Por mucho que los influencer de la crianza se dediquen a
ensalzar las bonanzas de la maternidad, un servidor, que vive en el mundo de la
perpetua adolescencia no sabe qué pensar al respecto. Se escucha de cada
barbaridad en las redes sociales, que dan ganas de liarse a tiros ipso facto.
Ves a cada madre, a cada padre, a cada psicólogo, a cada gilipollas en este
universo, que lo mejor que puedes hacer es reírte de sus pedos de colores (o incluso
fumártelos, a ver si te conviertes en unicornio).
Lo primero es que casi todos se dedican a la infancia y casi
ninguno a los quinceañeros (se ve que la cosa les resulta menos llevadera) algo
que me da un poco por el cacas ¿Acaso la crianza acaba a los doce años? Pobres
y abandonados teenagers...
Lo segundo es el grado de melindre y ñoñería que suelen
utilizar en sus disquisiciones sobre pañales, dientes caídos, fiestas de
cumpleaños, riñas de parvulario y otros pormenores infantiles. Son tan babosos
que dan ganas de regurgitar hasta la primera papilla. ¿Nadie les habrá dicho
que el empalague no es directamente proporcional al cariño?
Lo que sigue es el postureo. Los críos son como los gatetes:
más o menos fáciles de adiestrar, lucen mucho en cámara (sobre todo con
muselina y encajes de bolillos) y a medio mundo se le cae la baba con ellos.
Los “likes” fluyen a mansalva y el negocio sigue imparable mientras violamos
sus derechos de imagen (mis nenes son míos y los exploto cuando quiero).
Y lo último es el grado de condescendencia que destilan... Llevo
casi un tercio de mi vida trabajando con adolescentes. Una media de ciento
veinte alumnos por curso durante siete meses al año. Y lo más valioso que he
aprendido es que con ellos NO HAY RECETAS. Cada uno es cada uno y hay que
andarse con cautela. Prefiero prestar atención a los compañeros que ofrecen
recursos de todo tipo (alabo la generosidad en todas sus formas) que escuchar
las monsergas de esa caterva de “influmierder” que solo aspiran a falleras
mayores (Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà!).
Y si no han tenido bastante sorna hoy les traigo un libro
con el que me topé el otro día en una de esas librerías fantásticas que visito
y que me pareció extraordinario. Mama
Bruce de Ryan T. Higgins (editorial Anaya) es uno de esos libros que desde
el humor hurga en tu subconsciente desde la primera página y construye una
parodia de muchos aspectos de la vida occidental actual.
Bruce es un oso que siente verdadera pasión por los huevos.
Se dedica a recolectarlos de cualquier nido y, como buen morrifino, los prepara
según le indican los gurús de la gastronomía (este guiño a la dictadura de la
gastronomía me parece muy simpático). Un día encuentra una receta con huevos de
ganso y tras hacerse con ellos, rompe el cascarón y ¡voilá!, en un periquete se
convierte en la “madre” de cuatro patitos.
Con unas ilustraciones de corte humorístico y bebiendo de
algunos recursos del cómic (inclusión de viñetas y serialización de escenas),
este álbum (que da comienzo a una serie, por cierto) nos invita a reflexionar
sobre la maternidad, sus pros y contras. No precisamente desde una postura edulcorada y suavona,
sino desde la relación materno-filial menos deseada en la que también tienen
cabida el cariño y la solución de ciertos problemas.
Lo pueden sugerir, leer y hasta regalar (no tengan miedo a sobrevolar los derroteros del discurso moral erróneo que algunos promueven), seguro que cualquier padre o madre se siente identificado con Bruce (¡Que levanten la mano y se dejen de tanta pantomima!). Que ser padres, digan lo que digan, cuesta, por mucho que queramos idealizarlo.
Lo pueden sugerir, leer y hasta regalar (no tengan miedo a sobrevolar los derroteros del discurso moral erróneo que algunos promueven), seguro que cualquier padre o madre se siente identificado con Bruce (¡Que levanten la mano y se dejen de tanta pantomima!). Que ser padres, digan lo que digan, cuesta, por mucho que queramos idealizarlo.