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jueves, 21 de junio de 2018

Un poco de narrativa para disfrutar del verano


Nos queda tan solo una semana para decir adiós a las aulas (un acontecimiento que estoy deseando más que nunca) y muchos nos pasaremos el día en las orillas. Piscinas y playas verán aumentar sus respectivas poblaciones y entre la fauna diversa, aparte de cuñaos, nenes llorones, cincuentonas renegrías y otros animales acuáticos, se toparan con algunos lectores. Es por ello que, en este día soleado, reparto sugerencias de narrativa y me detengo en las obras que he leído durante los últimos meses y que más me han gustado. Así que, si son de esos que leen debajo de la sombrilla, saquen papel y lápiz (¡Qué antiguo eres, Román! ¡Que lo que se lleva ahora es el móvil!) y apunten este listado.


Mónica Rodríguez. 2018. Naszka. Ilustraciones de Zuzanna Celej. Colección Nandibú. Editorial Milenio. Se dan en esta pequeña aventura varios puntos recurrentes de la literatura infantil entre las que destacan una protagonista perdida y un animal protector. A ello hay que unir un lenguaje directo y articulado en oraciones simples, que en mitad de una ambientación invernal más que sugerente, nos embebe en una fábula honesta y sin pretensiones que se desarrolla en mitad de la naturaleza. Mención especial reciben las acuarelas de la Celej, siempre evocadoras y sutiles.


Erich Kästner. 2018. Emilio y los detectives. Ilustraciones de Walter Trier. Editorial Juventud. Con una nueva edición, traigo aquí uno de los ya clásicos de la literatura infantil. Ambientada en el Berlín de la primera mitad del siglo XX, esta historia de ladrones y persecuciones está protagonizada por Emil, un niño provinciano que viaja a la capital con el encargo de entregar cierta cantidad de dinero a su abuela. Durante el trayecto es víctima de un robo que es el detonante de una aventura en la que una banda de detectives le ayudarán a recuperarlo. Llevada al cine varias veces (la primera con guión de Billy Wilder) es una narración maravillosa en la que se desata ese carácter subversivo de la LIJ clásica, se aleja de moralinas y deja fluir el discurso de cada personaje con total libertad. Recomendadísimo antes de internarse en la llamada literatura juvenil, no sólo por ese espíritu valiente que nos impregna, sino por la inocencia que también destila.


Mónica Rodríguez. 2018. Biografía de un cuerpo. Editorial SM. Uno de los libros juveniles más aclamados durante los últimos meses, no sólo por haber ganado el último premio Gran Angular, sino por otros motivos... Si bien es cierto que el estilo me recuerda al de Alma y la isla, este es un libro más complejo. Por la construcción psicológica (no sé si debería decir psiquiátrica) del protagonista, por el tipo de estructura, una a caballo entre la ficción, la biografía novelada y la antología poética (es difícil de explicar, cuando lo lean lo entenderán mejor) y una ruptura con algunos de los clichés que suelen, solían rodear al mundo de los bailarines y sus familias (aporta una visión mucho más contemporánea que la de, por ejemplo, Billy Elliot), es un libro que merece una parada. No es de extrañar que la Rodríguez haga doblete con este título teniendo en cuenta que ha sabido plasmar la gestión de los miedos y guerras interiores con las que luchan los adolescentes frágiles y aturullados (se lo dice uno que sabe de eso).


Jan Terlow. 2018. Invierno en tiempo de guerra. Editorial Harperkids. Le tenía ganas a esta novela, no sólo porque es una de las pocas novelas que habla de la Holanda nazi, sino porque en esta historia se habla de la supervivencia en un contexto hostil, más que de los horrores de la contienda. Terlow prefiere alejarse de lo secundario, dejar a un lado la política y sus cuitas, para detenerse en la naturaleza humana, en sus aberraciones y virtudes. En la necesidad de huir de Michiel, el protagonista, en aprender poco a poco, a confiar y desconfiar, una premisa sobre la que se fundamenta el comportamiento en época de conflictos. El dolor, la rabia, la desesperación, la inteligencia, la traición, la esperanza y el sinfín de avatares que tienen lugar en las páginas de este viaje iniciático, me ha recordado a las obras de Uri Orlev (Una isla entre las ruinas, por ejemplo) aunque desde una perspectiva quizá más emocional.


Ray Bradbury. 2018. La mujer tatuada y otros cuentos de amor. Ilustraciones de Eva Sánchez Gómez. Editorial Ekaré. Este librito me lo leí en el tren, en cierto viaje a Madrid. Ya había leído algo de Bradbury, pero este tiene un no-sé-qué que me envolvió con cierta dicha. Será porque los tres cuentos que recoge nos hablan de las diferentes facetas de las que puede vestirse el amor, de sus extrañas formas, de su sencillez, de lo sobrenatural y tantas veces estúpido que puede llegar a ser. Y así no fueron pocas las veces que se me dibujó la sonrisa. Una bruja que utiliza el cuerpo de otros para enamorarse, el último individuo de una especie que sigue en busca de un amor, y una mujer tatuada que ve peligrar su gran amor a consecuencia de una piel repleta de garabatos, son las situaciones escogidas por el mago del relato breve para trasladarnos a universos complejos que al mismo tiempo sentimos cercanos.


Emily Brontë. 2018. Cumbres Borrascosas. Colección Tus Libros. Editorial Anaya. Convertido en oscuro objeto de deseo de muchas féminas (algún día tendré que hacer un estudio al milímetro para dar con el porqué), esta obra maestra de la literatura inglesa también se ha colado en mi estantería. Lejos de la sensación un tanto pastelona que deja entrever su versión para la gran pantalla, la obra maestra de Emily Brontë da buena cuenta de su genialidad como escritora (y su tormento como persona, que no lo tuvo nada fácil). El perfil psicológico de los personajes, ese amor maldito (también feliz, que siempre cabe en casos como este tan dispares), la atmósfera envolvente y una estructura narrativa impecable, nos embeben en una lectura llena de fuerza y vitalidad que, lejos de edades y de lo que los jóvenes piensan sobre este tipo de libros (a ver si se dejan a las influencers y empiezan con buenos libros), es atemporal. Más todavía en una edición con anotaciones, tamaño de letra muy aceptable y biografía de la autora (echo de menos los apéndices finales en las que las ediciones antiguas de esta colección indagaban en el contexto cultural y político de los autores y sus obras, pero bueno...). Si les encantan los libros que tienen chicha, este es el suyo sean mujeres u hombres, que el (des)amor no entiende de sexo ni condición. Lo siento, pero he de decirles que esto es literatura, literatura de verdad.

jueves, 25 de enero de 2018

Ursula K. Le Guin o una imaginación selecta


Sintiéndolo mucho, la actualidad manda y hoy (seguramente mañana también) toca obituario y tributo...
Es una pena que Ursula K. Le Guin haya tenido que morir para que diarios y bitácoras se llenen de alabanzas hacia su obra. Hacía ya cierto tiempo que sus novelas habían caído un poco en el olvido entre los jóvenes lectores (es lo que tienen los clásicos y el omnipresente mundo comercial) y, aunque en ocasiones repuntaron gracias a las versiones/adaptaciones de sus novelas por parte del estudio Ghibli, eran otros productos vacuos y yermos los que le robaban el terreno.


Muy conocida entre los lectores anglosajones, podríamos decir que Ursula K. Le Guin se trataba de una de esas escritoras con solera, no sólo por pertenecer a una familia culturalmente muy activa (era hija del antropólogo Alfred Kroeber y la escritora Theodora Kroeber, de ahí la “K”), sino por poseer una formación académica envidiable en lo que a filosofía, letras y ciencia se refiere. Feminista, anarquista y pionera, la figura de Le Guin rompió moldes en el tiempo que ha dejado atrás.


Los monstruos debemos romper una lanza por Le Guin en varios aspectos. En primer lugar, hay que decir que es una de las creadoras de ciencia ficción y fantasía más completas que han existido, no sólo por trabajar estos géneros con amplitud, sino porque quizá, y sin desmerecer a otros autores contemporáneos, su obra se podría calificar como más profunda y trascendental en lo que al plano discursivo se refiere (abandona la tecnología y el futurismo en pro del problema ético), y diferente por desmarcarse de las típicas geografías y razas ficcionales (elfos, orcos, enanos...) que cultivaban sus coetáneos al enriquecer sus propios mundos imaginados donde destacan dos, el Hainish (o Ekumen, una federación galáctica que construye a partir de El mundo de Rocannon), enclavado en la ciencia ficción, y el de Terramar, dentro del género fantástico



En segundo lugar y como otros colegas (puede leerse Tolkien), Le Guin incluyó en sus obras críticas al belicismo, a la sociedad y a la degradación del medio ambiente (El nombre del mundo es bosque), también defendió la identidad de género (véase la raza nativa de Gueden en La mano izquierda de la oscuridad) y el anarquismo (Los desposeídos). Como tercer punto hay que destacar la omnipresencia femenina en su obra. Mujeres fuertes y capaces sobrevolaban esos territorios imaginarios creados por su pluma, y que más que diferenciarse de los protagonistas masculinos, los complementan, un rasgo que heredarán las generaciones de escritores de fantasía y ciencia ficción posteriores. También hay que decir que Le Guin escribe con claridad y belleza, directa y sutil, abandonando toda esa suerte descriptiva que otros autores del género utilizan incesantemente. Por último, y a pesar de que su obra se ha dirigido tradicionalmente al público juvenil, Le Guin se dirige a cualquier lector, lo que la hace por tanto, abiertamente universal.


Si me piden una recomendación y teniendo en cuenta que un servidor se siente muy inclinado hacia las sagas fantásticas, tengo que hablarles una vez más de las novelas que se desarrollan en el universo de Terramar, de las que he leído Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan y La costa más lejana. Estarían incluidos también en este mundo Tehanu (que aprovecharé para leer estos días, pues obtuvo el premio Nebula en 1990) En el otro viento, y una serie de cuentos breves que se recopilaron en el volumen Cuentos de Terramar. De las tres que he leído les puedo decir que, si bien las dos primeras se podrían definir como los viajes interiores de sus protagonistas, la tercera sería la más épica de las tres. En todas ellas abundan los aspectos éticos y morales, y ahondan en lo profundo de los personajes y su psicología, pero, a diferencia de otras sagas épicas como El señor de los anillos, no existen enemigos externos en esas travesías iniciáticas, sino que el mal procede de uno mismo como consecuencia de sus elecciones.


En resumen, tenemos que leer a Ursula K. Le Guin sí o sí, no sólo porque su obra constituya uno de los mayores exponentes de la literatura para todas las edades del siglo XX, sino por ser generatriz y fuente inagotable de imaginación y fantasía para muchos otros autores. Y si no me creen, les propongo un acertijo: ¿A quién les recuerda Gavilán, el protagonista de Un mago de Terramar, un aprendiz de mago que acude a una selecta escuela donde aprender el oficio de la magia? ¿Acaso creen que es una mera coincidencia...?


jueves, 29 de septiembre de 2016

¿Es basura la Literatura Juvenil?


Todos sabrán que desde que el autor de literatura juvenil, Anthony McGowan afirmara que el 90% de la literatura juvenil es basura, se ha desatado un ciclón de opiniones en las redes sociales y otros ámbitos, que están de acuerdo con él o disienten diametralmente en estos términos. Y cómo no, este sitio tenía que hacerse eco (para una vez que no estoy en el ojo del huracán...) de tal revuelo... ¡Al tostadero!
Está claro que en cualquier entorno comercial que primen las ventas, como puede ser el del mundo editorial, no podemos generalizar en cuanto a la calidad de los productos ya que, a mayor número de títulos publicados, la probabilidad de basura editada aumenta considerablemente. Se podría decir que la calidad de la literatura juvenil es medianamente aceptable (dentro de la corrección), lo que no quiere decir que sean obras magistrales, con un lenguaje rico y bien pensado, el lirismo y belleza presupuestos, ni que transgredan o trasciendan... 




Que una obra sea sinónima de ventas no quiere decir que sea excepcional, sino que conecta con los lectores por una u otra razón que no necesariamente debe ser literaria (se me ocurre citar la publicidad o las adaptaciones cinematográficas). También hay que hablar del paraíso paraliterario en el que se ha convertido la literatura juvenil, una especie de refugio de todo tipo de refritos y sagas fantásticas, románticas o futuristas que intentan afianzar vicios y costumbres de dudosa literatura. Y por último, tenemos el fenómeno de la literatura “crossover” o literatura a caballo entre la juvenil y la adulta, una que borra las fronteras definitorias del lector pero no deja de tener cierta intencionalidad comercial.



La literatura juvenil debería ser literatura de calidad si lo que queremos construir son lectores competentes, algo que deberíamos preguntarnos escritores, editores, familias, docentes o especialistas. El problema viene cuando, finalmente, en una tarea en la que están implicados muchos sectores, cada uno de estos da importancia a sus intereses particulares, y lo que debería traducirse en buenas intenciones se queda en agua de borrajas. Lo mejor y más práctico teniendo en cuenta el sistema capitalista que nos embebe, sería educar al público juvenil en la exigencia de calidad de sus productos de consumo, para que así pudiera elegir en consecuencia y no atiborrarse de paraliteratura.
Aunque a muchos les extrañara que en aquellas polémicas declaraciones saliera a relucir la gran influencia que las féminas tienen en el sector, tachando así a este señor de machista y misógino (¿Qué tendrá la especie humana que tanto gusta de las etiquetas?), hay que apuntar a que este dominio, no sólo como editoras o escritoras (es cierto que cada vez se hacen más de notar, algo que no encuentro negativo, más bien agradable mientras no se convierta en discriminación positiva que conlleve más poder del merecido), sino también como lectoras, se debe al proceso de emancipación patriarcal y la adquisición de estatus que a otra cosa (dadme información y cultura, y moveré el mundo...). 






Como docente les diré que la lectura, cada vez más, queda relegada a ellas, a mis alumnas. Son pocos los varones que leen por placer; no sólo en las aulas, sino también fuera (Siéntense en la puerta de una biblioteca o librería durante una hora y contabilicen... Mientras que el número de mujeres lectoras aumenta, los hombres prefieren dedicar su tiempo de ocio a otras cuestiones menos literarias y más periodísticas). Esto es lo que lleva a que los contenidos de la literatura juvenil comercial (y por extensión de adultos) se dirija más al público femenino, esté repleto de clichés y contenidos clásicamente “rosas”. No obstante debo llamar la atención sobre que, en las nuevas generaciones, este cariz gusta por igual tanto a hombres, como a mujeres, prueba de que las diferencias de género son menos acusadas que hace décadas donde sí podría existir una dicotomía más patente (¡Algo bueno tendría que tener el futuro!).



Por último está el paso a la vida adulta como lectores, una transición en la que debe estar muy presente la tarea del mediador. Alguien que jamás ha estado en contacto con la literatura adulta (¡Y ojo! Que para un servidor, un cuento de Beshavis Singer puede ser tan adulto o más que Madame Bovary...) necesita enfrentarse a ésta desde una perspectiva próxima, tiene que llegar a ella a través de su propio reflejo, uno que a veces es imposible ver desde la quizá poco valorada mirada personal. Al joven hay que hacerle saber que su mundo, aunque envuelto en un celofán diferente, cambia poco respecto al de un adulto, algo que también se puede extrapolar a la anacronía del tiempo en el caso del canon de la literatura clásica... No estoy a favor de encasquetarle a un quinceañero El lazarillo de Tormes sin paliativos. Seguramente le resultará un tostón de tomo y lomo, y no habrá forma de convencerlo de lo contrario, pero si el mediador está informado, se deja seducir por los cambios del mundo y busca con esmero y pasión las conexiones que existen entre lo actual y lo clásico, otro lector juvenil es posible.







Que esta realidad de que la (para)literatura juvenil nos persigue, es un hecho impepinable (algo que siempre he pensado que tiene que ver con una imaginación hipodesarrollada en la niñez y con los hábitos y ejemplos escolares y familiares), pero no justifica que utilicemos novelitas que poco tienen de literario para inculcar un hábito que requiere esfuerzo como la lectura, ya que hay buena literatura juvenil que un joven puede sentir tan suya como la mala. Aunque existan casos en los que estas novelas pueden funcionar como puente transicional o rescatar del limbo acultural a los que yo llamo lectores perdidos, los libros juveniles más vendidos no necesariamente se relacionan con el hábito lector. Existen fórmulas igualmente válidas como los relatos, los cuentos, el álbum, la poesía o el ensayo para construir lectores maduros.
En definitiva, los buenos libros, llámense juveniles o infantiles, siempre abonan el terreno para los buenos lectores, la cuestión es dar con ellos...


miércoles, 22 de octubre de 2008

Sin noticias de la lectura


Desde que soy profesor, cada vez me acuerdo más de aquellos que fueron mis profesores. Designios de la vida… y de la profesión. La verdad que, de todos ellos, guardo buenos recuerdos: sus excentricidades, sus cambios de humor, su apatía y pasión… Todos muy peculiares. De todo había entre aquellos muros prefabricados. En mis años de estudiante, sólo asistí a una jubilación (evento muy importante en la Educación, tanto para los alumnos, como para los docentes), la de D. Ángel Carmelo Rodríguez de Lama (manda huevos…), profesor de Lengua Castellana y Literatura; un hombre pequeño y algo orondo con aspecto bonachón, casi de seminarista, que tenía la filatelia como adición. Un docente con denominación de origen. Puedo decir que sé qué es la Literatura gracias a él, que ya es bastante. Su pedagogía era básica pero eficaz: leíamos. En casa, en clase, pero leíamos. Al comienzo del curso nos entregó un listado de libros. “De entre estos, elijan el que quieran. Si se les antoja cualquier otro, díganmelo, puede ser igualmente válido”. Y así leí Del amor y otros demonios (Gabriel García Márquez), La regenta (Leopoldo Alas), El árbol de la ciencia (Pío Baroja) y muchos otros.
Llevo muchos años sin recibir lecciones de Literatura, pero por lo que observo y entresaco de las conversaciones de mis alumnos, ya no se enseña Literatura de la misma forma. Lástima… Lo que por otro lado sigue invariable son las obras de lectura obligada (¡menos mal!). De entre ellas, acabo de dar fin a una muy recomendada, Sin noticias de Gurb, del “super-ventas” Eduardo Mendoza (creo que El asombroso viaje de Pomponio Flato va por su vigésimo séptima semana de permanencia en la lista de los más vendidos). La historia de dos extraterrestres que arriban a Barcelona es de las más descabelladas de las que he leído. Fácil de leer, con un lenguaje sencillo y próximo, contemporáneo, me hizo reírme largo y tendido. Lo más asombroso de todo es que, Mendoza, consigue elaborar una obra muy crítica con el género humano, la cultura española y la sociedad catalana, sin perder el sentido del humor.
Se la recomiendo a todos los estudiantes de Literatura. Y a los que no la estudian.