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martes, 13 de junio de 2017

Rimas porcinas


Con lo que me gusta un Lobel no he podido resistirme a la tentación de reseñar la última re-edición de El libro de los guarripios por parte de Kalandraka, un clásico entre los clásicos de este señor que tanto bueno ha hecho por los monstruos de uno y otro confín (Hablo en presente porque para mí, Arnold sigue más vivo que nunca). Ya sabemos que lo de Lobel con los animales se puede definir como pura pasión y que, excepto en contadas ocasiones, deja al ser humano de lado para dedicarse a lo faunístico. Ratones, búhos o elefantes protagonizan unas historias donde, cómo no, no podían faltar los cerdos.
Esta deliciosa creación que viera la luz en 1983 en su lengua original (dentro de nada casi treinta y cinco años), aparte de dar buena cuenta de la creatividad y buen hacer de su autor, es un claro tributo a The book of nonsense, la obra cumbre de Edward Lear por varias razones que he constatado...


En primer lugar llama la atención el título original de la misma, The book of pigericks, muy parecido al original de Lear, al que además se añade una palabra híbrida a modo de juego (cosa muy típica en la lengua inglesa) que hace referencia a otras dos, “pig” (naturaleza porcina de los personajes) y “limerick” (construcción poética de referencia en la obra de Lear que tiene una estructura básica de AABBA y que aquí rescata Lobel).
Aparte de este guiño, Lobel también se decanta por presentar sus versos de la misma forma que Lear en The book of nonsense: un limerick por página acompañado de una ilustración en la parte superior. Si bien el estilo es muy diferente en ambos, si cabe hablar del carácter caricaturesco que acompaña/complementa al texto. De esta forma se suceden las imágenes de una forma rítmica y se imprime un tono desenfadado a la lectura.



Si a todo ello unimos que Arnold y Edwar (en su juventud) tenían un aspecto físico algo coincidente (a continuación dos fotografías de ambos), el juego de parecidos da en qué pensar.


Edward Lear 


Arnold Lobel

No obstante y a pesar de estas similitudes hay que llamar la atención sobre varios puntos en los que Lobel desborda imaginación y sabe integrar todo tipo de recursos nuevos dentro de una creación donde el humor está más que presente. Cabe llamar la atención sobre el hecho de que el autor se autoretrata en tres lugares/momentos de la obra: en la portada, en la primera página narrativa y en la última. En ellos se puede ver a un cerdo con las típicas gafas y el bigote de Lobel en diferentes situaciones y que introducen y concluyen la acción, algo que, en cierto modo, me lleva a la misma estructura de Historias de ratones en la que una serie de historias quedan englobadas en otra inicial. Si a ello unimos que este recurso también e inevitablemente, me recuerda a Sendak, ese genio que protagoniza también su Chancho Pancho encarnado en un alter ego porcino, la cosa ya es de lujo.


No hay que olvidar destacar la perspectiva de las ilustraciones, su gran colorido, su composición. Llenas de guiños al texto, a otros hechos, muchos detalles, que lo convierten en un texto enriquecido y más que apropiado para diferentes niveles de lectura.



Por último y apuntando a las dificultades que presenta la edición de un libro como este en lo que a traducción se refiere, mi reconocimiento a Miguel Azaola, porque teniendo en cuenta que este libro se llena de sinsentido y referencias a multitud de aspectos del mundo anglosajón, queda próximo a los lectores en castellano sin irse demasiado de madre.
Y poquito más... Rebócense en el lodo, que teniendo en cuenta el rigor de estos calores, es la mejor manera de buscar fresquito aunque sea gracias a nuestro lado más gorrino.


viernes, 27 de enero de 2017

Actualidad sin sentido


Copos de nieve sobre la orilla del mar, chantajes fruto de los caprichos monárquicos que pagan los ciudadanos, subidas estratosféricas de las tarifas eléctricas en la semana más fría del año (ya se podían haber esperado...), apóstatas que se marcan dos horas de cola para que San Antón bendiga a sus galgos, y el presidente de los Estados Unidos haciendo el homínido ... Harto de buscarle sentido al sinsentido, he decidido refugiarme en las canciones de Edward Lear y dejarme hacer. Si no puedes con el enemigo, únete a él.

El búho y la gatita se dieron a la mar
en un batel verde y brillante como un guisante;
llevaban miel, membrillo, y bastante dinerito,
bien envuelto en un billete de cinco reales.
El búho contempló los astros del infinito,
y rasga que te rasga cantó con su guitarra:
¡Oh, mi divina minina! Oh, mi lindo amorcito,
qué hermosa gatita eres tú...
Eres tú...
¡Sí, eres tú!
¡Qué hermosa gatita eres tú!”

[…]

The Owl and the Pussy-cat went to the sea
in a beautiful pea-green boat,
they took some honey, and plenty of money,
wrapped up in a five-pund note.
The Owl looked up to the stars above,
and sang to a small guitar,
O lovely Pussy! O Pussy, my love,
What a beautiful Pussy you are.
You are,
You are!
What a beautiful Pussy you are!”

[...]

Edward Lear.
Los jumblies y otras canciones sin sentido.
Ilustraciones de Leslie Brooke y el autor.
Traducción de Óscar Mariscal.
2016. Sevilla: El Paseo.


viernes, 28 de octubre de 2016

Políticos ruidosos y vacíos


Resulta bastante indigesto corroborar que nuestros políticos, a pesar de los meses de parón que se han gastado (cobrando, eso sí), siguen tan inútiles como siempre (Quien los echara de menos que levante la mano). Verborrea, jeta y, sobre todo, mucha perrería, hablan por sí solas. Que no me cuenten rollos: como bien decía Carroll: un vacío perfecto y terminante. Sólo saben agitar la campana, llamar la atención con torpeza y de cualquier forma. Lo que habrá que penar...

A nuestro Heraldo todos lo elogiaban:
¡qué porte, qué soltura y cortesía!
¡Y qué solemnidad! Era mirarle
y percibir su gran sabiduría.

Comprado había un gran mapa marino
sin la menor señal de tierra firme:
y estaban todos de lo más contento,
pues era un mapa claro y comprensible.

¿De qué sirven los polos y ecuadores,
los ejes, coordenadas y señales?”,
preguntaba el Heraldo, y respondían:
¡Signos convencionales son los tales!

¿Que otros mapas enseñan islas, cabos?
Demos gracias a nuestro comandante,
pues -decían- el suyo es el mejor:
¡un vacío perfecto y terminante!”

Qué adorables... Mas pronto averiguaron
que quien administraba su destino
sólo tenía un modo de orientarse,
y era tocando el cascabel sin tino.
[…]

* * *

The Bellman himself they all praised to the skies-
Such a carriage, such ease and such grace!
Such solemnity, too! One could see he was wise,
The moment one looked in his face!

He had bought a large map representing the sea,
Without the least vestige of land:
And the crew were much pleased when they found it to be
A map they could all understand.

What's the good of Mercator's North Poles and Equators,
Tropics, Zones and Meridian Lanes?”
So the Bellman would cry: and the crew would reply
They are merely conventional signs!”

Other maps are such shapes, with their islands and capes!
But we've got our brave Captain to thank”
(So the crew would protest) “that he's bought us the best-
A perfect and absolute blank!”

This was charming, no doubt; but they shortly found out
Taht the Captain they trusted so well
Had only one notion for crossing the ocean
And that was to tingle his bell.
[...]

Lewis Carroll.
El discurso del Heraldo.
En: La caza del carualo.
Edición bilingüe.
Ilustraciones de Tove Jansson.
Traducción de Jordi Doce.
2016. Madrid: Nórdica Libros.



viernes, 2 de enero de 2015

De camas y comida


Esto de las fiestas supone una grave alteración en los hábitos alimenticios… Comer a deshoras, con resaca, ingestas copiosas y sin sentido, reflujo gástrico a granel, panzas en modo lavadora… Vamos, que después de la Navidad y con unos cuantos kilos de más (calorías vacías aparte… el alcohol es lo que tiene), lo mejor será acudir a una cura de ayuno en una famosa clínica marbellí (es lo único que me jode de ser pobre: no cuidarme como un rico) o, en su defecto, ponerse en manos de un guía nutricionista.
En cualquier caso y sin ánimo de joderles los ágapes que les restan hasta la venida de los reyes de oriente, les recomiendo que, en vez de una cama comedor (Sí, sí, de esas en las que además de dormir se pueden poner tibios a comer), sean más condescendientes con sus curvas y pidan en sus cartas (¡viva la escritura a mano!) una faja térmica porque, bien pensado, ¡el verano está a la vuelta!

Si tarde, a medianoche,
te entra el apetito,
en la Cama Comedor
nunca falta un bocadito.

La almohada de pan
para una dentellada certera
y la máquina automática
instalada en la cabecera.

Pulsando allí con el dedo
y sin necesidad de dinero
puedes sacar pollo frío
y hasta un pastel entero.

Sylvia Plath.
En: El libro de las camas.
Ilustraciones de Sir Quentin Blake.
2014. Barcelona: Libros del Zorro Rojo.