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lunes, 10 de febrero de 2025

¿Referentes infantiles o estrategias comerciales?


Tras un fin de semana en la cuna de la Literatura Infantil, regreso a este espacio con muchas ganas de desgranar un fenómeno muy típico en el ámbito de los libros para niños: la transformación que sufren ciertas colecciones cuando el capitalismo entra en su juego más draconiano. Esto es lo que ha sucedido con Pequeña & Grande, la serie de biografías ilustradas que ha conquistado las librerías de todo el globo.
A cargo de María Isabel Sánchez Vegara y una montonera de ilustradores, estos libritos a todo color que se centran en la infancia de algunos personajes clave de Occidente, se ha sumido en las corrientes más comerciales. No es algo reciente, pues como en muchos otros ámbitos, supuestamente culturales (véase la industria cinematográfica), hace muchos títulos que se decantó por el reduccionismo de los acontecimientos históricos, cuotas y visibilidades. Lo que sí que no me esperaba era ver a Beyoncé, Taylor Swift o Lewis Hamilton entre los elegidos.


Que dos cantantes de pop y un piloto de Fórmula 1 sean los ejemplos a seguir de toda una generación de niños que no tenían bastante con prescindir de referentes cercanos, es mucha tela (luego nos quejamos de que todos quieren ser futbolistas o youtubers…). Lo peor de todo es que, además de esa dulcificación tan manida en este tipo de álbumes informativos (me gustaría a mí saber las triquiñuelas que han posibilitado a estos tres hincharse de billetes), también se aferran a la psicología positiva (¡Otros más!) para enmascarar la cruda realidad y vendernos las mieles de unos businesses muy, pero que muy peliagudos.


Si bien es cierto que muchos especialistas en psicología infantil y evolutiva defienden las bonanzas de este tipo de figuras entre la población infantil, también debemos valorar en qué tipo de modelo vital se incluyen. Guapos, ricos y famosos, ¿es esa la vida que queremos? ¿Está al alcance de todos? Mientras buscan sus propias respuestas, yo echo mano del cajón de frustraciones que niños de otras épocas han atesorado gracias a otros altavoces de la idealización. Sí, queridos monstruos, el modelo se repite.


Sabemos que estos referentes son puro éxito y nada tienen que ver con juguetes rotos como Michael Jackson, Britney Spears o River Phoenix, pero también sabemos que ahondan en algo todavía más truculento, pues no solo se adscriben a la esfera infantojuvenil, sino que se abren a un público de masas mucho más adulto que gusta de consumir estos productos en aras de momentos compartidos entre padres e hijos (lo emotivo, ante todo), algo que apoya una vez más mi teoría sobre la desinfantilización de la infancia en el ámbito de la llamada LIJ.
Y así, mientras el universo adulto vive adormecido y deja en manos de las instituciones o la industria la educación de los críos, el mercado se encarga de inocular ese germen que prostituye la esencia del ideario colectivo y ahonda en cuestiones muy complejas gracias a productos que aúnan el mainstream y lo paraliterario con tal de hacer caja.


Lo más curioso de todo este tinglado es que, evidencias como esta no susciten un debate profesional en torno a la realidad editorial por culpa del buenismo que exhiben. Como supondrán, los muchos y buenos lavados de cara que se dan a costa de negros, asiáticos, figuras femeninas y el mundo queer, no son casuales, pues si bien es cierto que venden a golpe de compromiso social y tokenismo cultural, blanquean las intenciones de las multinacionales ante una clientela que luce puños y rosas en las solapas. Paradojas de la vida moderna…


¿Y los autores? Probablemente, muchos se posicionen del lado del “todo vale”. Bien sea para leer, bien sea para subsistir, no les falta razón, más todavía si tenemos en cuenta cómo está el patio de los libros infantiles. No obstante, sigo creyendo que hay muchas formas de ganarse la vida, sobre todo cuando estas comprometen la idiosincrasia personal y las expectativas colectivas.
¿Que es un debate moral? No lo discuto. ¿Que podemos opinar? Para eso estamos. Lo único que espero es no encontrarme en un aeropuerto nuevos títulos de esta serie dedicados a Donald Trump, Cristiano Ronaldo, Elon Musk, Cicciolina, Kim Kardashian o Nicolás Maduro, todos ellos hombres y mujeres hechos a sí mismos. Y si es así, que Dios nos pille confesados…

lunes, 24 de noviembre de 2014

Impreso en España


España tiene un sabor especial. No sólo por la tortilla de patatas, el buen jamón, o los  personajes que por aquí pululan (véanse la Duquesa de Alba o Isabel Pantoja, dos grandes del no-se-qué), sino por las buenas (y malas, que también son necesarias) empresas que ha parido este sitio a caballo entre el Mediterráneo y la vieja Europa.
Desde que la crisis se hizo patente hace unos años, hemos sido muchos los que hemos apoyado los productos “made in Spain” (mucha gente anónima, no sólo Bertín Osborne), tanto dentro, como fuera de nuestras fronteras. Desde electrodomésticos hasta productos alimenticios, pasando por los coches o el mercado textil, en España contamos con una industria inmejorable que sufrió mucho la deslocalización (muchas empresas cerraron sus fábricas y plantas de montaje en nuestro territorio para abrir otras en países como China, donde los sueldos eran paupérrimos y los costes infinitamente menores) por la que ahora nos vemos lastrados (y peor que nos veremos a tenor de la falta de inversión privada y pública).
Aunque no lo creamos, esto también se ha hecho notar en el mundo editorial, mucho más todavía en el mundo del libro infantil, concretamente en el del álbum ilustrado, un tipo de producto bastante caro (tapa dura y a todo color), que ha pasado a imprimirse regularmente en China y ha dejado de lado a las imprentas patrias, un sector que está viviendo momentos dramáticos a pesar de estar considerado uno de los mejores del mundo (no olvidemos que nuestras artes gráficas tienen solera, tradición, pata negra y ¡olé!).



Siento tristeza al constatar en los créditos que las grandes editoriales del libro infantil prefieren encargar sus pedidos al gigante asiático y esperar durante meses la mercancía en buques mercantes, mientras muchos negocios familiares de la tinta y el papel que están a la vuelta de la esquina han echado el cierre durante estos años por la escasez de trabajo. Una verdadera pena.
Entiendo que el empresario ha de tener en cuenta el balance de costes y ganancias en su negocio, pero a ello hay que añadir que, muchas veces no es tanta esa diferencia y, con una adecuada gestión y buenos acuerdos, podemos repercutir de manera positiva en nuestra economía y sociedad aportando un poco más de voluntad (fíjense en alemanes e ingleses, unos que blindan sobremanera sus negocios al intrusismo extranjero de manera que todo redunde en ellos).
Por todo ello, abogo por el álbum ilustrado impreso y encolado en España, y aplaudo desde aquí a todas las editoriales (grandes o pequeñas) que han tomado la decisión más que acertada de apostar por las imprentas de nuestro país y dar trabajo de manera indirecta a impresores y operarios.



Y cómo ejemplo de álbum ilustrado completamente español, les traigo El patio de doña Amelia, con texto de Arturo Abad (andaluz), ilustraciones de Leire Salaberria (vasca), editado por Alba Editorial (catalana) e impreso en Barcelona, que nos cuenta la historia del dios Ramón y la señora Amelia que, a base del vuelo de los pájaros y una pinza para tender la ropa, aprenden que la casualidad y los vecinos traen agradables sorpresas.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Malos tiempos para grandes esperanzas


Mientras que algunos pasan los años vaciando su vida a tímidos sorbos, con generosos tragos o derramándola por alguna alcantarilla, otros la llenan de sueños, ilusiones, expectativas y grandes esperanzas. No sé qué será peor, si vivir despierto o pecar de incauto, algo que le está pasando a más de un joven parado, sobre todo si hace caso de los mensajes optimistas que desde hemiciclos y púlpitos se declaman a todas horas.
No diré que pensar en positivo es peor que “pensar en verde”, pero se hace necesaria una mente preclara que acabe con tanta aberración televisiva. Hablemos alto (y eso que me aquejo de afonía): la crisis va para largo… Empleos bananeros, “overbooking” en establecimientos de segunda mano, yuppies rebuscando cebollas, y el quinto de Mahou® a todo trapo…


España está más seca que el astil de una pera y mientras tanto, nuestro joven capital humano se la rasca a dos manos en base a sus erróneas expectativas, esas que fluyen en bares y discotecas, en redes sociales y páginas de contactos. Aquí lo que triunfa es la supervivencia, ningún riesgo y todas las comodidades… Aunque bien pensado, para que me exprima el estado, liquido a mi padre (o a la abuela, que es la única que cobra).
Pero ahí no acaba la cosa… Si a estas púberes esperanzas, sumamos las gubernamentales, la cosa se va de madre… ¿Recortes salariales? ¿Minijobs? ¿Privatización? ¿PYMES? ¿Quién coño quiere darse de alta?... Afanes recaudatorios y recargos de equivalencia aparte, nuestra situación demasiado tiene que ver con el título de la obra cumbre de Dickens que, si bien proveyó de caudales al hijo adoptivo de un herrero, también lo cegó de amor y pobres pensamientos, dando a luz un gran relato, pero poniendo en evidencia las pocas miras de este joven actor altamente esperanzado.

Cambiemos el mundo y esperemos poco, pues el que mucho espera, derrocha el presente, olvida el pasado e hipoteca el futuro.