Cambiar
nos produce verdadero pavor. Nos da miedo. Es terrorífico. Nos hace temblar.
Nos produce escalofríos… Seguramente muchos de ustedes negarán con la cabeza y
dirán que les deje de monsergas, pero ya saben que mi tenacidad y firmeza, esas
que años de aguante y resignación han forjado muy dentro de mí, van más allá de
su tierno autoengaño. Déjenme recordarles ciertas cosas… Si no tienen miedo al
cambio, ¿Por qué todavía siguen aguantando a ese persona que otrora era el amor
de sus vidas y que ahora, a modo de saco de patatas es incapaz de robarles una
sonrisa tan siquiera mientras ronca? Si hace años que repudiaron a la religión
de entre sus convicciones vitales, ¿por qué todavía se sigue repartiendo fe en
pilas bautismales y en copas consagradas al Altísimo? Si ya han visto de lo que
han sido capaces las diferentes facciones políticas, ¿por qué siguen ejerciendo
su derecho al voto como si se les fuera la vida en ello?...
Todos
los dilemas anteriores tienen que ver, de manera directa o indirecta, con el
miedo al cambio. Vivimos mucho mejor sin preocuparnos por la incertidumbre,
teniéndolo todo amarrado y bien amarrado, permaneciendo en nuestra bien
amueblada vida en la que, a pesar de tener la luz apagada, sabemos orientarnos
a la perfección. Si se paran a discurrir caerán en la cuenta de que muchas
veces titubeamos a la orilla del mar pensando más en la impresión que producirá
nosotros el contraste de temperaturas que en lo maravilloso que esconde la
inmensidad del océano. ¿Triste no?...
No
diré que debamos tomarnos la vida a la ligera, ni que no debamos considerar los
pros y contras que ante nosotros se presentan con más frecuencia de la que
queremos, pero lo cierto es que, además de una rutina que nos ayude a no salir
locos, también se agradece cierta duda existencial que dé paso al futuro, a la
novedad. Para que entre así el aire fresco y nuestro hogar (ese que guardamos
bajo llave en el corazón) mute de color, de sabor. Algo de lo que también nos
habla El señor Flux, un libro
ilustrado de Kyo Maclear y Matte Stephens (editorial SM) que, aparte de poner
en tela de juicio la necesidad del cambio en una sociedad cada vez más estática
y enseñarnos quien fue George Maciunas y el movimiento artístico Fluxus, nos
retrotrae a los años sesenta y setenta de la ilustración (¡Parece que el
espíritu de Miroslav Sasek y Ludwig Bemelmans ha vuelto! ¡Viva lo vintage!)
¡Y
que vivan los cambios! ¡Qué viva el riesgo!
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