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viernes, 27 de septiembre de 2024

La importancia del desayuno


El desayuno es la comida más importante del día. Que me lo digan a mí, que me pongo las botas a diario. Jamón serrano, tomate, aguacate, huevos fritos, leche, avena… No sé cómo mi peso sigue estable si me pongo como quiero. Y si da la casualidad que me topo con un buffet libre o un greasy cafe, la gente no da crédito al verme tragar tan de buena mañana.
De hecho, todavía no entiendo a quiénes son capaces de sobrevivir a una mañana de trajín con tan solo un café o un vaso de leche y cuatro galletas. Debería estar prohibido por ley desayunar de manera tan pobre. No es saludable. Mucho menos cuando hablas de niños y jóvenes, personas en pleno desarrollo que necesitan buena cantidad de nutrientes para correr, saltar, estudiar y hacerse vivos durante la jornada escolar.


Mi padre lo tenía muy claro: de casa no se sale sin un buen desayuno. Y aquí sigo, dándolo todo y animándoos a seguir el ejemplo con unos versos matutinos de Leire Bilbao, cuya obra está siendo traducida al castellano de manera exquisita por la editorial Kalandraka, con la inmejorable compañía de Maite Mutuberria y sus ilustraciones. ¡Que aproveche!

Y de sorbo en sorbo
bigote de leche.
Y de sorbo en sorbo
la barba de leche.
Y de sorbo en sorbo
un lago de leche
dentro de mi boca.
Que no se caiga
ni una sola gota.
La mala leche 
de mamá no se agota
tan de sorbo en sorbo
en el aire flota.

***

La cucharilla con el tazón
¡clin-clin-clon!
compone una canción.
¡Clin-clin-clon!
Hasta terminar el desayuno
nadie se levanta de la mesa.
Cuatro, tres, dos, uno…
¡Sacudamos la pereza!

Leire Bilbao.
En: Onomatopoemas y otros pequeños sonidos.
Ilustraciones de Maite Mutuberria.
2024. Kalandraka: Pontevedra.
 

martes, 5 de marzo de 2024

Toda una vida


Últimamente ando bastante sensible a los cambios. No es que yo sea una persona a la que cualquier disloque saque de sus casillas, pues entiendo que a lo largo de la vida existen multitud de circunstancias con las que tarde o temprano nos toca bregar. Pero sí que creo que soy más consciente de que me aproximo a un término en el que lo negativo eclipsa a lo positivo. ¿Cosas de la edad?
Cuando era más joven, todo era alegría. Quizá por ese empoderamiento que ofrece la juventud. Estás lleno de energía, nada te amedrenta, te puedes comer el mundo. Una sensación que, conforme pasan los años, se va tornando menor. Esa fuerza existencial que te movía otrora, pierde fuelle. Ya no hay ligereza en tus pisadas y giras alrededor del sol con otra cadencia.


No es malo. Tampoco bueno. Simplemente llega otra etapa vital en la que empiezas a restar importancia a lo mundano, las necesidades banales y los caprichos evanescentes. Te conformas con terminar la semana, cumplir otro año e hincharte de cordero a la brasa. Un buen plan viendo cómo está el percal.
Se acaban muchos sueños porque tienes otras responsabilidades, ya no es momento de ciertas cosas, o bien porque ya no tienen sentido, o bien porque se han desdibujado. Hay limitaciones. Pero ¿qué más da? Hay otras. Diferentes, pero igualmente válidas. Solo toca cambiar la perspectiva para integrarlas en un nuevo contexto, que al fin y al cabo es de lo que trata el paso del tiempo.


Algo parecido debe sucederle a Granita, el personaje que da nombre al álbum de Magali Clavelet y acaba de traernos a España la editorial Petaletras. Todos sabemos que las manzanas sirven para comérselas. Crudas, en tarta, cubiertas de caramelo o en forma de mermelada. Aun así, ninguna manzana madura echa a correr para que no la atrapen. Un momento… No todas. Granita decide coger el petate e irse muy lejos. Viaja por un montón de lugares. Desde Nueva York hasta Japón. Granita tiene montones de experiencias. Pero el tiempo pasa y Granita empieza a echar de menos su hogar y decide regresar. ¿Habrá alguien allí? ¿Estará el manzano? ¿Y el resto de sus hermanas?


Con gran sencillez, esta historia se acerca al ciclo de la vida desde la perspectiva de una fruta. Sin embargo, la autora recorre hace hincapié en esos cambios de pensamiento que se producen en la protagonista. Cómo es capaz de conectarse con su presente y sus necesidades. Durante la juventud viaja y se empapa de montones de experiencias, en la madurez regresa a su lugar de origen para compartirlas, y en la vejez vive con la tranquilidad de que todo ha merecido la pena.
Una mezcla entre ficción y no ficción que, además de tener cierto aire a una guía de viajes, se adentra en el desarrollo vital de un individuo que podemos ser todos nosotros, y en nuestra mano está dejar que suceda o tomar otras múltiples alternativas.

jueves, 8 de diciembre de 2022

Fantasía nocturna


Ya han llegado las luces, el turrón y los gorros de Papá Noel, las celebraciones corporativas, los eventos familiares y las reuniones con amigos. En definitiva, ya está aquí el despiporre (pre)navideño.
Si nunca les he dicho que me encanta, lo hago ahora. Por mucho que la gente se empeñe en decir que la Navidad es una época gris, triste y sin sentido, aquí estoy yo para defenderla, no solo en espíritu, sino también en sus diversas formas.
Y ya les digo que yo no pongo la casa como si fuera El Corte Inglés. Aquí, de espumillón, nada. Tampoco hago regalos (el consumismo me trae sin cuidado), ni cuelgo monigotes del balcón. Pero sí que celebro. Vino y cerveza, a tutiplén; jarana, sin medida; amigos, los de siempre, los que quieran y los que vengan.


Eso sí, últimamente, lo que llevo muy mal, es el mogollón que se lía. Empieza diciembre y no hay quien entre a ningún sitio. Avalanchas en comercios y supermercados. Lo que prometía ser divertido, no lo es tanto, sobre todo en los bares. Tardas horas en pedir una copa, los precios se disparan, los camareros están de mala hostia, se acaban los vasos y el hielo, y sobre todo, gente, mucha gente.
De entre toda esa fauna que llena las calles estos días, mis favoritos son esos energúmenos que llevan todo el año sin salir por orden de parientes varios y se lanzan a los cubatas como toros desbocados. Recordando momentos de gloria de los que ya no asoma ni un milímetro, se abocan al mal beber. Les mea un pájaro y ya van ciegos, alternan con cierto patetismo, y las décadas pasan factura a sus atuendos. Ellas y ellos, ellos y ellas. Sin distinción.
Lo mejor de todo llega cuando arriban a su casa cuan cenicientas -pensando que son las seis de la mañana- y echando las papas por el balcón. Juran y perjuran, ante dios y el lecho matrimonial, no volver a dejarse engañar por fantasmas del pasado. Lo suyo es el padel, el scrap-booking y los cursos breves de la universidad popular. Otra noche es posible en mitad de la Navidad.


Como sé que les faltan ideas (suelo observarlos mientras juegan con sus hijos), aquí les dejo Una noche fuera, un álbum de Ho Baek Lee que ha publicado Kókinos, para que vayan cogiendo alguna durante esas noches en las que el marido o la esposa gusten de hacer el cafre.
Sencillo y sin pretensiones, este libro nos cuenta la historia de una conejita que, aprovechando la ausencia de su familia, decide abandonar su balcón para internarse en la vida de los humanos. Se prepara la cena, acude al baño a maquillarse, se viste con los vestidos de la niña, toca el piano, empieza un libro poco divertido y se pone a patinar.


Desde la serenidad y con la línea pausada que nos suele llegar desde el ámbito oriental, este libro no solo nos habla de juegos infantiles, de esa necesidad de emular la vida adulta que sienten los niños cuando los adultos no están, sino que se interna en terrenos más complejos, como el de las vidas paralelas que mascotas (y juguetes) desarrollan con nocturnidad y alevosía, un interruptor argumental que abundan en muchas lecturas dirigidas a este público.
Por este motivo, la belleza de este álbum no reside en el conjunto de acciones que desarrolla la protagonista y que vienen acompañadas de ilustraciones a color o en blanco y negro, sino más bien en ese recurso discursivo de la ventana indiscreta que transforma lo ficcional en real. Esto provoca un cambio de perspectiva en el lector-espectador, un extrañamiento que todavía se hace más patente cuando, al final de la historia, nos damos cuenta de un mínimo detalle que, recordando a otros autores como Chris Van Allsburg, nos envuelve en la duda y la magia literaria.
Lo dicho, pura fantasía nocturna.

jueves, 1 de diciembre de 2022

Una vida rutinaria


Últimamente me he vuelto muy rutinario. Tanto, que a veces empiezo a asustarme. Me despierto temprano, perreo un poquito en la cama, me levanto, me aseo, desayuno, hago la cama, me visto y salgo pitando al trabajo. Echo la mañana en el cole y salgo loco con mis casi ciento cincuenta alumnos. Dando clase, buceando en la burocracia, preparando apuntes y corrigiendo exámenes. Regreso, como, algo de deporte, clases extraescolares y, si hay suerte, disfruto de una cerveza. Luego para casa, un rato de sofá y vuelta a la cama. Podría decirse que llevo una vida de sexagenario.


Luego me paro en seco y pienso. ¿Acaso la rutina no es necesaria? “Acuérdate de cuando viajas, Román…”, dice mi Pepito Grillo interno, “Llega el momento en el que estás hasta las narices de tantas aventuras, de dormir cada día en un lecho diferente, de comer en bares y restaurantes, de no tener tu propio espacio”. Sí, lo veo. “No te olvides de las vacaciones… Eso de vivir sin horarios, sin mirar la hoja del calendario, aunque muy satisfactorio, te descoloca, te hace más vago y más sedentario”.
Recapacito sobre lo necesaria que es una vida repetitiva (que no aburrida) en la que puedas ordenar tiempo y espacio. Poner las cartas sobre la mesa, conocer tus quehaceres, controlarlos y solventarlos. Organizarte para disfrutar también del tiempo libre, de las nuevas faenas en las que puedes embarcarte. Y sobre todo, mantenerte activo y ser productivo.


Si supieran la de veces que me he planteado “Este verano voy a preparar montones de reseñas geniales, voy a profundizar en esto y lo otro, fotografiar decenas de libros para darles aire en las redes sociales, escribir dos o tres libros que tengo en mente y otros tantos artículos académicos...” y al final, naranjas de la China. Me dedico a procrastinar y nada más.
Sin embargo, durante el curso escolar, a pesar de que vivo con mucha celeridad, con demasiada triquiñuela, soy capaz de darle salida a la mayor parte de mis obligaciones y deseos, de darles forma y obtener, si no unos resultados excelentes, al menos aceptables. Lo más gracioso de todo es que no necesito agenda ni dispositivo electrónico que controle mis pasos. Solo mi despertador Casio que tantas pilas ha gastado.


Por todas estas razones y muchas más, hay infinidad de libros infantiles que apuestan por implementar la rutina entre sus lectores. Como Es de día, un librito de Jakub Plachý que ha publicado Niño Editor y que me tiene completamente enamorado.
Con un formato pequeñito pero matón a caballo entre el libro de cartón (fíjense en esas esquinas redondeadas) y el álbum más tradicional (páginas de papel), nos cuenta los avatares que rodean las primeras horas de un sol bastante perezoso. Son las siete y la luna todavía sigue en lo alto del cielo. Alguien se ha quedado dormido. Hay que despertar al sol. Primero una pierna, después la otra, lavarse la cara, desayunar…


Y ahora, unos cuantos aspectos técnicos:
- Además de exponernos la acción, el narrador establece un diálogo con los personajes, lo que además de ritmo, imprime más cercanía entre el libro y el lector-espectador.
- El uso de colores brillantes, tanto para las ilustraciones, como para la tipografía, establece un juego de consonancia que intensifica la textualidad.


- Los detalles infográficos como las flechas o las secuencias explicativas, amplifican y enriquecen un discurso que se desborda constantemente.
- La frase de la contraportada -No leer un domingo…- constituye un detalle peritextual que avisa, anima, recapitula y me vuelve loco).
Todo esto y mucho más, hace de este libro una delicia como pocas. Más todavía cuando te das cuenta de que ni siquiera el sol está libre de rutina.

martes, 10 de noviembre de 2020

Estrategias de supervivencia


Últimamente me cuesta hablar del mundo que me rodea. Es un verdadero hartazgo estar siempre con lo mismo… El dichoso virus y sus cuitas, la ley Celaá y su propaganda, Biden vs. Trump, el pelele de Goya, el rey en Bolivia, el aumento del desempleo… Uno acaba aburrido de darle bombo a toda una serie de elementos distractores cuando lo cierto es que nadie nos habla de lo que verdad importa: el nuevo orden. 
No se equivoquen. Si ustedes se piensan que esto va de rojos y azules, de altos y bajos, de feos y guapos, es que están totalmente obnubilados. ¡Que los tiros no van por ahí, melones! Lo que está en juego es nuestro modo de vida tal y como lo conocemos hoy, uno que se resume en disponer del espacio y el tiempo como mejor nos plazca hasta que sobrevenga lo inevitable. 


Auguro que dentro de poco se estarán echando las manos a la cabeza, y no porque no puedan hablar catalán en sus escuelas, que lo harán como lo han hecho todos estos años (si yo fuera ministro lo divertido sería prohibir el castellano…). Tampoco tendrá que ver con el coronavirus, pues gracias a las vacunas (y un buen golpe de talonario del estado) sobrevivirán a sus efectos. 
Seguramente lo que venga esté relacionado con otras miserias, pues el ser humano, imaginativo donde los haya, se las compondrá para idear un nuevo ecosistema mundial con el que empercudir la libertad. Amigos, todo cambiará. Ya lo está haciendo, y aunque ustedes no lo crean, siempre hay lugar para más. No es que desee el mal a nadie, pero llevo un tiempo desgranando extraños comportamientos y nuevas realidades que me asustan bastante. 


Si no le temen a la esclavitud, sigan hacia delante. Yo me bajo aquí. Pensaré cuál es la mejor estrategia para sobrevivir, para no dejarme arrastrar por tanta mierda, que me resbale y salir a flotando para no pisarla a pesar del embate. Sí, hoy me he puesto épico gracias a la mirada de Koichiro Kashima en La historia del arca de Noé tal como me la han contado a mí editada por A buen paso. 
No es para menos, pues en esta reinterpretación del archiconocido pasaje bíblico, el autor nipón se vuelve a sumergir en su particular universo, uno que puede hacerse extensivo al día a día de cualquier niño (N.B.: Hoy ha tocado la hora del baño, pero podría haber sido la de fregar los platos), para traernos una parábola llena de ¿simbolismo? 


El caso es que uno no sabe por dónde pillar una historia a caballo entre la realidad y la ficción, entre lo onírico y lo consciente. Y digo esto porque lo cierto es que ya me gustaría a mí que mi bañera se llenase de personas diminutas, de animales imposibles y un barco con forma de inodoro en el que un hombre biempensante salva un hábitat fantástico (y de paso lo deja como una patena... ¡Con lo que odio limpiar la bañera!). 
Lluvia, olas, e incluso un monstruo marino que utiliza escafandra dan buena cuenta de que nada iguala la inventiva infantil para hacer frente desde lo lúdico, a esa dualidad sucio-limpio (tan temida y odiada por muchos críos) que subyace como último motor narrativo en este libro. 
Sin más, me voy a la ducha para buscar mi propia catarsis creativa con la que resistir al nuevo mundo.



viernes, 5 de junio de 2020

Buenas noches de luna llena



Hoy toca luna llena, la llamada luna de fresa y que además sufrirá lo que se conoce como eclipse penumbral, un fenómeno que sólo podrá avistarse desde los puntos alejados de los núcleos urbanos de las islas Baleares. No será el único, pues en este año de mierda (sobrenombre para el 2020) tendremos un total de siete eclipses, de los cuales podremos contemplar cuatro desde nuestro país.
Por si algunos no teníamos bastante con el solo influjo de la luna (llevo un par de noches durmiendo fatal y la cosa no parece mejorar para la que se avecina), hay que sumarle el de otros astros celestes que tanto tienen que ver con nuestros estados anímicos (aunque les suene a ciencia ficción les recuerdo que somos consecuencia de las interacciones entre materia y energía sitas en un sistema planetario cuya dinámica actúa sobre nosotros de un modo u otro).
Esperando que no se conviertan en licántropos (¿De dónde creen que viene la palabra “lunático”?) ni que les arrastre la marea (¿Saben la diferencia entre las vivas y las muertas), un servidor se ha decantado por Buenas noches, luna, un libro archiconocido (aunque hay muchos sobre la luna, hoy toca este clásico publicado por Corimbo) para celebrar un día en el que la luna tiene mucho que decir.
A cualquiera que le menciones este libro de Margaret Wise Brown, una autora que hizo lo posible para dar un giro a los libros infantiles, y Clement Hurd, discípulo del cubista y precursor del pop-art Fernand Légerd, le vendrán a la cabeza rimas dulces y suaves acompañadas de ilustraciones coloristas y vibrantes. En definitiva, la mejor de las sensaciones para un libro que, además de inspirar a más de un decorador (hay montones de estudios minuciosos sobre el escenario donde se desarrolla la acción, así como del mobiliario), conecta muy bien con el público y sobre el que podrían hacerse multitud de consideraciones (basta con fijarse en esa habitación tan amplia y acogedora, en la compañía, en los cuadros y en los elementos que enriquecen la escena que desde un prisma teatral llena la imagen bucólica del sueño infantil).
No obstante, aunque este álbum de luna llena (¿se han fijado en cómo se va elevando en la ventana, no?) ha vendido más de dieciséis millones de copias en todo el mundo, también tiene su propia leyenda negra gracias a la censura que Anne Carroll Moore, la encargada de la sala de lectura infantil de la biblioteca pública de Nueva York, ejerció durante veinticinco años (desde 1947 hasta 1972) en uno de los templos culturales más insignes del mundo. 
Y es que según dice este artículo, la Anna Wintour de los libros para niños (lo que decidiera respecto a un libro sentaba precedente en el mundo de la literatura infantil de Estados Unidos), tenía un sello -o al menos eso cuenta la leyenda- que rezaba “No recomendado para compra por un experto” para acuñarlo sobre libros como este (otra vez la censura en la LIJ por parte de alguien que la amaba... extraña paradoja).
No es de extrañar, pues Moore era fanática de la literatura infantil más clásica -concretamente de autores como Beatrix Potter- y se oponía a las nuevas tendencias progresistas que se desarrollaban en torno a los libros para niños, concretamente a las de la escuela Bank Street (Cooperative School for Student Teachers), un centro de preescolar y de formación donde Margaret Wise Brown se matriculó en 1935, y en el que se buscaban nuevas formas de interacción entre libros y pequeños lectores, como Here and Now Story Book de Lucy Sprague Mitchell.
En 1947, año en el que se publicó este libro, Moore estaba a pique de jubilarse aunque seguía mandando mucho, prueba de ello es que en una revisión interna abanderada por su sucesora, Frances Clarke Sayers, se vetaría a Buenas noches, luna en dicha biblioteca por ser “un trabajo insoportablemente sentimental” (tremenda sentencia).
Quizás el hecho de ser incluido en la lista negra de Moore, no propició el éxito comercial inmediato de Buenas noches, luna (en 1951 las ventas habían bajado tanto, que el editor consideró agotar existencias y no reeditarlo más), pero conforme avanzaron los años y aparecieron las cadenas de librerías y la selección de títulos empezó a depender de las familias, este álbum empezó a ocupar un puesto preferente en las listas de los más vendidos (llegó a las 100.000 copias al año), lo que provocó que se incluyera finalmente en el fondo de la biblioteca pública de Nueva York para la satisfacción de los lectores de una Margaret Wise Brown que nunca conocería este hecho debido a su temprana muerte.


miércoles, 3 de junio de 2020

De punta en blanco


Por si tienen memoria de pez, les recuerdo que hemos pasado los tres últimos meses en chándal. Incluso los hay que no tienen ningún pudor en confesar que de chándal nada y que el pijama ha sido su mayor aliado. Sólo el Alfon se ha encasquetado sus mejores galas para asomarse a la terraza y esperar a que le cagara algún pájaro. No sé si lo habrá conseguido pero a él solo le importa lucir tan divino como siempre.



Mirando el lado positivo, además de evitar el desgaste de nuestros mejores outfits, hemos ahorrado mucha agua, bastante detergente, una gran cantidad de electricidad (que la lavadora no centrifuga sola) y algo de plancha (que yo soy de esos).
Por quienes más lo siento es por todos aquellos que se han dedicado a las compras on-line, sobre todo si se han decantado por las prendas de entretiempo, ya que además de la consecuente desactualización, deberán esperar todo un año para sacarles el provecho (si es que se atreven a exhibirlas entonces). 
Tampoco se nos pueden olvidar las lorzas, unas que a golpe de aperitivos han ido ensanchando nuestra anatomía, encogiendo los pantalones, y acabando con la autoestima (¡Como si no tuviéramos bastante!). Lo único que puedo recomendarles es que acudan a su establecimiento de confianza y renueven el fondo de armario. 


Y con tanto hato y trapo hoy me paseo vestido con un librito bien simpático de Elena Odriozola y Ediciones Modernas El Embudo. Ya sé vestirme sola es uno de esos álbumes que tiene un poco de todo y que logran encandilar a cualquiera. Empezando por el tacto del papel y terminando por la encuadernación (cierto encanto artesanal), este libro dirigido en principio a pre-lectores y primeros lectores (me lo tomaré como un cumplido porque lo que es a mí, me ha encantado) nos presenta una historia cotidiana en la que una niña aprende a vestirse.
Echando mano del mismo marco espacial (una habitación con un armario abierto, la niña protagonista y un rincón con ventana donde descansa un perro), se plantea un pequeño juego de adivinanzas en el que descubrir dónde va puesta cada prenda de vestir gracias a sus páginas desplegables es otro acicate para la lectura individual o compartida (eso de abrir el doblez tiene algo mágico, más todavía si le imprimimos misterio).


Con un lenguaje económico pero muy acertado, la autora nos presenta un momento cotidiano de autoaprendizaje que se va enriqueciendo con pequeños detalles (¿Se han fijado en cómo se mueven las nubes a través de la ventana? ¿En quién las habita?) que despiertan el interés por la yuxtaposición de palabras e imágenes. En definitiva, un libro redondo y bien trabajado del que cualquiera puede echar mano si decide ponerse de punta en blanco. ¡Que ya va tocando!