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miércoles, 13 de marzo de 2024

La moda del abrazo


El patio. Una vuelta tras otra. Y a cada paso, un abrazo. Unos y otras, otras y unos. ¡Venga abrazos! No se acababan nunca. Sentidos o diplomáticos, absurdos y entrañables. De inmediato, recordé mis años de juventud. No había tantos abrazos. Si acaso algún que otro beso, y nada de repartirlos a diestra y siniestra. ¿Será que el cariño ha irrumpido en nuestra sociedad? Sinceramente, lo dudo…
Lo que sucede es que, tanto la infancia, como la adolescencia, son momentos en la vida en los que las relaciones interpersonales se intensifican mucho, bien por cuestiones de la bioquímica (recuerden que ciertas hormonas, como la oxitocina, sobrevuelan la estratosfera), bien por cuestiones sociológicas (reconocimiento entre iguales, básicamente).
Si bien es cierto que podría suceder lo mismo con los besos, parece ser que los teenagers han encontrado en el abrazo una fórmula inmejorable para diluir las diferencias y el sexismo, ya que estos se contemplan como un código cariñoso aceptado entre personas de cualquier sexo y condición.


El abrazo puede ser afectuoso, estar lleno de complicidad, puede evidenciar amor, también velarlo. Grupal o en petit comité, familiar o amistoso. El abrazo tiene un significado muy plural que sirve en esta sociedad del postureo como arma a blandir para todos aquellos que apuran la falsedad en una cultura terapéutica donde la salud emocional pasa por ser aceptado y arropado socialmente.
Por mi parte, y a sabiendas de mi talante huraño, abogo por la dosificación de las muestras de cariño, no solo para ser conscientes de la realidad, sino por evitar la equiparación entre unos y otros. Que aquí todos parecen más amigos que gorrinos, pero luego, detrás de tanto abrazo, abundan las puñaladas traperas.


Si quieren darle una vuelta a mis palabras, pueden ponerle un poco de contexto con Alexander von Biscuit y la búsqueda del abrazo perfecto, un álbum de Oren Lavie y Anke Kuhl que acaba de publicar Takatuka y que aborda este tema sin demasiadas pretensiones (cosa que abunda últimamente en esto de la LIJ).
Alexander von Biscuit es un sapo con nombre de aristócrata (me ha encantado y traído a mi memoria al protagonista de El viento en los sauces) que ha soñado con el abrazo perfecto y, sin pensárselo dos veces, se dispone a hacerlo realidad. Empieza con sus amigos, pero todo parece inútil. La jirafa Georgette tiene el cuello demasiado largo y el pez dorado Jerry es muy húmedo. Así que, con tan poco éxito en su empresa, decide convocar un concurso de abrazos en el parque. ¿Lo encontrará?


Desde un prisma entrañable y con mucho humor blanco, el escritor israelí y la ilustradora alemana se adentran en el universo sentimental. ¿Qué destila el abrazo perfecto? ¿Acaso su tacto? ¿Su sabor? ¿Cómo lo definirías tú? Valorar los gestos cariñosos es demasiado subjetivo e implican sensaciones personales e intransferibles muy difíciles de comunicar, así como extrapolar a otras personas.


Recursos secuenciales del cómic, una atmósfera desenfadada y llena de detalles, y una caracterización de personajes muy cómica, ensalzan una obra que, si bien pretende emocionar, también nos abre nuevos caminos en el universo de las parejas (¿Han visto que dispares?) o las ideas preconcebidas. Que lo disfruten y abracen a mucha gente en el día de hoy.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Animales existencialistas


A veces, en la literatura infantil, se producen coincidencias (no se si fortuitas o intencionadas) que, además de robarme una sonrisa, me producen una debacle interna que necesito aclarar colocando mis pensamientos sobre un papel (o en un documento de texto, que hoy en día viene a ser lo mismo), no sea que se me olvide quién soy, de dónde vengo y adónde voy...


No cabe duda de que si hoy se han levantado en clave metafísica, aquí tienen cuatro alternativas la mar de plausibles para lubricar la neurona.... La cabra que no estaba, de Pablo Albo y Guridi (Editorial Funreaders), El oso que no estaba, de Oren Lavie y Wolf Erlbruch (Barbara Fiore Editora) El ratón que faltaba de Giovanna Zoboli y Lisa D'Andrea (Editorial A buen paso) y El oso que no lo era de Frank Taslin (rebautizado por Ediciones Invisibles en su nueva edición como ¡Pero yo soy un oso!) son cuatro títulos para mear y no echar ni gota; no porque merezcan la pira, sino porque todos ellos adolecen de un claro existencialismo que me dispongo a cortar y doblar (¡si es que puedo!).


Lo del devenir es un coñazo aunque muchos lo tengan como afición..., se pasan la vida dándole al coco y produciendo poco... Una buena excusa para hacer lo que les sale del fandango. Un mero entretenimiento que, a mi forma de entender, da pocos frutos y que, o acaba contigo, o acaba contigo. Esta claro que eso de buscar sentido al día a día es para personajes aburridos como los de los libros de hoy: una granja entera, dos osos y un gato... Todos ellos bastante “zoo-lógicos” (¡chiste de biólogo al canto!). Eso sí, cabe destacar ligeras -o pesadas- diferencias entre unos y otros... Veamos... Tenemos dos osos bastante preocupados por hallarse en este mundo. Mientras el oso que no lo era ¿logra? dar consigo mismo, el oso que no estaba necesita la sabiduría y apreciaciones de sus compañeros en el viaje que se le presenta (podría parecerse al mismo que recorrió la Alicia de Carroll aunque en un tono más forestal) y hacer frente así a la amnesia sufrida -no sabemos muy bien porqué- y dar sentido a una nota que parece caída de un libro de autoayuda. Aunque el más somero de todos ellos está protagonizado por una cabra que parece una entelequia hasta el final de la lectura, te logra sacar una sonrisa y explora el significado de los verbos “ser”, “estar” y “parecer” desde la perspectiva de los terceros, esos que se encargan de dar rienda suelta a su imaginación y darle forma a la existencia de la cabra y la propia. La última historia, tiene que ver con un gato que deja de lado su propia vida para obsesionarse con la de un ratón que nadie sabe si existe.


Todas ellas son narraciones extrañas. A veces no tienen mucho sentido (les confesaré que a una de ellas me ha costado seguirle el ritmo y para otra necesité una explicación... soy así de básico y lerdo, perdónenme), otras, adquieren un hondo significado, pero todas tienen su contrapunto divertido y triste. Esto podría hacerlas aptas para todos los públicos, pero me gustaría aventurar que probablemente los niños encontrarían primero el somero humor, los adultos se sentirían abrumados por la incomprensión argumental de todos ellos, y tanto unos como otros necesitarían una búsqueda guiada para encontrar la intencionalidad narrativa. Por todo esto creo que sería una buena oportunidad para usarlos como excusa para un taller colectivo (¡aquí tienen chicha los bibliotecarios y maestros activos y creativos!) y cerciorarse de los varios niveles de lectura que he podido entresacar con este primer contacto.
¡Como la vida misma!