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lunes, 13 de enero de 2025

Álbumes invernales


Este año parece que no va a nevar. A pesar de los días fríos que se han sucedido durante las últimas semanas (pocos y mal avenidos), se supone que este año hidrológico va a ser más seco de lo normal. Cosas del cambio climático y el empeño de las multinacionales por explotar el sinfín de recursos que hay en los polos… Mientras nos hacen creer que esto del clima es cosa nuestra, ellos se pasan por el forro todas esas convenciones y pugnan por exprimir el limón.
Lo peor de todo es que la Navidad, San Antón o Jueves Lardero, festividades donde las hogueras, el calor humano y las viandas calóricas tienen mucho protagonismo, ya no son lo que eran. Ni siquiera en los libros infantiles campa la nieve a sus anchas. Todo cambia y nada parece creíble. Yo solo espero que esto no sea más que otro óptimo cálido medieval y los carámbanos que disfrutamos en las páginas de la LIJ, vuelvan a los aleros de los tejados.
Mientras tanto, sumerjámonos en el invierno gracias a un puñado de títulos que, como de costumbre, he incluido en mi selección de álbumes nevados, pero que diseccionaré brevemente en este post vestido de blanco.


El primero es Lobo en la nieve, un libro de Matthew Cordell publicado hace unas semanas por Océano Travesía. Ganador de la Medalla Caldecott en 2018, este libro sin palabras (algún aullido y poco más), nos habla de dos historias paralelas que se entrelazan un atardecer nevado. Al salir del colegio, una niña se encamina hacia su casa, pero es sorprendida por una tormenta de nieve, todo se desdibuja y se pierde en mitad del bosque. Del mismo modo, un pequeño lobezno se separa de su familia y se topa con la niña. Esta lo recoge y protege de otros animales, hasta que la loba aparece delante de ellos. ¿Qué sucederá? ¿Logrará escapar la niña? ¿Sobrevivirá a la tormenta?


Con muchos recursos propios del cómic, el autor nos habla de la cooperación entre humanos y animales y de cómo la inocencia infantil es capaz de sortear los peligros. Desde un prisma realista, esta historia bien resuelta y enternecedora, tiene un puntito que recuerda a clásicos como El libro de la selva. En el apartado técnico hablar de la simetría narrativa, una portadilla muy cinematográfica y unas guardas peritextuales que se convierten en álbumes de fotos familiares.


El segundo libro que nos encontramos es Jugamos en la nieve, el tercer álbum de Verónica Fabregat publicado por Akiara que va enriqueciendo una pequeña colección de libros sin palabras (NB: pueden ver otros aquí o aquí) en los que un grupo de chavales disfrutan de sus correrías en mitad de la naturaleza. En esta ocasión, el invierno se abre camino con una nevada monumental y los protagonistas se lanzan a disfrutar de los trineos, las charcas heladas y las batallas de nieve.



Como en los títulos anteriores, los detalles, las secuenciaciones y la omnipresente naturaleza (¿Han visto a ese zorro?) son los recursos y escenarios narrativos que hacen de los juegos un relato coral en el que cada niño tiene mucho que aportar. Diferentes situaciones que, por muy cotidianas que sean, me despiertan la necesidad de volver a esos momentos de felicidad a esa patria compartida que es la infancia.


Llegamos al ecuador de esta pequeña tanda de libros invernales con Un regalo de invierno, un nuevo libro de Concha Pasamar (Bookolia). Siguiendo la estela de Tiempo de otoño, la autora navarra publica una nueva historia ambientada en el invierno (¿Será este el comienzo de una tetralogía dedicada a las estaciones del año?). Un niño desea volver a disfrutar con la nieve. Al regresar a casa contempla la noche fría y nublada mientras se prepara para ir a la cama. ¿Encontrará su deseo hecho realidad a la mañana siguiente?



Con una prosa delicada, Pasamar se adentra en el universo de las mínimas cosas, esos pequeños sueños que alientan las ilusiones infantiles. Acompañada de unas ilustraciones que recuerdan a la precuela, toda la historia se llena de una plasticidad íntima y bastante tranquila donde resuena otra época en la que no hacían falta fuegos de artificio con los que disfrutar de lo que nos rodeaba.


La penúltima reseña es para El deseo de topo, un álbum de Sang-Keun Kim, editado por Pastel de luna. Aunque es la secuela de Cuando estés preocupado, esta historia protagonizada por el mismo personaje se puede leer de manera independiente. Topo acaba de llegar a la ciudad y se siente solo. En su regreso a casa, se encuentra con una bola de nieve con la que decide sincerarse. Tanto cariño le toma que decide llevársela a casa en el autobús, cosa a la que se niega el conductor. Es por eso que el topo urde un plan: le dará forma de oso polar e intentará colarla en el siguiente autobús. ¿Lo conseguirá?





Terminamos con Alessandro Montagnana y su Corazón de invierno (NubeOcho), una historia navideña que también pueden encontrar formando parte de esta gran selección. En ella nos encontramos con una pequeña bandada de petirrojos que echan a volar con las primeras nevadas. Chip, se ve sorprendido por una ráfaga de viento y termina perdiendo el rumbo. En mitad del bosque encuentra iluminada una pequeña casa. Es el hogar de Lula, un zorro que lo invita a entrar y compartir con él los preparativos navideños. Entre tanto, los hermanos de Chip regresan a por él y se marchará dejando a Lula muy solo. ¿Encontrará con quién celebrar la Navidad?




domingo, 7 de mayo de 2023

¿Todopoderosas?


Madres todo-terreno, sacrificadas, resignadas… Llevamos toda la vida escuchando lo mismo, sobre todo cuando algunas se lanzan a vociferar en las calles, pero, ¿qué hay de cierto en todos estos calificativos?


Teniendo en cuenta que son cada vez más mujeres las que echan mano de ayuda externa a la hora de solventar las tareas del hogar, y que los hombres han ingresado poco a poco en los quehaceres cotidianos y el cuidado de los hijos, podemos decir que la realidad está cambiando.
No se lleven las manos a la cabeza. No quieran ser tan sumamente todopoderosas. Conozco a muchos hombres que hacen en su casa más que muchas mujeres, incluso que la suya. Lavadora, plancha, mopa, amoniaco, bricolaje y pañales. Las realidades son mutables y muchos hombres, conscientes de su papel en la institución familiar, su dependencia en materia doméstica y cierto estigma relacionado con, por ejemplo, la custodia filial, se han puesto manos a la obra.


¿Sería aplicable en este caso ese refrán que reza “Búscate la fama y échate a dormir”? Tampoco es eso. Todavía queda mucho por hacer en la materia y todavía son muchas mujeres las que hacen la mayoría de estas tareas, muchas mujeres sacan adelante a la prole con su solo esfuerzo y sin ayuda de ningún hombre. Pero lo que sí está claro es que esa igualdad por la que tanto se clama desde ciertos sectores, empieza a hacerse realidad en detrimento de un estereotipo que ha hecho mucho por la imagen positiva de la mujer. Toda coexistencia es buena. Nada es excluyente.


Así que regresamos con Chris Haughton y su Mamá pingüina es la mejor para celebrar este día tan materno, un libro que publicó hace unos meses NubeOcho y con el que el autor irlandés se marca un homenaje a la figura materna gracias unas aves muy particulares.
En esta historia con marcada estructura de sketch o comedia de situación, un recurso narrativo muy utilizado por Haughton, una pingüino tiene que capturar la cena para su hijo. Salta, nada, pesca y sube un escarpado acantilado. Ella es capaz de todo, pero ¡ups! Ella no contaba con sortear a unas feroces focas dormidas sobre el hielo. ¿Lo conseguirá?


Que se transforma en una función nocturna en el que padre e hijo son los espectadores ideales. Del mismo modo que se establece una repetitividad en la alternancia de escenas que la hace muy atractiva para los pequeños lectores, empatiza con ellos desde una posición. Un final con vuelta de tuerca, caracterización de personajes, y notas humorísticas hacen de este libro una buena opción para seguir cayendo rendidos ante las ideas tan aparentemente sencillas de este autor.
¡Y feliz día de la madre!

viernes, 15 de mayo de 2020

Libertad de movimiento



Durante la jornada número 63 de confinamiento toca hablar de libertad. Sí, como lo oyen. Libertad. Porque creo que ya está bien...
Ni un solo estado europeo, ni siquiera aquellos que han sido más duramente golpeados por el virus como Francia, Italia o Reino Unido, han declarado un “estado de alarma” como el nuestro, ni mucho menos lo han extendido durante tanto tiempo.
Recordemos que dicho estado es excepcional y, aunque constitucional, se enmarca en un vacío democrático reservado para ciertas situaciones entre las que a priori no se encontraría la actual, pues esto es más bien un “estado de emergencia”. Sin embargo los que nos gobiernan han aducido siempre razones de salud pública para hacer uso de él, algo que la sociedad ha entendido y permitido a lo largo de estos dos meses, pero sobre la que comienza a desconfiar teniendo en cuenta los daños colaterales que se esperan de ella, así como las actuaciones poco decorosas y democráticas del gobierno en materia sanitaria, económica y sobre todo, legislativa.


En vez de velar por la prevención (¿Y los test? ¿Dónde están?) y el cumplimiento de las medidas sanitarias (¿Por qué no plantean el uso obligatorio de la mascarilla en vez de jugar a la ambigüedad?), se están dedicando a meter miedo (Todos acojonaditos para pedir de rodillas que nos encierren para mantenernos a salvo del coronavirus) y a cercenar la libertad de movimiento y expresión, algo que recuerda más a regímenes totalitarios que a democracias parlamentarias. Si a ello añadimos una nula capacidad de actuación y planificación de un tiempo futuro que se prevé más que difícil, no es de extrañar que el pueblo empiece a hacerse preguntas sobre las mentiras vociferadas por los asalariados medios de comunicación y saltarse a la torera unas normas que ni siquiera los políticos respetan.


Con ello no quiero decir que comparta las manifestaciones en vivo o en diferido que realizan algunos sobre la gestión de esta crisis (eso de poner en peligro a mis congéneres u ofrecer una coartada al gobierno para más “estados de alarma” ante un repunte muy probable, no va conmigo)  ni mucho menos a valorar el outfit de los coronapijos o  perroflauters (siempre me ha parecido de muy poca clase eso de juzgar un libro por su portada), pero si diré que entiendo el malestar generalizado de una ciudadanía que sufre medidas policiales propias de las dictaduras (censura, toques de queda y sucedáneos de allanamiento de morada) y un escenario de incertidumbre en el que mentiras (ya me dirán que fiabilidad tiene el estudio de inmunidad) paguicas, chivateo y división social son el único plan B.


Podría haber hablado de la irresponsabilidad ciudadana, de cómo todo quisqui se dedica a hacer de su capa un sayo, de los niños desorbitados, del comadreo en parques y vías públicas, de las terrazas y de las malas cabezas, pero hoy no va a ser el día (ya ha habido otros previos y los habrá posteriores), sobre todo porque el ciudadano de a pie ha sufrido mucho durante estos 63 días y necesita respirar y aligerar sus cargas personales y emocionales (que son muchas algo que se desprende del notable aumento en la venta de ansiolíticos y antidepresivos), necesitamos sentirnos unidos y libres para empezar a digerir una difícil anormalidad que ya tiene mucho de jaula.


Aunque para ello podría haber elegido muchos álbumes, al ser viernes y festivo en muchas localidades, me he decantado por el tono siempre simpático, alegre y esperanzador de  mi querida Margarita del Mazo, que junto al siempre vitalista e imparable José Fragoso, han tejido La princesa Sara no para (editorial NubeOcho), una historia divertida que habla de una princesa llena de vitalidad, que no puede estarse quieta ni un momento y que mina las expectativas de unos padres que prefieren una hija tranquila y sosegada. Sara está fuera de control y eso no les gusta para el futuro del reino, llegando a buscar incluso una cura para su “Nomepuedoparar” galopante.


Mientras descubren el secreto y disfrutan de una narración con mucho humor, tanto verbal, como gráfico (les recomiendo buscar detalles y guiños en las desenfadadas imágenes del artista), sólo me queda invitarles a ser libres (sin molestar a nadie, como nuestra protagonista) a pesar de los grilletes que nos quieren imponer algunos.

jueves, 30 de enero de 2020

De adultos y actualidad



Todavía no sé cuándo nos van a dejar tranquilos los mayores. Me tienen hasta las narices. ¡Qué harto me tienen de tanto control! Como si no hubiéramos tenido bastante con la “educación para la ciudadanía” y las dichosas lenguas co-oficiales (¡Y venga propaganda!), ahora van y se inventan el “pin parental”… Menos mal que mi madre sólo es inquisidora para el polvo y las pelusas (No me quiero ni imaginar los estragos que haría si le diera por el currículo escolar, porque ¡ni los maestros saben qué hacer con los estándares de aprendizaje!).


Me voy acordando de lo que charlaba el domingo con Pepa Flores, otra niña como yo. “Mira, Román” me decía la pobre, “estos adultos no aprenden. Ya les dije hace años que me dejarán de fachas, de comunistas y otras mandangas. Que yo me iba a dedicar a la vida, una cosa muy de críos. Que no quería participar en más circos. Menos todavía si los honorarios son caramelos y cabezones. Que le saquen la pringue a otros, que en la tómbola del mundo yo ya he tenido bastante.”


Yo aplaudía con fervor mientras la Marisol (así la llamaban en el cole) se explicaba coherente y salerosa. “Qué contaminado está el mundo, cari. Todo quisqui pensando en engordar la cuenta corriente… La Rosalía metiendo billetes en un tanga y el Évole instando a la violencia,  tira que te va..., ¿pero y la Thunberg? ¿Tan mengaja como nosotros y ya se está registrando como marca comercial para ingresar en el Capital? Que no, que no, Román, que a mí lo que me gusta es Nunca Jamás, hacer el indio, comer, nadar y saltar.


De repente me acordé del libro de Davide Cali y Benjamin Chaud, otro par de nenes que se ve que están hartos de tanta (in)madurez. Cosas que no hacen los mayores ha sido el título elegido (con mucha ironía, por si jode). Se lo ha publicado NubeOcho (¡Me chifla el nombre de la editorial!) y en él hablan de los adultos y las cosas que ¿nunca? hacen.


O al menos, eso parece, porque aunque el texto reza montones de negaciones sobre la gente entrada en años, las ilustraciones parecen hacer gala de lo contrario (disyunción texto-imagen lo llamamos los enteraos del libro-álbum). Cosas como que nunca molestan ni dicen tacos ni pelean ni gritan ni lloran, se recogen en este catálogo de situaciones que da buena cuenta de la mentira que es el universo de quienes perdieron la inocencia. Y nada más.



martes, 26 de abril de 2016

De palmeros, irreverencias, sorna y educación


Dada la suspicacia del personal y que mis comentarios suscitan todo tipo de irascibilidades, he decidido ponerme en modo “políticamente correcto” y olvidarme de quien soy, no sea que alguno tenga que acordarse de toda mi familia en vez de reírse de todas esas gilipolleces que se me van ocurriendo a tenor de los libros con los que me topo.
El caso es que en este mundo en el que la política y las ideologías lo prostituyen todo (incluso la cultura, esa que se supone universal y libre), más vale tener mano izquierda, que decir/hacer lo que a uno le venga en gana (¡Ay qué vida más triste! ¡Tan llena de cortapisas! Con lo difícil que se antoja dejar los prejuicios y complejos a un lado...). Parece que todos debemos estar al servicio de los regímenes imperantes y sus idearios (los hay de todo tipo, no se crean...), y si disientes con ellos o te significas como mera oposición, te traducen como una traición.


Así, empiezan a tirar del hilo (tangencialmente, la mayoría de las veces) y acaban demonizándote por pura objeción. Que si poco compromiso (bastante sabe el que no me conoce de nada), que si maleducado (cuando deberían adjetivarme como insolente y descarado) y monstruoso (¿Ven? En eso estoy de acuerdo... “1. Contrario al orden de la naturaleza. 2. Excesivamente grande o extraordinario en cualquier línea [...]” RAE dixit -las demás acepciones no las pongo que no me convienen... ja, ja, ja-).
Últimamente parece que sólo se traducen como gentiles las reverencias serviles, y es algo en lo que no estoy en absoluto de acuerdo, más que nada porque ser algo impío (N.B.: No siempre tenemos que blasfemar en contra de Dios, también sobre el sistema educativo, los veganos, el ecologismo, el postureo español, el fútbol, los abrigos de piel, la corrupción policial y otro sinfín de ideosincrasias más), no implica ser irrespetuoso, sino mirar la vida con chufla, que ya tenemos bastante seriedad...


No sé que opinaría al respecto de este lío el protagonista de Por favor, Señor Panda (libro ilustrado para primeros lectores de Steve Antony y editado en castellano por NubeOcho), uno con bastante educación pero tan canalla como yo. Un mamífero que, con acidez, sorna y una pizca de humor negro (me recuerda un poco al de los personajes de Jon Klassen), nos da una clase magistral sobre lo que diferencia a la cortesía de la irreverencia, que poco tienen que ver las buenas palabras con los malos pensamientos, y de que tocar las pelotas y estar en el mundo son compatibles a un mismo tiempo. Algo que parece ser que se nos ha olvidado por la ingente cantidad de palmeros que nos bailan el agua a diario con tal de medrar en la vida.


lunes, 25 de enero de 2016

Vegetarianos e ignorantes


No teniendo bastante con los partidos animalistas, se ha sucedido en España la revolución vegana y -¡cómo no!- tengo que destripar este fenómeno fotosintético para deshuevarme un rato (¡Qué buenos momentos me está procurando este desmadre colectivo!).
Aunque cabe decir que estos rollos vegetarianos vienen de lejos, claro está (no se olviden del jipismo, de la revista Integral y de mis compañeros de facultad), hay que tener en cuenta el componente temporal que, como en todas las modas, los hace resurgir. Y es que a los hipster les ha dado por engullir eco-lechuga... No voy a negar que esto le venga de puta madre a nuestro sector agrícola (creo que el más grande de todo el entorno europeo), ni que a algunos les depure el karma hincharse de tomate y soja, pero no sé hasta qué punto este hábito puede contribuir a mejorar nuestra salud, hermanarnos con la madre Naturaleza y afianzar el respeto hacia nuestros hermanos los animales (incluidas cucarachas, parásitos intestinales y ratas... criaturicas de Dios...).


Si atendemos a los factores metabólicos y teniendo en cuenta que las proteínas de las plantas difieren bastante de las de nuestro organismo por un mero factor evolutivo, y que no son capaces de aportar sustancias como la vitamina B-12, tenemos el primer frente ante esa nutrición supuestamente completa que puede aportarnos una dieta de procedencia exclusivamente vegetal (llamo la atención entre la diferencia que existe entre alimentación y nutrición). Esto obliga a numerosos veganos a consumir suplementos nutricionales que en la mayor parte de los casos tienen un origen sintético (¡A la mierda nuestra integridad de naturópatas!), algo que me parece una incongruencia (¿Enriquecer más todavía a las farmaceúticas? Ni de coña). Lo que sí es de locos son las dietas infantiles vegetarianas (y me callo por no caer en el insulto...).
También tenemos a aquellos que echan mano de la horticultura ecológica (daría lo que fuese por ver el derroche de agua, el empobrecimiento del suelo, la adición de abonos industriales y plaguicidas de síntesis que utilizan/llevan a cabo muchos en sus huertos de ecologistas concienciados que poco tienen que ver con el respeto a los procesos naturales), de los que -se creen- no consumen productos transgénicos (Buenos días, aquí la Monsanto©, ¿qué desea?) o de los bancos de germoplasma y las variedades de cultivo tradicionales (¿Y dónde quedan las razas ganaderas autóctonas?). Pero déjenme decirles: ¿en qué porcentaje contribuye esto a hacerles una vida más sana y respetuosa con el medio ambiente? Creo que los discos de vinilo, la sacarina, el teléfono móvil, las cámaras fotográficas o las minas de coltán son pruebas fidedignas de que nuestro ocio impacta mucho más sobre el medio ambiente que nuestra alimentación.


Terminemos con el tema animal, el más gracioso de todos... Desde tiempos inmemoriales, gatos, vacas, perros, cerdos, conejos y jilgueros han entrado en los hogares con un fin determinado (salvaguardas, exterminadores, productores lácteos, cárnicos o cantores), pero ahora, no sé qué mosca nos ha picado para convertirlos en meros juguetes o acompañantes (¡Mamaaa, quiero una cabraaaa!). Si a ello le unimos que nos vemos obligados a vivir en cajas de cerillas (a mi modo de verlo, jaulas grandes) poco aptas para su quehaceres cotidianos, la cosa se va de madre (¿Acaso eso no es maltrato?). 
También hay mucha tontería y poca educación con las mascotas: las veo en el metro, durmiendo sobre las camas o comiendo en los bares, algo que, a pesar del cariño que cada cual les tenga, yo sigo diciendo aquello de “cada uno en su casa y el burro en la linde” (que no a todos nos va el pelo y, ante todo, respeto). 
Por último y hablando de taxonomía, les invito a que indaguen en las relaciones filogenéticas  entre hongos y animales, y constaten que están más próximos de estos que de las plantas (un nuevo alimento vetado). 


Y ahora, mi alegato:
No soy partidario de obligar a la dieta omnívora (que cada uno coma lo que le plazca, de hecho me encanta la dieta vegana). Tampoco de abusar de los producto cárnicos (la dieta tradicional incluye mucha legumbre, hortaliza, verdura, buenos mojes, pipirranas y asadillos, aunque alguna vez le peguemos un buen viaje a la tripa de chorizo). Aborrezco el modo en el que se cría al ganado y el impacto que las grandes explotaciones pecuarias tienen sobre nuestro mundo. Pero también he de decir que el modus operandi de muchos vegetarianos deja en evidencia una vez más que los humanos, lejos de hacer gala de esa razón que los millones de años de evolución nos han regalado, sacamos de quicio las cosas, nos vamos a los extremos y nos decantamos por el integrismo y la demagogia (un clásico).
Así que, harto de reír y como buen botánico, me voy a poner a leer El niño semilla (Greenling en inglés) de Levi Pinfold (editado por Nubeocho en castellano y Templar en la edición inglesa) mientras disfruto de la primavera, el hortal y sus favores. Me gustan las plantas, adoro las plantas, son parte de mi vida, adoro su simbolismo, exotismo y vigor, así que prefiero disfrutar de la belleza que recogen discursos como los de este libro, que de otros más utilitaristas. Y no hay nada más verde que decir.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Buscando...


Debido al desastre monumental que acarreo (aunque creo que mi cabeza está en orden, no ocurre lo mismo con mi casa), me paso la vida buscando entre papeles, cajones, cajas, carpetas, estanterías y otros lugares de almacenaje, los retales de un tiempo que, con el paso de los años, acumula más tonterías de lo debido. Este espíritu recolector tiene que ver más con las urracas que con el mono que todos llevamos dentro, es por ello que a veces me dan ganas de prenderle fuego a toda la mierda que se amontona en los armarios e ir saltando desnudo de árbol en árbol.
Nos pasamos los años buscando… Los certificados de escolaridad, ese libro que sacamos de la biblioteca hace tres meses, el vestido de novia del que nunca más se supo, aquella receta de la abuela que escribimos sobre un trozo de cartón, un amor de adolescencia (¡las cosas buenas -y malas- que nos han traído las redes sociales!), las fotos de un viaje que no necesitaba fotos, el dibujo que nos regalo nuestro hijo en aquel cumpleaños, e incluso buscamos un gobierno que jamás existirá…, pero el caso es buscar, buscar y buscar…


A pesar de la desazón (la desesperación es cosa más seria...) que se apodera  de nosotros cuando no podemos dar con algún tesoro del pasado o esos documentos tan necesarios, el hecho de rebuscar tiene un punto la mar de interesante que, a la par que nos cabrea (con nosotros mismos, con nuestra pareja, madre -las peores-, padres e hijos), nos suele entresacar una sonrisa, bien por el abatimiento, bien por el triunfo que, al final de todo el periplo, es lo que cuenta.


Seguramente la mayor parte de las veces la búsqueda se transforma en juego (revolver más todavía nuestra vida es demasiado sugerente para resistirse) y nos sentimos como niños buceando entre amigos, juguetes, trastos y montones de lápices, algo de lo que se sirven muchos libros infantiles para llamar la atención de los pequeños, bien sea para proponer ejercicios de entretenimiento (y aprendizaje) como Otto el perro cartero, un "superventas" en el mundo anglosajón (me encantó toparme con él en mi último viaje a Londres) ideado por Tor Freeman y publicado en castellano y catalán por Blackie Little Books, o bien para recordarnos, como hace Olga de Dios en su Buscar (NubeOcho Ediciones), que muchas veces nos volvemos locos por dar con algo que siempre ha estado ahí…


Les advierto que hoy me he propuesto a mí mismo acabar con el caos que tengo sobre la mesa y clasificar convenientemente todos los apuntes, exámenes y ejercicios para, de una vez por todas, descansar todas las mañanas de tanto trajín innecesario.

lunes, 27 de octubre de 2014

Benditas excusas


Llama mucho la atención cómo los poderosos manejan a su antojo el mundo sirviéndose del desconocimiento de los ciudadanos. Contar verdades a medias, manipular la información, obviar detalles importantes y un largo etcétera de astucias son el pan de cada día para que banqueros, políticos, grandes multinacionales, personalidades de la cultura, medios de información, publicistas y otros manejantes sigan viviendo a nuestra costa, sin importarles lo más mínimo como vivimos los pobres mortales.
Seguramente esperaran que abomine todos estos comportamientos, pero lo cierto es que les hago saber que los ciudadanos tienen gran parte de culpa al creerse a pies juntillas esta sarta de fútiles excusas con tal de no moverse del sillón. La ignorancia, aparte de ser el peor de los castigos, también se ha convertido en la más cómoda de las excusas. Yo no sabía… él no sabía… vosotros no sabíais… son locuciones verbales que, en vez de plantarle cara a la vida,  están diseñadas para poner en evidencia, una vez más, que poco nos interesa un mundo cuyo motor  gira en torno a los partidos del futbol, los debates televisivos y el alcahueteo más horripilante, ese circo actual (y virtual) que los que mandan se han encargado de crear para una sociedad del bienestar conformista e insulsa.


Me dirán, ¡oh, queridos lectores!, que ustedes son privilegiados por atesorar hermosas y floridas bibliotecas, que se hinchan a ver los documentales de la segunda cadena, y que actúan en consecuencia social por el mero progreso, pero les hago saber que, como las marionetas que somos (yo el primero), nos dejamos embaucar por otras necesidades prioritarias (llámense estas teléfonos elegantes, coches de alta gama o ropa de buena etiqueta), en vez de hacerle frente a las astucias de otros, y romper las reglas de un juego que ninguno de nosotros ha establecido.


¿Creen que eliminar a las modelos escuálidas de las pasarelas cercenará la anorexia? ¿Qué matricular a nuestros hijos en un colegio concertado les librará de consumir drogas? ¿Creen que votando a Podemos la deuda pública disminuirá?... Me parecen meras excusas para lavar nuestras conciencias rotas, una actitud fuera de toda ética que otros, esos que organizan la guerra, los que deciden por nosotros haciéndonos pensar que el voto es personal e intransferible (¡qué necedad mayúscula!), aprovechan para seguir gobernando el cotarro a merced de las excusas que todos exhibimos para expiar nuestras culpas.


Y para seguir con pretextos y disculpas (esos con los que seguimos engordando nuestro espíritu infantil, irresponsable y sencillo), les dejo con todas las excusas inimaginables que el protagonista de No he hecho los deberes porque…, un librito ilustrado de los geniales Davide Cali y Benjamin Chaud (una coedición de Nubeocho con Pepa Montano), se inventa para explicarle a su profesora la falta para con su deber diario.
Monos juguetones, un robot descontrolado, un extraño jarabe para la tos, plantas carnívoras y hasta un pozo de petróleo son algunas de las historias de las que echa mano el niño para justificar su falta de formalidad en lo que a quehaceres escolares se refiere. Un libro muy bien articulado en cuanto a contenido y forma (fíjense en la relación entre las guardas y la portada o en los mensajes peritextuales de la tapa trasera) que guarda una sorpresa final que redondea ese toma y daca clásico entre profesores y alumnos.
¡Y ojalá todas las excusas fueran como estas!


miércoles, 8 de octubre de 2014

De alarmas, virus y canes


Cuando cosas como el reciente contagio de ébola suceden, uno se da cuenta cómo es el país en el que vive... Uno percibe el ambiente enrarecido, sobre todo cierto tufo a ignorancia: la ignorancia del populacho (ese que opina, desconoce y ajusticia sin piedad), la ignorancia de la clase política (una que, sin encomendarse a Dios ni a la Santísima Virgen, se mete en camisas de once varas con la esperanza de arañar unos cuantos votos), la ignorancia de las farmacéuticas (las más beneficiadas en estas lides), y, para terminar, la ignorancia de los enfermos y las víctimas (figurándose peleles con los que siempre se juega).
Nadie sabía qué era el ébola hasta hace dos días (y eso que lleva casi cuarenta años en conocimiento de las autoridades sanitarias internacionales y está catalogado como un virus de bioseguridad de nivel IV -el más elevado-), y ahora todo quisqui ha hecho tesis doctorales acerca de este filovirus a base de guasap y otras aplicaciones perversas para poner en entredicho las palabras de nuestros, tan queridos, como odiados, médicos y especialistas sanitarios (entre los mejor considerados del mundo, he dicho).


Aparte de la alarma social que este bichito está causando por todo el globo, lo más llamativo son las decisiones de los gobiernos (propios y ajenos) en estas lides. Esas que, envueltas en un edulcorado buenismo y algún que otro complejo, han introducido en occidente a conciudadanos contagiados de esta enfermedad, poniendo así en peligro al resto de la población, en una alarde humanitario y muy familiar de compartir las desgracias ajenas con sus votantes. Como apunte y por si acaso se olvidan, diré que con la salud (esa de la que sólo nos acordamos en el sorteo de lotería navideño) no caben paños calientes, sino celeridad y mano firme.
Al otro lado está la oposición con sus ganas de enardecer a las masas (siempre vemos la paja en el ojo ajeno… ¡Qué tristeza más grande!), los sindicatos y las suculentas tajadas a instancias de la prevención de riesgos laborales, las farmacéuticas frotándose las manos, y los españoles cagados a base de televisión y radio. Esperemos que algún valiente le quite hierro al asunto con sorna y chiste, porque si no, ¡este cementerio irá para largo!...
Dejando para el final a las asociaciones animalistas y a algún que otro marido desquiciado  que anteponen la salvaguarda de un can a la de cientos de vecinos (N.B.: A todos estos los encerraba yo en alguna mina abandonada junto a un par de rehalas envenenadas con esta mortífera arma biológica), llegamos al libro de hoy. 


Sobre El perro negro (¡Ya les llamé la atención sobre él en mi selección de libros foráneos del 2013!), un álbum ilustrado (también ganador del premio Kate Greenaway, todo sea dicho) de Levi Pinfold y (co)editado en castellano por Nubeocho y Pepa Montano, sólo podemos decir que es maravilloso. 
En él, un perro gigantesco que merodea los alrededores de una casa tiene acojonada a toda la familia. Pero como por arte de magia y a instancias de la niña protagonista y su mirada bondadosa, se va haciendo cada vez más pequeño, menos peligroso para los habitantes de la vivienda.


Con una ilustraciones con una clara perspectiva cinematográfica en la que los planos se deforman por las lentes y los contrapicados buscan la sorpresa del lector-espectador que disfruta del magnífico colorido y los detalles de un universo muy hogareño y acogedor (fíjense en las habitaciones, en el menaje del hogar, en la ropa...), este genial autor nos presenta un libro que habla sobre los miedos ¿infantiles?, cómo enfrentarse a ellos y el proceso que los disipa y aligera. Algo que esperemos también suceda con este enemigo que ha sorteado nuestras fronteras y al que tanto empezamos a temer, llamado ébola.