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lunes, 13 de febrero de 2017

Libros presos, lectores libres... ¿Por qué leemos lo que leemos?


Ian Falconer

Es obvio que continuar con la lectura, eso de descifrar una serie de códigos, generalmente verbales, para hallar en ellos diferentes tipos de mensajes, es una decisión personal más allá de la obligatoriedad u otras causas. El lector lo es porque quiere.
No obstante, a pesar de esa libertad que tiene el acto lector, los que gustamos de esa afición no prestamos mucha atención a si nuestras lecturas están condicionadas, a si elegimos los libros que leemos, si nos eligen ellos a nosotros o, lo que es peor, si otros los eligen para nosotros, algo de lo que trata mi perorata de hoy.



Marco Somà

Los libros, no en la actualidad, sino desde hace muchos años, están ligados a ciertos intereses. Política, moda, ismos y un largo etcétera de influencias envuelven al libro, ese producto, ese objeto, esa pieza de arte (cada uno que elija cómo lo define), que en una sociedad de consumo como la que vivimos tiene mucho a lo que exponerse.
Dejando a un lado las conspiraciones (es una palabra hiperbólica, muy gorda, que podemos usar con cariz literario), sí tenemos que hablar de lo tendencioso en los libros...
Por un lado tenemos el aspecto físico del libro. La imagen que proyecta el libro es muy importante. Un tema en el que diseñadores gráficos tienen mucho que decir. Tipografía, camisas, tapas, ilustraciones... Todo, absolutamente todo lo que rodea al libro como objeto está pensado. Ideado para un tipo de público, para un tipo de lector, para un tipo de comprador. Los libros, como las cajas de cereales y las camisetas, entran por los ojos y sería estúpido negar que, más de uno de los que aquí estamos hemos dicho aquello de “¡Qué buena pinta tiene...!”, o ante dos ediciones del mismo título hemos preferido una (no siempre la mejor) por su aspecto.



Jean-François Segura

Luego viene el merchandising: quienes los venden. Cada librero y cada editor tiene sus estrategias de exposición y venta. Hay algunos que prefieren los regalos (el que regala bien vende), los precios promocionales (hay mucho bolsillo vacío en esto de los libros), el artículo de lujo (lo caro también tiene su público), las actividades en torno al libro (Presentaciones, cuentacuentos, coloquios, clubes de lectura y encuentros con autores, ¡bienvenidos!) o la mejor -o peor- visibilidad en los espacios de exposición, son las más frecuentes en el cara a cara con los libros. Pero sin lugar a dudas, es el mercado de novedades lo que ha provoca la máxima expectación en el consumidor de libros (¡Si es nuevo, me lo llevo!).
Otra cosa son las relaciones comerciales de tipo virtual con los libros (¡Que estos bichos también saben cómo ingeniárselas en el mundo digital...!). Desde que internet irrumpió en nuestras vidas y los gigantes de la compra/venta online crecieron al amparo de una sociedad cómoda y sin tiempo, han nacido nuevas formas de vender un producto con largo recorrido histórico. Los motores de búsqueda saben lo que queremos para endosarnos la publicidad que más se adecue a nuestros intereses y algunas empresas de transporte tienen tasas especiales para unos objetos que se almacenan con facilidad.



Corey R. Tabor

Pero, ¿qué hay del contenido de los libros? ¿A nadie le interesa? Si, aunque parezca que no, a todos les interesa... Aunque muchos digan que la proliferación de ciertas líneas argumentales, la inclusión de tipos de personajes o la elección espacio-temporal de las tramas se deban al libre albedrío e inquietudes de los autores, un servidor tiene sus reservas sobre estas supuestas coincidencias temáticas en los libros. Mientras que actualmente la gente se pirra por libros sobre espiritualidad y vida saludable, hace un par de años lo hacían por libros sobre violencia de género. Hace diez años, los que trataban la convivencia entre culturas copaban las librerías, y hace veinte, el machismo era el leitmotiv. Que los libros se tiñan de actualidad tiene más que ver con un proceso de retroalimentación social que favorece y aupa el consumo que se genera sobre estos tópicos, que con un interés de hacer despegar la lectura entre los ciudadanos (N.B.: Se me vienen a la mente los emocionarios y los libros sobre migración que han proliferado en los últimos años en la LIJ).
En este entramado social del libro, mucho tienen que decir los políticos. ¿Por qué, desde las instituciones, se les da visibilidad a unos autores y a otros no? ¿Quién decide cómo se gastarán nuestros impuestos en la promoción de ciertos libros? ¿De qué hablan los títulos que ponen en el punto de mira las campañas y planes lectores? ¿Fomentan el comunismo, el fascismo, el secesionismo o el buenismo? En definitiva, premios nacionales y centenarios son la mejor excusa para adoctrinar al pueblo (con supuestas afinidades ideológicas entre autores y poder, todo hay que decirlo) mientras de paso nos colgamos alguna medalla.



Gabriel Pacheco

También hay que apuntar a ciertas instituciones y fundaciones en pro de la lectura que tánto abogan por la lectura. Conviene recordar que muchas de ellas nacieron al amparo de casas editoriales que todavía hoy siguen financiándolas, que muchas de ellas tienen relación con la Iglesia o con los medios de comunicación y que la inmensa mayoría entran en el doble juego de los intereses creados y el altruismo cultural mediante vínculos poco explícitos, aprovechando que todavía hay gente que lee y se fía de sus criterios.
También deben hablar la familia, la escuela y la biblioteca. No voy a ahondar en la influencia que familiares (No sólo padres, que siempre se les carga con el muerto, sino hermanos, nietos, tíos o abuelos. Yo jamás hubiera leído El zoo de Pitus si no hubiera sido por una tía adicta al Círculo de Lectores, y mi madre nunca se hubiera parado con la prosa adulta de Roald Dahl si mi padre no leyera con tanta rapidez) y amigos (¡Cuánto me fío de este colega! ¡Me gusta todo lo que me recomienda!) tiene en esto de las elecciones de lectura. Tampoco cabe ser pesado con la responsabilidad de la escuela en propiciar un acervo de lecturas lo suficientemente buenas y diversas como para enriquecer nuestros criterios de selección (Maestros, hablen de libros, hablen...). Ni en el compromiso que debe tener el bibliotecario a la hora de desbordar la lectura en las mil facetas que puede brillar estos diamantes mal nombrados (“Libro”, ¡qué palabro!).
Por último, detenerme en las redes sociales, unas de las que formo parte y en las que, por un lado, observo que sirven de plataforma publicitaria a autores y editoriales, muchas de ellas están contaminadas por afinidades de todo tipo, y otras no exponen con claridad los criterios de sus selecciones. ¿Somos los influencers todo lo independientes que el público espera de nosotros? ¿Actuamos bajo el sesgo? ¿Nos arriesgamos a la hora de proponer nuevas lectura que se salen de la tónica imperante?



Sasha Ivoylova

Concluyendo, nadie lee lo que realmente quiere, sobre todo porque estamos sujetos a una serie de impulsos con los que, desde diferentes ángulos, nos bombardean una y otra vez. Sí, leemos libros presos. Entonces..., ¿somos lectores libres?  



Marine Bourre

lunes, 2 de noviembre de 2015

¿Qué libros gustan a los niños?


Andaba yo este verano en la biblioteca haciendo una base de datos (de helechos cheilanthoides, ¡no se vayan a pensar que era de libros!) y, entre usuario y usuario, vino la Amparito (¡un saludo desde este lugar, Amparo!) a darme palique un rato... La cosa derivó en libros para niños (un clásico básico) y nos pusimos al quite divagando sobre uno de los paradigmas de la LIJ, “¿Qué libros gustan a los niños?” Difícil cuestión y más difícil todavía la respuesta... Es por ello que la retomo este lunes en el que muchos padres, maestros, bibliotecarios, libreros y enteraos lijeros continúan el fin de semana, y que de paso nos echen una mano a desenredar el entuerto...
La Amparito y yo decíamos que, por mucho que nos empeñemos en presentar a los críos álbumes ilustrados con imágenes y temas un tanto transgresores, estos lectores prefieren devorar su lecturas de líneas vulgares, llenas de clichés y colores brillantes. “¿Por qué será?” nos preguntábamos. Y ahí voy yo con la respuesta...


Lo de la pigmentación, seguramente se deberá a una percepción primaria de la imagen en la que un libro elaborado con una carta de colores elementales (y quizá también algo estridentes) llama más la atención del lector que un libro ilustrado con tonos medios y una paleta de color más apagada. Si nos fijamos en los libros dirigidos a prelectores, esta característica se hace más patente (mucha simplicidad en cuanto a formas y patrones de color se refiere), algo que nos hace pensar que, en las escuelas de ilustración y las facultades de bellas artes este tema ha sido mirado y remirado (N.B.: Respecto a la parcela biológica me gustaría apuntar que hace años, en cierta clase universitaria, escuché que la naturaleza reviste a los organismos, plantas o animales, venenosos de una coloración primaria -sobre todo amarillo, rojo, azul y verde- para alertar de ello, ¿tendrá algo que ver con lo que acabo de exponer sobre la génesis de la visión infantil?... Ahí lo dejo por si algún sabio nos quiere ilustrar sobre ello en los comentarios).


Respecto a las líneas y figuras, me gustaría decir que, tras mucho observar a niños leer, desmembrar libros y dibujar montones de estampas y fichas, nuestros locos bajitos tienen verdadera pasión por el círculo y la curva, por lo sinuoso, lo arqueado, en el sentido literal del trazo. Si no, ¿a cuento de qué se iba a hacer de oro Walt Disney? ¿Por qué siguen triunfando Mortadelo o Asterix? ¿Y los dibujos animados nipones?... Está claro que el estilo caricaturesco es el que más agrada a los primeros lectores y que la mayor parte de los grandes éxitos de ventas de los últimos años están íntimamente ligados con personajes “redondos” o estilos de ilustración dinámicos (siempre he percibido los ángulos más estáticos... manías de uno). También hay que llamar la atención sobre los volúmenes... La mirada infantil es eminentemente bidimensional y se prescinde de las sombras y la profundidad (sobre todo de las figuras, no así de los planos puesto que se suelen diferenciar), así que olvídense de perspectivas cinematográficas y otros añadidos volubles, aquí lo que mola es el alto y el ancho.


Sobre los argumentos, la literatura que suele tener más aceptación entre el público infantil es aquella con bastantes pinceladas de humor (se ve que a todos nos gusta pasárnoslo bien), bastante somera (lo de ahondar en los grandes problemas de la humanidad es una parcela para los adultos), cotidiana (mucha casa, escuela y parque), absurda (la gracia de lo surrealista tiene su puntito) o fantástica (¿a quién no le gusta evadirse un poco de lo mismo de siempre?), y, casi siempre, inofensiva (les remito AQUÍ para más señas).


Después de este análisis de andar por casa dirán ustedes: ¿y para qué tanta lista temática, recomendación de lectura y espacio especializado, si al final, ellos saben rotundamente lo que quieren?
La verdad es que a pesar de que los manejantes de la LIJ (siempre adultos, añado) nos empeñemos en abrir los ojos y la mente de los niños (a veces esto suena a una especie de lobotomía), ellos soportan el chaparrón y siguen teniendo sus preferencias bastante claras, lo que lleva consigo que muchos aboguen por dejarlos a sus anchas (los dibujos animados, las tiras cómicas, las series basadas en muñecas y los “activity books” de los chinos, no constituyen una dieta muy equilibrada para el córtex cerebral... ¡A pique de sufrir un empacho con fritanga de papel impreso de tres al cuarto!).
No obstante y si menospreciar esta corriente más libertaria, también es cierto que un hecho cultural como es la lectura, pasa por “educar la mirada” de aquellos que van a recibir ese legado (en este caso literario), y que, como cualquier otro proceso educativo, pasa por la obligatoriedad, la resignación y la costumbre (acuérdense de las odiadas legumbres y las verduras de su niñez, y de lo mucho que hoy las valoran..., ¡con lo que me gustan las patatas fritas con huevo, la pasta y el magro!). Algo que deben tener muy en cuenta los mediadores entre el niño y el libro a la hora de desarrollar estrategias que faciliten esa comunión. Es por ello que debemos sugerir lecturas graduales, tanto visuales, como verbales, fomentar la literatura plural, versátil y diversa, abogar por la calidad y barajar múltiples cauces para dirigir la adquisición del hábito; pero siempre debemos tener presente que, cuando a un lector (pequeño o grande) aparca un libro, quieto hay que dejarlo.


miércoles, 19 de noviembre de 2014

Y si fueses un libro, ¿cómo serías?


Seguro que muchos de ustedes se habrán aventurado a realizar alguno de esos test que corren por Facebook® (red social con la que estoy muy enfadado…) para saber con qué personaje de cuento corresponde su personalidad (yo soy el gato con botas, ¡ja, ja, ja!..., algo que no me disgusta), pero seguramente pocos de ustedes habrán invertido un poco de su tiempo en meditar sobre qué libro elegirían en caso de convertirse en uno de ellos.
Si yo fuese un libro, sería un libro mediano, ni muy grande, ni muy pequeño. Prefiero los libros que te caben en la mano pues hay muchos que son inmanejables y otros que se pierden en el fondo de los estantes.
Sobre el grosor me gustaría no sobrepasar las doscientas páginas... Aunque a muchos lectores les encanten los libros extensos, esos que no se terminan nunca (¡qué egoístas son algunos!), yo prefiero aquellos de mediana duración, aquellos en los que las páginas se vayan pasando poco a poco, con cadencia perfecta. ¡Eso sí!, como mínimo, tendría las treinta y dos páginas de un álbum ilustrado (que para eso es mi género favorito).


Me encantaría tener letra grande pero no en exceso (será porque ando un poco cegato y me gusta no esforzar la vista demasiado), a la par que legible (¡Algunos cometen verdaderos crímenes contra los libros eligiendo tipografías horrendas!). También sería de tapa dura (aunque aviso de que la tapa blanda es más práctica para llevar el libro en el metro, guardarlo en el bolsillo del abrigo y apuntar el número de teléfono de la camarera, siempre he creído en la distinción y clase de un buen cartoné), con una bonita ilustración en la portada. De colores suaves, pero nunca ñoños; que diga mucho de lo que hay dentro de mí, pero sin demasiados detalles.


No sé si me gustaría contar una bella historia de amor o si coleccionaría vocablos extraños. Si sería mejor contener mucha intriga o dedicarme a largas epopeyas. Si dejar a hablar a los viejos o dedicarme a los niños…. ¡Vaya lío de decisión!... Mientras barajo todas las posibilidades y acuerdo un final conmigo mismo, les dejo con Si yo fuese un libro, una idea de José Jorge Letria y André Letria (el mismo tándem de hermanos que han parido obras como Mar, editorial Ekaré, o las fragatinas Estrambólicos y Caras) y publicada en castellano por la editorial Juventud, que les puede abrir la mente al tan extraño pero fácil mundo de los libros.


martes, 22 de enero de 2013

Breves: Exposición "Cápsulas del Tiempo, objetos encontrados en los libros"


Plumas, hojas, cartas, anotaciones o bocetos, son ejemplos de los muchos y variados objetos que muchos de nosotros utilizamos como marcapáginas para no perder el hilo de nuestra lectura. Con todos estos tesoros y muchos más, la Biblioteca de la Universidad Complutense ha organizado la exposición Cápsulas del tiempo, objetos encontrados en los libros, que se puede visitar en la Biblioteca María Zambrano (C/ Profesor Aranguren s/n, Madrid, España) hasta el 20 de febrero de este 2013 y cuya homónima virtual se puede visitar aquí
¡Disfruten de estas curiosidades lectoras!

viernes, 4 de diciembre de 2009

Otra de poesía visual














Imágenes procedentes del Concurso de fotografía "Libros y lecturas" convocado por la Biblioteca Nacional de España con la colaboración de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez (Abril-Mayo, 2009). Para ver autores: http://www.facebook.com/note.php?note_id=95443183368

martes, 17 de marzo de 2009

Los intelectuales


Los intelectuales

ACTO PRIMERO. ESCENA SEGUNDA.

Después de compartir unas tiernas y torpes muestras de amor sobre el sofá, Iris entrega a Gabriel su regalo de cumpleaños, que éste desenvuelve con gran entrega y rapidez.

Gabriel: ¡Oh! ¡Muchas gracias! Todavía no había leído nada de Sterne…
Iris: Me alegro de que te haya gustado, estuve dudando entre Baudelaire y Viaje sentimental
Gabriel: Menos mal que te decidiste por el último… Ya he leído a Baudelaire… Las flores del mal.
Iris: Extraordinario, ¿no?
Gabriel: Sublime… ¿Has leído el que te presté?
Iris: ¿Cuál?
Gabriel: La esperanza.
Iris: Sí, Malraux es único. No entiendo como no es una lectura obligatoria para todos los adolescentes.
Gabriel: Estoy de acuerdo contigo… Malraux, Proust, Mishima, Böll, Chandler…
Iris: ¿Leíste El largo adiós finalmente?
Gabriel: Hace unos meses, después de terminar con las obras completas de Miller…
Iris: Hace poco le regalé Trópico de Cáncer a mi hermana y presiento que se cubrirá de polvo… Ella prefiere esas novelas de poca monta…
Gabriel: Como todo el mundo… Intelectuales quedamos pocos…
Iris: Sí…, una pena… ¿Qué has preparado para cenar?
Gabriel: Es una sorpresa, cielo...

Inmediatamente después de estas palabras, una pequeña columna de humo negro asoma por la puerta de la cocina.

Iris: ¡Fuego, Gabriel! ¡Está ardiendo la cocina! ¡Rápido, el extintor!

Gabriel corre hacia el rellano de la escalera. Tras un breve instante, regresa con el extintor de incendios y comienza a sofocar las llamas que, paulatinamente, invaden la cocina. Tras tensos momentos, consigue controlar el incendio. Iris, a su lado, se deja caer al suelo apoyando su espalda contra la pared y, presa de los nervios, exclama exaltada.

Iris: ¡So inútil! ¡El año próximo, en vez de tanta gilipollez, te regalaré las 1080 Recetas de cocina de Simone Ortega!

martes, 10 de febrero de 2009

Diálogo literario


- ¡Hombre!
- ¿Qué tal? ¿Cómo vas?
- ¡Pse…! Tirando… ¿Y tú?
- Pues ahí, ahí… Más o menos como tú: adelgazando.
- Ea… La parienta se ha empeñado, ¡y me tiene a pan y agua!
- Creía que era cosa del Gobierno. Con esto de la crisis…
- ¡Que va!... La culpa de todo la tienen los libros.
- ¿Qué es eso?
- Un montón de papeles cosidos.
- ¿Y qué pasa? ¿Tu mujer sólo come de eso?
- Mi mujer no ha comido en su vida: está hecha un suspiro… Los lee, que es peor.
- ¿Los lee?
- Si tío, es lo que se hace con los libros… Será de las pocas... Ahora le ha dado por un tal Cervantes y no hace de comer ni a tiros…
- Pues vaya panorama tienes…
- Ya ves… ¡Lo peor de todo es que no hay quien la saque de sus trece! Con decirte que anteayer nos avisó de que, después del tío este, empieza con un inglés que se ve que arregla tuercas[1].
- Te recomiendo que hables con ella. Dile que eso no es marcha…
- Tú no la conoces… Dice que ya está hinchada, que se ha pasado la vida hecha una esclava… ¡Menuda pájara…! Para eso me la he llevado a Benidorm, para que luego me pague con esto…
- Si es que las mujeres de hoy en día no tienen vergüenza.
- Si por lo menos me lo hubiese contado antes de casarnos…
- Dice que necesita realizarse como persona, ¡cómo si no tuviera bastante con limpiar el polvo!
- Deberías denunciarla…
- Me lo estoy pensando: esta mañana he confundido a la cría con el palo de la fregona. ¿Tú crees que eso lo hace una madre?

[1] Henry James. 2001. Una vuelta de tuerca. Col. Tus libros selección. Madrid: Anaya
Ilustración: Raquel Marín

martes, 3 de febrero de 2009

Decapitaciones y adaptaciones


A veces no logro que ciertas cuestiones me sobrepasen. Unas son familiares, otras laborales, otras de índole más social y unas pocas se refieren a lo que llena este espacio: los libros y la lectura. Y para que sopesen la gravedad de estos retortijones, les ilustro el último de ellos.
En clase de tutoría, hallábanse mis alumnos trabajando aspectos relacionados con las técnicas de estudio, así que, mientras ellos utilizaban la memoria, me decidí a echarle un vistazo al libro de texto de la asignatura de “Lengua y Literatura” (lo esencial es conocer a nuestro “enemigo”…).
Si alguna vez han ojeado este tipo de libros, se habrán percatado de lo vistoso de sus ilustraciones, de la buena maquetación o del suave tacto del papel satinado. Hasta ahí, todo perfecto. Lo ignominioso viene después, cuando uno se aventura a leer el texto, la doctrina (me encanta esta palabra, sobre todo cuando me apetece sacar de quicio a ciertos profesores que destilan propaganda a la hora de impartir sus clases). De ahí mi malestar… El libro en cuestión se servía de ciertos fragmentos de conocidas obras literarias para hacer llegar a los alumnos las nociones recogidas en el currículo preceptivo (ese que nos ordena la autonomía reinante), recurso bastante utilizado por los autores de este tipo de libros. El problema venía impreso en los sucesivos pies de texto: Roald Dahl. Las Brujas (Adaptación)…, Arturo Pérez Reverte. El Capitán Alatriste (Adaptación)…, Michael Ende. La Historia Interminable (Adaptación)..., El nombre de la rosa (Adaptación)..., Julio Verne. Miguel Strogoff (Adaptación)… ¿¡Adaptaciones!? ¿Para eso se estrujan el cerebro muchos? ¿Para eso el empeño de tantos literatos y pensadores? ¿Para eso tantos planes de lectura? ¿Para eso tantas bibliotecas públicas?... Para eso, tanto. Simple y llanamente para mutilar una obra de arte.
Sólo espero que mis alumnos, dentro de unos años, se acerquen a leer íntegramente las palabras que no pudieron leer en sus años de estudiantes, de las que fueron privados por el capricho de algunos mentecatos que en su afán pedagógico decapitaron la herencia de los verdaderos maestros.