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martes, 17 de abril de 2018

De lista-maníacos



El otro día me comentaba cierto responsable editorial que prefería mis reseñas a mis selecciones temáticas. Que a él, como miembro de una casa editorial, le eran más útiles ciertos detalles técnicos o discursivos que listados de títulos con algún punto en común. Un rato después una seguidora me escribió un mensaje agradeciéndome esos mismos listados ya que le ahorraban mucho tiempo y eran muy prácticos a la hora de organizar exposiciones temáticas sobre este tema u otro. Me resultó curioso que en un breve lapso de tiempo hubieran coincidido dos opiniones antagónicas sobre los listados temáticos. Así que hoy la cosa va de listas...


Si les soy sincero les diré que disfruto mucho más elaborando reseñas o hurgando en coincidencias menos evidentes de los libros infantiles, que elaborando listas de libros sobre música, sexualidad o sobre Caperucitas Rojas. Esto se debe principalmente a que la tarea de búsqueda de información es más monótona y no me deja dar tanta rienda suelta a mi parte más creativa e inquisitiva (excepto cuando encuentro algo jugoso sobre lo que indagar... je, je, je). Me gusta investigar, analizar y sorprenderme y la mayoría de los listados no dejan de ser herramientas sistemáticas y bibliográficas.


Por otro lado también me gustaría decir que hay listados bibliográficos y “listados bibliográficos” ya que si algo tiene la taxonomía, es que depende de los diferentes criterios que se esgriman para llevarla a cabo. No es lo mismo un listado de una institución seria en la que suelen trabajar especialistas con un vasto conocimiento del área a tratar, que otro que haya elaborado Perico el de los Palotes (¿O quizá sea al revés? Hay veces que no se cumple esta regla... ji, ji, ji).


No les voy a negar que en las listas se pueden condensar muchas características de las obras literarias ya que parten de un ejercicio sintético que ayuda a poner en valor ciertos títulos, de equilibrar esa balanza en la que nos solemos fijar los lectores a la hora de caer rendidos ante sus páginas. “Los cien mejores de todos los tiempos”, “Los 25 peores libros del año”, “Mil tesoros ilustrados”... ¿Acaso no les sugieren muchas cosas? ¿Hacemos una porra a la hora de las coincidencias?


Es cierto que hay muchos listamaniacos que gustan de casillas, cajones, etiquetas y listados. También hay otros tantos que prefieren poner desorden en el orden y dejar que todo fluya según los dictados de lo anárquico, pero si quieren encontrar un libro en una biblioteca lo mejor es ordenarlo según un criterio útil y claro (les sugiero que se dejen de temáticas, tamaños o colores y opten por el orden alfabético del apellido del primer autor).


¡Por cierto! Y hablando de adictos a las listas... les traigo Los Liszt (¡bonito juego de palabras!), un álbum de la escritora norteamericana Kyo Maclear y la ilustradora española Júlia Sardà (editorial Impedimenta), que nos cuenta la historia de los miembros de una familia que comparten la afición de elaborar listas de todo tipo. De la compra, sobre insectos, futbolistas, preguntas curiosas... Se dedican a esta tarea a todas horas, excepto los domingos. Pero un día alguien abre una puerta a lo fortuito y un extraño entrará por ella. ¿Quién será ese extranjero que no está en ninguna lista? ¿Será añadido a alguna lista? Merece la pena saberlo, sobre todo si les gustan las listas...


miércoles, 27 de mayo de 2015

Época de cambios


Cambiar nos produce verdadero pavor. Nos da miedo. Es terrorífico. Nos hace temblar. Nos produce escalofríos… Seguramente muchos de ustedes negarán con la cabeza y dirán que les deje de monsergas, pero ya saben que mi tenacidad y firmeza, esas que años de aguante y resignación han forjado muy dentro de mí, van más allá de su tierno autoengaño. Déjenme recordarles ciertas cosas… Si no tienen miedo al cambio, ¿Por qué todavía siguen aguantando a ese persona que otrora era el amor de sus vidas y que ahora, a modo de saco de patatas es incapaz de robarles una sonrisa tan siquiera mientras ronca? Si hace años que repudiaron a la religión de entre sus convicciones vitales, ¿por qué todavía se sigue repartiendo fe en pilas bautismales y en copas consagradas al Altísimo? Si ya han visto de lo que han sido capaces las diferentes facciones políticas, ¿por qué siguen ejerciendo su derecho al voto como si se les fuera la vida en ello?...


Todos los dilemas anteriores tienen que ver, de manera directa o indirecta, con el miedo al cambio. Vivimos mucho mejor sin preocuparnos por la incertidumbre, teniéndolo todo amarrado y bien amarrado, permaneciendo en nuestra bien amueblada vida en la que, a pesar de tener la luz apagada, sabemos orientarnos a la perfección. Si se paran a discurrir caerán en la cuenta de que muchas veces titubeamos a la orilla del mar pensando más en la impresión que producirá nosotros el contraste de temperaturas que en lo maravilloso que esconde la inmensidad del océano. ¿Triste no?...


No diré que debamos tomarnos la vida a la ligera, ni que no debamos considerar los pros y contras que ante nosotros se presentan con más frecuencia de la que queremos, pero lo cierto es que, además de una rutina que nos ayude a no salir locos, también se agradece cierta duda existencial que dé paso al futuro, a la novedad. Para que entre así el aire fresco y nuestro hogar (ese que guardamos bajo llave en el corazón) mute de color, de sabor. Algo de lo que también nos habla El señor Flux, un libro ilustrado de Kyo Maclear y Matte Stephens (editorial SM) que, aparte de poner en tela de juicio la necesidad del cambio en una sociedad cada vez más estática y enseñarnos quien fue George Maciunas y el movimiento artístico Fluxus, nos retrotrae a los años sesenta y setenta de la ilustración (¡Parece que el espíritu de Miroslav Sasek y Ludwig Bemelmans ha vuelto! ¡Viva lo vintage!)


¡Y que vivan los cambios! ¡Qué viva el riesgo!