A veces, en la literatura
infantil, se producen coincidencias (no se si fortuitas o
intencionadas) que, además de robarme una sonrisa, me producen una
debacle interna que necesito aclarar colocando mis pensamientos sobre
un papel (o en un documento de texto, que hoy en día viene a ser lo
mismo), no sea que se me olvide quién soy, de dónde vengo y adónde
voy...
No cabe duda de que si
hoy se han levantado en clave metafísica, aquí tienen cuatro
alternativas la mar de plausibles para lubricar la neurona.... La
cabra que no estaba, de Pablo Albo y Guridi (Editorial
Funreaders), El oso que no estaba, de Oren Lavie y Wolf
Erlbruch (Barbara Fiore Editora) El ratón que faltaba de
Giovanna Zoboli y Lisa D'Andrea (Editorial A buen paso) y El oso
que no lo era de Frank Taslin (rebautizado por Ediciones
Invisibles en su nueva edición como ¡Pero yo soy un oso!)
son cuatro títulos para mear y no echar ni gota; no porque merezcan
la pira, sino porque todos ellos adolecen de un claro existencialismo
que me dispongo a cortar y doblar (¡si es que puedo!).
Lo del devenir es un
coñazo aunque muchos lo tengan como afición..., se pasan la vida
dándole al coco y produciendo poco... Una buena excusa para hacer lo
que les sale del fandango. Un mero entretenimiento que, a mi forma de
entender, da pocos frutos y que, o acaba contigo, o acaba contigo.
Esta claro que eso de buscar sentido al día a día es para
personajes aburridos como los de los libros de hoy: una granja
entera, dos osos y un gato... Todos ellos bastante “zoo-lógicos”
(¡chiste de biólogo al canto!). Eso sí, cabe destacar ligeras -o
pesadas- diferencias entre unos y otros... Veamos... Tenemos dos osos
bastante preocupados por hallarse en este mundo. Mientras el oso que
no lo era ¿logra? dar consigo mismo, el oso que no estaba necesita
la sabiduría y apreciaciones de sus compañeros en el viaje que se
le presenta (podría parecerse al mismo que recorrió la Alicia de
Carroll aunque en un tono más forestal) y hacer frente así a la
amnesia sufrida -no sabemos muy bien porqué- y dar sentido a una
nota que parece caída de un libro de autoayuda. Aunque el más
somero de todos ellos está protagonizado por una cabra que parece
una entelequia hasta el final de la lectura, te logra sacar una
sonrisa y explora el significado de los verbos “ser”, “estar”
y “parecer” desde la perspectiva de los terceros, esos que se
encargan de dar rienda suelta a su imaginación y darle forma a la
existencia de la cabra y la propia. La última historia, tiene que
ver con un gato que deja de lado su propia vida para obsesionarse con
la de un ratón que nadie sabe si existe.
Todas ellas son
narraciones extrañas. A veces no tienen mucho sentido (les confesaré
que a una de ellas me ha costado seguirle el ritmo y para otra
necesité una explicación... soy así de básico y lerdo,
perdónenme), otras, adquieren un hondo significado, pero todas
tienen su contrapunto divertido y triste. Esto podría hacerlas aptas
para todos los públicos, pero me gustaría aventurar que
probablemente los niños encontrarían primero el somero humor, los
adultos se sentirían abrumados por la incomprensión argumental de
todos ellos, y tanto unos como otros necesitarían una búsqueda
guiada para encontrar la intencionalidad narrativa. Por todo esto
creo que sería una buena oportunidad para usarlos como excusa para
un taller colectivo (¡aquí tienen chicha los bibliotecarios y
maestros activos y creativos!) y cerciorarse de los varios niveles de
lectura que he podido entresacar con este primer contacto.
¡Como la vida misma!
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