Tras
una resaca descomunal (aviso que la mía no tiene votos de por medio), un nuevo
panorama político avanza sobre esta España nuestra. Lo cierto es que he oído
tantas gilipolleces que ya me la suda lo que pase: no hay solución posible pese
al triunfalismo de los progres y el catastrofismo de los conservadores.... Seguiremos
viendo garrapatas enganchadas a un sillón, chupópteros con piel de cordero,
gurús universitarios metidos a revolucionarios, mequetrefes con ganas de darse
ego, jóvenes parados jugando a la desesperada… Vamos, que auguro nuevos nombres
con mismas intenciones. El caso es que, por lo menos, nos alegran los cambios (sobre
todo en las fotos de las redes sociales y en las portadas de los periódicos).
El
poder es muy goloso y no me extraña que muchos se agarren a un enlucido para defender
su corona ad infinitum, sobre todo si el contexto geográfico es el de esta
Iberia minada por la farándula, el cachondeo y la burundanga. ¿Para cuándo políticos
serios y honestos en España? Cuando el español no sea español, mire usté… A
menos que se cree riqueza, que las ideas tomen forma, que la cultura se
extienda, que se liberalicen los mercados, que las infraestructuras estén al
nivel del primer mundo y que la cobertura social sea una realidad, nunca
dejaremos de ser españoles.
Vamos,
al español lo que le va es aplaudir a una caterva de chantajistas,
extorsionadores y aprovechados por el mero afán de babear y aprovecharse de la teta,
esa que ya se secó y que poco tardará en exprimirse de nuevo. No me vengan con
rollos de dignidad, que hasta en los colegios, los centros de salud, las
residencias de ancianos y otros lugares públicos se siguen repartiendo el
pastel entre las mafias gobernantes y otras que aspiran a serlo. En resumen y
traducido al vulgo les digo que siempre lo mismo: un pobre robándole a otro
pobre, algo para lo que, efectivamente, hay que hacerse con ese dulce caramelo
llamado poder, aunque sea por mera envidia (como decía mi señor abuelo: si un
cuasiquiera tiene un bancalico, a otro cuasiquiera le da eco).
Para
vamos que, a pesar de tanta chorrada, no se me apuren, el poder – sea éste el
de los absolutos, demócratas o revolucionarios- es efímero (¿Ven? Es lo único
bueno que tienen las amas de casa: que mandan de verdad), y a pesar de que el
viento, el azar o las maquiavélicas tretas del pueblo nos coloquen la corona en
lo alto, ya vendrán otros que darán paso a otros caprichos, a otras formas de
gobernar. Y si no, lean a Olivier Tallec y su Felicio, rey del rebaño (Editorial Algar) una bella fábula que nos
habla del totalitarismo, de las grandezas del poder, de su camino torticero y,
cómo no, de su principio y fin, que, entre pitos y flautas, en todas las
historias suele ser el mismo, llámese oposición, guillotina o lobo.
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