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miércoles, 2 de junio de 2021

Escapadas campestres


Después de que ayer entrará en nuestras vidas la nueva factura de la luz (mucho meme, pero ningún sindicato u asociación de usuario organiza manifestaciones en contra de una medida tan malvada), hoy el gobierno nos viene a decir que mayo ha sido un mes maravilloso y 200.000 nuevos cotizantes vuelven a la seguridad social para pagar todos esos servicios que ellos, la casta, se están cargando desde hace décadas.
Estas estrategias de lavado cerebral me enervan… Si ayer nos trataban como esclavos de los monopolios eléctricos, hoy se dedican a salvar nuestra economía y de paso nos van a hacer ¡ricos! ¿Mandeeee? Les recuerdo que además de imponernos el IVA energético más caro de toda la Unión Europea, se dedican a trincar lo que pueden en los consejos administrativos de todas las multinacionales y bancos que controlan el país. ¿Para qué se creen que han pedido los 40.000 millones de euros? ¿Para el autónomo? ¿Para el currito? ¿Para los más de 3000 trabajadores del BBVA que se van a ir a la puta calle? No, señores, los quieren para ellos y lo que sobre, para limosnas de pesebreros varios.
En vez de pedir cuartos a mansalva, que se aprieten el cinturón, que no expriman nuestro bolsillo para devolver préstamos innecesarios y bajen una de las presiones fiscales más altas de toda Europa. Porque mientras ellos se compran chalés de todo lujo, la sanidad y la educación pública de este país se van a la mierda, se lo dice un usuario y trabajador de ambas que está harto de tanto héroe y tanta medalla.


Con este panorama, de lo único que me dan ganas es de irme a mitad del campo a dar un largo paseo. Hacer caso omiso de la tecnología y las preocupaciones consumistas, y prestar atención a los trigales, los campos de amapolas, alternar la sombra de los olmos con el rumor de la brisa. Llenarme de la luz del sol y el trinar de los pájaros, eso es lo único que nos queda en este mudo atestado de intereses maquiavélicos y necesidades ridículas.


Sí, ya sé que yo tengo el campo cerca, que para otros es más difícil orearse de esa guisa. Pero urbanitas, no tiren la toalla tan pronto, que hoy les traigo un álbum que huele a plena siega. Traducido del inglés por Ellen Duthie y publicado por primera vez en España de la mano de la editorial Galimatazo, La excursión del señor Gumpy, nos trae eso y mucho más. No es de extrañar, pues muchos de los éxitos de su autor, el inglés John Burningham, transcurren en plena campiña inglesa.


El señor Gumpy vive a orillas de un río y sale con su barca a dar un paseo sobre el agua. Los primeros en apuntarse a la excursión son los niños, después el conejo, más tarde el gato, también el perro… Todos quieren subir a la barca, pero el señor Gumpy que se las sabe todas les pone sus condiciones. Pero como todo en vida, surgen los imprevistos y…


En este, uno de sus primeros éxitos, el esposo de la también ilustradora Helen Oxenbury fallecido hace un par de años, nos regala una historia a modo de retahíla que nos adentra en un juego visual con mucho ritmo, no sólo en lo que a texto se refiere, sino también con sus ilustraciones, ya que cada animal tiene su propia doble página (denótese que el animal queda representado a color y en primer plano en la de la derecha, la principal, mientras en la de la izquierda vemos el plano general con todos los participantes en blanco y negro con el característico trazo a plumilla de su primera época artística).


Sí, tengo que dedicarle un monográfico a este señor para hablar de su lenguaje gráfico, tan universal, como potente, de su obsesión por los personajes sonrientes y el mundo natural… Pero hasta entonces, les dejo con este libro, uno que espero lean como se merece. Cuando lo hagan, no se olviden de escribirme y adivinar cuáles son mis dos imágenes favoritas del libro. Sólo les puedo daré una pista: una me recuerda a otra ilustración del genial Arthur Rackham y la segunda es una fantasía en amarillo.

miércoles, 21 de enero de 2009

Estaciones




Siempre me he preguntado por qué los curas no organizaron de un modo más práctico su mejor invento, el tiempo. Ya podían haber tomado parámetros más naturales y dejarse de horas, días, meses y años, porque aquí, como a todo hijo de vecino o mamífero que se precie, lo que nos modifica el carácter son las llamadas estaciones del año. Y es que los biorritmos son muy importantes, no sólo a la hora de sembrar cebollino, sino a la hora de tomar decisiones importantes para uno mismo. Unas épocas del año son favorables a la hora de aumentar el panículo adiposo, mientras que otras lo son más para perder esos kilos que nos sobran. Si usted quiere mudarse, le recomiendo que opte por la primavera o el otoño, y si se va a casar… ¡Ejem!… yo creo que cualquier época es mala (risas enlatadas).
Y es que, si cogemos un almanaque (cosa que todos hacemos con el comienzo del año) y vamos pasando los meses, irán sucediéndose imágenes en nuestra memoria… Con el otoño llegan los árboles tristes, la lluvia y la noche que nos apocan la vitalidad y aumentan las barrigas, más tarde arriba el señor invierno y su manto de frío y hielo que también nos recorre los pensamientos. La primavera ya es otra cosa, despierta no sólo la libido y las ganas de saltar, sino también los brotes y las flores, y para finalizar el verano, donde esa calma chicha y el sonido de los grillos nos acunan en un vaivén tranquilo.
Así que, con tres títulos sobre las estaciones del año: el arte de John Burningham (Las estaciones) y de Iela Mari (Las estaciones), la pluma de Roald Dahl (Mi año) y la sencillez y preciosismo de Un año en la granja –descatalogado, una lástima-, les dejo que piensen en este año que nos espera.