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jueves, 28 de marzo de 2024

Un universo (in)apetente


El otro día estaba en una terraza tomando una cerveza con unos amigos, cuando llegó una docena de chavales entre 18 y 22 años. Se sentaron enfrente de nosotros y un servidor, como buen científico, se puso a observarlos.
Primero de todo, no había ninguno feo. Todos parecían modelos en aquella pandilla. Más o menos altos, cuerpos proporcionados y caras bien agradables. Muy bien vestidos, muy bien peinados, muy bien maqueados.


Segundo: no eran nada escandalosos. Más que hablar, susurraban. También es cierto que tenían poco que decirse porque, excepto dos de ellos, el resto estaban centrados en su teléfono móvil.
Se acercaba la hora de la cena y los chicos pidieron comida. Aparentemente, los platos eran muy saludables, y, a pesar de ser unas raciones, para mi gusto, pobres, ninguno se terminó su plato.


Mientras nosotros charlábamos animadamente, nos reíamos, opinábamos de esto y lo otro, aquel grupo de jóvenes se comportaban de la manera más insustancial que he visto nunca. Lo peor de todo es que aquello fue una revelación: ese era el futuro de nuestra sociedad. Silenciosa, inapetente, inerte. Parecían daneses.
Me pregunté cuántos de aquellos chavales se habrían cuestionado la inmensidad del universo. Si alguna vez habían pensado cómo se forman las estrellas o porqué brilla el sol. Si sabrían de dónde vienen las patatas que llenaban su plato o cómo se fabricaban los pantalones vaqueros que tan bien les sentaban. Me dieron ganas de acercarme y darles un coscorrón con el libro de hoy para que despertaran y vieran lo que se estaban perdiendo.


Polvo de estrellas de Hannah Arnesen es uno de esos libros en los que contemplación y reflexión nos cogen de la mano para descubrirnos el mundo desde una perspectiva diferente. En primer lugar se trata de una obra epistolar, pues son tres las cartas que vertebran un texto dirigido a nuestro planeta, al lector presente y al hijo futuro.
Dejando a un lado la crisis climática que la autora toma como línea argumental, me parece una obra muy seductora donde ciencia, conciencia y relato personal maridan estupendamente. Aunque este libro es difícilmente clasificable (¿Libro-álbum? ¿Novela gráfica? ¿Ensayo?), todos convenimos en que es una obra visualmente muy poderosa. 


Aguadas, planos muy cinematográficos, metáforas, composiciones que recuerdan a lo infográfico, viñetas. Todo puede verse como idea aislada o de maneral coral. Inspirándose en la obra de otros autores que quedan recogidos en un índice de referencias final, podríamos hablar hasta de fotoperiodismo.
Si bien es cierto que, a priori, puede parecer un tanto caótico, defiendo esa amalgama de sensaciones, emociones y sentimientos que su autora reúne en sus trescientas cincuenta y pico páginas, y que consiguen reverberar en unos lectores que se dejan seducir por su atmósfera tan particular.

martes, 25 de septiembre de 2018

Filosofando como niños



Cuando allá por los ochenta todavía existían las clases de ética, éramos pocos los que aparcábamos la religión para plantearnos otra mirilla a través de la que ver nuestra vida infantil. En primaria era el único que cursaba la asignatura de toda la clase y como por aquel entonces no había tanto separatismo (siempre he sido muy comprensivo con las mayorías), me dedicaba a mis fichas mientras los demás escuchaban sobre el ser buenos cristianos. Los mensajes no diferían mucho, lo único que cantaba es que yo pensaba por mí mismo las respuestas (todavía no sé cómo me dejaban sólo sabiendo lo bicho que era), mientras que el resto asentían ante el dogma.
Luego llegaron los noventa y el BUP. La cosa se fue animando en los circos (¡Ups!, quería decir clases) de Tomás Miranda. Todos pensábamos que la ética tenía que ver con los grandes problemas morales, pero descubríamos que, tras esa presupuesta trascendencia, se escondían preguntas que podíamos extrapolar a lo cotidiano, cuestiones que nunca nos habíamos planteado pero que estaban insertas en lo humano, en su naturaleza racional.
Debates, juegos de roles, intercambios de pareceres… Todo eso y mucho más, aunque todavía pervive de una manera más críptica en las aulas y depende mucho de los profesionales de la filosofía y del pensamiento, es lo que se intenta reforzar desde iniciativas como, Wonder Ponder, un proyecto de filosofía visual para niños que ha roto muchos de los esquemas que se presentaban en la educación de la ética y eso del pensar en las primeras edades.


Ante las denostadas humanidades, dos cabezas biempensantes, Ellen Duthie, filósofa, traductora y gran lectora de álbumes ilustrados (yo creo que aquí reside el germen de esta idea que plantea un camino hacia la filosofía utilizando lenguajes verbales y gráficos), y Daniela Martagón, ilustradora, entran en comunión junto a la editora Raquel Martínez Uña, para crear una serie de tarjetas en las que, a partir de una situación real o fantástica, se plantean diferentes caminos en las mentes creadoras de los críos y no tan críos (les puedo asegurar que dan de sí para jóvenes y adultos, ¡que la filosofía es para todos!) que giran en torno a una temática específica dependiendo de la caja.


Mundo cruel, Yo, persona, Lo que tú quieras y ¡Pellízcame! son las cuatro cajas/libro que se pueden encontrar hasta el momento. Temas como la realidad y la fantasía, el mundo virtual, la violencia humana, las leyes naturales, la empatía, lo propio y lo ajeno, la convivencia, o la consciencia de uno mismo, son los que estas creaciones pretenden abrir a los ojos de escolares de Madrid, Londres, Quebec, Santiago de Chile, Valparaíso, México DF, Ciudad del Cabo, Buenos Aires, Delhi o Tokio (¿Acaso la filosofía no es universal?), desde un lenguaje cuidado y una estética cercana.


Teniendo en cuenta esa perspectiva pedagógica que a veces me abruma (defecto profesional, ya saben), veo innumerables bazas a este proyecto. La primera es lo aperturista del mismo. Acostumbrados a las preguntas cerradas y las respuestas únicas, los niños están muy atontaos y dirigidos. Necesitan desplegar su propio abanico de posibilidades. Unas que, ilógicas o poco plausibles, son necesarias. Simplemente porque les invitan a la reflexión, a utilizar las herramientas de las que disponen, a plantearse nuevas estrategias, planteamientos diferentes, a utilizar su imaginación y un sinfín de destrezas más. Guiscan en su subconsciente y rompen esquemas fijados y preconcepciones para, después de un proceso intelectual, quizá llegar a las mismas.
Por otro lado no creo que cada caja sea independiente de la otra, sino que todas tienen algo que ver entre sí. Que estén delimitadas físicamente no quiere decir que el adulto no pueda establecer nuevos nexos entre ellas, e incluso continuar con otras preguntas que se sucedan en el diálogo personal y/o colectivo, algo en lo que ya cayeron las autoras prestando tarjetas vacías donde los espectadores pueden plantear, dibujar nuevos puntos de partida.
En fin, que como profesor de ciencias me parece una iniciativa deliciosa porque si algo denoto en esta infancia/juventud que se nos avecina es una falta de estrategias que les permitan pensar. Así que… ¡A por ellas! Presiento que les van a dar mucho juego a pesar del peligro que esto suponga (N.B.: Ya saben que la libertad de pensamiento suele ser subversiva, y eso, a veces, suscita reticencias).


martes, 18 de octubre de 2016

Ideas geniales en forma de libro (o sobre papel y cartón)


Libro. (Del latín, liber) Nombre masculino. Conjunto de hojas de papel, pergamino, vitela, etc., manuscritas o impresas, unidas por uno de sus lados y normalmente encuadernadas formando un solo volumen.” La Real Academia, tan parca como siempre y haciendo poca gala de su lema, da poco esplendor a una de las definiciones que podrían ser su santo y seña. Podrían haber incluido alguna nota poética para darle importancia, otra dimensión menos árida y pragmática con la que ensalzar un objeto que tánto (bueno y malo) ha hecho por nosotros. A pesar de los severos peros a esta descripción (¿Es el libro digital uno de estos libros? ¿Y los libros que no estan encuadernados? ¿Los libros acordeón?), debería darnos igual mientras existan librerías que nos provean de todos ellos.
Aunque muchos ven en el libro tan sólo literatura (ya saben ustedes del ego, el patrimonio y otros insanos vicios humanos), hay que dejar a un lado el arte y ponerse del lado de las ideas, el verdadero contenido de cualquier libro. Sabemos que, como en todo, hay muchos tipos de ideas... Las hay brillantes y apagadas, pobres y enriquecedoras, sobre-explotadas y novedosas. Pero en todos los casos, la dificultad reside en llegar a los destinatarios de una forma clara y comprensible, y, cómo no, empaparnos de ellas. Lo mejor que nos puede pasar es que caigan como semillas maduras, germinen en nuestro interior y, como la terca yedra, trepen por nosotros reverdeciendo las nuestras propias (No todo es tan positivo, les recuerdo la bomba atómica...).
Sí, lo sé, este lugar habitado por monstruos esta lleno de literatura infantil, pero a veces hay que bajarse los pantalones ante otro tipo de libros que, a pesar de no considerarse tales, pertenecen igualmente al reino de las ideas y merecen cierta visibilidad en las redes sociales. Unos son libros curiosos o juguetones, otros son libros más allá de los libros, también hay objetos en sí mismos, libros que nos hacen pensar o que nos roban una carcajada, llenos de imágenes, para tocar y morder, y casi todos, inmejorables para soñar. En definitiva, libros dirigidos a los niños que, aunque dejen el academicismo para otros, enriquecen y embellecen nuestro mundo -interior o exterior- desde otra perspectiva. Es por ello que hoy he caído rendido ante estas geniales iniciativas (ideales para regalar a niños y no tan niños) que nos han ido trayendo los meses.


Digón, Consuelo y Martín, Cintia. +caras. Ediciones Tralarí. Libro-juego con varios niveles interactivos que, a base de imágenes especulares, nos permite descubrir personajes de siempre en una entretenida historia visual para primeros lectores.


Benegas, Mar y Rubio, Carlos. A juego lento. Litera Libros. Rehogando palabras y mezclando sonidos, los autores proponen un taller de cocina que, a fuego lento, abre el mundo de la poesía a quienes se atrevan a meterse entre sus fogones.


Tulley, Gever y Spiegler, Julie. 50 cosas peligrosas (que deberías dejar hacer a tus hijos). Litera Libros. No sé si después de leer este libro muchos padres dejarán a un lado sus miedos, pero lo que está claro es que muchos niños se atreverán a desafiar al peligro. Imprescindible a cualquier edad para saber lo que nos falta, lo que nos queda.


García Sánchez, Sergio y Moral, Lola. Caperucita roja. Dibbuks. Una caperucita con forma de acordeón, la sombra de un lobo que nos lleva a un mundo desconocido, un libro-manual de todo lo que sospechábamos sobre esta historia... No sé como definirlo pero me encanta.


Arrhenius, Ingela P. Animales. CocoBooks. Imagiario-palabrario zoológico de grandes dimensiones con cierto aire vintage. Cuando lo abrí por primera vez, me daban ganas de arrancar las páginas y tapizar las paredes con ellas.


Toro, Grassa y Ballester, Arnal. Una pierna. A Buen Paso. Esta es la historia de un matrimonio. Un triste juego hecho historia, una historia en forma de juego. Esta es la historia de un matrimonio, el de una pierna y un dedo que recorren juntos las baldosas del camino.




Duthie, Ellen y Martagón, Daniela. Wonder Ponder. Filosofía visual para niños. (3 títulos) Wonder Ponder. Preguntarse a través de las imágenes, para responderse a través de la experiencia. Caminos que se abren a partir de situaciones cotidianas. Un proyecto original que busca aproximar a los niños al campo de la ética y la filosofía renunciando al dogmatismo.


Scott, Katie. Historia de la vida. Evolución. Impedimenta. Imprescindible en mi biblioteca de biólogo evolucionista. De vez en cuando me lo traigo a clase y lo despliego ante la atenta mirada de mis alumnos. Es importante ponerle cara a las formas de vida pasadas y de paso, darle un toque de color a la Escuela.


Goes, Peter. La línea del tiempo. Maeva. Recomendadísimo para todos los aficionados a la historia, una maravilla gráfica que ilustra nuestra historia desde el mismísimo “Big-Bang” hasta el día de hoy. Saquémosle partido...



Demois, Agathe y Godeau, Vincent. La gran travesía. Patio. Cuaderno ilustrado que con una lupa mágica nos descubren el interior de los objetos. Grandes o pequeños, enormes o insignificantes, todos esconden detalles interesantes desde la perspectiva del buen observador.


Laval, Anne. Caja de cuentos. mtm Editorial. Juego interactivo que permite combinar escenas de cuentos clásicos originando así historias emergentes que desarrollan la imaginación. ¡Sería maravilloso hacer algo parecido con las funciones de Propp!


Baobaby Studio. Ekológico. mtm Editorial. Un cuaderno gigante para aprender y hacer actividades que se relacionan con el desarrollo sostenible y algunos conceptos básicos sobre la ecología. Datos curiosos sobre las abejas, el ciclo del agua o el mundo del reciclaje.

Bogucka, Kasia y Tomilo, Szymon. Kulinario. mtm Editorial. Libro de actividades en gran formato que nos desvela los intringulis, no sólo de la cocina, sino de cómo hacer la compra, cómo preparar un picnic o hacer un tentempié fácil.


Sugranyes, Miriam. Boletus. Pequeña guía de setas para colorear. mtm Editorial. Aunque se editó hace ya, me he permitido la licencia de traer esta belleza para colorear a estos primeros días del otoño en los que níscalos, macrolepiotas, negrillas y otros hongos empiezan a poblar pinares y robledales de nuestra geografía. A la plancha, acompañadas de castañas asadas... Mmmmm.

Autoría de la imagen principal de esta entrada ©Estudio Milimbo.

lunes, 3 de octubre de 2016

¡Oh, mundo teatral!


No sé qué extraña razón me hace chocar estos días con el universo teatral. No es que me prodigue mucho entre las bambalinas (nunca he sido muy buen actor), pero sí hace eco en mi subconsciente esa palabra, “teatro”, por boca de otros que aman los escenarios...
Eco número 1. Acabamos de celebrar el centenario del nacimiento de Buero Vallejo y, aunque no soy de muchas efemérides, hay que apuntar a este gran autor teatral y algunos de sus dramas, como Historia de una escalera, La fundación o El tragaluz. La imperfección del ser humano, la falta de libertad, la denuncia social o la asunción de la lealtad llenan obras que se erigen entre las mejores del siglo pasado. Quizá estas representaciones trágicas sean demasiado complejas para los niños, pero si algo bueno tiene el teatro es que podemos disfrutar de él in situ, así que animo a las familias a regalar entradas para el teatro en cumpleaños y demás fiestas infantiles para abrirles la puerta a una experiencia diferente a las que acostumbran y que quizá redunde en ellos despertando aficiones hasta ahora desconocidas.


Eco número 2. Se ve que (¡por fin!) muchos padres y directores de colegio se han dado cuenta de que la iniciación al teatro puede ser una opción más que pedagógica en las tardes infantiles. Cada vez son más los actores y aficionados al noble arte de la interpretación que se ganan un dinerillo con expresión corporal, dicción y entonación. A los niños les viene la mar de bien para cultivar otros personajes que no sean ellos mismos e interaccionar entre iguales para perder el miedo a la vergüenza y conocerse más a sí mismos. Bonanzas sobre las tablas que los evaden de tanta tecnología y momentos de pasividad.


Eco número 3. Empiezo a pensar que lo de los socialistas es un entremés, no sólo por el jolgorio que se prometen, sino porque parece una pequeña comedia para justificar sus intenciones. Me gustaría echarle un ojo a los camerinos de Ferraz y constatar que la cosa no se va de madre. ¿Habrá abstención, no la habrá? Lo peor de todo es que el resto de partidos han dejado de aplaudir, empiezan a afilarse las garras, y los tomatazos salpicarán a los espectadores. Corroborando el desastre de la política española... una vez más.


Eco número 4. Con todo esto acaba de venirme a la memoria un libro informativo que no les dejará indiferentes... Teatro, con texto de Ricardo Henriques, ilustraciones de André Letria (autores de  Mar) y publicado por Ekaré en castellano, tardará muy poco en convertirse en una referencia en esto de la escena, no solo por ser un compendio alfabético de conceptos relacionados (si me apuran podemos llamarlo breve diccionario) con el mundo de las tablas, tan rico y variopinto, sino por ser una plataforma para que niños y mayores despeguen en las artes escénicas gracias a datos curiosos, diagramas gráficos y actividades sencillas relacionadas con el vestuario o las técnicas de expresión oral y corporal.


Lo dicho, echen mano de este libro exquisito y perfecto para regalar (para mi gusto es uno de los mejores del año en su categoría) y disfruten del teatro, ese arte que tanto hemos olvidado en estos tiempos pero que siempre está ahí.

martes, 29 de septiembre de 2015

Luces y sombras del libro informativo


Tras un fin de semana electoral que nos trae un panorama catalán parecido (otros cuatro años de aburrimiento...), una cena amenizada por niños cantando mientras sus padres lloran (creo que hay más esperanzas en las lágrimas de los adultos que en la ilusión de sus hijos... otro circo...) y mil cosas más (esta semana no doy abasto con tanto trajín), me dispongo a hablar de libros de conocimientos, un genero por el que muchos sienten verdadera pasión, pero que un servidor lo tiene algo olvidado (será que me dedico a esto de la Escuela...). Así que, aprovechando el comienzo de curso y que las neuronas andan ávidas de sabiduría, aquí les dejo una reflexión y algunos títulos...
Lo cierto es que lograr un buen libro de conocimientos es una tarea bastante difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que la frontera que separa un libro de texto y otro literario está bastante difusa estos días en el que editoriales echan mano del grafismo, el pop-up o la ilustración (hace años bastante limitados al mundo del álbum ilustrado) para hacer más atractivos y vendibles sus productos, debido a un aumento de las dimensiones del negocio, una feroz competencia y un público más exigente a la hora de invertir su dinero (no olvidemos que cuanto mejor forma y color tenga un plato, más suculento nos parece a simple vista).


Otra de las similitudes entre el libro informativo y el manual escolar reside en el patente constructivismo que de un tiempo a esta parte llena todo el mundo infantil (¡malditas tendencias pedagógicas!). Las formas de aprender, sean estas autónomas o independientes, las formas de leer o de disfrutar, cada vez son más afines a esta tendencia y se articulan sobre sus bases (¿No nos bastaba con dejarles disfrutar? ¿Por qué todos progenitores ansían hijos la mar e sabihondos?).


Lejos de estos aparentes parecidos razonables, sigo manteniendo que un libro de conocimientos o informativo, entendido dentro de un contexto literario, debe aportar algo más que datos enciclopédicos o académicos. Debe hacer crecer el afán por aprender del lector, avivar su intelecto, ser lúdico y ofrecer un nuevo escenario en el disfrutar y conocer. Así es como el libro informativo se convierte en un producto difícil, no sólo a la hora de darle forma (debe ser muy complejo elaborar algo con tantos niveles interpretativos o de lectura), ya que es un libro que debe aunar calidad literaria, gráfica y didáctica en un sólo formato, sino también a la hora de consumirlo, ya que creo que son libros en los que el lector debe estar dirigido de alguna forma para transcribir, procesar, asimilar y sintetizar la información y desarrollar nuevas competencias, un proceder en el que los mediadores -llamémosles así- deben estar muy presentes.


Como docente doy buena cuenta de los recursos que muchos utilizamos en clase y de que están basados en meros datos anécticos o curiosidades varias (puntos en los que confluimos con muchos de los libros de conocimiento... ¡manidos recursos didácticos!), pero debemos de ser conscientes de que el diálogo entre lector y libro informativo debe pasar por la autonomía e independencia, dos de las cualidades que este tipo de relaciones requieren.
Y sin más darles la vara, me voy a poner con la pintura, el mayor de mis castigos durante los últimos días... ¡Pobres cervicales!


jueves, 28 de mayo de 2015

Mundo animal


Aunque no suelo compartir enteramente las opiniones de mi amiga La Ascen (lo de ser discordantes es una maravilla y anteponerle el artículo determinante, todo un honor), sí existe una ligera diferencia entre los niños asfálticos y los niños rurales. Si bien es cierto que todos se parecen mucho (ya saben ustedes que los medios de comunicación y las llamadas TIC nos han homogeneizado más de lo que creemos, sobre todo en cuanto se refiere a comida basura, programas de tele-realidad y ropa de usar y tirar), las diferencias se hacen más patentes cuando la naturaleza entra en juego.


Nociones de flora y fauna, climatología, algo de fisiología animal, algunas cosas de veterinaria y mucho conocimiento específico (el otro día me enteré de que existen incubadoras para huevos de ¡abeja!... Como decía Guimaraes Rosa, “Maestro no es quien siempre enseña, sino quien de repente, aprende”), se agolpan en los moldeables cerebros de unos alumnos que, un tanto salvajes, saben distinguir un pollo desplumado y empaquetado, de aquel que picotea lozano entre yerba, algo que ellos encontrarán inútil e insustancial (N.B.: Seguramente muchos preferirían practicar break-dance, hincharse a hamburguesas en los centro comercial o comprar ropa a go-go) pero que también merece reconocimiento, ya que se encuentran en plena consonancia con un medio que, a veces, es más humano que el de la urbe.


Los animales nos enternecen. Ovejas amamantando a sus corderos en la dehesa, gallinas rodeadas de pollos recién nacidos por todas partes, vados y orillas cubiertas de libélulas y abejarucos, abejas libando sobre la lavanda en flor. Gorriones, jilgueros, alondras y totovías. Todos decoran una suerte de paisaje que a muchos se les figura una delicia, quizá porque es capaz de humanizar hasta al más desalmado.


Es por ello que, muchas veces, se hacen necesarios títulos como los que aquí traigo hoy que, entre juegos de páginas (Uno como ninguno, de Britta Teckentrup y editado por Flamboyant), conocimientos varios sobre animales cercanos o exóticos, e ilustraciones bellamente conseguidas (Animalium, de Katie Scott y Jenny Broom, y editado por Impedimenta) y el patrón de coloración que muchos de ellos presentan (Color Animal de Agustín Agra y Maya Hanisch y editado por Faktoria K de Libros), se ayuda al niño a comprender un mundo que no le es todo lo cercano que cabría esperar a tenor de parques zoológicos, programas científicos de divulgación, museos de ciencias naturales y documentales televisivos (cosa que no me extraña porque tienen más éxito los programas de marujeo y telerealidad…, ¡qué asco de parrilla!).


Así que regalen a los niños libros de y sobre animales. Para sembrar en ellos el asombro a través de las inimaginables formas que puede adoptar la naturaleza, a través de un mundo que, al fin y al cabo, también les pertenece.


jueves, 14 de mayo de 2015

Flores, plantas y ¡primavera!


Aunque están acostumbrados a verme deambular entre libros, muchos de ustedes no sabrán que otra de mis pasiones es todo lo relativo al mundo de las plantas. Botánico de formación y de vez en cuando por afición, gusto del mundo de la clorofila y la fotosíntesis, ese que agrupa al Reino Plantae (ya saben que adoramos las lenguas muertas) y que nos provee de la mayor parte de los recursos con los que subsistir (den buena cuenta de sus sábanas y el algodón que las teje, de las láminas de madera sobre las que dormimos, de los cereales del desayuno, del café de media mañana, de todas las verduras, legumbres y frutas que componen nuestra dieta, de los muebles que otrora eran robles, cerezos y árboles exóticos, del caucho sobre el que se desplazan nuestros automóviles… ¡Nuestra vida está llena de plantas!).


Seguramente algunos prefieren la faceta más estética de nuestras verdes amigas a base de parterres, bonsáis, arreglos florales e ikebanas (¡estos orientales siempre tan contemplativos!), mientras otros se decantan por una orientación más científica de sus pasiones, esa que trata de la taxonomía, la vegetación, la biorremediación, la evolución de estos seres vivos o sus aplicaciones dentro de los campos de la farmacia o los materiales biodegradables, tan de moda hoy día, pero tampoco nos olvidemos de que hay muchos que aborrecen las plantas, no las quieren ver ni en pintura, ni mucho menos en sus balcones, terrazas y salones (estarán al tanto de que no deben habitar dormitorios ni otros lugares en los que soñar) a tenor de la gran cantidad de bichos que atraen, la de hojarasca que producen (supongo que hay gente muy limpia a la que le gusta comer en el suelo…) y la esclavitud que supone el tener que regarlas con cierta frecuencia (ya saben que hacerse cargo de cualquier “mascota” –quietas o no- supone cierta responsabilidad para con ellas…).


Aunque soy un poco maniático a la hora de recibir flores como regalo (las prefiero enraizadas y en maceta para que perduren a lo largo del tiempo), me encanta disfrutarlas en plenas facultades vitales (ya saben que estamos acostumbrados a verlas en los cementerios, sobre las tumbas y en las habitaciones de los hospitales). Olerlas y tocarlas es un placer, pero sin duda, el poder mirarlas a lo largo del tiempo es la razón por la que muchos artistas han intentado captar su belleza, encerrar sus líneas en la quietud infinita… Paisajes, bodegones y naturalezas muertas son toda una suerte de representaciones botánicas que nos acercan a nuestro entorno y nos ayudan a valorarlo convenientemente, unas premisas que han llevado a la nipona (¡Otra! ¡Qué creativa es esta gente!) Sachiko Umoto a crear un libro para aprender a dibujar a estos seres verdes  titulado Plantas y pequeñas criaturas (Nota: también tiene otro muy zoológico llamado Animalitos) que ha editado en castellano la editorial madrileña Silonia para deleite de los más pequeños y que sin duda constituye un regalo primaveral inmejorable, sea usted alérgico, amante de la flora ibérica o vegano.



miércoles, 4 de febrero de 2015

De las huellas de los hombres y las cicatrices de sus corazones


La vida es un viaje extraño y pasajero en el que cada uno de nosotros deja impresas unas huellas más o menos profundas sobre los caminos que recorren la piel del mundo.  Algunas son leves y efímeras, otras firmes y polvorientas…, como las del petirrojo sobre las primeras nieves del invierno, como el caballo en la furia de la batalla… Hay huellas pequeñas y otras de mayor calibre. También pasajeras o permanentes. A veces son dolorosas, pero también hay muchas que te traen una sonrisa.  Me gustan las huellas que huelen a caricia y detesto las que saben a honda pena.


A pesar de que la inmensa mayoría decidimos embarcarnos en el deambular por el tiempo de una forma individual, las pisadas que dejamos caer sobre ese parco hilo que es la vida, dependen más del peso que ejercen los demás que de nuestra misma gravedad. Si nos dejamos guiar por las extraviadas agujas de otras brújulas, de otros nortes que no son los nuestros, nos desorientamos, quedamos inútiles ante el vaivén de los meteoros, nuestra travesía se vuelve inservible y, finalmente, no arribamos al destino que nos marcamos sobre el mapa de la ruta.


Desconfíe de esos que pasan de puntillas por la vida, de esos que, como espectros vacíos, no imprimen bonanza alguna sobre los demás, de esos que deambulan por los senderos que otros dibujaron primero. Aléjese de su maldad pasajera, de su fútil existencia, de su estrechez de miras, de sus insustanciales prejuicios. Hágame caso: rodéese de hombres auténticos, valientes y bienaventurados, de mente preclara, rebosantes de ideas y pasión, trabajadores y sinceros, de esos que, pese a su insignificancia y con la ligereza de sus pasos, te dejan un dulce poso.


Buscar una meta, robarle el significado a los días, ignorar a los demás, ser consecuente con tus ideas y actos, anhelar un trayecto personal, intentar hacer algo, es lo que mueve a los hombres de gran valía que, como Ernest Shackleton (ese irlandés que intentó atravesar la Antártida cruzando por el polo sur geográfico y que, por un golpe de mala suerte, tuvo que sobrevivir junto a sus compañeros durante dos años en el terrible continente helado), hacen de nuestra especie un motivo por el que merece la pena luchar, por el que exponer a la intemperie unos corazones que, a pesar de la elasticidad de sus músculos, no retornan a su ser y se llenan de las cicatrices imborrables que siguen trazando los pétalos caídos de los cerezos, las sonrisas infinitas que me traían tus ojos azules... Mi mar, tu cielo.