martes, 28 de febrero de 2023

15 años de blog y unas palabras de agradecimiento


Hoy cumplo 15 años en la red. 1924 entradas, más de 215100 visitas y 671 seguidores directos. Cumplo muchas cosas, pero no tengo demasiada alegría para celebrarlas. Ni con un monográfico sobre libros de cumpleaños, ni con una exposición de ilustración on-line, ni con un sorteo. Solo he pasado por aquí para darles las gracias por visitar este espacio, leerme, compartir mis palabras y comentarlas. Un abrazo, queridos monstruos.

lunes, 27 de febrero de 2023

Juan Muñoz, un fraile analfabeto y la LIJ española


Hoy ha muerto Juan Muñoz, autor de Fray Perico y su borrico. Ilustrado por Antonio Tello y editada por SM, esta serie de libros que ha alcanzado más de 70 ediciones y casi un millón de ejemplares. Ya quisieran muchos libros de la llamada literatura adulta alcanzar tal éxito… Y del universo LIJ también vendrán diciendo que la situación editorial no es la misma hoy que hace cuarenta años, echando mano de la escasa competencia, la inexistencia de las alternativas de ocio digitales, o la vis comercial de ciertos títulos para justificarse.
Sí, no les voy a negar que todo influye, pero no por ello voy a menospreciar la valía de un autor que siempre ha tenido gran aceptación entre el público de diferentes generaciones, un hombre que, a pesar de los clichés y otras cuestiones, dio vida a unos personajes que han trascendido al tiempo y, sobre todo, han enriquecido el ideario de nuestra LIJ, la de este país.


Y tampoco quiero ponerme patriota, simplemente considero que, lejos de buenismos, lenguaje vacuo e inerte, sensiblerías varias y otras perlas actuales, las obras de Juan Muñoz tienen un sabor fresco y honesto que conecta con el público español allende el tiempo.
A pesar de ellos, los lectores de este lado del Atlántico vivimos empeñados en renunciar a ese humor tan básico y grotesco, a la risa floja basada en los estereotipos, a ese toque que algunos presuponen casposo y cañí, en pro del bienquedismo atrofiante que reina en occidente, una especie de karma liberador que nos asfixia a favor de los neo-lenguajes y lo políticamente correcto.


Lo peor de todo es que ponemos el grito en el cielo porque reescriben a Roald Dahl y nos cagamos en los frailes de Muñoz Martín porque nos resultan obsoletos y vergonzantes. Hay que mirárselo. No solo por el bien de todos aquellos que invierten su tiempo en crear historias con las que los niños puedan disfrutar, sino por crear un sentimiento de afecto hacia ese reflejo social que es la LIJ.
Salvador Bartolozzi, Antoniorrobles, Elena Fortún, Juan Farias, Consuelo Armijo, Carmen Vazquez-Vigo, Fernando Alonso, Gloria Fuertes, Ana María Matute, José Mª Sánchez- Silva o Montserrat del Amo. Todos han puesto su grano de arena en un corpus de obras que, a pesar de dirigirse al público infantil, contribuye a desarrollar una idiosincrasia particular que embebe nuestra cultura. De carácter histórico, religioso, cotidiano o humorístico. Cada uno a su manera, pero todos con ese deje que tanto nos gusta.


Por eso hoy no encuentro mejor manera que decirle adiós a Juan Muñoz Martín con esa que dice... Ningún fraile estaba ocioso. Cuando daban las nueve, los monjes iban a la biblioteca. Allí había libros de todas las clases: gordos, flacos, azules, amarillos. Todos muy viejos. Todos llenos de polvo. Había uno que pesaba una tonelada; para pasar las hojas tenían que emplearse dos frailes. Era la historia del convento.
Fray Pirulero leía un libro de cocina. Fray Ezequiel, la vida de las abejas. Fray Pascual, la vida de las gallinas. Fray Perico, como no sabía leer, se sentaba en un rincón a hojear los libros de santos. El burro se sentaba a su lado.

El colmo de la mala suerte


Hay días de esos que parece que te ha mirado un tuerto. 
Lunes. No te suena el despertador, te levantas corriendo y te sueltas un leñazo en el pie, abres el grifo y recuerdas que han cortado el agua para solucionar una avería, la leche hirviendo, las tostadas medio quemadas y ¡plaf! lamparón sobre la camisa recién puesta. Sales de casa. Aire libre. Solo te falta aligerar el paso y creer que ya nada puede joderte el día hasta que un pájaro cualquiera deja caer una buena plasta sobre tu testa. 
Espero que hoy no sea ese lunes.


Pero ¡¿y esta mancha blanca?!
Miro al cielo:
picos, patas, colas, plumas en revuelo.

Pájaros grandes y microscópicos,
unos ingenuos, otros diabólicos.
Pájaros serios, pájaros cómicos,
unos que trinan, otros afónicos.

Pájaros cuerdos, muchos lunáticos,
unos groseros, otros simpáticos.
Pájaros rígidos, también elásticos,
unos normales y otros fantásticos.

No me miran y se fingen distraídos.
En sus caras todo dice: “Yo no he sido”.

Los fulmino como mirada policiaca.
¿Cuál será el que de lo alto me hizo caca?

Xaviera Torres.
¿Quién fue?
En: ¡Oh, cielos!
Ilustraciones de Natascha Rosenberg.
2022. Bilbao: A fin de cuentos.



miércoles, 22 de febrero de 2023

Entre bambalinas


Yo siempre he sido muy teatrero. Hay algo en eso de vivir vidas ajenas o inventadas que me vuelve loco. Cuando en secundaria había asignaturas optativas con las que uno se podía entretener y divertir (las de hoy día serán académicamente muy aceptables, pero humanamente inútiles), el aquí firmante escogió teatro para dar rienda suelta a sus dotes interpretativas.
A la profesora de turno se le ocurrió que la mejor opción era Yo tengo un tío en América, un psicodrama de Els Joglars que cuenta las peripecias de un manicomio donde los internos ahondan en las relaciones entre indígenas americanos y conquistadores españoles (dos papeles simultáneos para cada actor) a modo de psicodrama.
Nos pasamos las clases adaptando el guion, decidiendo sobre las luces, el atrezzo o la música o el vestuario. Aunque el reparto de papeles no fue complicado, sí que lo fue el hecho interpretativo. A pesar de ello, la función fue todo un éxito (compañeros, profesores y padres siempre son muy agradecidos), pero no me quedé del todo satisfecho.


En otra ocasión se me presentó la oportunidad de participar en La venganza de Don Mendo, una obra de Muñoz Seca que se incluye en el repertorio de la comedia española y que tantísimas veces se ha representado. Ahí me lo pasé mucho mejor. El verso era mucho más fácil de estudiar y recordar, todo estaba envuelto en una atmósfera mucho más clásica y meterse en el papel era más agradable, y nos permitíamos más licencias interpretativas.
A pesar de estas dos experiencias, decidí que un servidor no estaba hecho para las tablas y que, a partir de entonces, mi relación con el teatro se limitaría a la lectura de los clásicos y esos pequeños papeles que nos suele asignar la propia vida, la que muchas veces nos exige un poquito de dramatización.


Y así, con mucho teatro, les presento Toi toi toi, el nuevo álbum de Catarina Sobral en nuestro contexto editorial que ha sido publicado por La Topera y que lleva por título ese idiotismo utilizado en el mundo de la ópera y/o el teatro para desear buena suerte antes de salir a escena.
Noa, Óscar, Khadija, Sara y Cheng deciden montar un espectáculo. Tras deliberar un rato, se deciden a producir una pequeña representación teatral. Se lanzan solos al abismo, aquí no hay adultos que valgan. Pero, ¡cuidado! Cualquier cosa es susceptible de generar conflictos entre ellos. Cada uno tiene sus particulares ideas, pueden discutir, enzarzarse y tirar la toalla. ¿Saldrá para adelante esta peculiar representación?


Es curioso como la Sobral prefiere centrarse en las relaciones entre los cinco personajes, en vez de contarnos los detalles de la obra de teatro. Un libro que, a modo de programa de telerrealidad, transforma al lector en participante y espectador (también voyeur) de la vida entre bambalinas donde se construye un discurso muy interesante sin esa pedagogía tan empalagosa que tan de moda esta en la LIJ últimamente.


Si a ello añadimos unas pequeñas curiosidades sobre el mundo del espectáculo (no conviene abusar de las cuestiones informativas) y un broche final que nos saca una sonrisa, este álbum es un pequeño bocado de alegría.

martes, 21 de febrero de 2023

Cuando tropiezan las palabras



Quiero decir tantas cosas
que me tropieza la lengua
y al torpezarse se caen
las palabras
de mi boca.

Nuevas,
raras,
medio locas.

La primera que cayó
era solo una palarva.
Redondita,
renacuaja,
de mis labios
se fue al
agua

Le salieron dos alitas.
luego otras dos
y dos más.

Y la pobre se hace bola
siempre que intenta volar.

***

Tengo un estuche divino
con lápices de colores,
un rotulador muy fino
y una goma de robar.

Yo dibujo
y ella roba.

Si me salgo de la raya
me corta el camino.
Si se me tuercen las mates
se ensaña conmigo.

Llévatela.
No la quiero.
No me entiende cuando yerro.

Si me equivoco, borrón.
Barrachucho.
Retachón.

Ahí se queda lo que he escrito.
Que aunque no sea bonito
es mío,
es mío,
es mío.

Sara Suberviola.
Al torpezarse y Goma de robar.
En: Palarvas.
Ilustraciones de Silbia López de Lacalle.
Ganador de XIV Premio de poesía para niños El príncipe preguntón.
2022. Granada: Ediciones de la Diputación de Granada.

sábado, 18 de febrero de 2023

Las dobleces del carnaval


Hoy es carnaval y toca disfraz. Cualquier cosa vale. El clásico antifaz, una caja de cartón con cuatro agujeros, pintarse la cara de verde o liarse la manta a la cabeza. Todo sirve en este día que nos permite ser otros y disfrutar a base de fantasía y buen humor.
Es cierto que hay gente que se mete muy bien en el papel y les hace falta muy poco para hacernos creer que son trogloditas, vampiros o superhéroes. Otros, sin embargo, necesitamos más parafernalia para imbuirnos en ciertas personalidades.
Hay disfraces muy ingeniosos, también más normalitos, caseros, con todo lujo de detalles, espectaculares y alocados, pero lo que más importa es la esencia, ser capaz de sumergirse en diferentes personajes y hacer creer a los demás que, de repente, eres otro yo.


Disfraces acompañados de música, algarabía y mucho jolgorio. Eso es el carnaval, una celebración que nos permite alejarnos del día a día, desconectar, aparcar los miedos y hurgar en los deseos, exorcizar cuerpo y mente, y hallar un refugio más o menos momentáneo en el que deliberar con nuestros otros yos. Lejos de borracheras y canciones de moda, esta juerga, es otra cosa.


Y vestido de carnaval me adentro en una obra de Javier Sobrino y Rebeca Luciani que publicó hace tiempo la editorial La Galera (2008) y que habla precisamente de la magia que esconde el Carnaval, una fiesta que tanto celebramos en los países católicos.


A Ana no le gusta el carnaval. Máscaras y disfraces le dan pavor y quiere irse a casa. Todo cambia cuando uno de esos personajes callejeros le invita a vestir un antifaz y su perspectiva cambia. La ensoñación se despliega ante ella y el carnaval no volverá a ser un suplicio.


En este álbum a la francesa pero de lectura horizontal en el que el texto queda en la página superior y las ilustraciones en las inferiores, descubrimos una historia colorista que recuerda a otras celebraciones de América latina como el día de difuntos mexicano.
Una celebración poética sobre el descubrimiento y la sorpresa, sobre la valentía y la mirada. Dejarse llevar por la imaginación y, sobre todo, por la vida.


miércoles, 15 de febrero de 2023

Soltar la niñez y abrazar la fantasía


Siempre me gustó una foto que mi abuela tenía en el salón y donde aparecíamos todos los nietos en mitad de un bosquete de ailantos que rodeaba la vieja balsa de mi abuelo. A pesar de ser en blanco y negro, aquella espesura se parecía más a la de una selva y nosotros éramos los salvajes que la habitábamos.
Y es que los niños de los ochenta estábamos por civilizar. Nos criamos riñendo con otros niños. Hijos del baby boom que sufrió España a finales de los 50, raras eran las reuniones familiares en las que no había una decena de críos enredando, saltando y lloriqueando. Lo mejor es que había hueco para todos, desde el más pequeño hasta el más grande. Un popurrí de edades, estaturas y personalidades que se mezclaban para ir creciendo al unísono, acorde a nuestras necesidades y echando un ojo a las de los demás.


Algo parecido debió pensar Julia Sarda cuando estaba ideando La reina en la cueva, su nuevo álbum que acaba de publicar Blackie Books. En él cuenta la historia de Franca, Carmela y Tomasina, tres hermanas (este número siempre da mucho juego en las historias infantiles), que van en busca de una reina que vive en una cueva oscura, en lo profundo del bosque, cruzando la valla del jardín. ¿Lograrán encontrarla?


Inspirado en aquellos veranos que pasaba en Rupiá, el pueblo de su padre, junto a sus primas, y en los que, sin demasiada vigilancia, se sentían libres para disfrutar de cualquier momento por mínimo que fuese, la autora construye no solo una de aventuras, sino una bella metáfora sobre el paso a la vida adulta que experimenta, sobre todo, Franca, la mayor de las tres hermanas que allana el camino para el resto.


También es un libro sobre brujas, no solo por el personaje de Carmela que va tan bien caracterizado, sino por multitud de referencias a estos personajes de cuento que existen en sus páginas. El manual de la bruja de Malcolm Bird o la Ana Bruja de Madeleine Edmonson son algunas de las obras que inspiran y/o aparecen en esta historia. Incluso, algunas vecinas de Rupiá han inspirado a la señora Ribot y sus amigas.
No hay que olvidar todas esas plantas de uso medicinal o mágico-religioso como las ortigas, el estramonio, la digital o la caléndula y que, a modo de ornamento, funcionan como alegoría y acompañan a todas esas hechiceras que deambulan entre las páginas.


Es un libro lleno de guiños y detalles en el que hay que perderse sin remedio. Composiciones donde franjas, diagonales o círculos son los protagonistas, estampados y elementos decorativos que recuerdan a las ilustraciones de Ivan Y. Bilibin y sus coetáneos, personajes que parecen haber sido extraídos del universo de Miyazaki, hormigas con cierto aire a los bajorrelieves del antiguo Egipto. Incluso aparece un tributo a la Vista del jardín de la Villa Medici en Roma de Velázquez, una obra poderosa que dota de más realismo a esos jardines mediterráneos donde los cipreses, higueras y palmeras conviven a la perfección.


Por último, es curioso como Julia Sardá, lejos de tomar partido por ese ecologismo manifiesto que parece haber llenado todos los libros infantiles actuales, decide humanizar latas vacías y cartuchos de perdigones para transformarlos en escenas preciosas (el funeral de la matriarca de las ratas es mi favorita) o utilizarlos como álbum de recuerdos particular en el que se ven desde juguetes, hasta bolsas de Cheetos o camisetas Toi. Una oda a la España más cañí donde las conservas Ortiz o las banderillas Torera también nos hablan de un tiempo pasado. Objetos que puedes encontrar en cualquier vertedero y que a ojos de nuestras protagonistas adquieren una nueva dimensión, una semblanza diferente.


martes, 14 de febrero de 2023

El negocio del amor


El amor ha cambiado mucho durante los últimos años. A ello probablemente haya contribuido esa idealización de un sentimiento que muchos piensan vital, pero también la aparición de nuevos contextos donde se cuentan sobre todo las redes sociales.
Tinder, Chispa, Plenty of Fish, Badoo, Tinder, Pure o Curtn son algunos de los nombres de las aplicaciones de citas más utilizadas en el mundo hoy día. Solo la primera facturó en España el año pasado unos cuarenta millones de euros a base de suscripciones de los usuarios, publicidad o venta de información a terceros (no se equivoquen, todo lo que circula a través de la red está disponible en el mercado).


Además de convertirse en el negocio del siglo, el amor ha pasado a convertirse en otro consumible más en el que los seres humanos degustan, saborean, escupen y desechan otros seres humanos a su antojo en esa búsqueda incesante que nunca prospera ni fructifica en esta sociedad inconformista donde todo parece poco.
El “amor” está tan alcance de la mano pero el miedo al sufrimiento, a la decepción, al futuro, nos hacen esquivarlo. Si además proyectamos todo esto en unos espacios donde se hace más fácil imaginar que experimentar, esas expectativas quedan subyugadas a los eternos relatos de los cuentos de hadas. En definitiva, se esfuman tal y como llegaron.


Insatisfacción, individualismo, chemsex, cosificación, libertad sexual, inmadurez, gamificación, pornografía, sexualización, corrección política… Todo es tan complicado en el universo amoroso actual que despojarse de todo lastre, apostillarse en la cola del Mercadona y entablar una conversación con el/la primero/a que te guste es la opción más plausible para encontrar pareja. Y si no van al supermercado, prueben en el patio de la escuela como nuestro protagonista de hoy.


Cosa de bichos de Santiago González (Tres Tigres Tristes) nos cuenta la historia de Checo y un bicho que le ha picado. Oh bueno, mejor dicho, un montón. Mariposas, mosquitos, arañas son sus compañeros de viaje en una primera experiencia amorosa en torno a una niña llamada Claudia. ¿Conseguirá Checo que a la que espera también le piquen los mismos (o parecidos) bichos.
Es una oda al amor puro. Un amor infantil que no entiende de estrategias ni de complicadas casuísticas. Es un amor sencillo, de los de antes. Con mucha víscera y pocos miramientos, el niño se entrega a esa primera aventura sentimental donde las metáforas y lo poético campan a sus anchas.


Con una paleta donde los azules, ocres y negros, el autor ecuatoriano construye imágenes muy evocadoras que recuerdan a los grabados con linóleo o madera. Ilustraciones que se repiten dando la sensación de bucle (Ya saben, el amor es así: dejar que los pensamientos giren una y otra vez sobre la misma persona), elementos que se desplazan entre las páginas para conectar mundos reales y fantásticos (¿Ven esas nubes, esa hormigas danzando?) y otros recursos narrativos como las guardas a modo de prólogo o epílogo, hacen de este álbum una manera estupenda de celebrar este día tan amoroso.

lunes, 13 de febrero de 2023

Consejos nocturnos


No sé qué le pasa a la noche que siempre acostumbra a desorbitarlo todo. Los miedos, los problemas, los sinsabores, los desamores… Todo se hace más grande. Silencio, oscuridad y soledad ahuyentan al optimismo, y se instala una atmósfera donde cunde el desánimo. Lo mejor en estos casos es buscar una luz tenue y, a su abrigo, encender un libro para encontrar la salida.

“¿Dónde va, señor poeta?
¿Por qué no está usted en la cama?
¿A dónde sube en pijama
a hora tan inoportuna
por su escalera secreta
tejida con luz de luna?”

“Mire, señora vecina,
voy a asomarme un segundo
a la mirilla del cielo,
a aquel tragaluz profundo,
a la puerta clandestina
de los gatos vagabundos.
Voy a mirar por la luna,
que creo que he oído un ruido
en el rellano del mundo.”

Pedro Mañas.
La mirilla del cielo.
En: La noche en el bolsillo.
Ilustraciones de Mariana Ruiz Johnson.
2022. Pontevedra: Kalandraka.


viernes, 10 de febrero de 2023

Formas, colores, letras y Paul Cox


Haciendo caso a la Piu, enciclopedia andante del álbum gráfico que tantos buenos libros nos descubre a los monstruos, me puse a indagar en la obra de Paul Cox, y la verdad que no me ha defraudado en absoluto.
Si bien es cierto que yo no había oído hablar jamás de este hombre (perdonen mi ignorancia), he buceado en su vida para ponerles en antecedentes y que puedan valorar el libro de hoy en toda su magnitud.


Paul Cox nació en París en 1959. Es un artista francés multidisciplinar cuyos trabajos destacan en diseño gráfico, ilustración y arte escénico. Un tanto atípico y de formación autodidacta, desarrolló sus primeros trabajos en Francia y Japón. Colaboró en el diseño de decorados y vestuario para L’Histoire du soldat, en la Ópera de Nancy, o El Cascanueces, en la Ópera de Ginebra. También ha realizado la imagen corporativa de la marca japonesa MUJI en París, y anuncios para el tren bala Hokuriku en Japón. Grandes nombres como el diseñador de moda japonés Issey Miyake, han usado alguno de sus trabajos en sus colecciones y el Centro Pompidou exhibió en 2005 su instalación Jeu de Contruction.
Cartelería, ilustraciones en prensa o logotipos, Cox ha realizado múltiples trabajos para . Desde 2003 es miembro de la AGI (Alliance Graphique Internationale), un club que reúne a la élite mundial de diseño y las artes gráficas.



En lo que se refiere a sus libros, Paul Cox ha desarrollado algunos álbumes gráficos como Le livre le plus longe (Les trois ourses) un tributo a Bruno Munari que cuenta con tan solo cuatro imágenes que describen una historia circular: nuestro día a día desde que sale el sol hasta que se pone; Ces nains portent quoi (Seuil) un imagiario donde se presentan un montón de elementos como respuesta a la pregunta del título "¿Qué llevan estos enanos?"; A book of lines (Corraini) donde, a pesar del título, el autor prescinde de las líneas y se centra en el color y la forma para ensalzar su valor; o Cependant (Seuil), un libro que constituye una secuencia circular de escenas donde nos habla de la sincronía del tiempo gracias a una sola expresión: “Mientras tanto…”


También ha realizado álbumes para un público más adulto como Mon amour, un librito en el que el rechazo amoroso es el leitmotiv, o Histoire de l’art, con el que ganó el premio Bologna Ragazzi en 1999 en la categoría de ficción para jóvenes.


Del mismo modo, en 2004, Seuil, su editorial de cabecera durante los años 1987 y 2002, comenzó a publicar Coxcodex I, el primer volumen de una miscelánea de sus obras, donde además de entrevistas, incluye desde escenografías expositivas, hasta comunicación cultural, pasando por sus bocetos cotidianos y sus experimentos en torno a las formas y los colores.


En España solo hay publicados tres volúmenes de Las aventuras de Archibaldo el koala en la isla de Rastepap, que llevan por título El caso del libro con manchas, El enigma de la isla flotante y El misterio de los eucaliptos (editorial José J. de Olañeta), una colección de novela gráfica protagonizada por unos marsupiales bien majetes.


A pesar de esto yo decidí aventurarme con un ejemplar de su Abstract Alphabet, un álbum muy especial que, a pesar de no estar editado en nuestro país, bien merece un pequeño análisis y reconocimiento.


Consiste en un abecedario que nos presenta las veintiséis letras (les recuerdo que está publicado en inglés) a través de veintiséis animales pero en ningún caso se representan dichos animales. O bueno, quizá sí, porque lo que hace Cox en lanzarnos un juego de jeroglíficos donde tenemos que transcribir un lenguaje inventado por él a través de diferentes formas.
Gracias a un código que el propio autor nos ofrece en un desplegable de la primera página, vamos descifrando cada una de las palabras que aparecen en cada doble página a través de una colección de formas y colores.


De esta manera, una imagen física evoca otra imagen mental, la del animal que comienza por la letra que toca, y ¡voilá! Como por arte de magia, aparece en nuestra imaginación. Una vuelta de tuerca, un rizo de otro rizo que nunca antes habíamos visto.
Es tan buena idea que incluso se han desarrollado juguetes a partir de este curioso alfabeto.


Ilustraciones humorísticas, formas sencillas y sinuosas, combinaciones de colores brillantes, letras y palabras como excusa narrativa y una toque artesanal muy característico, se reúnen para desarrollar un estilo único y personal. 
Su concepción del álbum bebe de todas las técnicas de impresión, pero más en un modo experimental que reproductivo, lo que los acerca al libro-objeto o libro de artista. Cuida el tipo de papel, la encuadernación e incluso incluye variaciones de un ejemplar al utilizar por ejemplo la litografía. Tanto es así que algunas de las primeras ediciones de sus libros se venden a unos precios desorbitados.


En definitiva, un autor que cualquier amante del libro-álbum gráfico debe conocer sí o sí, aunque nuestro mercado editorial no le haga dado la visibilidad que merece.

jueves, 9 de febrero de 2023

Historias caleidoscópicas


Una vez me dijeron que yo no era suficientemente categórico y que, como el océano, iba y venía. Yo respondí que la vida está llena de matices y que no todo es blanco o negro, sino que puede traernos y llevarnos por muchos derroteros. Que cada uno tiene su perspectiva y dependiendo de las circunstancias lo que vemos se puede tornar rojo, azul o verde. Y en eso estoy este jueves, justificándolo con un libro estupendo.
Si bien es cierto que fue editado por Aura allá por 1990 y recuperado en cierta colección por fascículos de Planeta, sigue descatalogado y desde aquí, pido su readmisión en el mercado editorial de nuestro país.  
Sí, hoy nos toca Blanco y negro del gran David Macaulay, un clásico, básico en cualquier estantería, maravilla donde las haya que se presenta ante nuestros ojos como un juego de perspectiva, una adivinanza, un ejercicio de nonsense sin parangón, un artefacto de lectura posmoderna.
Con esa multiplicidad narrativa que utiliza en El atajo, esta vez, David Macaulay nos presenta cuatro historias simultáneamente. En cada doble página se disponen cuatro imágenes a modo de viñetas que se refieren a cuatro historias con cuatro títulos diferentes: Ver para creer, Cosas de padres, Un juego de espera y Rompecabezas de vacas.


Una nos cuenta el viaje en tren de un chaval, en la de abajo tenemos a dos niños que cuyos padres se pasan el día trabajando, en la siguiente nos encontramos con una estación llena de gente por culpa de un retraso, y en la última tenemos a un caco recién fugado de la cárcel que decide camuflarse entre un rebaño de vacas.


En un principio pueden parecer independientes. Primero, por los estilos, colores y técnicas que el autor utiliza en cada una de ellas, y segundo, por unos argumentos muy dispares. Pero conforme pasamos las páginas, vamos encontrando nexos de unión entre unas y otras. Antifaces, sábanas que se cruzan de una viñeta a otra o papelillos que vuelan por todo el libro se abren camino en una literariedad enriquecida por dos lenguajes.


Todo parece absurdo y muy loco, nada de lo que aquí sucede tiene sentido, es increíble pero cierto. Y por si no fuera poco, cuando llegamos a la última página nos damos de bruces con una imagen que sintetiza diversos elementos de cada historia y nos da la vuelta a la tortilla como si de un juego infantil se tratase.


El autor inglés rompe el marco de lectura espacio-temporal y fragmenta (¿o quizá construye?) una narración en la que el lector-espectador tiene mucho que decir, pues es capaz de rellenar los huecos discursivos que se presentan, de manera que estimula, no solo su imaginación, sino también su capacidad creativa/narrativa.


Tipografías que se desmigajan, créditos, camisa, tapas enteladas, una vaca… Montones de elementos peritextuales que refuerzan esa idea de que en este libro nada ocurre porque sí, sino porque su autor lo ha decidido y nos invita a descodificar este jeroglífico tan particular en el que cualquiera puede aportar su grano de arena.
Sí, señores, no es blanco o negro, es del color de David Macaulay.