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viernes, 22 de noviembre de 2024

En las raíces de los árboles


La omnipresencia del bosque en gran parte de los cuentos tradicionales es un hecho más que evidente, sobre todo en los de nuestras latitudes. El bosque, ese espacio ideal para ocultar un crimen, perfecto para esconderse, ese refugio ante las amenazas y escenario de aventuras inesperadas. Incluso nos provee de alimentos con los que poder sobrevivir. El bosque es un todo y por ello tiene una posición privilegiada en las narraciones que nos acompañan desde que la especie humana ha buscado en las historias una forma de entretenimiento. Y aunque hay muchos tipos de bosques, en ninguno de estos pueden faltar árboles. Árboles pequeños o grandes, de hoja perenne o caduca. Incluso un único árbol puede formar el bosque.
Por esa razón, hoy termino con este pequeño homenaje a todos esos árboles que guardan en sus raíces la magia de las palabras que los humanos nos regalamos entre nosotros por mera generosidad.


¿Con qué sueñan los árboles?

Sueñan con ver la luna y las estrellas,
con los duendes y las hadas.
Sueñan con tener luz y agua,
con viento y brumas.
Sueñan con juegos de niños,
con tener nidos y casa colgadas.
Sueñan con ser verdes y altos,
con palabras de enamorados.
Sueñan con ser viejos
y caminar como sus ancestros.
Sueñan con tocar las nubes
y volar con el viento.

***

¿Tienen pesadillas?

Desiertos, antorchas, hachas,
riadas, minas, carreteras,
basuras y riquezas
asustan a los árboles.
Les secan las raíces,
les tiran las hojas,
les separan la corteza,
les cuartean las ramas.
Pero la naturaleza
les regalo dos dones:

Los árboles tienen sueños
y los árboles nunca se rinden.

Javier Sobrino.
En: Plantar el mundo.
Ilustraciones de Concha Pasamar.
2024. Barcelona: Akiara.


sábado, 18 de febrero de 2023

Las dobleces del carnaval


Hoy es carnaval y toca disfraz. Cualquier cosa vale. El clásico antifaz, una caja de cartón con cuatro agujeros, pintarse la cara de verde o liarse la manta a la cabeza. Todo sirve en este día que nos permite ser otros y disfrutar a base de fantasía y buen humor.
Es cierto que hay gente que se mete muy bien en el papel y les hace falta muy poco para hacernos creer que son trogloditas, vampiros o superhéroes. Otros, sin embargo, necesitamos más parafernalia para imbuirnos en ciertas personalidades.
Hay disfraces muy ingeniosos, también más normalitos, caseros, con todo lujo de detalles, espectaculares y alocados, pero lo que más importa es la esencia, ser capaz de sumergirse en diferentes personajes y hacer creer a los demás que, de repente, eres otro yo.


Disfraces acompañados de música, algarabía y mucho jolgorio. Eso es el carnaval, una celebración que nos permite alejarnos del día a día, desconectar, aparcar los miedos y hurgar en los deseos, exorcizar cuerpo y mente, y hallar un refugio más o menos momentáneo en el que deliberar con nuestros otros yos. Lejos de borracheras y canciones de moda, esta juerga, es otra cosa.


Y vestido de carnaval me adentro en una obra de Javier Sobrino y Rebeca Luciani que publicó hace tiempo la editorial La Galera (2008) y que habla precisamente de la magia que esconde el Carnaval, una fiesta que tanto celebramos en los países católicos.


A Ana no le gusta el carnaval. Máscaras y disfraces le dan pavor y quiere irse a casa. Todo cambia cuando uno de esos personajes callejeros le invita a vestir un antifaz y su perspectiva cambia. La ensoñación se despliega ante ella y el carnaval no volverá a ser un suplicio.


En este álbum a la francesa pero de lectura horizontal en el que el texto queda en la página superior y las ilustraciones en las inferiores, descubrimos una historia colorista que recuerda a otras celebraciones de América latina como el día de difuntos mexicano.
Una celebración poética sobre el descubrimiento y la sorpresa, sobre la valentía y la mirada. Dejarse llevar por la imaginación y, sobre todo, por la vida.


miércoles, 3 de octubre de 2012

Volviendo a la infancia




Sin olvidar darles las gracias por todos los mensajes de apoyo que he recibido, seguiré el camino que me marqué el día que inauguré este lugar y prestaré atención a las cosas tiernas que guardan las páginas de los libros, aunque ello me cueste algún disgusto y desavenencia…
A lo que vamos: los que no tenemos pueblo (cosa de la que muchas veces me alegro… mucho alcahueteo y poca diversión…), debemos conformarnos con un pinar cercano, el patio de la vecina o el huerto de algún familiar, sitios donde, por costumbre, suele erigirse un árbol desde el cual divisar, a modo de torre vigía, los dominios de los que, como jóvenes timoneles, solemos apropiarnos en nuestras primeras fantasías. Así, como monos danzarines, pasamos el tiempo encaramados a todo tipo de ramas, buscando sendas entre la maleza, rasgándonos la ropa con espinas escondidas y ensangrentándonos las rodillas con la áspera corteza; en definitiva, descubriendo los rincones que nos regala la infancia.
Porque reñir con nuestro inseparable amigo de perrerías, recibir un buen sopapo como castigo a alguna trastada, atar unas latas al rabo de algún perro para que nos propine un mordisco, o caerse desde lo alto de una higuera, -como el protagonista del libro de hoy, El lugar más maravilloso, de Javier Sobrino con ilustraciones de Esperanza León-, pueden ser circunstancias mínimas que, aunque nos hagan crecer, siempre nos llevan al mismo lugar que nos vio nacer: el regazo de nuestra madre.