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miércoles, 22 de mayo de 2024

¿Para qué sirve la vida?


Para el Alfon, que nunca le dedico na'.

Hay gente que le da mucho a la cabeza. Tanto, que se ponen a pensar en cuestiones sobre las que hay poco que decir. Así les va. Salen medio tarumbas y se llevan al que pillan por delante. Pensar no es bueno. Ya lo afirmaba mi padre (que jamás toma nota de sus propias palabras). El que mucho cavila, poco vive. Por eso le digo yo al Alfon que va a durar lo que no está escrito con esto de dedicarse a la vida alegre, esa en la que ni siquiera se leen libros. Él, más pillo que entre siete, me respondería “¿Y para qué sirve la vida, Román?”.
Aunque yo lo tengo claro a pesar de leer infinitamente más que él (espero que no me pase factura y seguirle a zaga en esto de la vejez…), parece que hay un elevado porcentaje de la población que se dedica a pelar la pava con la existencia y sus propósitos. Que si no estoy satisfecho con mi proyecto de vida, que me arrepiento de aquella decisión o que mira el futuro que me espera. A lo que yo respondo: ¡Qué aburrimiento!


Buscarle sentido a la vida puede ser una empresa tan fácil como difícil, sobre todo cuando no eres ni Sartre ni Kierkegaard ni sabes pronunciar el apellido del segundo. Pero lo más complicado de todo es encontrarle el lado banal, hedonista y pendenciero. Y si lo haces, tomártelo con mesura, no sea que de la emoción, te quedes sin disfrutar del premio de consolación.
Anímense a entrar en nuestro pequeño club de vividores y déjense los libros de autoayuda junto a la leña, no sea que hagan mal uso de sus neuronas y quieran matricularse en un grado de psicología, el deporte nacional después de la freidora de aire. Que sí, que la vida es útil, y el que vive, lo sabe.


¿Para qué sirve?, un libro de José Maria Vieira Mendes y Madalena Matoso, acaba de llegar a España gracias a la editorial A fin de cuentos y desde este espacio que nadie sabe para qué sirve (¿O sí? ¿Por eso existe?), le vamos a dedicar un repaso.


Todo empieza con la pregunta del título (y que también está escrita sobre ese bombo que me ha vuelto loco): ¿Para qué sirve? Las páginas se llenan de bombillas, lupas, tijeras y lápices. También de otras cosas que adoptan como nombre su utilidad, léase sacacorchos, sacapuntas o cortaúñas. Incluso aparece un teléfono móvil. Todo sirve para algo, pero ¿pueden servir para otras cosas? ¿Podemos usar un sombrero como una cesta o un neumático para columpiarnos? Uy, vaya lío… ¿Llegaremos a algún sitio con este libro?


Si bien es cierto que, en principio, este álbum puede parecer algo complejo, en realidad parte de un pequeño juego que, a base de preguntas y respuesta, nos lleva donde quiere (¿o dónde queremos?), algo que tiene mucho mérito, pues con una pizca de curiosidad y un suspense generado por una secuencia que, girando sobre el existencialismo y el utilitarismo, termina sembrando una idea tan hermosa como inútil (¿o no?).


Esos contrastes tan coloristas que se gasta la Matoso a golpe de naranjas, amarillos y fucsias no dejan indiferentes a los lectores, es más, los atrapan de lleno en una obra que tiene mucha filosofía. Si esto fuera poco, la portuguesa incluye elementos metafóricos (¿Ven esa pista de atletismo tan ordenada con la que empieza y lo embarullada que termina?), idas y venidas, comparaciones y secuencias rítmicas que ofrecen una dinámica visual arrolladora.
Por si no se han enterado, no me pidan que les defina este álbum poco definido, lo único que les puedo asegurar es que sirve para pasar un buen rato, que ya es bastante.

martes, 21 de junio de 2022

La ligereza de los kilómetros


Me decía el otro día la María José que no entiende cómo no le saco más partido a mis viajes en esto de las redes sociales. Le respondí que bastante trabajo me daban los libros para críos, como para apuntarme a otro bombardeo. Eso sí, si llego a saber que tengo tanto tirón, me hubiera montado un blog de viajes y convertido en un Phileas Fogg contemporáneo.
Si bien es cierto que la broma te sale gratis cuando estás macizorro o te recorres todas las plazas del mundo dándote besitos con tu pareja, seguro que el menda lerenda hubiera encontrado la forma de hacerse querer entre los trotamundos. Alguna tontuna hubiese inventado para que me hubieran mandado como reportero a Nueva York, Sidney o las Bahamas.


Aunque estas alturas de la vida he visitado más de quince países (no está mal teniendo en cuenta que ninguno de esos viajes ha sido muy convencional), todavía queda mucho por recorrer. Aunque reconozco que me gusta mucho (demasiado, diría yo) Europa, no me importaría ir a Canadá, Nueva Zelanda, Costa Rica o Japón.
Ni qué decir tiene que todavía me falta por conocer gran parte de España, una falta que estoy empezando a subsanar desde que retomé la insana costumbre de visitar a conocidos y allegados (N.B.: No descarten que algún día me presente en sus pueblos y ciudades si es que tienen a bien recibirme con vino y aperitivo).


Es una pena que hace años los smartphones fueran una castaña y yo siempre me haya negado a cargar con la cámara de fotos. Les hubiera enseñado sitios estupendos, juergas para quitar el sentío, gente maravillosa… Pero por otro lado también me alegro de que todas esas experiencias hayan quedado guardadas en mí memoria. En parte son personales y no me apetece compartirlas con nadie aunque de vez en cuando deje que afloren a la superficie como meras anécdotas del pasado.
Lo más curioso de todo es que, a pesar de los kilómetros que llevan a cuestas mis riñones, cada vez camino más liviano. Conforme pasa el tiempo se hacen llevaderos, más todavía cuando vas soltando lastre. Echas la vista atrás, recorres espacio y tiempo, apenas te reconoces (la física y sus paradojas...) y sonríes como un tonto al percatarte de la importancia que tiene cada paso insignificante.


Y así, con cierta intensidad, llegamos a Cuentakilómetros, un libro de Madalena Matoso que está publicado por la editorial Coco Books y se me había escapado. En él, tomando como punto de partida un viaje en automóvil y el recurso narrativo de las pestañas móviles, la artista portuguesa se marca un libro juego (casi)infinito y bastante interesante.
Escenarios variados, familias en la carretera, todo tipo de circunstancias (desde atascos terribles a indeseables pinchazos), guiños geniales y un montón de detalles (no se olviden de leer la guarda trasera porque encontrarán el inventario de todo lo que hay que buscar en él), articulan una historia que se desborda gracias al lector-espectador y la magia que subyace en cada odisea por pequeña y cotidiana que sea.


Cercano, colorista y muy vivaracho, es fantástico para trotamundos en ciernes, conductores fanáticos y cualquiera que deje volar su imaginación.

lunes, 4 de octubre de 2021

Tempus fugit


Con el tiempo uno se vuelve más pausado, no solo porque pierde agilidad, sino porque es más consciente de la fragilidad de su cuerpo.
Con el tiempo nos hacemos menos preguntas. No tiene que ver con una mayor o menor curiosidad, sino con prestar atención a las que verdaderamente interesan. Pero sobre todo, con saber encontrar las respuestas de manera más fácil. ¿Quizá sea esa también la razón por la que, con el tiempo, nos sentimos más soberbios e ignorantes? Respondan ustedes si tienen tiempo, que a mí me basta con escribir esta reseña.


Con el tiempo somos más descarados. La vergüenza es un lastre que nos hace perder más que ganar y preferimos cultivar la naturalidad a complicarnos a base de impostura y mamoneos.
Con el tiempo la pereza nos acecha. En el trabajo, con la escoba, entre sartenes, por las discotecas, durante la lectura, e incluso con las personas... Llámenlo desidia, llámenlo agotamiento, el caso es que ahí está y cada uno la orienta en el aspecto que menos le aporta.
Quien diga que con el tiempo no se ha vuelto más terco, miente como un bellaco. No conozco a nadie que los años le hayan restado tozudez. Cabezotas y obstinados campan a sus anchas.


Con el tiempo la soledad acecha. Unas veces pesa y entristece, otras nos permite alzar el vuelo con una sonrisa. Supervivencia, egoísmo o llamadas de atención. El caso es que todos nacemos y morimos en nuestro propio pellejo.
Con el tiempo aprendemos a valorar el tiempo porque ya nos queda poco y hemos de aprovechar el que se presenta ante nosotros. Es curioso como la referencia de lo vivido acorta los minutos futuros. Todo es subjetivo, incluso el tiempo.


Y así, con el tiempo pasando y leyendo estos pensamientos que se han ido agolpando en mi sesera durante los meses de julio y agosto, aquí les traigo un álbum hermoso, el de Isabel Minhós Martins y Madalena Matoso que no podía llamarse de otra manera que Con el tiempo.
Editado en castellano por Fulgencio Pimentel e Hijos, que así se llama la colección para pequeños y jóvenes lectores de esta casa editorial, este libro reflexiona sobre el correr de los minutos, las horas, los días y los años. Centrados en fenómenos cotidianos y observables (ya saben que el tiempo no es el mismo para la formación de un supercontinente que para un simple mosquito) los lectores van descubriendo las transformaciones que suceden a su alrededor y toman conciencia de su evanescencia.


Con este texto directo y articulado gracias a unas ilustraciones sugerentes y coloristas, el tándem formado por estas portuguesas nos vuelve a regalar un libro delicioso que se balancea entre el álbum de ficción y el informativo para saborearlo detenidamente y encontrar mil y un detalles sobre el paso del tiempo (¿Se han fijado en ese caracol? ¿En la goma de borrar?), un concepto tan abstracto como cercano.
Y tras leer esta reseña, lo único que les pido en este principio de curso es que valoren el tiempo que invierto en mantener este espacio vivo de la misma manera que yo agradezco el tiempo que invierten en leerme.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Un día lleno de brindis por la vida


Ayer llegué a las 1600 entradas (cuando he visto el número casi me caigo de culo) y como no me gustan las cifras tan redondas, he decidido añadir una más y avanzar en el marcador, que parece que el 1601 mola mucho más (tendré que comprar el décimo correspondiente). 
Como esto de publicar en domingo es bastante raro en mí (será que el COVID me está afectando los hábitos), teniendo en cuenta que hoy es el Día de Todos los Santos traigo a la palestra un álbum que viene al pelo y de paso intento alegrarles el día (que no todo van a ser flores de plástico y huesos de santo) hasta que desde algún púlpito televisivo nos lo jodan (se avista confinamiento inminente). Así que, ¡al lío! 


¿Adónde vamos cuando desaparecemos? de Isabel Minhós Martins y Madalena Matoso, recién publicado por la siempre sugerente Fulgencio Pimentel, es mi libro elegido para el día de hoy. Aunque lo he incluido en mi selección de La muerte en los libros infantiles, este es un álbum en el que hay que detenerse no sólo porque hable de finales, sino también de los principios, pero sobre todo del camino. Un camino que va recorriendo sus páginas (¿Lo ven? ¡Está ahí?), unas veces derecho, otras sinuoso, con requiebros y curvas imposibles. Porque en eso consiste la vida. No sólo la de los hombres, sino la de las hojas, las nubes o las mismísimas vacaciones. 


Partiendo de una conversación con sus hijos sobre la evanescencia de los charcos y a lomos de una bicicleta (fíjense en la cantidad de agua y salpicones que hay en este libro), Minhós nos pone a pensar en el dinamismo de las cosas, en cómo nada se detiene, y afianzando así la idea que emana de un libro lleno de luz y claridad que se aleja de ese discurso gris y derrotista de otros álbumes que comparten el mismo hilo argumental. 


Sobre las ilustraciones de Madalena Matoso sólo decir que no puedo dejar de mirarlas. Su colorido (me encanta esa paleta tan vívida y llena de contrastes), el uso tipográfico y el estilo, tan parco, como simbólico, nos dicen mucho. Ahonda en la sensación del viaje (si este libro hubiera sido concebido con formato de acordeón no me hubiera extrañado) y juega con el espectador a través de detalles geniales (¿Se han fijado en que la calzada también habla? ¿En los calcetines que cuelgan de los árboles?). 
En definitiva, una recomendación maravillosa en este día en el que recordamos a los que han desaparecido brindando por la vida


martes, 3 de diciembre de 2019

De familias y otros percales



Ha comenzado el adviento. Los comercios están abarrotados de productos y, sobre todo, de gente. No hay quien quepa en los bares (para una cervecita siempre hay tiempo) y el personal no para de hacer cábalas y así cuadrar una agenda que cada año se hace más cuesta arriba (Menos mal que yo me mantengo fiel a mis principios de asistir única y exclusivamente a aquellos eventos en los que pinto algo…).
Se avecinan las cenas “remember”. Las de los años de colegio (Pfff… Nostálgicos…), las de cuando íbamos al instituto (Más de lo mismo…), incluso las del conservatorio (¡Yingelbels, yingelbels…!). También hay que quedar bien con los amigos de la infancia (Qué acabaos están algunos… Hola… ¿Es ahí el geriátrico?), con los del barrio (¡Y venga batallitas!) y con los del apartamento de Torrevieja (Aunque los cuerpos no estén para olas). En definitiva, hay que ver a todo quisqui y no morir en el intento (cosa harto difícil, pues los estómagos ya no están para ostias).


Lo mejor de todo es cuando hacen acto de presencia los familiares... Como si de una aparición mariana se tratase, empiezan a desfilar por la puerta cientos de sombras chinescas que vienen a ponerse como la Tomata. Lo que otrora era un remanso de paz, se transforma en un comedero de pollastres. Si te descuidas te sacan el ojo con un mondadientes. A ver quién se ceba más. Como si no hubiera un mañana… Intentas agasajarlos, sacas las mejores viandas del trastero y al final terminas a codazos. No sabes cuántas cabezas, cuántas manos, cuantas suegras y cuñados hay alrededor de la mesa. Cuentas tropecientas bocas, unos cuantos anillos de casado, no-sé-cuántas fajas, otras tantas gafas (las lentillas las dejamos a un lado), un par de dientes de plata, y al terminar, te desmayas.


Así, con la consciencia perdida, llegamos a uno de esos libros que te hacen pensar al mismo tiempo que te sacan una sonrisa. Y es que En mi casa somos... un libro con texto de Isabel Minhós Martins, ilustraciones de Madalena Matoso y editado por Takatuka, nos encontramos con una dilatada familia con la que la vida es toda una aventura, no sólo aritmética (¡Atención a los maestros de preescolar y primaria! ¡Que este libro da mucho juego con las matemáticas!), sino también por lo anatómico de la historia.


Si además tenemos en cuenta que nos hace reflexionar sobre la animada vida en familia (si yo les contará nuestras celebraciones en familia de antaño, no pararían de reír en un par de años) y lo (des)agradable que es tener a hermanas, padres, abuelos, tíos y primos al lado, podríamos afirmar que este libro es una imperiosa necesidad. Y si me apuran, les empujaré a que lo lean todos juntos, al derecho y al revés, y de esta manera, pasar más tiempo juntos que, aunque no lo crean, es lo que nos hace falta.


martes, 4 de diciembre de 2018

Presentando el mundo



Aprovechando que mañana hago pública la primera parte de la selección de libros informativos del curso 2018-2019 (pueden echarle un vistazo a la selección del curso pasado AQUÍ y AQUÍ, e ir abriendo boca, porque les aseguro que los nuevos libros también son geniales), he querido empezar esta cortita semana (ya saben que se nos avecina uno de esos puentes que alegran la existencia) con la relación entre los niños y el mundo… ¡Allá voy!
Nadie nace sabiendo. Unos abren más los ojos que otros, sí, pero todos necesitamos que alguien nos vaya presentando el mundo de una manera u otra. Por lo general suelen ser los padres quienes introducen al niño en lo que le rodea. Primero van los sonidos, después las formas, el tacto y el gusto (¡Los niños lo chupan y saborean todo! Bendita fase oral…). Después -y también antes- llegan las palabras, su sonido, su melodía, su significado. Arriban más palabras, más cosas, muchos más procesos. Así hasta que viene el día de nuestra misma muerte, pues bien es sabido que cualquier jornada es el inmejorable escenario para aprehender aquello que llama nuestra atención, que despierta la curiosidad.


Padres, hermanos mayores y menores, abuelos, primos, tíos, compañeros de colegio, maestros, amigos, parejas, colegas de trabajo y completos desconocidos nos van abriendo puertas, bosques y caminos, unos ya conocidos, otros impenetrables. Nos cogen de la mano y nos pasean por aquí y por allá. Apuntan, señalan y nos explican esto y lo otro. Cómo funciona una bicicleta, cómo se transcribe una conferencia, cuál es el nombre de las estrellas, cómo se escogen frutas y verduras, o la receta de una ensaladilla. Enseñar y cultivarse, sembrar y recoger, en eso consiste el aprendizaje.


Por todo ello no es de extrañar que muchos libros infantiles se hagan eco de este hecho cotidiano. Como prueba, estos tres títulos que abren la semana: Cuando yo nací de Isabel Minhós Martins y Madalena Matoso (editorial Takatuka) Cuando papá me enseñó el universo de Ulf Stark y Eva Erikkson (editorial Galimatazo) y Porque te quiero mucho de Milja Praagman (Hércules Ediciones). Aunque todos tratan esta relación entre los niños y su entorno, existen diferencias entre unos y otros que desgrano a continuación.


En el primero, las autoras de Planeta Tangerina recurren de nuevo a sus líneas sencillas y sus juegos de color para introducirnos en una historia que va desde el nacimiento del protagonista hasta los primeros años de vida. Mientras que al principio prima el uso del negro (quizá una metáfora sobre la oscuridad del vientre materno), la paleta de colores vivos se abre camino hacia las páginas finales para contarnos esa evolución en el conocimiento que experimenta un niño donde no existen otros protagonistas explícitos.



El segundo es un libro con cierto éxito y recorrido en los países nórdicos, sobre todo en Suecia, y con el que se estrena la editorial Galimatazo. En él, un padre decide mostrarle el cielo estrellado a su hijo, un niño que descubrirá otro universo mucho más cercano en el recorrido que va de su casa al campo abierto. Es así como los autores ponen en tela de juicio la visión tan distinta que del mundo tienen pequeños y mayores, una dicotomía ya clásica en la LIJ subversiva que se ve acrecentada por la nota jocosa al final de la historia (que me ha encantado, he de confesarlo).


Por último tenemos la emotiva historia de una abuela y su nieta mientras pasean por las calles y descubren rincones cotidianos. Parques, museos y plazas se suceden en las páginas de un libro que hace algún guiño a Nueva York (fíjense en el mosaico homenaje a John Lennon del Strawberry Fields Memorial de Central Park) y que ofrece muchas preguntas a la niña protagonista. Llama la atención el mensaje de ciudad multicultural que encierra este libro gracias a la diversidad de gente que la habita y los símbolos que se recogen en ella. Tanto es así que las mismas protagonistas pertenecen a la esfera de las familias multirraciales.



En definitiva y resumiendo: tantas cosas aprendemos gracias a los que se cruzan en nuestras vidas, que hay que agradecerles su tiempo y dedicación con libros como estos.
Y mañana, ¡montones de libros informativos!


miércoles, 30 de noviembre de 2016

¡CLAPeando de contento!


No sé qué me pasa, pero últimamente todo mi mundo hace CLAP... Hacen CLAP mis alumnos , mi familia y mis amigos. Hasta los dependientes hacen CLAP (¡Qué sonrientes y qué gusto da ir a comprar un poco de pan!) y los camareros también llevan CLAPeando unas semanas. El otro día noté como un futuro Mateo CLAPeaba en el vientre de su madre. Salma y Nora hacen CLAP a todas horas con cualquier cacharro. ¿Lo escuchan? Mi corazón... CLAP, CLAP, CLAP, CLAP..., sin parar, como un metrónomo, como cientos de aplausos. Quizá es una señal de que algo grande se avecina ¿Quizá una semana llena de días festivos? ¿O será la Navidad? (Me encanta aunque no la practique). Ya veremos... El caso es que: CLAP, CLAP, CLAP ¡sin cesar!... ¡Un momento! Alguien se acerca... “¡SHHHH! ¿Puede usted parar ya? ¡Qué manía de alborotar!” “Disculpe, señora...” digo flojito mientras callo en voz alta: ¡Déjenme sonar a ritmo del CLAP CLAP! Ese CLAP que me suena a gotas de lluvia (¿O eso era PLOP, PLOP? ¿O quizás CLIN, CLIN?), a cuando alguien se acerca, a cuando la brisa del mar ventea la ropa tendida al abrigo del sol... ¡A puro movimiento! Las alas de una gaviota suenan a CLAP (las de algunas mariposas también). ¡CLAP! Cuando alguien termina la partida de dominó. Y de CLAP en CLAP se me pasan los minutos, las horas, hasta que cansado de leer, la tapa del libro hace CLAP...




No me extraña que, con tanto dinamismo (¡Cuánto salto y brinco! ¡Cuánto despiporre!), a Madalena Matoso le haya dado por darle forma a El libro que hace clap. Publicado por Fulgencio Pimentel, este álbum es una de esas maravillas (¡Atención! ¡Que no suelo usar palabras como esta!) que nos han traído las últimas semanas. Sólo les digo que me topé con ella en una lluviosa mañana otoñal, y llenó de colores el cielo. El calorcito llegó después, cuando de tanto CLAP, el organismo entró en combustión. No se lo piensen: te pone frenético y te vuelve loco. Sólo se me ocurre dedicarle varios CLAP a su autora (¡Fantástico ese diseño de personajes de líneas básicas con ejes de simetría y movimiento!) y a la editorial que nos lo ha traído a España para, por supuesto, compartirlo con todos nosotros. ¡Que tiene mucho peligro este libro lleno de onomatopeyas! Léanlo con moderación y no se atiborren de él, o les pasará como a un servidor... CLAP, CLAP, CLAP...