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lunes, 5 de diciembre de 2016

"Coaching" emocional y ¿literario?


A la Miss-Pe, su Grey y todos los amantes de las nubes.

En un mundo occidental lleno de complejos personales y aspiraciones ionosféricas, no es de extrañar que mis alumnos lloren sin cesar. No sólo por kilos de más o kilos de menos, amores fatales o no correspondidos, dimes o diretes. No. Que si el pavor frente a un examen, que si la nota no les llega, que si mi padre me corta la cabeza.... Lo mejor de todo viene cuando en las sesiones de evaluación alguna “eminencia” pedagógica les receta psicoanálisis y ansiolíticos ipso facto... Además de unas incontrolables ganas de escupirle por tonto/a, me da la risa y pienso en lo feliz que era viviendo a todo trapo mis diecisiete años (unos que por cierto, ya no volverán... ¡Sniff!).
Quizá la crisis y su rasero hayan potenciado esa (auto)competitividad y (auto)perfección que no sólo observamos en los adolescentes, sino también en las madres de familia, los hombres de negocios y los opositores desesperados. Esos males, otrora de ricos, azotan hoy día a cualquier pobre que se deje obnubilar por las expectativas ficticias, en vez de comerse un buen guisado de costillas. Yo sigo con lo mío: prefiero volar liviano sobre el suelo que pisotear el cielo y llenarlo de mugre (Hay que velar por la limpieza celestial no sea que nuestra alma se cubra de roña). Sí, sí, mucha teoría: “La vida nos depara todo tipo de sorpresas...” Bla, bla... “De nosotros depende adquirir y saber utilizar las herramientas precisas para adaptarnos a cada situación...” Bla, bla, bla... ¡Pero qué poca práctica!


De golpe y porrazo todo está controlado por psiquiatras, psico-pedagogos y “coaches”. Es el producto de una sociedad que, a pesar de su modernidad, se siente cada vez más huérfana. En un principio, esta intromisión fue consensuada (ya saben que abomino del intervencionismo en sus múltiples facetas), para, paulatinamente, transformarse en una necesidad prioritaria de Occidente (Mami, qué será lo que tiene el negro...) que con sermones y doctrinas va paliando el dolor de su enfermedad endémica: el vacío.
Ni qué decir tiene que el mundo infantil, como extensión del adulto, y concretamente el de la literatura infantil, también se han hecho eco de ello. ¡Qué mejor que el libro, ese artefacto cultural de primer orden, para ayudar a estos niños pobrecitos que no saben qué se pescan! Y así pasa, que muchas editoriales han aprovechado la coyuntura para dar forma e incluir en su catálogo todo tipo de libros que, escritos por psicólogos de profesión (curiosa incursión), enmascaran de literatura la autoayuda y ahondan en el estado emocional del lector con fines terapéuticos.


Quizá no haya nuevo bajo el sol ya que la LIJ ha estado ligada, inevitablemente, a lo pedagógico. La diferencia es que las fábulas de Esopo abanderaban lo cotidiano, lo ético y lo moral, mientras que en nuestros días se trata de enseñar qué es la ira, la sorpresa o la envidia a través de un libro (¡Vivan las sociedades capadas emocionalmente!). Como bien nos indica Juan Cervera AQUÍ “[...] el didactismo con mayor o menor intensidad sigue presente en los libros para niños, y seguirá presente bajo nuevas formas que lo alejen de los tonos suasorios y paternalistas de antaño, pero con intenciones a menudo menos claras y, por supuesto, al servicio de otros intereses frecuentemente mucho más alejados del niño y su verdadera problemática que los de antes”.
Cada cual que compre los libros que quiera, pero lo mejor sería hacernos la pregunta "¿Para qué los compramos?" Si la respuesta es “Para divertirnos” la cosa está más clara que el agua. En cambio, si tiene más que ver con “Para que mi hijo sepa hacer amigos” o “Para que mi nena aprenda a ordenar su habitación”, hay que hacerse otra pregunta con respuesta más compleja: "¿Dónde termina lo literario y empieza lo didáctico y pedagógico en la Literatura Infantil?"


Como algunos estamos de puente y hay mucho que hacer, prefiero responderles con un ejemplo. Willy y la nube el último libro de Anthony Browne (Fondo de Cultura Económica), además de darle en el asa a todos los que se hinchan a somníferos y terapias variadas a causa de esas nubes que les rondan la cabeza (más les valdría irse de juerga y dejar de parecer lo que no son), incluye en sus características ilustraciones surrealistas, abundantes metáforas y elementos libres de doctrina, que empujan suavemente al lector a la hora de avanzar a través de ese campo de minas llamado “Día a día”.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

¿Libros de emociones o emociones en los libros?


Después de que Arianna Squilloni desencadenara en feisbuq un amplio debate sobre los libros de emociones, y leer todas las aportaciones que unos y otros han hecho al respecto, he creído necesario subirme al carro y aportar mi pequeño grano de arena a la polvareda levantada (me apunto a un bombardeo, que es lo mío).
Aunque para meterse en harina pueden echar un vistazo AQUÍ, les pongo sobreaviso de que no se dijeron muchas lindezas sobre estos libros “emocionales”, unos títulos bastante denostados dentro del universo de los entendidos en LIJ, pero que tienen bastante chicha en el mundo exterior y consumista (hay que fomentar la polémica)...
En primer lugar me gustaría buscar cierta similitud entre los cuentos clásicos (echen mano de Perrault, Grimm o Andersen) y estos libros... Sabemos que los cuentos, primero en su concepción oral y posteriormente en su formato impreso, son meras parábolas con ciertas connotaciones didácticas (perdónenme si uso “didáctica” y “pedagogía” indistintamente), algo parecido a lo que sucede con estos libros (básicamente, entiéndanme...). Las verdaderas diferencias vienen cuando denotamos que los cuentos de hadas, aunque siempre incluyen la fantasía como atractivo, hacen referencia al mundo real en todos sus aspectos, no sólo en el inofensivo, sino en el más cruel y veraz (se alejan del proteccionismo y vomitan la vida de una manera más tangible..., para ilustrarles sobre esto se me ocurre citar Historia de una madre de Andersen, aunque pueden echar mano de cualquier otro), mientras que los libros sobre emociones, edulcoran y ablandan la realidad. La pluralidad también es una característica intrínseca a los cuentos, es decir, no parcelan las emociones, no las clasifican, ni tampoco las meten en cajitas, algo que sí sucede con los segundos: encasillan y fomentan el hermetismo. Para terminar con los cuentos, cabe decir que las narraciones clásicas son eminentemente expositivas y dejan a merced del lector la capacidad de sentir, valorar y elegir sus propias emociones, nunca las encorsetan y moldean, algo que ocurre con este tipo de productos/parábolas “emocionales” modernas.


Todo lo anterior me lleva a una serie de preguntas... ¿El mensaje literario es extrínseco, intrínseco o de carácter ambiguo? ¿La literatura infantil debe ser cruel o suavizada? ¿La literatura infantil tiene que ser clara o enrevesada? ¿Medimos una obra literaria infantil por su capacidad críptica o por sus niveles de interpretación literaria? ¿La literatura infantil necesita al adulto como vehículo para ser comprendida?... Mientras buscan las respuestas (si quieren, nadie les obliga), me gustaría hacer referencia a todo lo que rodea a estos libros, a su entorno, para comprender un poco la respuesta social a este producto de las últimas décadas.


Son muchos factores los que han propiciado la proliferación de estos libros dentro del mercado... En primer lugar hay que apuntar a las editoriales del ramo, unas que, en realidad, tienen gran parte de responsabilidad por haber creado un ¿libro? confuso y pensado para sociedades en las que, como la nuestra, la llamada inteligencia emocional está tan de moda, es una constante (les recuerdo que todos los productos nacen de una necesidad personal o social). Si a ello unimos que la venta de estos títulos (comparada con la de otros) es bastante suculenta, el negocio tendrá vigencia durante un buen tiempo (primera razón para no cabrearse...).


En segundo lugar tenemos a los autores... Dada la gran cantidad de escritores e ilustradores que necesitan pagar su facturas y echarse algo sólido a la boca, son muchos los que se prestan a desarrollar historias en las que priman los sentimientos, las emociones y, porqué no, la autoayuda (la literatura infantil poco difiere de la adulta, una en la que se venden toneladas de novela romántica y libros de Jorge Bucay). Así que, mientras los editores pidan, y los autores cobren tan poco y no tengan una libertad monetaria para desarrollar proyectos interesantes, ahí tenemos la segunda razón para no torcer el morro.
En tercer lugar tenemos a los padres... En una sociedad como la de hoy día en la que los ritmos de vida y la emancipación de la mujer (cosa que me parece necesaria y maravillosa, pero que tiene sus consecuencias), obligan a criar a la prole a distancia, está bien disponer de herramientas que sirvan para inculcar en los hijos una serie de valores que deberían aprender en sus casas, entre sus amigos y familiares. Así que muchos progenitores piensan: “¡Qué mejor herramienta que un libro! ¡Un libro nunca falla!” Craso error si tenemos en cuenta que no siempre todo lo que tenga que ver con la letra impresa es pura sabiduría. También tengo en mente que, muchas veces, los padres compran este tipo de libros para ayudarse a sí mismos, en vez de sacrificarse por entender el mundo y, de paso, empujar a que sus hijos también lo hagan (son más cínicos que yo...).


Mención aparte (dentro de esta contextualización y con mucha relación con los padres) merecen los maestros, esas personas sobre las que, cada vez más, las familias (por no decir la ciudadanía) delegan su papel educativo, otro error bastante frecuente ya que, a pesar de ser una profesión vocacional, no deja de ser un trabajo, una labor remunerada, en la que ejercen como intermediarios entre el Estado, los padres y los alumnos. Por otro lado hay que apuntar a los vicios que los profesionales de la enseñanza tenemos, entre los que destaca el utilitarismo, y más concretamente, el de la Literatura (algo a lo que han contribuido numerosos sectores de la animación y didáctica lectora como pueden ser el gremio de los bibliotecarios, los estudios universitarios o las secciones del libro de las distintas comunidades autónomas), lo que en muchas ocasiones nos lleva a usar la LIJ en un beneficio propio (como ejemplo pondría las ocasiones en las que he usado en clase El árbol de la vida de Peter Sís para contextualizar las teorías evolutivas) y no en un beneficio ajeno: el del lector (el gran fallo de los planes lectores educativos y al que siempre he apuntado desde aquí). Nadie es perfecto, aunque he de admitir que podríamos hacerlo mejor...
En este punto, me gustaría anotar una curiosidad: Si lo pensamos bien, en muchos casos, el docente traduce el libro de emociones/valores a sus discípulos como un mero libro informativo o de conocimientos (con un contenido más pedagógico se podría decir), lo que me induce a pensar que se podrían catalogar dentro de este grupo (N.B.: Ana Garralón, podría dar su visión sobre esto y aportar más luz al asunto ya que ella es la que controla este género).


Dejando a un lado a las personas físicas, hay que hablar de manera más global y señalar la decadencia general del sistema educativo (que no va a solucionar ni Dios), del paternalismo de Estado (que ha conllevado el integrar la “competencia emocional” en las leyes educativas de los últimos veinte años o crear asignaturas como “Educación para la ciudadanía” o “Valores éticos”), del constructivismo que llena todas las parcelas de la Escuela (estoy hasta las pelotas de que todo el mundo se dedique al descubrimiento dirigido, cuando hay cosas, como la tabla periódica, que sólo se aprenden a base de codos), o del entronizamiento del libro de texto (¡Quemen esos dichosos libros y hablen, lean y escriban!).


Para terminar y como guiño y defensa a todos esos autores e ilustradores que se dedican a los libros de valores/emociones, les pregunto: ¿Por qué no estamos hartos de los libros humorísticos o de los libros "sinsentido", y sí criticamos profundamente estos libros? Somos demasiado reduccionistas y, a pesar de que la libertad debe envolver la elección literaria, nos empeñamos en imponer criterios que muchas veces no son del agrado de otros (aunque lo hagamos con la buena fe de crear lectores competentes). Seguramente si dijera que la Carmen de Bizet es una mierda porque su protagonista es un putón verbenero, muchos morderían mi yugular sin piedad porque difiero de su pensamiento, pero esto no consiste en impartir dogma, sino en diversificar, enseñar a los mediadores a ofrecer un amplio abanico de posibilidades y abrir la mente sobre libros que tienen un valor más amplio que otros.
En fin, que muchas veces pienso que maldecimos porque sí, que maldecimos porque somos humanos.