Mientras el traqueteo del
tren se convierte en la melodía del camino, uno se emboba con el
paisaje y empieza a darle al coco, a lo que acontece. Como a lo del
pasado sábado...
Me crucé la península
cargado de libros (¡Lo que pesa el cartoné!) hasta dar con mis
huesos en la comarca del Somontano. Barbastro, para más datos. A
media mañana abrí la maleta y fui ¿sacando?... ¡Qué va!
¡Contando! Una a una las historias que había buscado. Y mientras,
yo me hablaba, ellos se leían y todos nos ibamos escuchando. Así
son los libros, que, desde Huesca a Albacete, van conversando de
patos y muertes a las que algunos se muestran reticentes, de bombines y otros utensilios desternillantes, de cómo las rectas conquistan a los puntos, de vacas que la diñan al principio para vivir en muchos finales, del pastel que cocina el bueno de Miguel, de olas salvajes y
juguetonas, de hilos que tejen nuestros días, de ratones que miran el mundo con otros ojos, o incluso, de otras geografías.
Lo único que me faltó,
y que una voz potente se encargó de recordarme, fue algo más de
poesía. Y como el aquí lector, aunque cachondón, también hace las
veces de respondón, les ha traído a los docentes del Alto Aragón,
un poema como colofón, que, como bien dice Cris Ramos,
A los maestros...
Para que todo mensaje
que pase, pueda volver,
y el amor siga volando
como suele suceder.
***
El maestro escribía
con letra redondeada
la propuesta del día.
Ni un rumor ni una
risa,
sólo las bien peinadas
frasecitas en tiza.
El maestro quería
una carta explicar:
cómo armar su
escritura
qué pensar, qué
anotar.
Pues la carta -decía-
tiene un efecto tal
que hace que los
lejanos
se vuelvan a juntar.
[…]
María Cristina Ramos.
En: Papelitos.
Ilustraciones de Claudia
Legnazzi.
2004. México: Fondo de
Cultura Económica.