La orina es una cosa muy seria y hoy toca hablar de ella.
Es el líquido más o menos amarillento que expulsamos unas siete veces al día de nuestro organismo y se fabrica gracias a las nefronas, las unidades fisiológicas que forman los riñones. Formada por agua, sales minerales, urea, creatina, ácido úrico y amoniaco. Nada de bacterias, células sanguíneas o glucosa. Y si las tiene puede ser indicador de diabetes, cáncer de vejiga o infección urinaria. Lo que si contiene la orina de las mujeres embarazadas es gonadotropina coriónica, una hormona que puede desencadenar reacciones metabólicas en otros seres vivos, como por ejemplo, la ovulación en algunos anfibios. De ahí viene el llamado “test de la rana”, una prueba que se realizaba en los años 30 que provocó plagas de Xenophus laevis, una especie sudafricana, en diferentes países donde se introdujo.
Si piensan que su vejiga urinaria puede almacenar litros y litros de orina, les debo avisar que su capacidad máxima es de tan solo medio litro. Otra cosa es que no paren de mear debido a la incontinencia urinaria, algo que le sucede a los bebes y las personas de cierta edad que son incapaces de controlar el esfínter que regula su salida. También nos puede pasar en mitad de un accidente o cuando nos reímos mucho. Se relaja ese pequeño músculo y nos meamos encima.
Es un líquido tan extraordinario que desde antiguo se ha utilizado para diversas cuestiones de la higiene y cuidado personal. En la época de los romanos se utilizaba para fabricar un enjuague bucal que blanqueaba los dientes gracias al amoniaco, y hoy en día algunos dermatólogos suelen indicar que la primera orina de la mañana es un tónico sin igual para pieles aquejadas de psoriasis, dermatitis o acné debido a su alto contenido en urea.
En la actualidad la orina es fuente de numerosas investigaciones, sobre todo en el campo de la agricultura o la producción de biocombustibles. Mientras esperamos lo que nos depara el futuro con ella, yo me quedo con su papel en la producción de nitrato potásico, uno de los principales componentes de la pólvora que inventaron los chinos hace siglos.
Para que vean que todo esto es para mear y no echar gota (una expresión que tiene que ver con el lado sorprendente de las cosas), o en caso contrario, de que el chorro salga descontrolado y te pongas como una sopa, aquí les dejo uno de esos libros que toma como argumento este líquido elemento.
Gotitas, un álbum del genial Shinsuke Yoshitake publicado hace unos meses por la editorial madrileña Pastel de Luna nos cuenta la historia de Taro, un niño que siempre moja los calzones con las últimas gotas. Un tema peliagudo que lo trae de cabeza. Su madre se enfada con él a todas horas. Que si no tiene cuidado, que si se pone perdido. Pero él, lejos de avergonzarse comienza su propia investigación para constatar de primera mano si es algo tan extraño y vergonzante. Quizá los demás también tengan el mismo problema…
Para variar, el autor japonés, parte de un tema tan estúpido como universal y nos presenta un libro hiperbólico que aúna crítica y humor a partes iguales. Desde la extrañeza, la naturalidad y la inocencia infantil lanza un dardo tras otro a los convencionalismos del mundo adulto. Quita hierro y añade razones para el orgullo y la defensa libertina de problemas banales que no nos hacen ni mejores ni peores, sino simplemente humanos.
Un regalo para todo tipo de meones de toda edad y condición que, como buen espejo, lanza reflejos sociales y ahonda en los pequeñas complicaciones de la vida que, lejos de amedrentarnos y acomplejarnos deben encajar en nuestro propio universo con la ligereza de una sonrisa.
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