vástago al que proveer de atenciones, la madrastra de Blancanieves se quiere cargar a la nena? Seguramente habrán leído las explicaciones que psicólogos como Sheldon o Bettleheim han dado sobre el tema, pero hoy le llega el turno a Beatrice Alemagna.
Y es que en su Adiós, Blancanieves, un álbum de gran formato y recién publicado por la editorial Combel, la autora boloñesa toma como referencia la versión primigenia de este cuento clásico recopilado y reescrito por los hermanos Grimm.


Es una buena oportunidad para saber que en la narración original Blancanieves despierta de su sueño debido a un tropiezo y se casa con el príncipe, mientras la madrastra es castigada a danzar sobre unos zapatos de hierro al rojo vivo durante la boda. Y también es la mejor manera para internarse en senderos oscuros que, allende lo literal, discurren por múltiples conflictos ajenos y personales.


En esta ocasión, la figura de la madrastra eclipsa por completo a Blancanieves, la eterna víctima que siempre termina triunfando en la versión clásica. Así se nos presenta una nueva visión, desde el otro lado, el de los celos, la envidia, la vejez, la venganza. Esa representación del mal que se ve auspiciada por emociones básicas que todos hemos experimentado alguna vez, que la relanzan a lo humano y dejan entrever una serie de flaquezas nada ajenas en esta antagonista de cuento.


Un texto en primera persona (¿Acaso pretende ponernos en su pellejo? ¿Acaso sus vidas discurren paralelas?) que se intercala con secuencias de ilustraciones desbordadas sobre la doble página, se entremezclan para crear un discurso inquietante en el que se pueden encontrar muchos matices. Los del sempiterno rosa neón de la Alemagna, los de la negrura del bosque o la terrible melena de Blancanieves, los de tonos ardientes y enfurecidos, los ocres y su dolor, el rojo y la venganza. Un sinfín de reflejos que ensalzan un libro lleno de guiños a Francisco de Goya, Gustav Klimt o la arquitectura clásica desde el expresionismo más sonoro.
Un libro oscuro dedicado a las mujeres y su propia lucha intergeneracional, a las debacles interiores y la tristeza que emana de ellas.

miércoles, 12 de enero de 2022

La escuela, ¡qué gran acierto!


Después de unas largas vacaciones no hay quien quiera volver al trabajo. Ni siquiera los niños, y mira que últimamente se aburren en cualquier sitio. Menos mal que siempre sale algún psicólogo diagnosticando depresión postvacacional (¡Qué sería de nosotros sin especialistas que le pongan nombre a todo!), para que patologicemos las pequeñas cosas de la vida y todo el mundo tenga carta libre para hacer lo que venga en gana.


Entiendo que hay casos y casos pero, sinceramente, si los críos viven engalgaos con tanto jugueteo (que el juego es otra cosa más seria), caprichos de todo tipo, unas siestas que ni los perros, y sobre todo, la ausencia de orden y concierto, no me extraña en absoluto que tiemblen al oír la palabra “escuela”


Ven que se les acaba el chollo porque saben que no pueden mangonear a los maestros a su antojo. Está más que comprobado que son los únicos que inspiran algo de respeto con sus horarios y quehaceres rutinarios. ¡Para que luego digan que no somos eficientes! Tengo muy claro que cuando pones límites todo va sobre ruedas.


Además, en el colegio hay que espabilarse, que aquello es una merienda de negros. Más movimiento, más gasto energético. Aula y patio, mates y natu. Allí todos hacen de todo y no hay libre albedrío que valga. Lo importante se consulta, que si no hay sanciones. Poca soledad y nada de pataletas son fundamentales para saber estar. Y si de paso les cunde el tiempo y van dando el callo, no podemos pedir nada más.
Y si quieren más pruebas de que la escuela es un lugar magnífico donde los únicos que sobran son los padres, hoy les dejo con ¡Ni en sueños!, un libro de Beatrice Alemagna publicado por Combel que no tiene desperdicio y deberían leer, tanto padres, como hijos.


En él nos encontramos con una situación muy común entre las criaturas: el primer día de escuela. Pascualina, una murciélago muy comodona, no quiere ir a la escuela ni en sueños (de ahí el título de este álbum) y, como por arte de magia, sus padres se hacen diminutos, tanto que decide llevárselos al colegio a modo de venganza. Al principio la cosa va bien, pero conforme pasan las horas, se da cuenta de que el tiro le sale por la culata y llevar a sus padres a cuestas no le deja disfrutar de todas las cosas buenas que tiene la escuela. Se caen en el plato de la comida, hablan cuando no tienen que hacerlo, no le dejan volar… Son un incordio.


Con unas composiciones estupendas, un mundo natural de ensueño y apuntando con sus colores neón al protagonista, la aclamada autora nos acerca a una doble crítica. Por un lado, a ese superpaternalismo que últimamente abunda en las puertas de todos los centros educativos, y por otro, a esa dependencia ficticia de los chavales hacia sus padres más que sobrealimentada y auspiciada por una institución familiar cegada y ñoña. Menos mal que todo termina con la mejor medicina, esa que aúna humor, vergüenzas infantiles y hedonismo educativo.

viernes, 24 de enero de 2020

De operación bikini



Con los gimnasios y otros centros del bienestar hasta la bandera, comenzamos la operación bikini con bastante antelación. Ya saben que la Navidad ha hecho estragos en nuestras anatomías y hay que recuperar la línea, que luego llegan los calores y hemos de destaparnos las vergüenzas. No es que haya que ponerse en modo fideo -ya saben que donde hay chicha, también hay alegría-, pero sí evitar los excesos, que luego nos pasan la minuta las enfermedades cardiovasculares. Berzas, borrajas, alcachofas y bien de legumbres, menear un poco el culo, y a lucir un palmito espectacular. Si por el contrario se deciden por la comida ultraprocesada, los salsotes (que no salseos), los embutidos y todo tipo de derivados harinosos, ya pueden seguir soñando.
Hagan lo que quieran, pues yo soy más de interiores, pero luego no vengan con sus culpas, lloren y aduzcan aquello de “¡Si no comí nada!”…

[…]

-Por favor, doctor,
haga que no duela.
-¿Será que ha comido
exceso de abuelas?

Salen de una en una
haciendo calceta,
cuentan veintiuna
y tres bicicletas.

-¡Me duele la tripa!
¿Y ahora qué es?
Si son los cerditos,
¡solo comí tres!

Y salen tres cerdos,
con paja y madera,
trescientos ladrillos
y una hormigonera.

[…]

Mar Benegas.
En: ¡Si no comí nada!
Ilustraciones de Andreu Llinàs.
2019. Barcelona: Combel.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

Llenos de esperanza


Nunca he sido muy llorón. Tampoco les voy a decir que no he sufrido, pues lo he hecho. Pero lo que sí puedo afirmar es que casi siempre me he tomado la vida con mucho optimismo. 
No soy de los que se arrepienten, tampoco de los que se rinden (alguna vez, pero por puro egoísmo y comodidad) ni tampoco de los que ven en los demás una vida mejor (esa gente que se pasa el día comparándose con otros nunca será feliz). Intento ver el lado positivo de las cosas (si es que lo tienen..., si no, apaga y vámonos porque no hay solución) e insistir (lo justo y necesario, que si no, el tiempo pesa y cansa).



Aunque algunos dicen que la vida tiene más cosas malas que buenas, prefiero pensar que la diferencia es mínima, que detrás de una mala, siempre llega una buena (al menos para mí, porque hay personas que llevan la negra…) y tiene su aquel el contar con los dedos de la mano lo que falta para que acontezca. Y si no llegan, ya vendrán…
Seguramente más de uno/a me mandará a la mierda si les consuelo con esa de que después de un mal día siempre llega una mañana espléndida, que después de una ruptura sentimental siempre llega alguien que te hace vibrar, o que después de una pelea siempre llega la reconciliación. Y como sé que no me van a hacer ni caso, también añado “¿Vas a vivir amargado el resto de tus días?” Yo lo tengo clarinete (como dice el Pacote): "Que no, que yo no."



La sonrisa de mi sobrino, sombrillas con estampado de sandía, las locuras de mi padre, los campos de girasoles y el vaivén de las olas. El morro torcido del Pit, los tacones imposibles de la Gema, mi madre y sus monsergas, los chistes malos del Alfon, la explosividad de mis alumnos, las impertinencias de mi hermana, y el recuerdo de tus ojos azules. Me quedan muchas cosas hermosas que ver, oír, tocar y sentir todos los días. Otras se quedaron para siempre. Decidido: yo todavía no tiro la toalla.
Es por eso que hoy les traigo Cosas que vienen y van de Beatrice Alemagna (editorial Combel), una exaltación poética de todos estos ritmos y momentos bellos de los que nos provee la naturaleza, los quehaceres diarios o nuestros sentimientos. De esta manera la siempre exquisita Beatrice Alemagna rinde un pequeño tributo a las pequeñas cosas de la vida que, a pesar de su insignificancia, nos llenan esperanzados, y rebosan en uno de los mejores libros de este otoño.



Mención aparte merece el recurso del que se ha servido para presentarnos esta secuencia de escenas, en la que haciendo uso de una hoja de papel vegetal entre cada doble escena, establece un juego para el espectador (el lector disfruta descubriendo las sorpresas que guardan las páginas anterior y posterior), al mismo tiempo que evoca al antes y el después.
Esta técnica no es nueva, pues ya la utilizó Bruno Munari en Sulla nebbia di Milano hace más de 60 años (1968) para desdibujar las escenas y darles un aspecto tridimensional, aunque en este caso ofrece una nueva funcionalidad que nos arranca una sonrisa y destaca el aspecto lúdico del objeto libro.




Sin lugar a dudas es un libro para regalar una y otra vez. En un cumpleaños, durante la navidad, a personas que lo pasan mal y a las que ven poco sentido a la vida. Yo ya sé a quién se lo voy a regalar, ¿y ustedes? Si no saben a quién, se lo pueden regalar a ustedes mismos, que ya es bastante regalo.