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jueves, 12 de febrero de 2009

Edgar Allan Poe, doscientos años después. Congreso Internacional.


Uno, a veces, se ve embrollado en empresas un tanto extrañas, como ejemplo véase la siguiente cuestión: ¿Qué hace un maestro de ciencias naturales en un congreso internacional sobre Edgar Allan Poe? La respuesta es otra pregunta: ¿Acaso no puede un hombre cultivar sus inquietudes literarias? (N.B.: Para una respuesta “adecuada”, acuda a la administración educativa, ya que son los que la manejan los que dudan de las aficiones de uno). Y en pos de estas inquietudes, fui la pasada semana… Edgar Allan Poe, International Conference. Two Hundred Years Later (del 3 al 6 de febrero de 2009. Facultad de Humanidades UCLM, Albacete -Spain-)… Bonito título… Y para que no se queden con las ganas de aprehender todo lo que allí aconteció, aquí estoy yo.
Nadie sabe donde moran los muertos pese a nuestra dedicación por buscarles una mala tumba. Y así pasa: que nos olvidamos de ellos hasta que conmemoramos su nacimiento. Por esta razón, Poe, para facilitarnos sus efemérides, nació en 1809 y murió en 1849 (y ahora que conozco un poco más a este escritor, dudo que sea una mera casualidad…). El caso es que Poe, fuera borracho, drogadicto, dandi, vividor, ególatra, psicópata, o no, era un genio, quizá no del tamaño de Shakespeare, pero sí un genio vívido y especial. Quizá esta genialidad tan romántica (a mi modo de entender las vicisitudes de su vida, Poe fue el Lord Byron del lumpen americano) procede de su incesante búsqueda del todo y de la desilusión continua bajo la bóveda celeste. Desde sus cuentos góticos (los más conocidos) a las primeras incursiones en la novela detectivesca, Allan Poe nos sorprende con un alarde de estilo, porque, en palabras de Marita Nadal, la grandeza de Poe reside en su oficio como arquitecto narrativo.
De variopinto corpus han sido las ponencias y comunicaciones de este encuentro con Poe, y si me permiten ser original, ensalzaré algunas de éstas (de entre las que asistí) mediante una enumeración de sustantivos comentados: 1) retratos (los retratos que roban almas, que predicen los acontecimientos futuros, pinturas que nos esclavizan… Wilde y Poe unidos por Esther Bautista), 2) esquema, colores, números, personificación (Poe no se aleja del esquema del cuento de hadas puesto que está limitado por la extensión, el relato es a un mismo tiempo el yugo y el éxtasis… los estudios cognitivos de la Literatura reflejan principios de semiótica que mucho tiempo atrás describió Propp; gracias Eusebio, Amparo y Nicolás), 3) sensibilidad (hay que hurgar mucho en el corazón de uno para describir el arte de otros, ¿verdad Dra. Cantalupo?) 4) dolor, misterio, misticismo (alejarse de la tradición pasada no es una solución, la solución es crear un nuevo marco referencial para los motivos religiosos) y 5) silencio (Words are murderous things… Y Mª Carmen Pérez puso la palabra final).
Aunque Poe es un referente en la Literatura posterior (no cabe duda que Wilde, Baudelaire, Conan Doyle o Bradbury son alumnos suyos), mi acompañante y yo echamos en falta una retrospectiva sobre los autores que influyeron en las obras del autor (a excepción de la de Charles Dickens por parte de Fernando Galván, que agradecí sobremanera), así como un estudio de literatura comparada entre la obra de alguna escritora más o menos coetánea, por ejemplo Mary W. Shelley o George Elliot (recordé mucho El velo alzado durante parte del congreso) y el creador de El cuervo.
Y sin más, dejemos descansar a los cuerpos inertes de los creadores en el silencio de la eternidad.

lunes, 19 de enero de 2009

Bicentenario


Aunque cada día tiene sus efemérides, uno no puede dedicarse a ellas por entero, si no esto se parecería más a un libro de sucesos que a un espacio de libros. Pese a ello, hoy no he podido obviar una de las celebraciones literarias del año, festejada con todo tipo de actos a lo largo y ancho del mundo. Hoy, hace doscientos años, nació en Boston el mayor exponente del relato breve, Edgar Alan Poe. Así que, habrá que conmemorar…
La figura de Poe, siempre cargada de ciertas controversias, es la de un hombre poco usual. Ya desde su nacimiento apuntaba firmes promesas de disonancia… El hecho de ser huérfano, posteriormente adoptado, desarrollar un carácter fuerte, apasionado y tremendamente sufrido, o jugar con este o aquel vicio, son aspectos que, aunque rodeen a los hombres de la primera mitad del siglo XIX (mitad en la que se desarrollan sus cuarenta años de vida), hacen de Poe un individualista nato, liberal en pensamientos y hechos, tanto, que puede que acabaran con él.
De claro formación periodística, Poe desarrolla el relato como arma eficaz a la hora de mostrar la sociedad, su sociedad, tanto sus cuentos de corte “gótico” (todos conocemos El cuervo, aunque un servidor prefiere El corazón delator, mucho más inquietante) que tanto influirían sobre escritores como Oscar Wilde o Baudelaire, como sus narraciones críticas (siempre he tenido la sensación que Los crímenes de la calle Morgue se parecían más a una mofa del entramado policial que a un misterio irresoluble).
Creo que es un buen momento para leer a Edgar Alan Poe, además de porque es una figura emblemática dentro de la creación literaria (no podemos olvidar que hoy día, el relato breve tiene un auge y un amplio mercado), porque también es de esos autores que ha caído en el olvido –como tantos otros clásicos-. Así que, desempolven sus libros, acudan a las bibliotecas.
Les dejo con una frase del mismo Poe que encontré por estos mundos cibernéticos:

Mi vida a sido capricho, impulso, pasión, anhelo de la soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro.

miércoles, 9 de julio de 2008

Miedo y Poe


Una vez, en la lúgubre media noche, mientras meditaba débil y fatigado sobre el ralo y precioso volumen de una olvidada doctrina y, casi dormido, se inclinaba lentamente mi cabeza, escuché de pronto un crujido como si alguien llamase suavemente a la puerta de mi alcoba.
«Debe ser algún visitante», pensé. ¡Ah!, recuerdo con claridad que era una noche glacial del mes de diciembre y que cada tizón proyectaba en el suelo el reflejo de su agonía. Ardientemente deseé que amaneciera; y en vano me esforcé en buscar en los libros un lenitivo de mi tristeza, tristeza por mi perdida Leonora, por la preciosa y radiante joven a quien los ángeles llaman Leonora, y a la que aquí nadie volverá a llamar.
Y el sedoso, triste y vago rumor de las cortinas purpúreas me penetraba, me llenaba de terrores fantásticos, desconocidos para mí hasta ese día; de tal manera que, para calmar los latidos de mi corazón, me ponía de pie y repetía: «Debe ser algún visitante que desea entrar en mi habitación, algún visitante retrasado que solicita entrar por la puerta de mi habitación; eso es, y nada más».
En ese momento mi alma se sentía más fuerte. No vacilando, pues, más tarde dije: «Caballero, o señora, imploro su perdón; mas como estaba medio dormido, y ha llamado usted tan quedo a la puerta de mi habitación, apenas si estaba seguro de haberlo oído». Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? ¡Las tinieblas y nada más!

Escudriñando con atención estas tinieblas, durante mucho tiempo quedé lleno de asombro, de temor, de duda, soñando con lo que ningún mortal se ha atrevido a soñar; pero el silencio no fue turbado y la movilidad no dio ningún signo; lo único que pudo escucharse fue un nombre murmurado: «¡Leonora!». Era yo el que lo murmuraba y, a su vez, el eco repitió este nombre: «¡Leonora!». Eso y nada más.

Vuelvo a mi habitación, y sintiendo toda mi alma abrasada, no tardé en oír de nuevo un golpe, un poco más fuerte que el primero. «Seguramente -me dije-, hay algo en las persianas de la ventana; veamos qué es y exploremos este misterio: es el viento, y nada más».

Entonces empujé la persiana y, con un tumultuoso batir de alas, entró majestuoso un cuervo digno de las pasadas épocas. El animal no efectuó la menor reverencia, no se paró, no vaciló un minuto; pero con el aire de un Lord o de una Lady, se colocó por encima de la puerta de mi habitación; posándose sobre un busto de Palas, precisamente encima de la puerta de mi alcoba; se posó, se instaló y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano, por la gravedad de su continente, y por la severidad de su fisonomía, indujo a mi triste imaginación a sonreír; «Aunque tu cabeza -le dije- no tenga plumero, ni cimera, seguramente no eres un cobarde, lúgubre y viejo cuervo, viajero salido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la Noche plutónica!». El cuervo exclamó: «¡Nunca más!».
[…]

Ante las crisis de creatividad, disfruten del miedo. Edgar Allan Poe nos lo regaló en forma de cuervo.