lunes, 31 de enero de 2022

Maravillas de la orina


La orina es una cosa muy seria y hoy toca hablar de ella.
Es el líquido más o menos amarillento que expulsamos unas siete veces al día de nuestro organismo y se fabrica gracias a las nefronas, las unidades fisiológicas que forman los riñones. Formada por agua, sales minerales, urea, creatina, ácido úrico y amoniaco. Nada de bacterias, células sanguíneas o glucosa. Y si las tiene puede ser indicador de diabetes, cáncer de vejiga o infección urinaria. Lo que si contiene la orina de las mujeres embarazadas es gonadotropina coriónica, una hormona que puede desencadenar reacciones metabólicas en otros seres vivos, como por ejemplo, la ovulación en algunos anfibios. De ahí viene el llamado “test de la rana”, una prueba que se realizaba en los años 30 que provocó plagas de Xenophus laevis, una especie sudafricana, en diferentes países donde se introdujo.
Si piensan que su vejiga urinaria puede almacenar litros y litros de orina, les debo avisar que su capacidad máxima es de tan solo medio litro. Otra cosa es que no paren de mear debido a la incontinencia urinaria, algo que le sucede a los bebes y las personas de cierta edad que son incapaces de controlar el esfínter que regula su salida. También nos puede pasar en mitad de un accidente o cuando nos reímos mucho. Se relaja ese pequeño músculo y nos meamos encima.


Es un líquido tan extraordinario que desde antiguo se ha utilizado para diversas cuestiones de la higiene y cuidado personal. En la época de los romanos se utilizaba para fabricar un enjuague bucal que blanqueaba los dientes gracias al amoniaco, y hoy en día algunos dermatólogos suelen indicar que la primera orina de la mañana es un tónico sin igual para pieles aquejadas de psoriasis, dermatitis o acné debido a su alto contenido en urea.
En la actualidad la orina es fuente de numerosas investigaciones, sobre todo en el campo de la agricultura o la producción de biocombustibles. Mientras esperamos lo que nos depara el futuro con ella, yo me quedo con su papel en la producción de nitrato potásico, uno de los principales componentes de la pólvora que inventaron los chinos hace siglos.
Para que vean que todo esto es para mear y no echar gota (una expresión que tiene que ver con el lado sorprendente de las cosas), o en caso contrario, de que el chorro salga descontrolado y te pongas como una sopa, aquí les dejo uno de esos libros que toma como argumento este líquido elemento.


Gotitas, un álbum del genial Shinsuke Yoshitake publicado hace unos meses por la editorial madrileña Pastel de Luna nos cuenta la historia de Taro, un niño que siempre moja los calzones con las últimas gotas. Un tema peliagudo que lo trae de cabeza. Su madre se enfada con él a todas horas. Que si no tiene cuidado, que si se pone perdido. Pero él, lejos de avergonzarse comienza su propia investigación para constatar de primera mano si es algo tan extraño y vergonzante. Quizá los demás también tengan el mismo problema…
Para variar, el autor japonés, parte de un tema tan estúpido como universal y nos presenta un libro hiperbólico que aúna crítica y humor a partes iguales. Desde la extrañeza, la naturalidad y la inocencia infantil lanza un dardo tras otro a los convencionalismos del mundo adulto. Quita hierro y añade razones para el orgullo y la defensa libertina de problemas banales que no nos hacen ni mejores ni peores, sino simplemente humanos.


Un regalo para todo tipo de meones de toda edad y condición que, como buen espejo, lanza reflejos sociales y ahonda en los pequeñas complicaciones de la vida que, lejos de amedrentarnos y acomplejarnos deben encajar en nuestro propio universo con la ligereza de una sonrisa.


viernes, 28 de enero de 2022

Ofendidos por nuestras propias miserias


Que Peter Dinklage, el actor acondroplásico de Juego de tronos, piense que Blancanieves es un cuento "retrógrado y discriminatorio" por el mero hecho de que él sea enano, nos debería preocupar, sobre todo cuando este tipo de ejemplos victimistas empiezan a ser más que habituales en cualquier ámbito, e incluso terroríficos. Agárrense los machos que ahí va una buena anécdota… 
Como el currículo de cierta asignatura optativa recoge que debemos desarrollar el sentido crítico, todos los años vemos en clase el documental Supersize Me, una producción sobre las consecuencias de la comida basura con poca vis científica pero con gran impacto mediático, para analizarla a posteriori.
Tras la primera sesión, se me acercó una alumna y me dijo que ponía en mi conocimiento que el día anterior se había marchado a su casa con un ataque de ansiedad provocado por los comentarios ofensivos que se hacían en el documental hacía personas que, como ella, sufrían obesidad, y me pedía que la dejásemos de ver.
A mí, que llevo muy mal la censura, se me abrieron los ojos como platos y le dije que si no quería ver el documental, era libre de marcharse. El Bachillerato es una etapa no obligatoria de la educación reglada y por tanto, puede cursarla o no. Sinceramente, no entendía su queja. Yo no había manifestado mi acuerdo con esas opiniones, ni creía que debiera privar a sus compañeros de verlo y establecer un debate, solo porque ella no quisiera enfrentarse a una situación incómoda. 
Me pareció una pataleta sin pies ni cabeza alentada por el sistema de ofendidos que se está instaurando en estas sociedades occidentales de la piel fina. Por otro lado, y si tan orgullosa está de su condición, podría haber denunciado al programa de "Escuelas saludables" que desarrolla la administración educativa por hacer apología de la ingesta de comida sana, o al profesor de educación física. Pero no, siempre hay que ir a lo fácil...
Todos tenemos miedos, complejos y problemas que encaramos con mayor o menor empaque, pero querer capar el mundo para que nada ni nadie nos incomode, me parece una opción tan ilógica, como egoísta. Es como si la Cenicienta del siguiente cuento le pidiese indemnización al príncipe azul… Pa' habernos matao.

Cenicienta estaba gorda
y lo pasaba fatal
pues siempre se le rompían
los zapatos de cristal.

Iba cada noche al baile
y en un rincón se sentaba,
pero siempre daban las doce
y el príncipe no llegaba.

Porque aunque ella fuese por dentro
más hermosa que una flor,
es un cuento eso que cuentan
de la belleza interior.

Que cuando te has de poner
las braguita con tenazas
ni el hada madrina puede
conjurar las calabazas.

Si quieren contarte un cuento,
tú mejor hazte la sorda,
pues nunca el príncipe azul
sacó a bailar a la gorda.

Aunque ella estaba en forma
(forma de telecabina)
empezó a tomar su leche
poniéndole sacarina.

Incluso el hada madrina
intentó quitarle el pan
haciendo de su varita
una barrita de all-bran.

Pero la varita mágica
Cenicienta la fue a usar
para hurgarse en la garganta
y empezar a vomitar.

A los veinte la ingresaron
por debajo de los treinta,
se le había ido el color,
tenía la piel cenicienta.

Si quieren contarte un cuento
es mejor que no lo creas,
que nunca el príncipe azul,
quiso bailar con las feas.

Como los días pasaban
sin ver al príncipe guapo,
Cenicienta aceptó un día
Salir a cenar con un sapo.

A sus amigas les cuenta
que no es tanto lo que pierde
cambiando a un príncipe azul
por un lindo sapo verde.

Moraleja

Mira, mira, niña tonta,
mira que yo no te miento:
por cada príncipe azul
hay sapos verdes sin cuento.

Dino Lanti.
Cenicienta kilos y medio.
En: Cuentos cruentos.
Ilustraciones de Pere Ginard.
2015. Barcelona: Thule.


martes, 25 de enero de 2022

Gente rara


En ocasiones tengo la sensación de ser vigilado por un sinfín de ojos que se clavan en mi nuca. Excéntrico, estrafalario o raro son algunos de los apelativos con los que más de una vez he tenido que bregar por hacer y decir lo que me da la gana (sin ser yo nada de eso, como decía la folclórica).
Me han colgado sambenitos que no se corresponden con la realidad. Lo único que hago es rodearme de unas circunstancias muy variadas y enriquecedoras que no me han lastrado hacia la vulgaridad normalizadora que una inmensa mayoría detesta y anhela a partes iguales.


Qué divertido, qué loco, qué grande. Me vitorean. El héroe de la noche y la juerga. También a plena luz del día. Solo le gusta liarla al muy descerebrado. Circense, buscarruidos, cínico, irresponsable. Tiene mucha guasa pero bien que jode. Ni sabe lo que dice ni lo que hace. A veces es un borde y otras, te lo comes. Un angélico o un demonio malvado. Piensa en él la mayor parte del tiempo aunque siempre guarda un huequito para los demás. Qué lengua, qué sorna, qué desfachatez y qué bien se expresa. Nosotros buscando la excelencia y el rebajándonos a la altura del betún. ¿Y lo que hace? No es propio de un señor profesor. Cómo viste, cómo actúa, ¡cómo provoca!
¿Saben qué? Por un oído me entra y por el otro me sale. En el fondo denoto envidia, tristeza y vacío interior. No solo porque están contaminados por ese espejismo que anhelan vivir, por sus aspiraciones inertes y terrenales, sino porque no saben cómo gestionar unas vidas llenas de prejuicios en la que solo viven pendientes del vecino. Son incapaces de empaparse por lo invisible que les rodea.


¡Pues sí! Menos mal que algunos tenemos la decencia de hacer lo que nos viene en gana. Como el señor Somersen, un hombre que, personalmente, me parece de lo más normal. No sé de qué se extrañan. Que se tumba sobre la hierba recién cortada y cierra los ojos, que se queda hipnotizado con el goteo del agua, que dice tener una cinta que arregla cualquier cosa, que se esconde entre las judías... Cualquier persona en su sano juicio se comportaría como él. ¿O no?
El extraño comportamiento del señor Somersen es un álbum de Guridi (Raúl Nieto) publicado por la editorial Tres Tigres Tristes que atañe a dos cuestiones. Una trata de poner en valor los pequeños momentos de la vida y nuestra capacidad para disfrutarlos. La segunda versa sobre la facilidad que tiene el ser humano para juzgar a los demás cuando en el fondo todos hacemos las mismas cosas.


Caracterizado con un sombrero negro y un peto de color verde, el señor Somersen es ese vecino, ese primo, o uno mismo. Cualquier persona que hace lo que le parece e intenta sacarle jugo a los momentos cotidianos por muy raros que nos parezcan. Quizá porque hemos perdido la capacidad de fijarnos en los pequeños detalles, quizá porque hay demasiado ruido que no nos permite adentrarnos en ellos. El señor Somersen no es más que un espejo en el que encontrarnos y ser igual de “extraños” que él. ¿Quién lo diría? Gente rara… ¡una necesidad!

lunes, 24 de enero de 2022

De autónomos y una telaraña floja


Mientras siguen embobados con el bicho, yo me dedico a presenciar cómo se derrumba la economía española. Si es que en algún momento ha ido bien, un espejismo en el que viven muchos a merced de paguicas, obras sociales y ficciones europeas (Señores, España no es nuestra porque está endeudada hasta las trancas).
Si la tasa de paro no es suficiente (y les recuerdo que muchas empresas todavía no pueden despedir a sus empleados a consecuencia de los decretazos pandémicos que lo impiden…), se unen las pretensiones de este gobierno bolivariano para reestructurar el sistema de cotización de autónomos. Sí, señores, un nuevo despropósito.


La casta sigue existiendo (aunque ahora no la mencionen) y sigue prometiendo. Esta vez se han sacado un plan de la manga (como los de lectura, ¡ja!) en el que a base de tramos y paulatinamente, ajustarán el binomio aporte-gastos. Sí, es cierto a los funcionarios y otros trabajadores por cuenta ajena nos retienen lo que nos toca (y no decimos ni mu), mientras que muchos autónomos están pagando infinitamente menos de lo que son sus ganancias (hasta ahora se podía elegir la cuota y la picaresca española daba para mucho), pero también hay que poner el ojo en otras cuestiones de la citada reforma…
Los llamados tramos vuelven a hacer hincapié en esa dicotomía del “ricos vs. pobres” argumentando que dentro de diez años los pobres pagarán muy poco y los ricos el montante restante (Lo mismo decían el coletas y la madre de sus hijos… Decían…). Otra cuestión es ¿a quiénes llama este gobierno “ricos”? A las personas con un rendimiento neto entre ¡1500 y 1700 euros! que es el tramo a partir del cual, el citado sistema empezará a subir la cuota hasta unos 474,3 euros. Por lo que la broma se te queda en 1225,7 euros. Eso es el rico del 2031. Está bien saberlo.


Este modelo no hay por dónde cogerlo. Las cotizaciones suben hasta un 40% en algunos casos, no se contempla que los autónomos son trabajadores por cuenta propia y con particularidades propias (vacaciones no retribuidas, sectores muy dispares, morosidad, ausencia de indemnizaciones en ciertos casos), muchos RIESGOS económicos, laborales y personales y, sobre todo, que crean empleo y/o riqueza en mayor o menor medida.
No sé dónde irá a parar esto, pero con la que tenemos encima, yo probaría a incentivar la pequeña y mediana empresa, en vez de exprimir a todo quisqui para que ellos, los políticos, sigan viviendo como reyes a merced de una ciudadanía empobrecida y dependiente donde no hay votantes, sino voluntades mendicantes. Y no solo eso. Con tanto mantenido, en algún momento las arcas públicas tendrán que pegar el reventón y nos encontraremos con un panorama desolador.


Algo que me recuerda a la nueva versión que de Un elefante se balanceaba nos traen Judy Goldman (texto) y Carolina Monterrubio (ilustraciones) gracias a la editorial Océano Travesía. Nos acerca a una nueva visión de la tradicional canción infantil, esa retahíla acumulativa que tanto gusta y se puede hacer todo lo larga que se quiera. En esta ocasión, en la tela de la araña no solo caben elefantes, sino todo un zoológico. Rinocerontes, jirafas, leones, cebras y tucanes. Y claro, ese hilo, aunque resistente, tiene su tope.
Colorista a reventar, líneas sencillas, figuras planas y cierta vis cómica (cada vez que te fijas en la cara que pone esa araña, te echas a reír), este libro para prelectores y primeros lectores da una vuelta de tuerca al clásico para hablarnos de que rozar los límites puede tener graves consecuencias (en las caras de esos animales veo el reflejo de políticos y clases pasivas saltando sobre esa cama elástica).


Quizá le reste magia a ese hilo todopoderoso sobre el que pueden rebotar montones de toneladas, pero añade nuevas interpretaciones que se ajustan más al realismo imperante donde hedonismo y pasión desatada se pueden considerar lastres. Menos mal que al final, la araña encuentra un sitio ideal para dar rienda suelta a su pasión tejedora.

sábado, 22 de enero de 2022

Volando y hablando


Una de las primeras cosas que aprendí en mis primeros días como universitario fue la de calcular la fuerza de sustentación que permite volar a las aves, un mecanismo físico producido por la acción de flujo a través de la superficie de sus alas. Aunque este proceso es el mismo en todas ellas, cada especie tiene su manera particular de hacerlo. Movimientos ascendentes y descendentes, planeando a modo de parapente, revoloteando incansablemente. Una forma de hacer suyo el cielo, como si de un lenguaje antiguo se tratase. Para comunicarse entre sí, para hablar con nosotros. Ese vuelo infinito que nos emboba con sus cadencias y versos.


Sobre el lienzo celeste
parecemos letras.
Garabateamos suspendidas en la nada.
El aire nos mece
improvisando nuevas formas
y, con cada giro,
el cielo cambia con nosotras.

Somos un alfabeto efímero,
el lenguaje secreto
de quienes aprendieron
a levantar la cabeza.
Basta con mirar a las nubes
y leer
las palabras de nuestra historia.

Fran Pintadera.
Palabras en el aire.
En: El vuelo infinito.
Ilustraciones de Alejandra Acosta.
2021. Pontevedra: Kalandraka.



jueves, 20 de enero de 2022

Los pros y contras del metro


Como parece que este curso la cosa va de medios de transporte (ya hemos hablado de hacer dedo y coger el taxi), hoy nos detenemos en el metro.
Desde que en 1863 fuera inaugurada la primera línea de metro del mundo en Londres, un sinfín de grandes capitales se han sumado a establecer sus propias redes de metro, una que cobran más sentido en las grandes ciudades. Nueva York, París, Ciudad de México o Madrid están surcadas de vías, generalmente subterráneas, por las que circulan trenes eléctricos que pasan con mucha frecuencia e intentan salvar medias distancias en pocos minutos.


Aunque es un medio de transporte bastante rápido y práctico (hay paradas por todos lados, visto uno, visto todos y es relativamente barato), debo confesar que no es de mis favoritos, por muchas razones. Te pasas el día bajando y subiendo escaleras (si te encuentras ascensores o escaleras mecánicas te puedes dar con un canto en los dientes), cada dos por tres cierran una parada o cortan una línea (justo la que más te interesa, ley de Murphy) por culpa de averías, obras de mantenimiento o ampliaciones. Los transbordos no son lo mío (bufff, me ponen negro…), sobre todo si tardas el mismo tiempo en ir de una línea a otra que lo que dura el trayecto. Lo peor que llevo es sentirme como las hormigas, los topos o las lombrices. No es nada pasarse buena parte del día bajo tierra. Entre los horarios laborales y esta manía de andar por el subsuelo, mucha gente no ve la luz del día y así pasa, que la vitamina D y la sonrisa brillan por su ausencia por nuestra manía de optimizar el tiempo.


Si tuviera que quedarme con algo bueno del metro sería, por un lado, el aprovechamiento del tiempo de espera (conciertos improvisados, pedigüeños, lectura o un sueñecito se pueden practicar mientras llegas a tu destino; aunque también es cierto que, desde que el teléfono móvil llegó a nuestras vidas, nada de esto parece una alternativa) y la tranquilidad que se te queda en el cuerpo conforme te acercas a la salida. ¡Menudo trajín! ¡Imagínense si tuvieran una parada de metro en mitad del salón…!
Eso es precisamente lo que le sucede a Jonathan, el protagonista del clásico de Robert Munsch y Michael Martchenko que recupera la editorial Cuatro Azules (quizá puedan dar con alguna edición antigua de la colección Altea Benjamín) para nuestro disfrute.


Jonathan y el metro (es un libro curioso, ya que por un lado se basa en un hecho argumental fantástico (pero no imposible), y por otro tiene bastante de subversivo. La historia empieza en una casa como los chorros del oro. La madre de Jonathan, una señora muy pulcra, se va a hacer unos recados y lo deja solo en casa, no sin avisarle antes de que, cuando regrese, espera encontrarse todo tan limpio como lo ha dejado. Transcurrido un rato, se abre la pared de la casa, aparece un tren del metro y una marabunta arrasa con todo lo que encuentra mientras busca la salida.


Todo se queda hecho un asco e incluso un señor se pone a dormir en el sofá de Jonathan. Cuando llega la madre y ve semejante estercolero, no da crédito a la historia que le cuenta su hijo ¡Cómo va a parar el metro en su casa! Mientras la madre está con el rapapolvo, se vuelve a abrir la pared y ella misma contempla con sus ojos que lo que ha contado Jonathan es verdad. Así, el niño, abandona su casa y se dirige al ayuntamiento para saber cómo ha llegado una parada de metro a su salón, encontrándose con una salida de tono por parte del señor alcalde que le invita a hablar con el señor que planea las líneas.


Con ilustraciones clásicas y mucho humor, nos adentramos en una historia que pone en tela de juicio al universo adulto y su (i)lógica, castigándolo una y otra vez. Primero, la incrédula de la madre que, como buena madre, achaca el desastre a su hijo y piensa que es un mentiroso, y segundo al señor alcalde, un político soberbio (esta parte no os la puedo contar porque tenéis que descubrirla por vosotros mismos).

miércoles, 19 de enero de 2022

De alfabetos y volcanes


Me encanta que los volcanes hayan pasado a ser un tema de actualidad. Si hace unos meses eran los perfectos desconocidos hoy en día no paran de informarnos de este o aquel volcán. En las islas Hawaii, Nueva Zelanda, en Tonga o en Islandia. Arco islas muy conocidas o que se formaron debido a una surgencia de magma en un punto aislado. Lava y más lava, fumarolas, explosiones volcánicas, cenizas y lapilli. Todo el mundo parece ser experto en estas lides.
Los vulcanólogos están de moda. Y yo que me alegro, porque no hay profesión más invisible (y a la vez importante) que la de geólogo, esos estudiosos de los fenómenos y la composición de la parte sólida de nuestro planeta, la geosfera. Ustedes pensarán que eso de las rocas debe ser muy aburrido, pero lo cierto es que si nadie supiera cómo se forman o qué características tienen no podríamos construir edificios, ni carreteras, ni tender puentes, ni obtener recursos minerales, ni cultivar muchos alimentos.


Entiendo que a excepción de terremotos y volcanes, no es una ciencia llamativa, sino más bien tranquila y desconocida, tanto, que muy pocos se atreven a adentrarse en ella. Seguro que ustedes conocen muchos médicos, enfermeros, industriales, peluqueros, dependientes, economistas, conductores o abogados, pero geólogos e ingenieros geólogos, ninguno.
Supongo que estudiar una piedra no es nada sugerente. Visto así –“piedras”-, dice muy poco, pero cuando empezamos a entender que en las rocas está escrito el pasado de nuestro planeta y su origen, la razón de que las montañas sigan creciendo, la explicación de por qué el Atlántico se hace cada vez más ancho, o que es más fácil encontrar petróleo en areniscas que en granito.


Por eso me alegra tanto escuchar que la palabra volcán da título al libro de hoy. Y no es que Volcancito nevado, otro libro del tándem Jorge Luján y Mandana Sadat (editorial Kókinos), sea un tratado sobre fumarolas, lavas pahoe-hoe, coladas, gases sulfurosos y fajanas, pero me gusta la sola idea de que una erupción volcánica sea la idea generatriz para un abecedario hermoso donde lo fantástico cobra sentido gracias a lo poético.
Poesía que reside tanto en el texto, como en las ilustraciones. Palabras e imágenes nos susurran muchas cosas. Un juego de referencias visuales con el que acompañar a las letras de un abecedario que no cumple demasiadas reglas temáticas, pero se sostiene por sí solo. Algunas tienen que ver con el personaje (la E escalón o la G de gato) y otras con la forma que adopta la imagen que la acompaña (un volcán para la A, un lobo para la M y un antílope para la V).


Me maravilla la capacidad que han tenido sus autores para dar vida a estas veintisiete historias (las de la N, la Ñ y la S me tienen enamorado) que a pesar de reducirse a la mínima expresión, pueden sobrepasar los límites de la página para hablarnos de otras todavía más extraordinarias.
El poeta argentino y la ilustradora franco-iraní dan vida a este alfabeto con frases breves, formas quiméricas, juegos de percepción y adivinanzas, montones de animales, técnicas que recuerdan a la estampación y el collage, y composiciones sencillas pero llenas de color y movimiento.
Háganme caso y piérdanse entre sus páginas, acompañen a quienes lo lean y busquen su propio alfabeto.

lunes, 17 de enero de 2022

Obnubilados


De un tiempo está muy de moda hablar de "fake news". Escuchamos esa terminología a diestro y siniestro pero ¿alguien sabe a qué se refiere? Podríamos decir que se trata de una noticia engañosa, algo que tiene más años que el hilo negro, pero que con la aparición de las redes sociales y la emergencia de Internet y otras tecnologías de información y comunicación se ha ido perfeccionando para erigirse en una de las mayores armas de manipulación social y política en la llamada era de la posverdad.
Las fake news se podrían definir como noticias falsas o manipuladas donde el componente emocional o las creencias personales prevalecen sobre los hechos objetivos, una característica que provoca un círculo vicioso de desinformación que modela en un sentido u otro la opinión pública como consecuencia de un proceso de sociabilización de las ideas.


Ustedes creerán que conseguir algo así no es tan fácil, ni mucho menos verse envuelto en esta manipulación, pero les remito a mis alumnos y a sus juegos de niños a la hora del recreo. Uno elige un elemento al azar y unos cuantos se ponen a mirarlo con mucha atención, como si fuera el Moisés de Miguel Angel o Las meninas de Velázquez. Es decir, dan credibilidad a algo que en realidad no la debería tener. De repente, empiezas a ver como se unen más chavales al espectáculo y se genera un interés social. No saben por qué lo hacen, pero el simple hecho de que otros iguales se interesen por algo, ya es bastante para imitarlos. Al final siempre hay algún niño que ve al emperador en cueros, hace saltar la liebre y la cosa termina en carcajadas.


Esto más o menos es lo que ocurre con La nube, un álbum estupendo para hablar de todo esto. que Rita Canas Mendes y Joao Fazenda acaban de publicar en castellano con La Topera. En él una se lía un embrollo bastante interesante gracias a una nube que, un día, se posa en el pedazo de cielo que cubre una carretera muy transitada. Los primeros que se fijan en ella son los conductores. Luego los pájaros, que por la ausencia de viento no pueden volar. Más tarde llegan los meteorólogos, científicos que dan credibilidad a lo que allí sucede. Después los políticos y los medios de comunicación. La nube es una celebridad y todo el mundo esté pendiente de ella. Hasta que un día…


Primero de todo me encanta el argumento y el título, sobre todo porque tiene relación directa con la etimología del verbo “obnubilar” (Del lat. obnubilāre; propiamente 'cubrir con una nube', 'velar, empañar, oscurecer') algo que les sucede a todos los que aparecer en este libro y que ven mermada su capacidad crítica. En segundo lugar me chifla lo bien representado que está el proceso de desarrollo de este tipo de noticias (se debería utilizar este álbum en todas las facultades de ciencias de la información). Y por último, tanto las ilustraciones coloristas, como el ritmo narrativo, el desarrollo de la acción sobre la misma ubicación espacial y los juegos de palabras, lo hacen ideal para cualquier tipo de lector que sepa valorar calidad artística, el espíritu crítico y el humor.


Lo dicho. No se dejen engañar por la aparente complejidad de las cosas. Todo depende de lo que estemos dispuestos a asimilar y racionalizar.

sábado, 15 de enero de 2022

De lápices, gomas y otros matrimonios perfectos


Mis alumnos tienen una aversión horrible hacia el lápiz y la goma. No entiendo muy bien el porqué, ya que son los mayores aliados a la hora de equivocarse, algo con lo que los jóvenes han de convivir a todas horas. Será un tema de reafirmación personal (la tinta es menos lábil y su huella se hace permanente), será que están creciendo y ya no son los niños que cometían errores, será una cuestión de diligencia, pues eso de usar varios utensilios, además de parsimonia, va en contra del tiempo. Sea lo que sea, no lo entiendo, que yo me paso el día con la tiza y el borrador, otro matrimonio perfecto.


Un lápiz de dibujar
y una goma de borrar
se montaron una boda
a la penúltima moda.

Él se encasquetó un sombrero
de perfecto mosquetero
y ella se calzó un zapato
que la hizo sufrir un rato.

Él dibujo un gran banquete
con fricandó al cacahuete
y ella borró un pedacito
para ponerle arroz frito.

Al llegar por fin la fiesta,
él fue el director de orquesta,
y ella borró un tambor
que le causaba pavor.

Después de bailar un trecho,
él no cabía en el lecho
y lo tuvo que alargar
como un día sin jugar.

Y cuando ella se acostaba,
vio que el culo le sobraba
y hubo que borrar un canto
para liberarlo un tanto.

Él soñó el castillo aquel
donde el rey era como él,
y ella le borró el palacio
para hacerse más espacio.

Miquel Desclot.
La boda del lápiz y la goma.
En: ¡A que sí!
Ilustraciones de Christian Inaraja.
2021. Pontevedra: Kalandraka.


jueves, 13 de enero de 2022

El mundo de Mr. Wonderful


Con frecuencia, muchas seguidoras me preguntan por qué no he reseñado este o aquel libro, que son una preciosidad, que han vendido montones de ediciones, que ellas no paran de regalarlos, y que les encantan. Yo, como no sé de qué libros me hablan pero tengo consideración con mis fieles, les hago caso y me dirijo a las librerías. Empiezo a hurgar en los estantes y me sumerjo en La vida ilustrada de Lisa Aisato, o en libros como Hijo, Hija o Hermanos de Ariel Andrés Almada y Sonja Wimmer.


Lo cierto es que son libros bien editados. Cartoné y papel de calidad. Impresión a todo color. Buena apariencia, mejor tamaño. Empiezo con el texto. Una voz maternal, algo vacía, que recuerda a la de un mantra que nos repite una y otra vez lo bonito que es todo. Condescendiente, suave, redundante, muy redundante. Da el pego. Me habla, pero no me interpela. 
Sigo con las ilustraciones, la artillería pesada de estos libros, la razón de su existencia. Coloristas y apasteladas, hermosas y de elevada carga estética. Composiciones vaporosas, ámbito festivo, flores a go-go, animalitos juguetones, líneas sinuosas que imprimen movimiento, y formas desdibujadas a modo de ensoñación. Tienen todos los elementos para ser agradables a la vista y además, son muy narrativas. De hecho, si no existiera el texto y fueran libros de imágenes, tendrían el mismo efecto sobre el lector-espectador y todo sonaría más honesto y poético. Para ellas mi aplauso.


He ahí lo peliagudo, lo que sucede entre el libro y mi cabeza, la llamada elaboración del discurso. No me funcionan. Me atrapan pero me dicen poco. El mundo no es eso. No todo es bonito ni positivo. Hay cosas feas, muy feas. La vida está llena de turbidez, de tragos amargos, de cuestiones peliagudas y sentimientos encontrados. ¿Y por qué se hacen cada vez más libros de este tipo que sólo nos presentan las cosas buenas de la vida o, al menos, lo que queremos creer de ella?


Quizá todo tenga que ver con la super-idealización de una vida que no es tal, con una promesa vana, esa que todos necesitamos en algún momento de nuestra existencia en el que nos dicen que todo puede ir a mejor. Como el enfermo de cáncer que ve la solución en la quimioterapia o como la madre que pierde un hijo y acude a un médium. En cierto modo se relaciona con algo atávico, con una especie de creencia que necesitamos reafirmar mediante la sola contemplación de lo que de verdad anhelamos, el edén perdido, ese Valhala donde las parras chorrean miel y las plantas crecen a nuestro paso.


A veces comprendo que todavía haya lectores que vivan embelesados por este tipo de libros que no suponen una ruptura con la imagen ñoña y empobrecida que arrastra la Literatura Infantil. Otras, también entiendo que padres, docentes y bibliotecarios sucumban a estas sagradas escrituras por un mero acto de fe, como se hace con los libros de autoayuda, con los cuencos tibetanos o las piedras curativas. Pero lo que siempre tengo muy claro es que sigo abogando por un mensaje polifónico que, como lector-observador, me enriquece de una versatilidad discursiva. Creo que tender a proyectar nuestros deseos en este tipo de idealizaciones de la vida, no nos ayuda nada. Yo no quiero hijos perfectos, hermanos que se lleven bien o parejas que se amen hasta la eternidad. No los quiero porque sí. Si eso ocurre, estupendo, pero si no, deberemos aguantarnos para no caer en la frustración o el postureo, algo que cada vez tenemos más interiorizado.


Para mí (puede que para ustedes no) estos libros aluden una vez más a la necesidad de la credulidad. Eso sí, aquí están por si alguien necesita un poco de chicha para alcanzar ese paraíso llamado Mr. Wonderful.



miércoles, 12 de enero de 2022

La escuela, ¡qué gran acierto!


Después de unas largas vacaciones no hay quien quiera volver al trabajo. Ni siquiera los niños, y mira que últimamente se aburren en cualquier sitio. Menos mal que siempre sale algún psicólogo diagnosticando depresión postvacacional (¡Qué sería de nosotros sin especialistas que le pongan nombre a todo!), para que patologicemos las pequeñas cosas de la vida y todo el mundo tenga carta libre para hacer lo que venga en gana.


Entiendo que hay casos y casos pero, sinceramente, si los críos viven engalgaos con tanto jugueteo (que el juego es otra cosa más seria), caprichos de todo tipo, unas siestas que ni los perros, y sobre todo, la ausencia de orden y concierto, no me extraña en absoluto que tiemblen al oír la palabra “escuela”


Ven que se les acaba el chollo porque saben que no pueden mangonear a los maestros a su antojo. Está más que comprobado que son los únicos que inspiran algo de respeto con sus horarios y quehaceres rutinarios. ¡Para que luego digan que no somos eficientes! Tengo muy claro que cuando pones límites todo va sobre ruedas.


Además, en el colegio hay que espabilarse, que aquello es una merienda de negros. Más movimiento, más gasto energético. Aula y patio, mates y natu. Allí todos hacen de todo y no hay libre albedrío que valga. Lo importante se consulta, que si no hay sanciones. Poca soledad y nada de pataletas son fundamentales para saber estar. Y si de paso les cunde el tiempo y van dando el callo, no podemos pedir nada más.
Y si quieren más pruebas de que la escuela es un lugar magnífico donde los únicos que sobran son los padres, hoy les dejo con ¡Ni en sueños!, un libro de Beatrice Alemagna publicado por Combel que no tiene desperdicio y deberían leer, tanto padres, como hijos.


En él nos encontramos con una situación muy común entre las criaturas: el primer día de escuela. Pascualina, una murciélago muy comodona, no quiere ir a la escuela ni en sueños (de ahí el título de este álbum) y, como por arte de magia, sus padres se hacen diminutos, tanto que decide llevárselos al colegio a modo de venganza. Al principio la cosa va bien, pero conforme pasan las horas, se da cuenta de que el tiro le sale por la culata y llevar a sus padres a cuestas no le deja disfrutar de todas las cosas buenas que tiene la escuela. Se caen en el plato de la comida, hablan cuando no tienen que hacerlo, no le dejan volar… Son un incordio.


Con unas composiciones estupendas, un mundo natural de ensueño y apuntando con sus colores neón al protagonista, la aclamada autora nos acerca a una doble crítica. Por un lado, a ese superpaternalismo que últimamente abunda en las puertas de todos los centros educativos, y por otro, a esa dependencia ficticia de los chavales hacia sus padres más que sobrealimentada y auspiciada por una institución familiar cegada y ñoña. Menos mal que todo termina con la mejor medicina, esa que aúna humor, vergüenzas infantiles y hedonismo educativo.