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miércoles, 3 de noviembre de 2021

Dick Bruna o la complejidad de lo sencillo


Cuando los amantes del álbum nos ponemos intensitos con ilustraciones donde los colores planos, las formas recortadas, las líneas sencillas o la ausencia de volúmenes son las protagonistas, muchas veces nos topamos con las caras sorprendidas de otros lectores que no dan crédito, e incluso se ríen, porque creen que cualquier niño o incluso ellos mismos podrían dar vida a esas imágenes de aparente sencillez.


Como es algo que suele pasar con Dick Bruna y su Miffy, aprovecho que CocoBooks reedita montones de títulos donde la conejita es la protagonista -Miffy va al museo, La fiesta de Miffy, Miffy y el bebé, Miffy y Melanie, Los abuelos de Miffy y El jardín de Miffy-, para, lejos de centrarme en la vida y obra de ese autor (algo que ya hicieron montones de medios cuando falleció hace unos años), centrarme en indagar sobre las influencias, paralelismos y representaciones artísticas que nos lleven a entender el proceso creativo de unos libros que han entusiasmado a millones de lectores de todo el planeta.
Para ello he echado mano de un catálogo que encontré en cierta librería de viejo sobre la exposición que se celebró en el Rijksmuseum de Amsterdam durante el año 2015 bajo el nombre Dick Bruna. Artist, una retrospectiva del ilustrador holandés que exploró y contrastó parte de sus trabajos con los de otros artistas, dando buena cuenta de la importancia de las coincidencias en esto de lo creativo. ¡Empezamos!



El vanguardismo, un buen comienzo.
Después de la guerra y bajo la presión de su padre, el exitoso editor A. W. Bruna, un joven Dick Bruna fue enviado a trabajar a una editorial de París para aprender el oficio y poder hacerse cargo de la empresa familiar. En lugar de dedicarse a conocer el negocio, aprovechó la oportunidad para visitar museos y galerías de arte para empaparse de todo lo nuevo que revolucionaba el mundo del arte.
Cuando regresó a los Países Bajos, Dick Bruna empezó a trabajar en la editorial familiar como diseñador de sobrecubiertas, concretamente en las de la serie policiaca Zwarte Beertjes. Aunque Bruna leía con detenimiento los manuscritos para captar la esencia de las historias, siempre había pensado que la portada de un libro nunca debe interponerse entre el contenido de la obra y la imaginación del lector. Teniendo en cuenta que esto era algo difícil de conseguir, se acordó de algunos artistas que le habían impresionado durante su estancia parisina, así como de otros artistas holandeses cuyo trabajo despuntaba por aquel entonces.
Entre los elegidos para inspirarse estuvieron Henri Matisse, Fernand Léger, Willem Sandberg, Hendrik Nicolaas Werkman, algunos cubistas como George Braque y Pablo Picasso, y miembros del movimiento De Stijl como Van der Leck y Piet Mondrian, autores que más tarde se verían reflejados también en Miffy.



Henri Matisse
Matisse es quizá la mayor influencia en el trabajo de Bruna. De él cogió el enfoque de la composición, la simplificación de la forma y el uso del color.
La primera referencia a Mattisse la encontramos en Jazz, un libro de artista que Matisse creo en 1947 utilizando recortes de papel. Bruna compró un facsímil de este y se inspiró en él para innumerables diseños de sobrecubiertas y para establecer una pauta en los grandes contrastes entre formas y colores.


Esto es muy importante, sobre todo en unas composiciones que superponen elementos estilísticos similares sin perder la individualidad, el sentimiento y la atmósfera. Algo que también podemos observar en Bruna. Por ejemplo, en la siguiente imagen, los cortes blancos destacan más que los troncos de los árboles. Esto se debe a que se hacen eco de la forma de Miffy gracias a la propiedad óptica del blanco, un color acromático que parece avanzar en perspectiva. El ojo cambia continuamente entre el primer plano y el fondo, algo en lo que la mirada de Matisse tiene mucho que ver.


En lo que al uso del color se refiere, artistas como Matisse, desafiaron la teoría de que el verde y el azul no se pueden colocar juntos, una combinación de colores que Bruna usó con frecuencia tanto en Miffy, como los carteles que Bruna diseñó en la década de 1960.


La referencia más clara que Bruna hizo de Matisse la tenemos en la imagen que sirve de portada en Miffy va al museo: “¡qué bonito! dijo miffy | formas de distintos tamaños | recortadas con tijeras y pegadas | y colores por todos los lados" Al igual que Matisse en La Gavilla (1953), Bruna recortó también sus cabezas de conejo en papeles de diferentes colores y y las colocó sobre la pared (fíjense por que se pueden distinguir las formas angulosas).




Fernand Léger
Una diferencia obvia entre la Miffy de Bruna y el trabajo de Matisse es el contorno negro de las figura. Aunque en principio la inspiración para estas líneas vino de las vidrieras de la Chapelle du Rosaire, una capilla veneciana que diseñó Matisse entre 1948 y 1951 (por primera vez el plomo que unía el vidrio coloreado, ejercía de línea divisoria entre las figuras del artista francés), es Fernand Léger quien le convence a usarla.
Gracias a Léger, Bruna descubre la separación del plano y la línea dejándolas moverse de forma independiente sobre el plano del cuadro, algo que ofrece una doble perspectiva: “De hecho, puedes mirar dos veces. Ves las líneas, el patrón y la imagen, y detrás de ellos los colores están separados: por lo tanto, hay que mirar dos veces, algo que provoca un efecto maravilloso” dijo Bruna. También Léger afirmaría que "Cuanto menos color usas, más difícil es" algo de lo que Bruna se daría cuenta al armonizar el peso de las líneas y la forma con el color que tan habituales son en Miffy, donde a veces, el negro también es de suma importancia.





De Stijl: Bart Van der Leck, Piet Mondrian y Gerrit Rietveld
De Stijl fue un movimiento artístico holandés famoso e influyente que estuvo activo entre 1917 y 1931. Se caracterizó por un grado radical en la simplificación de las formas, líneas rectas, planos uniformes cerrados y una paleta de color reducida a unos cuantos colores (bermellón, amarillo y azul ultramar) junto al negro, el blanco y el gris.
Aunque generalmente se ha relacionado a Dick Bruna con Piet Mondrian, Bruna se sintió más atraído en sus comienzos por el neoplasticismo de Van der Leck. Gracias a sus obras, Bruna entendió que las formas realistas podían reducirse sin llegar a ser completamente abstractas y que el espectador podía completar por sí mismo los huecos dibujándolos en su propia imaginación, una cualidad invisible que fascinó a Bruna.



Más tarde, Bruna comenzó a apreciar el juego de líneas y colores planos de Piet Mondrian, un estilo que tiene mucho que ver con su estilo final, aunque se desmarcaría en cierto modo de sus líneas rectas y su paleta de color, sobre todo en lo que respecta al verde (un color que Mondrian detestaba profundamente).


Bruna adoptó los colores estandarizados de De Stijl para sus trabajos, desarrollando una paleta parecida a la del arquitecto Gerrit Rietveld, pero con sutiles diferencias en el azul y el rojo, un tono que en Bruna tiende al naranja.



Willem Sandberg
El conservador y director del Stedelijk Museum, fue otra de las fuentes de inspiración importante para Bruna. Sus trabajos eran concebidos de acuerdo con los principios de simplicidad y claridad, pero fueron sobre todo sus experimentos con las letras los que definieron hicieron su trabajo tan innovador y atrajeron a muchos diseñadores jóvenes. 


Además Sandberg fue uno de los primeros en utilizar el trabajo de Matisse y sus contemporáneos para inspirarse y, como director del Stedelijk Museum, hacerlo accesible al público holandés.
Por último, desarrolló la serie Kwadraat que fue publicada por Steendrukkerij De Jong en Co. entre 1955 y 1974, y en la que participaron artistas y diseñadores de la talla de Marc Chagall o Bruno Munari fue famosa por su forma cuadrada, una forma que también adoptarían todos los libros de Bruna desde entonces, incluida Miffy.





Hendrik Nicolaas Werkman
Su influencia se puede ver de una manera muy sutil en Miffy, donde Bruna crea la profundidad superponiendo figuras. En otras imágenes, sobre todo las de sus portadas para Zwarte Beertjes, añadiría diferentes tonalidades, recordando la técnica de este grabador e impresor que trabajó en el enfoque libre de impresión incluyendo técnicas como el laminado, el estampado y el estarcido.


Monotipo para la portada de Sabbatsgesänge de H. N. Werkmann




Cubismo: George Braque y Pablo Picasso
Como en el caso anterior, en lo que respecta a este movimiento, las coincidencias son testimoniales y podemos ver cierta relación con los cubistas, sobre todo en lo que a las técnicas y algunas temáticas se refiere. Un ejemplo son las composiciones de ciertas obras de George Braque y los gallos fetiche de Pablo Picasso.

La abstracción como resultado
Espero que a partir de ahora, cuando se encuentren con Miffy no vean a un conejito tonto e insustancial. Miffy es mucho más: una abstracción icónica en toda regla. Puede que Miffy nos parezca inmóvil, una estatua desprovista de emociones intensas; no tiene cejas para expresarse, ni comisuras en la boca, ni líneas de expresión. Pero lo cierto es que durante sus 60 años de existencia, la conejita se ha mostrado sorprendida, triste, enfadada, avergonzada o feliz gracias a los sutiles cambios que su creador ha realizado en ella modificando ligerísimamente la posición de los ojos, su tamaño, o el trazo y grosor de algunas líneas que harían de ella un ser animado, pensante y sensible.





Otras referencias y homenajes artísticos como propina
Por si todo esto les ha parecido poco y quieren algo más de arte, les recomiendo que se pierdan por las páginas de Miffy va al museo, un librito donde Bruna hace su particular paseo por algunas de sus obras de arte más queridas y donde, además de Mondrian o Matisse, encontramos guiños a los famosos móviles de Alexander Calder, las manzanas de René Magritte o el IKB del neodadaísta Ives Klein. Disfruten, esto es ARTE.


jueves, 14 de noviembre de 2019

Javier Sáez Castán o la realidad sobrealimentada



Lo de Javier Sáez Castán siempre me ha llamado mucho la atención. Tanto o más que lo de Francis Meléndez. Aunque si bien es cierto que el primero no anda tan retirado del mundo como el segundo, hay que apuntar que se rodea de cierto halo misterioso, no sólo por el estilo un tanto surrealista y sobrenatural de sus obras, sino porque tampoco se prodiga mucho en los medios ni en las redes sociales.
Nacido en Huesca (¡Cuántos buenos artistas ha dado la tierra maña!) en 1964 aunque alicantino de adopción (lleva muchos años allí), Sáez Castán gustaba de crear sus propios cuentos durante la infancia. Más tardé se marchó a Valencia para estudiar Bellas Artes en la Universidad Politécnica de dicha ciudad, especializándose en dibujo. Posteriormente estableció su campo de operaciones en la provincia de Alicante y empezó a trabajar como ilustrador, sobre todo orientándose hacia la publicidad institucional –realizó trabajos para la Universidad y el Ayuntamiento de Alicante- y algunas empresas privadas.
Su relación con el mundo de la Literatura Infantil comienza en el año 2000, cuando publica su primer libro, Picopelosplumas y el hombre pájaro, con la editorial SM y que en la actualidad cuenta con nueva edición a cargo de Barrett (2019). Esta historia con mucho teatro en la que un pajarraco corre interviene en una historia de odio-amor bastante sui generis, supone su tímido aunque prometedor bautismo como autor de libros para niños, un género que según él mismo nunca ha cultivado (hace libros para todas las edades, que no es poco…).


A este título le siguen otros dos, Pom...Pom...¡Pompibol! (Anaya, 2002) y Los tres erizos (Ékare, 2003). El primero es un libro en el que se hace alarde del sinsentido, un género que siempre ha abundado en los libros infantiles, y desde una perspectiva un tanto cañí (la mortadela y esos almacenes de otra época tienen mucha enjundia) siempre acompañada por las ilustraciones en plumilla y ligeras aguadas del autor. 


El segundo constituye una historia clásica de ladrones (tres erizos se adueñan de unas cuantas manzanas en un huerto ajeno) con cierto tono épico, que en este caso se representa a modo de teatrillo –NOTA: Yo diría que es un híbrido entre el entremés (tono humorístico y breve) y la pantomima (más gestos que palabras)-. En este caso el autor elige la brocha y el medio colorista para dar vida a una historia donde aparecen alusiones a la pintura medieval (volutas) y los latinajos, y que empieza a desbordar su universo personal en el género del álbum.



Mientras tanto, Sáez Castán también ilustra obras narrativas de otros autores como Libros como cuentos, de Hoffmann (Anaya, 2000), Cuentos para niños, de Isaac Bashevis Singer (Anaya, 2004), La pequeña cerillera y otros cuentos (Editorial Anaya, 2004) y El valiente soldado de plomo (Editorial Anaya, 2004), y se prepara para ir proyectando lo que es su corpus de obras más trascendentes.


Empieza con el Animalario Universal del Profesor Revillod, una de sus obras cumbre que realiza junto a Miguel Murugarren (Fondo de Cultura Económica, 2004), y que se considera uno de los mejor valorados dentro del álbum actual. En él utiliza el recurso de los libros de solapas (libros móviles) para internalizar un juego de creación de imágenes en el objeto libro. Este catálogo de seres fabulosos (un total de 4096) que un profesor un tanto chiflado y al parecer auténtico (esto de hacer verosímil lo inverosímil, me encanta) ha ido avistando en sus viajes por medio mundo, es una maravilla. Realizado enteramente a plumilla, encanta a pequeños y mayores, algo por lo que merece un puesto de honor en las bibliotecas y librerías como “Joya bibliográfica de la zootecnia moderna”.



A este título le seguirá su secuela, El animalario vertical (mismos autores y misma editorial), trece años más tarde (2017). En este caso, los autores intentan poner a los animales de pié en un contexto que recuerda a un circo retransmitido por la televisión en blanco y negro de los años 40-50 (otra vez las referencias al siglo XX), un motivo por el que Sáez Castán se decanta por el lápiz para elaborar las ilustraciones.



Y para terminar esta trilogía de libros con solapas, tenemos que detenernos en su Soñario o diccionario de sueños del Doctor Maravillas (Editorial Océano Travesía, 2008), un libro que con el mismo recurso de los dos títulos anteriores (en este caso sólo dos pestañas) busca que el lector-espectador deje volar su imaginación, que se escape a un espacio colorista e (im)posible en el que pasar de la mejor forma el aburrimiento.




Sin duda esta es la etapa más fértil de este autor en el que además de dar vida a títulos como Dos bobas mariposas (Serres, 2007) y Libro Caracol (Fondo de Cultura Económica, 2007) Sáez Castán publica otro de sus libros singulares, La merienda del señor verde (Ekaré, 2007) con el que se ganará el favor de crítica y público. Una historia sobre colores que da una vuelta de tuerca a esta constante argumental de los libros para niños (la teoría del color como generatriz de mundos diversos y enriquecidos), y que por un lado, una pizca de misterio, y por otro, todo un tributo al estilo de René Magritte.


Después de esto, Sáez Castán retoma el lenguaje escénico (cine o teatro) que utilizó con Picopelosplumas y Los tres erizos, en los tres volúmenes de su serie El pequeño rey, a saber, El pequeño rey, general de infantería (Ekaré, 2009), El pequeño rey, director de orquesta (Ekaré, 2010) y El pequeño rey, maestro repostero (Ekaré, 2013), tres libritos de pequeño formato con un protagonista en común, una estructura que recuerda al primer cine mudo, y mucho humor que, como siempre, es bastante absurdo pero igualmente entrañable. Sí me atrevería a decir esta vez que estos libros tienen un carácter eminentemente infantil (¿o no…?).



De esta manera, Sáez Castán se interna en la segunda década del siglo XXI y publica libros como Limoncito, un cuento de navidad (Océano Travesía, 2010), una oda a los juguetes desterrados en la que hace un guiño a la mítica película King Kong y un tributo a un personaje de los años 60, El conejo más rápido del mundo (Océano Travesía, 2010), La venganza de Edison (2010), una obra de narrativa donde Sáez Castán habla de los inventos, de su principio y fin, o simplemente de lo disparatado de la vida, o Nada pura 100% (Anaya, 2011). 



Llega así hasta El armario chino (Ekaré, 2016) un libro especial en el que vuelve a jugar con el espectador (sí, sí, porque ya no sabemos quién juega con quién) utilizando el libro en el libro (¿o debería decir el armario chino en el armario chino…?) y creando una historia circular en la que dos mundos, uno rojo y otro azul, se complementan a modo de bucle intemporal a través de un elemento oriental (esto siempre da un toque misterioso). Un detalle: no se pierdan el papel pintado de las paredes.


Si bien es cierto que todos estos libros cuentan con Javier Sáez Castán como autor principal, este hombre también ha preferido dejarse los pinceles a un lado y dedicarse a la escritura, como bien podemos observar en obras como Dorothy déjale entrar, un álbum ilustrado por Pablo Auladell (A buen paso, 2017) y la recientemente publicada MVSEVM, un álbum ilustrado por Manuel Marsol (Fulgencio Pimentel, 2019). El primero es un libro-álbum con muchas perspectiva, sobre todo por las referencias literarias que contiene y la fuerza de una historia potente y extraña. 


El segundo es un libro poderoso en el que las imágenes tienen un poderío desmedido (aparte de ser un libro sin texto, tiene muchos que contar), tanto es así que parece que Marsol y él fueran uno, ya que se complementan al milímetro en una historia. De este modo dan lugar a una historia inquietante (muchas referencias al cine de terror) de coincidencias y universos paralelos (sobre todo los pictóricos que cobran vida), donde el tributo a la obra de Hooper y las selvas de Rousseau está muy patente.



Y para finalizar por este paseo sobre la obra de este genio del álbum español debemos apuntar hacia Extraños (Sexto Piso, 2014) la única incursión en la novela gráfica de Saez Castán que rinde tributo a los viejos cómics, a la Hammer y a las películas de serie B de los 50 y los 60, y, en especial, a la figura de Vincent Price.


Hasta aquí, las consideraciones bibliográficas. Ahora toca ahondar más en las artísticas… Aunque sus técnicas son bastante variopintas, destacan sobre todo el lápiz, la tinta (plumilla o estilográfica) y el óleo sobre tabla o, en algunas ocasiones, sobre planchas de aluminio. Este hombre domina el dibujo clásico a la perfección y se decanta por el estilo figurativo, mayormente surrealista con influencias que van desde los barrocos hasta los vanguardistas, y sobre todo, por el lenguaje posmoderno donde el cine y la televisión tienen cierto peso. Sus composiciones son estudiadas y volumétricas con predominio de la escena y el espacio circundante. Así mismo, destacan elementos lingüísticos muy variopintos (inscripciones en latín, alemán o inglés) o las referencias a la iconografía publicitaria (¿Se han fijado alguna vez en la etiqueta de la lata que aparece en El Pequeño Rey maestro repostero?).



Y para terminar, algunos puntos de vista de sí mismo y de los enteraos que, como yo, hablan maravillas de él… Sáez Castán ha admitido en alguna ocasión que él prefiere alejarse de esos universos fantásticos que priman en la Literatura Infantil para crear un universo propio basado en sus propias experiencias, como él dice que la ficción nos ayude a reinventar la realidad. De ahí que casi todas sus historias surjan de lo mundano y cotidiano, de la misma observación del mundo que nos rodea. Me encanta como transforma las miserias humanas en escenas de gran plasticidad a caballo entre lo mágico y lo deleznable.


Sobre el género del álbum Sáez Castán, comenta que se interesa mucho por la relación entre texto e imagen, y apunta que por su formación en el campo de las artes visuales, presta mucha más atención a todo lo que rodea el arte secuencial que constituye un libro-álbum como generatriz de un discurso en el lector-espectador.
Aunque muchos especialistas, incluso él mismo, han definido muchas de sus obras como álbum para el público adulto, la verdad es que el lector infantil se identifica mucho con su lenguaje, bien por descubrir en él un universo onírico diferente, bien por encontrarse a gusto entre la multitud de referencias de todo tipo.


Por todo esto y mucho más, no nos debe extrañar que haya recibido numerosos premios de ilustración, como la Mención de Honor del Premio Iberoamericano de Literatura Infantil de la Fundación SM (2008), el Premio Nostra en la FIL de Guadalajara del 2009. A ello hay que añadir el reconocimiento de sus libros por parte del Banco del Libro de Venezuela o la Internationale Jugendbibliothek de Munich (White Ravens), sus nominaciones para el premio Astrid Lindgren en dos ocasiones (2011 y 2012) y el Premio Nacional de Ilustración en 2016 por su creatividad y talento narrativo que implica la dimensión objetual del libro; por su capacidad para construir mundos y contagiarlos; por la calidad de sus obras, muchas de las cuales son grandes clásicos contemporáneos de dimensión internacional y por su generosidad como formador.


 P.S.: Y si pasan por Alicante durante las próximas semanas, no se olviden de visitar la exposición de obras originales de este genio de la ilustración en la librería Pynchon & Co. (Yo que voy este sábado... ¡Lo que daría por una entrevista y dedicatoria de este hombre!)