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lunes, 30 de septiembre de 2024

Insignificantes


Llevamos tres semanas de clase y asoman los primeros problemas en las aulas. Unas llorando por las esquinas, otros dándose de ostias en la salida, muchos enamorados y los menos, planeando una huida. Así ¿quién va a prestarle atención a las clases? Pues nadie.
Lo mejor es atajar los problemas cuanto antes, no sea que todo se desmadre y sea imposible seguir con lo que nos ocupa.
Coges el teléfono y llamas a sus padres. “Buenos días”. “Buenos días”. Explicas el circo y empiezan a despotricar. Que si son unos irresponsables, que si viven muy alegremente, que no saben lo que es pagar facturas ni tener mil y una responsabilidades… Yo callo y asiento como buen terapeuta público (que para eso me pagan), mientras pienso en quiénes tendrán problemas más acuciantes, ¿padres o hijos?


No me quiero ni imaginar por lo que pasan muchos de mis alumnos a diario. Centros de acogida, adicciones variadas, divorcios imposibles, traslados de centro o de localidad, acoso escolar o embarazos no deseados. No me gustaría estar en su pellejo, la verdad. Así que concluyo que los segundos.
No voy a negar que la vida del adulto sea diferente, quizá más rutinaria, menos explosiva y vertiginosa, pero hay que ser conscientes de que, en lo que a problemática se refiere, cada edad tiene sus cuitas, sobradamente equiparables por mucho que nos neguemos a admitir que todo depende de la importancia que le demos a nuestro ombligo y de la capacidad que tengamos a la hora de gestionarlos. Que ya les digo yo, que vejez y resiliencia muchas veces no van de la mano.


Y si no me creen, les dejo con Nosotros, los pequeños, un librito de Andrea Espier que acaba de ser publicado por Tres Tigres Tristes. Aparentemente sencillito es capaz de punzarnos por dentro de manera sutil, pero muy efectiva.
En él, la autora oscense nos narra los problemas cotidianos de los chiquillos. Que si no saben atarse los cordones, cruzar una calle atestada de coches, hacer la compra con buen criterio, estarse quietos o sentirse perdidos. Un sinfín de situaciones cotidianas que son importantes para todas las criaturas, sea cual sea su tamaño…


Esta oda a la infancia desde esa mirada un tanto condescendiente que tienen los adultos también presenta sus vueltas... Por un lado, el protagonista le da importancia a sus problemas, por otro hace una llamada de atención a todos esos adultos que, subestimando sus capacidades, son igual de frágiles que los niños y se pueden sentir abrumados por la mínima traba.
Dirigido a un público de lecturas reflexivas y con espíritu crítico, este álbum se adentra en recovecos narrativos con cierta enjundia. Guardas a modo de prólogo y epílogo, figuras adultas que parecen ausentarse a modo de neblina, que permanecen ajenas a la acción, un mundo sobredimensionado y mucho juego de planos, aúpan una historia cotidiana que, con mucho humor (algunas disyunciones y parodias me han sacado más de una sonrisa), nos interpelan a favor de la infancia y nos señala con insignificancia a pesar de peinar canas.

lunes, 4 de diciembre de 2023

Querida Nanen:


Perdona que haya tardado tanto en escribirte, pero todavía no he encontrado la forma de estirar el tiempo. Sé que llevas unos años abriéndote camino en el mundo editorial, discreta, temporada tras temporada, entre los miles de álbumes ilustrados que llenan los estantes. Aunque hasta ahora no te haya dicho nada, he leído todos y cada uno de ellos, y tenía pendiente esta misiva para hacerte llegar mis impresiones.


En cierta ocasión, un editor español me dijo que a él no le preocupaba que un ilustrador le diera una negativa por respuesta. Pegabas una patada y, de la nada, salían otros doscientos dispuestos a coger su oferta al vuelo. Yo me quedé mirándolo de reojo y pensé hacia mis adentros “¿Qué pijo dice este?” Para deshacerme de él lo antes posible, le di unas palmaditas en la espalda y lo mandé a sacarle la pringue a más incautos. Estoy seguro de que si hubiera pensado en ti desde el primer momento, nunca hubiera encontrado sustituto a tu trabajo.


Y ahora dirás que qué mosca me ha picado, que no es propio de un bicho como yo dedicarme a tanto jabón. A lo que yo contesto que mi lengua desatada se equilibra con mi ojo clínico, y cuando este manda, la otra se calla. No nos conocemos de nada, ni siquiera hemos intercambiado dos palabras cuando hemos coincidido en persona, pero eso no quita para darle al césar lo que le corresponde, más todavía en un mundo tan mediocre como este en el que las mafietas y los amiguismos prostituyen lo literario.
Y si no crees mis halagos, ahí van las razones.


La primera es Mi selva, un álbum publicado por Tres Tigres Tristes en el que empezaste experimentando con las miradas. La de un lado, la de otro y la del espectador. Un juego de malabares visuales en el que empezabas a darte cuenta de que las narrativas gráficas tienen montones de posibilidades a la hora de contar historias mínimas enriquecidas por diferentes perspectivas y que ayudan a lo unidireccional, lo bidireccional y el gran plano general.



Ese baile de disfraces entre un niño y su brujo (¿Acaso no son eso los padres?) hijo en el que la imaginación y el campo son esenciales, me pareció encantador. Rosa, verde y negro como colores de ritmo explosivo, estampación como técnica fresca. Un comienzo muy prometedor con una caja de cartón como fondo.


La segunda razón se llama Ensimismada (Bookolia), una oda al amor tardío, a la espera pausada, a la introversión, a la extroversión, a las casualidades, al encuentro entre doña Julia y su nuevo vecino. Seguías experimentando con los colores, con las técnicas. El rojo y el verde brillaban sobre el resto, una combinación difícil pero a la vez acertada. Seguías usando los estampados en este nuevo registro donde los lápices se iban enredando en ti y en el tocado de la protagonista.



Encontré la historia bonita y delicada. Aracne, las Parcas o la Bella Durmiente. Un tributo a todas esa mujeres que tejen, pero que al mismo tiempo las invita a abandonar su zona de confort y mirar hacia fuera, hacia esa plaza en la que bailar al son del cariño es el deseo final.


Mi tercer motivo llegó con La verdad verdadera, un libro editado por TakaTuka que me dejó ver a la Nanen más canalla y subversiva. En esta historia intergeneracional donde una abuela y su nieta mantienen una seria conversación en la que la cría se dedica a exponer las razones por las que la casa está hecha un completo desastre, estuviste muy fina. No solo porque dieras cabida al lado positivo de la mentira, sino porque juegas con nuestra imaginación y nos enredas en una batalla campal gracias a la composición de cada doble página.


Esas mentirijillas que adoptan forma humana, que aumentan de tamaño e incluso en las que también contribuye la abuela, una que rompe todos los esquemas narrativos y se disipa con la sorpresa final, son encantadoras. Y si tenemos en cuenta que toda la acción se desarrolla en una especie de escenario teatral, ¿para qué queremos más?


Seguiste dándome razones con Calma, un conflicto materno-filial que, si bien tiene mucha vis actual, se puede extrapolar a cualquier época. Quejas, reproches y caprichos. Muchas gotas de agua, quizá lágrimas, que van llenando la habitación y la convierten en un estanque calmado donde la madre se zambulle para buscar un lugar seguro ante los constantes abates de su hijo, un déspota contemporáneo. Me encanta la metáfora. Pero cuando, de repente, el hijo acude al encuentro de su madre y, sintiendo una soledad punzante, se sumerge con ella para fundirse en un abrazo, termino cautivado.


Un instante compartido en el que ambos esbozan una sonrisa de perdón, de arrepentimiento, de encuentro, es lo que necesitaba y tú lo has dibujado. Acompañado de esos versos de Lorca (el epílogo perfecto), el formato, el uso de la divisoria entre las páginas, cómo muta el estampado del papel que cubre la pared, y otros tantos detalles, son prueba de tu buen hacer.


Y la última razón es Abandonada en la colina, ganador del premio internacional Recordando a Barbara Fiore


Si bien es cierto que hubiera ganado muchísimo con una edición algo más pequeña y en tapa dura (el libro lo merece), he de decirte que es de tus obras más maduras. Sobre todo porque eres capaz de conjugar dos historias simultáneamente y que se entienda a la perfección. Dos protagonistas, la persona y el objeto, se funden en una historia paralela en la que decadencia y resurgimiento van en direcciones opuestas pero complementarias.


La salud mental, el deterioro de la institución familiar, el valor de la libertad, la enajenación y sus consecuencias, la naturaleza como cura de todo mal, el encuentro con uno mismo y el paso del tiempo. Son muchos los temas de los que nos has querido hablar y lo mejor de todo es que somos capaces de leerlo gracias a tus lápices de colores, los recursos del cómic y esa luz que va llenando poco a poco tu narrativa.


Enhorabuena Nanen. Espero que el público sepa reconocer tu buen hacer y se vayan aireando tus obras en este difícil mundo de los libros ilustrados. Con cariño, Román.

martes, 14 de febrero de 2023

El negocio del amor


El amor ha cambiado mucho durante los últimos años. A ello probablemente haya contribuido esa idealización de un sentimiento que muchos piensan vital, pero también la aparición de nuevos contextos donde se cuentan sobre todo las redes sociales.
Tinder, Chispa, Plenty of Fish, Badoo, Tinder, Pure o Curtn son algunos de los nombres de las aplicaciones de citas más utilizadas en el mundo hoy día. Solo la primera facturó en España el año pasado unos cuarenta millones de euros a base de suscripciones de los usuarios, publicidad o venta de información a terceros (no se equivoquen, todo lo que circula a través de la red está disponible en el mercado).


Además de convertirse en el negocio del siglo, el amor ha pasado a convertirse en otro consumible más en el que los seres humanos degustan, saborean, escupen y desechan otros seres humanos a su antojo en esa búsqueda incesante que nunca prospera ni fructifica en esta sociedad inconformista donde todo parece poco.
El “amor” está tan alcance de la mano pero el miedo al sufrimiento, a la decepción, al futuro, nos hacen esquivarlo. Si además proyectamos todo esto en unos espacios donde se hace más fácil imaginar que experimentar, esas expectativas quedan subyugadas a los eternos relatos de los cuentos de hadas. En definitiva, se esfuman tal y como llegaron.


Insatisfacción, individualismo, chemsex, cosificación, libertad sexual, inmadurez, gamificación, pornografía, sexualización, corrección política… Todo es tan complicado en el universo amoroso actual que despojarse de todo lastre, apostillarse en la cola del Mercadona y entablar una conversación con el/la primero/a que te guste es la opción más plausible para encontrar pareja. Y si no van al supermercado, prueben en el patio de la escuela como nuestro protagonista de hoy.


Cosa de bichos de Santiago González (Tres Tigres Tristes) nos cuenta la historia de Checo y un bicho que le ha picado. Oh bueno, mejor dicho, un montón. Mariposas, mosquitos, arañas son sus compañeros de viaje en una primera experiencia amorosa en torno a una niña llamada Claudia. ¿Conseguirá Checo que a la que espera también le piquen los mismos (o parecidos) bichos.
Es una oda al amor puro. Un amor infantil que no entiende de estrategias ni de complicadas casuísticas. Es un amor sencillo, de los de antes. Con mucha víscera y pocos miramientos, el niño se entrega a esa primera aventura sentimental donde las metáforas y lo poético campan a sus anchas.


Con una paleta donde los azules, ocres y negros, el autor ecuatoriano construye imágenes muy evocadoras que recuerdan a los grabados con linóleo o madera. Ilustraciones que se repiten dando la sensación de bucle (Ya saben, el amor es así: dejar que los pensamientos giren una y otra vez sobre la misma persona), elementos que se desplazan entre las páginas para conectar mundos reales y fantásticos (¿Ven esas nubes, esa hormigas danzando?) y otros recursos narrativos como las guardas a modo de prólogo o epílogo, hacen de este álbum una manera estupenda de celebrar este día tan amoroso.

lunes, 16 de enero de 2023

Que queden los recuerdos



Recordar es importante, sobre todo para el ser humano. Aunque muchos desearíamos olvidarnos de todo, otros piensan que los recuerdos son un bálsamo. Pero, ¿qué son los recuerdos?
Los recuerdos son ideas que se forman a partir de experiencias, se almacenan en el sistema nervioso y se pueden recuperar. El conjunto de todas esas ideas es lo que llamamos memoria.
La biología define dos tipos de memoria, la memoria a corto plazo (nuestra agenda diaria, un número de teléfono o el estribillo de una canción) y la memoria a largo plazo (recuerdos de niñez o conducir un automóvil). Ambas son procesos muy intrincados en los que intervienen diferentes áreas del sistema nervioso central y de los que queda mucho por conocer.


Sabemos que los recuerdos son ideas complejas en las que intervienen las imágenes, los olores, los sonidos o las emociones. También sabemos que recordamos mejor sin estrés o cansancio, ya que el sueño es uno de los procesos que fija la memoria.
Al contrario de lo que opina mucha gente, los recuerdos no se suelen perder, sino que se almacenan de diferente manera, esto hace que unos se recuperen más fácilmente que otros. Esa es la razón por la que ciertos estímulos (un olor característico, por ejemplo) nos hacen recordar de manera repentina episodios que creíamos olvidados.
Además, recordar depende en gran parte del dónde y del cómo nos sentimos. Por eso cuando visitamos un lugar por segunda vez, solemos experimentar recuerdos que se relacionan con el mismo sitio en el pasado, un hecho que tienen muy en cuenta los médicos a la hora de tratar a aquellas personas que sufren amnesia o pérdida de memoria.


Por todas estas cuestiones y muchas más, me ha encantado Tortuga, el álbum de Ángela Cuartas y Dipacho que ha publicado hace poco la editorial Tres Tigres Tristes. Aunque me hubiera gustado reservarlo para más adelante, tocaba hablar ya de este librito sincero y con un mensaje que cala hondo.
A este un nieto le gustaría hablarnos de su abuelo pero no se acuerda de él, solo de las tortugas. De cómo caminan, de su cabeza, su caparazón, de su piel y de su tamaño. Ni rastro del abuelo. Qué raro… ¿Qué despiste será este?


Con formato vertical, esta narración se construye sobre un texto hilvanado con oraciones breves y unas ilustraciones de composiciones sobrias y elegantes donde la disposición de las figuras y el texto son clave en la elaboración del discurso.
Fondos en blanco y negro ayudan a contar una historia oscura pero a la vez luminosa, con los ojos abiertos y también cerrados, que miran a las tortugas y también a la imagen olvidada de ese abuelo perdido.
Y las tortugas, montones de tortugas que redundan y reverberan en la memoria, un elemento que, bien en imágenes, bien en palabras, es esencial a la hora de entender que da igual cómo se guarden los recuerdos, lo importante es que queden.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Problemas ambientales


Lo de esta Navidad no es normal. Más que invierno esto parece el dulce despertar primaveral. Como la cosa siga así, dentro de nada veremos los almendros en flor, los pájaros trinando y la feromonas flotando.
Que el clima está cambiando por estas latitudes está más que claro. Nadie sabe sin son fluctuaciones puntuales o sin embargo tiene que ver con cambios que perdurarán a lo largo del tiempo. Tampoco si se relacionan con nuestro modus vivendi o si los seres humanos no tiene nada que ver con esta crisis climática. Teniendo en cuenta que la especie humana cuenta con más de 7.500 millones de individuos, lo más probable es que así sea, pero tampoco podemos afirmar que la situación se pueda revertir.


Nos dicen que sí, que evitemos la emisión de ciertos gases, que fijemos el dióxido de carbono gracias a la fotosíntesis de las plantas, o que la reforestación es la solución. Pero, ¿y si nada de eso cambia nada? Este planeta nuestro es muy complejo y ningún modelo predictivo sabe el camino que tomarán los acontecimientos. Son tantas las variables que intervienen en el clima que es imposible controlarlas todas por mucho que nos empeñemos.
Mientras les dejo buscando respuestas, aquí les dejo cuatro álbumes ilustrados sobre diferentes problemáticas ambientales.


En primer lugar tenemos Isla Calamidad, un libro muy bien traído de Amina Pallarès y Simone Spellucci publicado por Tres Tristes Tigres y en el que bien merece la pena detenerse..
En la isla se respira armonía. Cada uno de sus habitantes tiene un papel diferente pero siempre respetando el espacio de los demás. Las aves se turnan para posarse en los árboles, los árboles tienen raíces someras para que los radicerdos no las devoren, o Vanté, el viento, sopla continuamente para que las nubes no se posen sobre el suelo. Pero todo se viene abajo cuando Bozú, el río más caudaloso de la isla, decide salir de la historia. ¿Será el fin de una isla sumida en la calamidad? ¿Conseguirá volver al orden establecido?


Con un trabajo gráfico impecable, un estilo que recuerda a la iconografía indígena, recursos propios del cómic, una paleta de color restringida (tonos anaranjados y ocres, azul y negro) y una vis de leyenda muy conveniente, este álbum pone de relevancia la importancia de las partes en el todo con una pizca de humor y un sentido crítico alejado de los cauces e ismos preestablecidos.


En segundo lugar tenemos Esperando el amanecer de Paloma Anchorena, el flamante ganador del último premio Compostela de álbum ilustrado convocado por la editorial Kalandraka y el Departamento de Educación del Ayuntamiento de Santiago.


Apenada por los incendios que han asolado grandes superficies forestales por todo el planeta, la autora peruana desarrolla una historia en la que un buen puñado de animales selváticos son los protagonistas. De un tiempo a esta parte, la noche parece eterna. Nadie sabe porqué esa oscuridad extraña se prolonga más de la cuenta. De repente, la luz se empieza a abrir camino. Pero este sol no calienta, sino que quema y todos tienen que huir.


Tomando como punto de partida la dualidad luz-oscuridad, esta ilustradora realiza todo un ejercicio artístico donde el uso del color es el santo y seña de una historia donde las víctimas se apropian de la narración, interpelando a la infancia como salvaguarda de un futuro sin bosques calcinados.


Continuamos con La carta del abuelo, un libro recién publicado por la editorial Andana. Con texto de Michael Morpurgo e ilustraciones de Jim Field, este libro ambientado en la Navidad nos sumerge en todo un universo de interacciones medioambientales que intenta, de algún modo, hacernos ver que todos formamos parte de un gran sistema cuyo equilibrio se ver amenazado por las acciones humanas.


Mia ya es madre de familia y cada Nochebuena lee junto a sus hijos la carta que hace muchos años le escribió su abuelo. En ella relata los días que pasaban juntos en el jardín o a la orilla del mar, haciendo hincapié en esos pequeños detalles que pasan inadvertidos.


Un alegato que, en la línea del discurso del jefe indio Seattle, ha cautivado a muchos ecologistas y que nos sirve para enlazar con el último libro de esta tanda. ¡Gracias, Madre Tierra! es un canto tradicional del pueblo iroqués que ha sido bellamente ilustrado por Vanina Starkoff y editado en forma de álbum desplegable por Akiara Books.


Dividido en 18 secciones en las que los Haudenosaunee o Confederación de las Seis Naciones Iroquesas dan las gracias a los peces, los árboles, los cuatro vientos, las aguas o las estrellas, podemos disfrutar de una composición indígena que se recitaba todas las mañanas para venerar a la naturaleza, verdadera protagonista de un libro en el que podemos reconocer los diferentes elementos que constituyen el medio que nos rodea.


Conforme vamos leyendo cada episodio, abrimos un pliego de más de tres metros de largo que nos permite, por un lado, leer el canto de manera completa, mientras que por el otro, admiramos el mural de colores brillantes y luminosos que, con ciertas estética que recuerda la iconografía de los pueblos nativos norteamericanos, nos atrapa y seduce para animarnos a respetar el ecosistema desde una perspectiva global y necesaria.


martes, 25 de enero de 2022

Gente rara


En ocasiones tengo la sensación de ser vigilado por un sinfín de ojos que se clavan en mi nuca. Excéntrico, estrafalario o raro son algunos de los apelativos con los que más de una vez he tenido que bregar por hacer y decir lo que me da la gana (sin ser yo nada de eso, como decía la folclórica).
Me han colgado sambenitos que no se corresponden con la realidad. Lo único que hago es rodearme de unas circunstancias muy variadas y enriquecedoras que no me han lastrado hacia la vulgaridad normalizadora que una inmensa mayoría detesta y anhela a partes iguales.


Qué divertido, qué loco, qué grande. Me vitorean. El héroe de la noche y la juerga. También a plena luz del día. Solo le gusta liarla al muy descerebrado. Circense, buscarruidos, cínico, irresponsable. Tiene mucha guasa pero bien que jode. Ni sabe lo que dice ni lo que hace. A veces es un borde y otras, te lo comes. Un angélico o un demonio malvado. Piensa en él la mayor parte del tiempo aunque siempre guarda un huequito para los demás. Qué lengua, qué sorna, qué desfachatez y qué bien se expresa. Nosotros buscando la excelencia y el rebajándonos a la altura del betún. ¿Y lo que hace? No es propio de un señor profesor. Cómo viste, cómo actúa, ¡cómo provoca!
¿Saben qué? Por un oído me entra y por el otro me sale. En el fondo denoto envidia, tristeza y vacío interior. No solo porque están contaminados por ese espejismo que anhelan vivir, por sus aspiraciones inertes y terrenales, sino porque no saben cómo gestionar unas vidas llenas de prejuicios en la que solo viven pendientes del vecino. Son incapaces de empaparse por lo invisible que les rodea.


¡Pues sí! Menos mal que algunos tenemos la decencia de hacer lo que nos viene en gana. Como el señor Somersen, un hombre que, personalmente, me parece de lo más normal. No sé de qué se extrañan. Que se tumba sobre la hierba recién cortada y cierra los ojos, que se queda hipnotizado con el goteo del agua, que dice tener una cinta que arregla cualquier cosa, que se esconde entre las judías... Cualquier persona en su sano juicio se comportaría como él. ¿O no?
El extraño comportamiento del señor Somersen es un álbum de Guridi (Raúl Nieto) publicado por la editorial Tres Tigres Tristes que atañe a dos cuestiones. Una trata de poner en valor los pequeños momentos de la vida y nuestra capacidad para disfrutarlos. La segunda versa sobre la facilidad que tiene el ser humano para juzgar a los demás cuando en el fondo todos hacemos las mismas cosas.


Caracterizado con un sombrero negro y un peto de color verde, el señor Somersen es ese vecino, ese primo, o uno mismo. Cualquier persona que hace lo que le parece e intenta sacarle jugo a los momentos cotidianos por muy raros que nos parezcan. Quizá porque hemos perdido la capacidad de fijarnos en los pequeños detalles, quizá porque hay demasiado ruido que no nos permite adentrarnos en ellos. El señor Somersen no es más que un espejo en el que encontrarnos y ser igual de “extraños” que él. ¿Quién lo diría? Gente rara… ¡una necesidad!

martes, 7 de diciembre de 2021

De ser o no ser


El verbo ser es muy categórico. Irrumpe tan fuerte en el discurso que lo cambia todo. Algo que me hace pensar que Platón y Aristóteles tenían más razón que un santo hablando de ideas, sombras, sustancias y entidades. Dejándonos de existencialismo (que no estamos para ostias a estas horas), sumerjámonos en significado y significante, esa dualidad imperfecta del lenguaje que a muchos nos encanta porque vacía o llena las palabras según nos convenga en cada caso.
Ustedes dirán “Qué profundo se ha levantado este en mitad del puente…” Y yo les respondo que son cosas que me sorprenden de buena mañana, mientras hecho un vistazo a la mundana actualidad… Son la ultraderecha… Son unos irresponsables… Es un negacionista… Cuando te das cuenta de que vives en un mundo donde la batalla ideológica es la base de cualquier poder, el ser hay que ponerlo en entredicho.


Porque entre el ser y el no ser hay muy poca distancia (física y metafísica, me refiero), un pasito de nada que le da un vuelco a todo. Y así pasa, que comenzamos a lanzarnos la pelota de un lado al otro y concluimos con que nada y todo, son. ¡Uy, qué lío! Creo que empiezo a preferir el verbo parecer, que al fin y al cabo no engaña a nadie con esto de la categorización.
Mientras tanto, las gentes de bien, esas que no le dan tantas vueltas al zompo, se dedican a comprar fruta, cuidar a sus hijos, hacer la comida, pasar la fregona y arreglar el motor del coche. Menesteres que les acerquen a la realidad, esa que se palpa, y les alejen de un ruido cada vez más insufrible.
Porque no es lo mismo zamparse una naranja o beberse un whisky que verlo en una foto o en la televisión. Ya nos lo decía Magritte. “Esto no es una pipa”. Negaba con palabras lo que se podía ver en el lienzo y nos cuestionaba la realidad, su representación y el lenguaje. No era una pipa porque no podía fumarse, que había cierta separación entre una pipa real y su imagen y las palabras eran un mero engaño.


Esta es la base de la que parten Eleonora Arroyo y Ariel Cortese en 22 maneras de no ser, un álbum muy juguetón editado este otoño por Tres Tigres Tristes y que, aparte de rendir tributo a la obra del genio francés, establece un juego muy interesante con los lectores presentando en cada doble página dos elementos y cuestionando su naturaleza.
Sandías y caballos, corazones y palomas, setas y tenedores. Relacionados (he ahí un aspecto lúdico añadido) o no, todos ellos configuran una suerte de objetos, acciones o símbolos que buscan mirarse en cada espectador para, de un modo u otro, poner en entredicho las ideas y configurar un nuevo entorno donde coexistan diferentes perspectivas que pueden ser igualmente válidas.


Esto no es un cuento. Tampoco es un imaginario. Es otra cosa a la que quizá le pongan nombre cuando la tengan en las manos y la valoren por ustedes mismos. Es lo que debería pasar en este mundo surrealista, en el que muchas veces es preciso cambiar el título del cuadro por “Esto no es fascismo” “Esto no es una vacuna” o “Esto no es constitucional”, y aclararnos las ideas, esa que a veces se confunden con recuerdos, imágenes y palabras.