Mostrando entradas con la etiqueta Crockett Johnson. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crockett Johnson. Mostrar todas las entradas

martes, 3 de diciembre de 2024

El poder del "alter ego"


Tras los últimos exámenes (¡Mis alumnos están más vagos que nunca!) y el ataque de un virus que me ha dejado el tracto intestinal bastante tocado, parece que he recuperado las fuerzas de una manera súbita. Lo que parecía que iba a ir de detrimento de mi inventiva, ha funcionado a modo de catarsis y me hallo con bastantes ganas de terminar algunas cosas y empezar nuevos proyectos.
La verdad que quien me conozca dirá que no entiende tanta extrañeza por mi parte, pues “Román ¿cuándo tú no estás maquinando?” Yo me reiría como un niño pillado in fraganti y saldría por peteneras un tanto sonrojado, pues cualquiera se llevaría las manos a la cabeza si leyese todos los cuadernos y libretas que tengo llenos de infinidad de ideas y anotaciones.
Menos mal que las escribo y no las voy contando sin ton ni son. Primero porque no se me acercarían ni la Tana (aburriría a las piedras con tanto castillo en el aire…), y segundo porque eso de ir aireando ocurrencias bien masticadas puede despertar el apetito de ciertos parásitos para hacerse con ellas.


La verdad que trae más cuenta conversar con uno mismo e ir masticándolas poco a poco. Es un ejercicio un tanto saludable para tomar conciencia de nuestra realidad e ir interiorizando pensamientos, concepciones y deseos que, quizá, en un futuro, puedan materializarse. Es una especie de desahogo, un juego dialéctico (puede que también retórico) en el que, posicionándonos desde lo ajeno, despersonificándonos, logremos divisar pros y contras.
Hay gente que lo hace en la cama, antes de dedicarse al sueño, otra, mientras pasea (recuerdo que Darwin tenía su propio camino circular), nadan o juegan al golf, incluso tenemos quienes lo hacen tomando el sol. Pero la manera más bonita de hacerlo es la de Ellen, la protagonista del libro de hoy.


Publicado por primera vez en nuestro país gracias a Wonder Ponder, esa pequeñísima editorial que va editando joyas año tras año, ve la luz Ellen y el león, un libro de Crockett Jhonson, el autor de un sinfín de libros infantiles entre los que destaca su clásico Harold y el lápiz morado (de la que, por cierto, acaba de estrenarse su versión cinematográfica).
Protagonizadas por la pequeña Ellen y su león de peluche, esta colección de doce historias nos acercan al universo infantil desde situaciones cotidianas donde el juego y la imaginación son perfectos aliados para abordar diferentes conceptos.


Como Don Quijote y Sancho Panza, Ellen se dedica a fantasear a todas horas, mientras su inseparable león la intenta bajar del guindo cada dos por tres, algo que muy pocas veces consigue. A pesar de que, como bien se deja entrever en la primera historia, los dos personajes son la misma persona (una especie de Doctor Jeckyll y Mister Hyde), Jhonson atrapa al lector en ese diálogo que refleja el que todos hemos tenido alguna vez con nuestro alter ego.


Típicos juegos de roles, viajes a cualquier parte, aventuras, proyecciones futuras, miedos infantiles y sentimientos tan profundos como la amistad, se van presentando en unas narraciones breves que, desde lo sucinto, se desbordan en nuestra personal interpretación.
Hay momentos tan estelares, como creíbles (la aparición del policía, esa ambulancia rauda y veloz o las estatuas bailarinas, me han robado el corazón). También mucho humor en forma de enfados tontos, desplantes airados, mucho desdén, locuras sin sentido, complicidad y ternura.


Les recomiendo encarecidamente que lo lean porque tiene mucha enjundia. Y si tienen tiempo, también echen mano de otros libros como El letrero secreto de Rosie, Sapo y Sepo o las historietas de Calvin y Hobbes, seguro que los ubican en la misma constelación de lecturas.

martes, 15 de marzo de 2022

Relatos poderosos


Desde todas las cadenas y auspiciadas por el amarillismo, la demagogia, los dictados políticos y la lágrima fácil, se están diciendo toda una serie de mentiras que, ahondando en discursos bastante manidos, contribuyen a seguir manteniendo un tinglao lleno de intereses creados, en vez de informar sobre la verdad.
Auspiciados por la manipulación de datos e imágenes bien seleccionadas (Ya saben, amigos del libro-álbum: una imagen vale más que mil palabras), minuto a minuto los telediarios lanzan mensajes apocalípticos sobre una audiencia pandémica que se ha acostumbrado al miedo como droga necesaria en esa supervivencia donde el desánimo cunde en este mundo de zombis.
El relato oficial se desploma sobre nuestras cabezas. Un filtro que, como la calima que cubrió ayer el sureste español, colorea a su antojo la luz y nos deja una imagen distorsionada de esa realidad que algunos quieren oír apostados en el sofá amén de un sustento propiciado por ese bienestar ficticio con el que papá Estado chantajea al contribuyente en cada episodio de esta distopía en la que se ha convertido el mundo.


Las palabras nunca antes habían sido tan poderosas. Lo inverosímil adopta formas monstruosas y se cierne sobre una masa de analfabetos funcionales que ignora sus propias capacidades para construir un discurso crítico y bien cimentado. Lo que otrora solo eran meras ideas, se han transformado en terrorismo informativo.
Pandemias que no son pandemias, vacunas que no son vacunas, desabastecimiento que no es desabastecimiento, y guerras que no son guerras. Sustantivos y verbos jamás habían estado tan desprovistos de significado. O quizá sí. Las palabras siempre han sido palabras, quizá lo que haya cambiado es nuestro nivel de credulidad y tolerancia. ¿Llevaría razón Dostoyevski? Lo único que sé es que prefiero el lado amable de las palabras a esta orientación tan deleznable en la que solo habla el poder, ese juego asqueroso donde el único objetivo es mantenerse y no caer.


Eso me recuerda que tenía pendiente de reseña un libro sobre el poder de las palabras, las que escriben sobre la arena de La playa mágica Ana y Ben, la pareja de niños que protagonizan esta historia de Crockett Johnson que ha publicado recientemente la editorial Corimbo.
Ambos llegan a la orilla de la playa. Ana está cansada. Se hubiera quedado en casa leyendo un cuento, a lo que Ben responde que prefiere estar al aire libre y hacer cosas por uno mismo en vez de leer. Ana le contesta que a los protagonistas de los cuentos, al menos, les pasan cosas interesantes. Ben le dice que en un cuento no pasa nada interesante, que los cuentos son solo palabras, las palabras son solo letras y las letras son solo diferentes tipos de marcas. En ese momento, a Ben se le abre el apetito y escribe la palabra “mermelada” sobre la arena. De repente, una pequeña ola borra esa palabra de la orilla y en su lugar aparece una fuente con mermelada. ¡Es una playa mágica!


Así comienza una merienda muy especial en la que palabras e imaginación se funden para disfrute de cualquier lector. Un rey, su caballo, el bosque, ciudades y castillos aparecen en ilustraciones sencillas donde el trazo a grafito es el único medio de expresión y acompañan una historia inesperada que pone patas arriba una realidad que se figuraba aburrida para ensalzar las palabras como medio ideal que construye los deseos.


Un álbum en el que cualquier elemento es susceptible de ser interpretado (incluso esa caracola a la que los protagonistas hacen referencia una y otra vez) en pro de un relato tan hermoso, como absurdo.
Es por eso que me gusta la magia de las palabras y las olas del mar. Porque el vaivén de ambas siempre cambia el mundo. Para bien o para mal.



lunes, 12 de noviembre de 2012

De Internet y la imaginación



La otra mañana se comentaba entre bambalinas educativas, las posibilidades descomunales que Internet nos ofrece, muchas de ellas todavía por descubrir, más que nada porque la mayoría de los usuarios nos centramos en la pornografía –¿sexual o literaria? Elija-.
Cada vez que me doy una vuelta por el cibermundo y comienzo a enlazar con todo tipo de páginas me doy cuenta de lo intrincada y enrevesada que se vislumbra esta tela de araña que une intereses similares o a sujetos muy dispares. Salto de una dirección a otra, percatándome de que ese hilo de Ariadna jamás nos hará encontrar la salida, sino que nos perderá todavía más en el neón de la pantalla, produciéndonos, no sólo una sensación de desconcierto, sino un dolor de cabeza de tres pares de narices… Y tras decidir que hay que desenchufar el cerebro del ordenador nos cuestionamos eso de “¿Y qué coño he hecho yo en dos horas…?”
Navegar de un lado a otro de la red constituye un entretenimiento de primera magnitud, muy distinto al Teatro Chino de Manolita Chen, pero con la misma finalidad: distraer a unas masas carentes de imaginación, que en vez de desarrollar su propia imaginación se conforman con admirar la de otros más capaces.
Siempre cabe la posibilidad de negarse a reconocer nuestra inutilidad, coger lápiz y papel, y recoger todas esas ideas que pueden hacernos crecer sin necesidad de ser esos mundanos androides que idolatran el tiempo perdido y sin fruto.
Y para empezar a alimentar su creatividad, les propongo un libro-álbum para primeros lectores cuyo protagonista, que lleva en esto de la LIJ unos cuantos años pese a su apariencia aniñada, es capaz de levantar un circo con la ayuda de un lápiz y su sola imaginación.

JOHNSON, Crockett. 2012. Harold y el circo. Madrid: Miau.