Perdona que haya tardado tanto en escribirte, pero todavía no he encontrado la forma de estirar el tiempo. Sé que llevas unos años abriéndote camino en el mundo editorial, discreta, temporada tras temporada, entre los miles de álbumes ilustrados que llenan los estantes. Aunque hasta ahora no te haya dicho nada, he leído todos y cada uno de ellos, y tenía pendiente esta misiva para hacerte llegar mis impresiones.
En cierta ocasión, un editor español me dijo que a él no le preocupaba que un ilustrador le diera una negativa por respuesta. Pegabas una patada y, de la nada, salían otros doscientos dispuestos a coger su oferta al vuelo. Yo me quedé mirándolo de reojo y pensé hacia mis adentros “¿Qué pijo dice este?” Para deshacerme de él lo antes posible, le di unas palmaditas en la espalda y lo mandé a sacarle la pringue a más incautos. Estoy seguro de que si hubiera pensado en ti desde el primer momento, nunca hubiera encontrado sustituto a tu trabajo.
Y ahora dirás que qué mosca me ha picado, que no es propio de un bicho como yo dedicarme a tanto jabón. A lo que yo contesto que mi lengua desatada se equilibra con mi ojo clínico, y cuando este manda, la otra se calla. No nos conocemos de nada, ni siquiera hemos intercambiado dos palabras cuando hemos coincidido en persona, pero eso no quita para darle al césar lo que le corresponde, más todavía en un mundo tan mediocre como este en el que las mafietas y los amiguismos prostituyen lo literario.
Y si no crees mis halagos, ahí van las razones.
La primera es Mi selva, un álbum publicado por Tres Tigres Tristes en el que empezaste experimentando con las miradas. La de un lado, la de otro y la del espectador. Un juego de malabares visuales en el que empezabas a darte cuenta de que las narrativas gráficas tienen montones de posibilidades a la hora de contar historias mínimas enriquecidas por diferentes perspectivas y que ayudan a lo unidireccional, lo bidireccional y el gran plano general.
Ese baile de disfraces entre un niño y su brujo (¿Acaso no son eso los padres?) hijo en el que la imaginación y el campo son esenciales, me pareció encantador. Rosa, verde y negro como colores de ritmo explosivo, estampación como técnica fresca. Un comienzo muy prometedor con una caja de cartón como fondo.
La segunda razón se llama Ensimismada (Bookolia), una oda al amor tardío, a la espera pausada, a la introversión, a la extroversión, a las casualidades, al encuentro entre doña Julia y su nuevo vecino. Seguías experimentando con los colores, con las técnicas. El rojo y el verde brillaban sobre el resto, una combinación difícil pero a la vez acertada. Seguías usando los estampados en este nuevo registro donde los lápices se iban enredando en ti y en el tocado de la protagonista.
Encontré la historia bonita y delicada. Aracne, las Parcas o la Bella Durmiente. Un tributo a todas esa mujeres que tejen, pero que al mismo tiempo las invita a abandonar su zona de confort y mirar hacia fuera, hacia esa plaza en la que bailar al son del cariño es el deseo final.
Mi tercer motivo llegó con La verdad verdadera, un libro editado por TakaTuka que me dejó ver a la Nanen más canalla y subversiva. En esta historia intergeneracional donde una abuela y su nieta mantienen una seria conversación en la que la cría se dedica a exponer las razones por las que la casa está hecha un completo desastre, estuviste muy fina. No solo porque dieras cabida al lado positivo de la mentira, sino porque juegas con nuestra imaginación y nos enredas en una batalla campal gracias a la composición de cada doble página.
Esas mentirijillas que adoptan forma humana, que aumentan de tamaño e incluso en las que también contribuye la abuela, una que rompe todos los esquemas narrativos y se disipa con la sorpresa final, son encantadoras. Y si tenemos en cuenta que toda la acción se desarrolla en una especie de escenario teatral, ¿para qué queremos más?
Seguiste dándome razones con Calma, un conflicto materno-filial que, si bien tiene mucha vis actual, se puede extrapolar a cualquier época. Quejas, reproches y caprichos. Muchas gotas de agua, quizá lágrimas, que van llenando la habitación y la convierten en un estanque calmado donde la madre se zambulle para buscar un lugar seguro ante los constantes abates de su hijo, un déspota contemporáneo. Me encanta la metáfora. Pero cuando, de repente, el hijo acude al encuentro de su madre y, sintiendo una soledad punzante, se sumerge con ella para fundirse en un abrazo, termino cautivado.
Un instante compartido en el que ambos esbozan una sonrisa de perdón, de arrepentimiento, de encuentro, es lo que necesitaba y tú lo has dibujado. Acompañado de esos versos de Lorca (el epílogo perfecto), el formato, el uso de la divisoria entre las páginas, cómo muta el estampado del papel que cubre la pared, y otros tantos detalles, son prueba de tu buen hacer.
Y la última razón es Abandonada en la colina, ganador del premio internacional Recordando a Barbara Fiore.
Si bien es cierto que hubiera ganado muchísimo con una edición algo más pequeña y en tapa dura (el libro lo merece), he de decirte que es de tus obras más maduras. Sobre todo porque eres capaz de conjugar dos historias simultáneamente y que se entienda a la perfección. Dos protagonistas, la persona y el objeto, se funden en una historia paralela en la que decadencia y resurgimiento van en direcciones opuestas pero complementarias.
La salud mental, el deterioro de la institución familiar, el valor de la libertad, la enajenación y sus consecuencias, la naturaleza como cura de todo mal, el encuentro con uno mismo y el paso del tiempo. Son muchos los temas de los que nos has querido hablar y lo mejor de todo es que somos capaces de leerlo gracias a tus lápices de colores, los recursos del cómic y esa luz que va llenando poco a poco tu narrativa.
Enhorabuena Nanen. Espero que el público sepa reconocer tu buen hacer y se vayan aireando tus obras en este difícil mundo de los libros ilustrados. Con cariño, Román.
1 comentario:
No conozco a Nanen pero gracias por presentármela.
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