Ya se han terminado las fiestas. Y con ellas, aparcamos a la familia, el mayor exponente navideño, un grupo de seres humanos que comparten vínculos, generalmente sanguíneos y jurídicos, y con quienes, se supone, tienes que disfrutar de las fiestas. Todo se resume en tragar. Por obligación, por pasión. Comida y gilipolleces, caprichos y necesidades, risas y llantos. Por muy bien que se desarrolle la reunión siempre hay alguien que nos saca de quicio y dan ganas de meterle una zapatilla en la boca cada vez que la abre. Por eso yo, últimamente, la cierro. Prefiero que piensen que soy un mueble a que me tachen de esto o lo otro. De ese modo la gente que busca aprobación es feliz y yo me evito problemas.
Sólo te lo pasas bien cuando eres un crío. Te diviertes más que un tonto con una tiza. Para una vez que tienen algo de jolgorio, tendrán que disfrutar. Imaginen a esos hijos únicos de padres separados… Yo me acuerdo cuando nos juntábamos todos. Más primos que gitanos. Jugando, riñendo, corriendo, saltando. Te volvías loco. Todo con los ojos bien abiertos para no quedarte dormido aunque estuvieras muerto de sueño. El objetivo era aguantar hasta las mil de la madrugada haciendo el mono, que luego había que contarlo.
Como estabas a lo tuyo no le dabas importancia a las gilipolleces de los familiares. Que si la tía besucona (uno vale, pero doscientos…), que si la súper-mega-ordenadísima (no toques esto, no muevas lo otro, quítate las zapatillas al entrar… Yo no sé para qué invitan a nadie a su casa), que si el tío con cerebro de chorlito, que si el otro se pone como el tenazas y se lía a lloriquear, que si los de más allá riñendo por una tontuna que pasó hace mil años. Solo falta el espíritu santo dando por culo.
Menos mal que los críos pasan de todo y hacen caso omiso de los adultos, y si se les hinchan las pelotas, ya se las ingenian para poner los puntos sobre las íes, que dar el tostón poco tiene que ver con el orden lógico. Algo de lo que nos habla Revancha, un álbum de Raquel Bonita y editado por Bookolia que hace tiempo me leyó Javier Carilla. En él, su protagonista cuenta en primera persona lo aterrada que se siente por el comportamiento de un familiar. Los años pasan y ese miedo persiste. Aunque ella intenta librarse de sus impertinencias utilizando todo tipo de estrategias, al final decide trazar un plan y enfrentarse con el problema. ¿Conseguirá su propósito?
Sacando de quicio y parodiando una situación muy común en la mayoría de familias y no tanto (que a veces los amigos y vecinos también son tibios), lanza un mensaje que puede ser recogido tanto por adultos, como por niños que nos dice: todo en su justa medida. Ilustraciones de colores flúor en los que se aprecia ese toque de historieta desenfadada, textos e ilustraciones disyuntas que enriquecen el discurso, recursos del cómic, y unas guardas a modo de prólogo y epílogo, hacen de este libro una declaración de intenciones dan vidilla a una historia universal llena de humor y espíritu crítico.
Así que, ya sabéis, niños del mundo, este es vuestro libro si os sentís amenazados por el familiar pesado de turno.
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