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martes, 18 de abril de 2017

Tres películas de animación y un libro


Tras un pequeño descanso estamos de vuelta para encarar con cierto estoicismo este último trimestre del curso escolar que, entre el calor y las aulas a rebosar de hormonas, siempre se hace cuesta arriba.
La Semana Santa, menos para procesiones (increíble pero cierto, no me he topado con ninguna), ha dado para todo (me entra la risa...). Me ha cundido, sí señor. He estudiado un poquito, limpieza, colegas, juerga, familia, sol y playa... De todo. Si a ello añadimos que también he logrado ponerme al día en lo que a cine de animación se refiere (soy muy niño yo, ya lo saben), pues la cosa ha salido re-don-da. Así que, si no les importa, les traigo tres películas de “dibujos animados” (entrecomillo porque a algunos no les gusta nada esta denominación) y, ¡cómo no!, un libro.


En primer lugar, una película que tenía muchas ganas de ver, Your name, un largometraje de animación escrito y dirigido por Makoto Shinkai, ese que según los enteraos se perfila como sucesor de Miyazaki (cosa probable aunque algo exagerada, dado el gran poso tradicionalista y el amplio universo del creador de El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, Laputa o El castillo ambulante) y que me he tragado en japonés subtitulada en inglés (¡como debe ser!). La película, adscrita al género romántico (como muchas de este autor, de ahí que poco tenga que ver con el gran Hayao) y la más vista en la historia del cine nipón, es una delicia, no sólo porque la trama está bien urdida y la secuenciación es más que buena (me encantan esas pausas tan estéticas en las que el tiempo se detiene y la naturaleza fluye, esos respiros intensos en los que el espectador busca con ansiedad cierta esperanza ante un amor imposible por muchas razones). 


Aunque un servidor es más que fanático de Cinco centímetros por segundo (del mismo director aunque con una estética menos occidental, mucho más grave y lenta), he de reconocer que esta cinta ha encandilado al lado más quinceañero de mi corazón. En breve (si no ya) la estrenarán en los cines españoles (y doblada), así que ya saben.


Fotograma de Cinco centímetros por segundo.

Con el apetito abierto y ganas de engullir más cine de animación, al día siguiente me zampé La tortuga roja, la aclamada coproducción franco-nipona (el estudio Ghibli tiene mucho que decir aquí) y dirigida por el holandés Michaël Dudok de Wit. Se ha hablado tanto de esta película que no sé qué decir más. 



Una película sin diálogos (que no muda, oiga; la banda sonora tiene mucho que hablar aquí) basada en tres pilares básicos que son la familia (algo esencial en la supervivencia del naufrago protagonista), el enfrentamiento con la naturaleza (que las catástrofes naturales se ceben con el protagonista o que la tortuga roja le impida la salida de la isla son pruebas de ello) y la comunión con ésta (no les desvelo el misterio de la más hermosa metáfora). Resumiendo, es un alarde narrativo y visual que hay que ver sí o sí.



Por último y con tan buenas experiencias, me animé (maldita sea la hora) con El bebe jefazo de Dreamworks... Seguramente prevaleció en mi subconsciente que la película en cuestión está basada en el libro homónimo de mi admirada Marla Frazee (en castellano dentro de la colección Cubilete de la editorial Bruño), una autora e ilustradora de buenos álbumes infantiles como El granjero y el payaso (un libro sin palabras que en nuestro país tuvo poco éxito pero que me parece sencillo, sutil y muy poético), pero si hay que ser sincero diré que no me gustó en absoluto. 



Empezando por la trama, lo manido de sus personajes, el humor simplón y sin gusto, y que, por supuesto, poco tiene que ver con el libro excepto que el protagonista es un renacuajo déspota y tirano (de hermanos mayores, padres estereotipados y demás actores secundarios, NADA). Sin más dilación y teniendo en cuenta lo anterior, mi recomendación es que se ahorren el dinero de la entrada y se vayan a una librería y lo inviertan en el álbum, que es un librito simpático y más que agradable que, sin tantos fuegos artificiales defiende el cariño como el mejor de los acicates familiares. Háganme caso, les aprovechará más.  


lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Tolkien adaptado?



Cada vez que veo en la cartelera, el estreno de alguna adaptación literaria, tiemblo. No es para menos, ya que Hollywood, no sólo se empeña en destripar cualquier novela con un mínimo de éxito, sino que se permite la licencia de añadir a su gusto cualquier secuencia o detalle que haga ascender la rentabilidad del filme… Como podrán suponer, el viernes acudí a ver la versión cinematográfica de El hobbit de J. R. R. Tolkien, y hoy me toca quejarme de lo lindo… allá vamos…
Aunque Peter Jackson ha intentado ser fiel al texto de la obra infantil de Tolkien (no olvidemos que El hobbit, a diferencia de El señor de los anillos, estaba dirigida a lectores más inexpertos, por ello su extensión es menor y sus pretensiones son más ociosas que dogmáticas), ha sucumbido al omnipresente poder de la taquilla, por varias razones entre las que se cuentan:
-          Dividir en partes la historia (esperemos que sólo sean dos… Sería insufrible soportar seis horas de imágenes de un libro que puedes leerte en dos horas y media), para aumentar la recaudación.
-          Dar protagonismo a personajes testimoniales y/o de cosecha propia (¿Tanto protagonismo para un revanchista orco blanco? ¿para el nigromante? ¿Para Radagast…?), que denotan más egocentrismo, que libre interpretación (si prescindió de Tom Bombadil en la primera saga, un personaje con mucho peso literario, ¿por qué no ha obviado a estos secundarios?... Como diría Liza Minelli: “Money, money, money, money…”).
-          Abundantes huecos vacíos, imágenes estáticas, excesivo humor y acción insustancial (por no hablar del doblaje de las canciones, ¡lo odio!) hacen de una película fantástica un documental neozelandés barato sobre misticismo y chamanería.
Concluyendo, creo que es una buena oportunidad para volver a acercar el maravilloso mundo de Tolkien a los no instruidos en las artes lectoras (no olvidemos que el celuloide de El señor de los anillos, atrajo numerosos adeptos al mundo de la letra impresa, lo que bien merece una salve rociera), pero también considero que desvirtúa los mensajes, las palabras…

lunes, 5 de enero de 2009

De cine, cultura y otras maldades


La semana pasada, dado este periodo vacacional que disfruto (¿o sufro?) acudí al cine a alimentarme del séptimo arte (aunque últimamente está bastante difícil, tanto por el precio, como por la calidad de las películas, hay que reconocerlo), de la mano de Clint Eastwood y su obra El intercambio. La recomiendo enormemente. Es un filme sencillo, sin pretensiones, que desarrolla una historia un tanto escabrosa y que, pudiendo caer fácilmente en el filme lacrimógeno, no lo hace resolviendo bien la trama. Aún así les digo, que si esperan encontrarse con uno de esos bonitos finales azucarados, olvídense. Además del argumento, Eastwood realiza una crítica durísima hacia el poder y la corrupción (como ya nos tiene acostumbrados), y sopesando de nuevo el valor y la integridad del entramado social, del individuo de a pie. Clint sigue creyendo en la sociedad civil. Siento decepcionarles pero un servidor no comparte esa postura. La realidad que percibo es otra.
Vivo en un país mediocre (eso no cambia nada: es mi país, mi patria), atestado de servilismo político, donde se encasilla y se juzga a diestro y siniestro, terruño de analfabetos dedicados al pillaje indigno en el que todo vale. Este país, prolífico en eruditos de mírame-y-no-me-toques, faltos de vergüenza, humildad y sobre todo liberalismo, va y viene como el Guadiana, y es que, mamando a este o al otro (como tiene que ser, que para eso somos españoles), es lo que se consigue: un día arriba y al siguiente abajo. En fin, España, ese país donde la sociedad civil está más vendida que esos politicastros hambrientos de tres al cuarto por lo que, lo más que podemos esperar es que esa misma sociedad civil nos eche la soga al cuello.
Y les sugiero una cosa, gástense algo de la buchaca y vayan a disfrutar del papel de la Angelina Jolie, y luego discutiremos de lo que hubiese pasado si la película hubiera acontecido en este país: en vez del culpable, con toda probabilidad la ahorcada hubiese sido la señora Collins.

Nota: Imagen de Edward Hopper (desconozco el título)... Recuérdenlo a la hora de ver la película