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jueves, 14 de noviembre de 2024

¡Larga vida, Hervé Tullet!


El otro día, eché mano de este cuaderno de bitácora y me di cuenta de que nunca antes había destripado un libro de Hervé Tullet, así que hoy toca darle a la manivela, resarcirme de mi pecado y hablar un poco de este mago del álbum ilustrado que, como todos los monstruos saben, le ha dado mucho a los álbumes para primeros y no tan primeros lectores.
Nacido en 1958 en Normandía (Francia), Hervé Tullet estudió Bellas Artes y Artes Decorativas para más tarde trabajar como director de arte en varias agencias publicitarias. En 1991 nace su primer hijo y, tras diez años en el sector, decide dedicarse a la ilustración y participa en publicaciones como ELLE, Madame Figaro, Le Monde o The New Yorker.

En 1994 publicó su primer libro para niños, Comment papa a rencontré maman, en la editorial Le Seuil, un libro con el que da el pistoletazo de salida a una carrera imparable como autor de libros infantiles, dando vida a más de 80 libros traducidos a más de 30 idiomas.
Entre los espacios donde ha participado con sus talleres, se encuentran la Tate Modern, la biblioteca del Congreso, el MoMA y el Museo Guggenheim. Además ha realizado varias exposiciones en el Invisible Dog Art Center y en el Museo de los Niños de Pittsburgh, en 2018, realizó su primera retrospectiva en el Centro de Artes de Seúl, Corea.


La más conocida de todas sus creaciones es Un libro. Publicado en 2010, estuvo en la lista de los más vendidos del The New York Times en la categoría de libros infantiles durante más de cuatro años (hecho que avalan los dos millones de copias vendidas en todo el mundo).
Este álbum interactivo basado en el acto (o juego, según se mire) de pasar página y el uso del amarillo, el azul y el rojo, es una delicia para cualquier lector (independientemente de la edad), ya que es capaz de establecer un diálogo muy especial entre nosotros y ese objeto tan devaluado últimamente, además de elevarlo a una dimensión que supera a la de muchos videojuegos.


Si bien es cierto que es un ejercicio sorprendente donde la anticipación y la sorpresa van de la mano, también tiene que ver con la psicomotricidad, algo que muy pocos autores de la llamada LIJ habían desarrollado y que estableció un punto de partida muy interesante para otros nuevos productos que hoy día incorporan elementos parecidos en esa materialidad que acompaña al objeto-libro.


Partiendo de esta serie de premisas, se acaba de publicar en nuestro país su secuela, La mano mágica, un álbum que cambia de protagonista y se centra en el lector como creador de un universo que tiene su reflejo en el libro. Centrado en los diferentes tipos de trazos y los colores básicos, Tullet nos invita a despertar ese poder que todos tenemos oculto en las palmas y dedos de nuestras manos.



El segundo libro que les traigo en este pequeñísimo monográfico lo acaba de publicar para nuestro disfrute la editorial Librooks. Es ¡No confundas!, una obra estupenda que en 1998 recibió el Premio Bologna Ragazzi en la categoría de no ficción y que lleva unas cuantas ediciones por delante. Cosa que no me extraña porque, además de tener más de 140 páginas (¡Mejor! No sé qué pasa con los libros de este señor, pero uno no quiere que lleguen a su fin), es una maravilla a la hora de desarrollar conceptos opuestos o complementarios, antónimos de todo tipo y mucho vocabulario (hay tándem de palabras que me encantan… “verdadero” y “falso”, “orden” y “desorden” son mis favoritas)



Si bien es cierto que, comparativamente con los anteriores, la interactividad se reduce (si es que eso se puede decir de algún libro…), el lector-espectador recorre este imaginario gracias a unos agujeros que recorren las páginas y funcionan a modo de nexo de unión entre estas parejas de conceptos. Del mismo modo, Tullet sigue dando vueltas sobre su estilo colorista y un tanto ecléctico que combina diferentes medios para crear unas imágenes donde siempre cabe el humor.


El tercero y último de los libros que incluyo en esta multi-reseña es La expo ideal, un libro que parte del proyecto colaborativo que Tullet lanzó en 2018 para valorar el impacto de su filosofía e idiosincrasia creativa gracias a la participación de lectores de todo el mundo. Esta iniciativa, que en principio consistía en una serie de talleres visuales en forma de serie web y una exposición virtual colectiva, se materializó en el libro que nos ha traído Kókinos este otoño a las librerías.


De los tres títulos que aquí recojo, probablemente sea el más visual. En él se recogen la mayor parte de los recursos estéticos que suele utilizar el autor francés afincado en Nueva York. Páginas desplegables que recuerdan a leporellos, troqueles que seleccionan unos colores sí y otros no, series que suman y otras que restan, acumulativas o repetitivas, collages y fotografías, y los tres colores básicos se combinan en esta exposición en forma de cuaderno con gusanillo que, como otras obras de Kveta Pacovsca o Katsumi Komagata, nos sumerge en una amalgama de recursos visuales que inspiran y desbordan al artista que todos llevamos dentro.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Cultivar la poesía


Hace unos años salían poetas de debajo de las piedras. Al abrigo de las redes sociales, muchos se encontraron con las palabras y le dieron rienda suelta a la creatividad para, en loor de la rima y verso breve, hallar un nicho en el que triunfar. El nuevo medio recuperó aquella moda de la poesía de carpeta y todos los adolescentes se lanzaron al consumo como manda la tradición.
Cada vez que te acercabas a una librería, encontrabas una sección dedicada a las publicaciones todos aquellos que Instagram se había encargado de encumbrar y las grandes casas editoriales necesitaban explotar. Nombres como Elvira Sastre, Marwan, Miguel Gane, Rupi Kaur o Defreds se hicieron virales entre mis alumnas y yo me dedicaba a meter las narices en sus libros.


Dejando a un lado la calidad de sus creaciones (de todo hay en la viña del señor y en las pantallas de los móviles), cabe aquí una pequeña reflexión sobre poética y estética, una diferencia fundamental en este tinglao que quizá arroje un poquito de luz a las polémicas (pseudo)intelectuales que han rodeado a las creaciones de estos autores poco ortodoxos.
La estética, desde el punto de vista académico, se refiere a la actitud del espectador, una exigencia que el consumidor de arte requiere hacia la obra y su autor, es decir, tiene que ver con la experiencia y la elaboración discursiva. Por lo tanto, ante una misma forma artística hay diferentes puntos de vista estéticos. Unos demandan más y otros menos, pero todos la interpretan a su manera.
Por otro lado tenemos la poética. Derivado de la voz griega poíesis, que significa hacer o materializar, se relaciona con la actividad creadora. En su concepción más clásica, el poeta no busca satisfacer al público, sino materializar sus ideas desde la propia técnica. No busca lo bello, esa apreciación estética de la que generalmente hablan los lectores, sino expresarse para ser entendido.


Evidentemente, si echamos mano de algunos de estos poemas de última hornada, la controversia está servida, pues ambos conceptos están sujetos a una evolución a lo largo de la historia y, sobre todo, a las diferentes visiones públicas y privadas, comerciales y vitales, que se han desarrollado desde que lo artístico, y por ende lo literario, es un negocio del que no solo viven los creadores.


Esperando sus consideraciones al respecto, les invito a acercarse a Poetas, el nuevo álbum de Fernando Vázquez que acaba de publicar A buen paso, y donde nos invita a conocer unos cuantos nombres de la poesía más clásica.
La acción se desarrolla en torno a catorce poetas de las más variadas épocas y estilos que, navegando en mitad de la noche, llegan hasta una casa donde los niños duermen. Autores como Dante Alghieri, Arthur Rimbaud, Fernando Pessoa, Walt Whiltman Francisco de Quevedo o Anne Sexton resuenan en esta antología ilustrada, en la que cada imagen está inspirada en un poema de cada uno de estos.


El gran mantel de Pablo Neruda, las Vocales de Arthur Rimbaud, o Niño de Sylvia Plath están representados gracias a la experiencia estética de otro autor que, con la poética de sus imágenes, hace girar el engranaje de nuestro subconsciente gracias a este aquelarre, esta cabalgata final de buenas noches.
Como detalle curioso mencionar la presencia de Diego Armando Maradona (otro poeta, el número 15, en este caso futbolístico) que no podía faltar en la obra de un argentino. Imágenes sugerentes, personajes desfigurados, óptica cinematográfica y una técnica mixta en la que destacan la acuarela y el gouache, son los acicates para perderse en este libro tan especial.

martes, 21 de noviembre de 2023

Espejos y reflejos


Vivimos rodeados de espejos. En el baño, en el armario, en el recibidor. Unos sirven para no perder detalle de nuestra silueta y otros nos hablan del peinado o las legañas. Nada como un buen espejo para acicalarse. Bien pensado, el espejo es un gran invento, sobre todo en esta sociedad del postureo. Pero ¿qué sería de nosotros sin el espejo del retrovisor? ¿Cómo aparcaríamos? ¿Y los microscopios, telescopios, cámaras de fotos y demás engendros ópticos? ¿Cómo se hubieran fabricado?
Los espejos cobraron vida cuando los seres humanos vieron reflejado su rostro en un charco de agua oscura, pero como objetos nacieron hace miles de años, cuando los pueblos primitivos comenzaron a fabricarlos con materiales como la obsidiana, el cobre o la plata, hasta llegar al que conocemos hoy día (espejo azogado) hecho con vidrio y una fina lámina de metal y que se inventó en la alta Edad Media.


En cualquier caso, poco mérito tiene el hombre en una propiedad física de las ondas, la de rebotar cuando se encuentra con un medio diferente al anterior. Si la superficie de este está debidamente pulida, el ángulo de incidencia y el ángulo de reflexión son idénticos y puede crearse una imagen especular (ya saben, igual pero simétrica).
Espejos minúsculos para llevarlos en el bolso, espejos para que los bailarines evalúen sus movimientos, espejos para que toda la ropa nos siente bien, espejos para divertirnos en los parques de atracciones, espejos con los que espiar a la vecina, y espejos para que no se reflejen los vampiros.
También hay espejos muy literarios. Como el de la madrastra de Blancanieves, todo un cizañero en esto de las competiciones de belleza. En El señor de los anillos también tenemos el espejo de Galadriel, capaz de mostrar el futuro. Y cómo no, el espejo de Oesde que aparece en Harry Potter y la piedra filosofal, que no refleja la imagen de quien lo contempla, sino sus deseos más profundos. De todos ellos el que más me gusta es el espejo que da título a la segunda parte de las aventuras de la Alicia, ese que abre la puerta a un universo parecido al del libro de hoy.


Espejo, el álbum de Javier Peña que acaba de publicar Thule, es una de esas historias muy bien traídas y en la que el formato tiene una función inestimable. Es la historia de un terrícola que aterriza en Espejo, un planeta habitado por los espejismos, unos seres parecidos a los humanos que se dividen en pueblos idénticos que comparten el mismo suelo y funcionan a modo de reflejos. Como el visitante no tiene un reflejo como el resto, la reina ordena de inmediato su entrada en prisión, donde sucederá algo muy curioso.
Bebiendo en gran parte de la obra de Lewis Carroll (un espejo que funciona a modo de resorte narrativo, una reina implacable que recuerda a la de corazones, y todo ese sinsentido que tanto juego ha dado), el autor propone una vuelta de tuerca y se adentra en el universo de las perspectivas visuales gracias a unas ilustraciones donde el eje de simetría es el protagonista.


No pareciéndole bastante, enriquece este juego visual con un montón de personajes salidos de obras clásicas de la pintura universal. La dama del armiño, el caballero de la mano en el pecho o la virgen del prado llenan las páginas de un libro que es un museo viviente. De este modo, Javier Peña cuece y enriquece un librito al que podemos sacar mucho partido.
Imágenes digitales, un texto directo, un dedo que señala el sentido de la lectura y un índice de los cuadros escondidos, aúpan un álbum más que honesto con el que divertirse imaginando posibilidades imposibles y adivinando a Boticelli, da Vinci, Veronese o Van Eyck.

miércoles, 11 de octubre de 2023

Elogio a la necedad


Hace más de cinco siglos que Desiderio Erasmo de Rotterdam, el gran pensador neerlandés, dedicara a populacho y gobernantes su Elogio a la necedad o encomio de la estulticia, para mi gusto, un libro todavía vigente a pesar de lo que ha llovido, no solo porque los necios sigan in crescendo, sino porque la sociedad es incluso más gris que en aquel entonces. Si no lo han leído, les invito a que le echen un vistazo y hagan una lectura, al menos, de sus frases más célebres para constatarlo.
Lo que más llama la atención de este libro es que, aprovechando que fue escrito en latín, su título se traduzca últimamente como Elogio a la locura, cuando Erasmo en realidad se refería a tontos y necios, dos adjetivos que, para mi gusto, distan bastante del llamado loco. Bastante tienen aquellos que sufren esquizofrenia u otras patologías de la psique, para que los relacionen con los primeros.


Yo diría que, más bien, tiene relación con esa frase tan española de “hacerse el loco”, una que utilizamos con frecuencia siempre que alguien quiere eludir un hecho o hacer caso omiso de alguna situación, generalmente embarazosa y que pone en evidencia su falta de sensatez, entendimiento, autocrítica y, sobre todo, miserias. Que este mundo bien podría llevar por título el del libro de hoy, La nave de los necios, recién publicado por A fin de cuentos.
Ana González Lartitegui nos brinda un libro, como diría Karlos Arguiñano, lleno de fundamento, no sólo porque es estupendo desde el principio hasta el final, sino porque el trabajo en el planteamiento y la resolución ha sido exquisito.


La autora maña nos plantea una historia muy loca en la que el sentido y el sinsentido danzan en todas sus páginas. Todo empieza con un joven aburrido (ya saben, lo que se estila…) que decide gastarle una broma a un vecino y echarse unas risas a costa suya. Pero como esta es una historia de ida y vuelta, al final le sale el cuento por la culata gracias a unos cuantos personajes que parecen salidos de La Celestina, películas de los Monty Phyton o un chiste de Gila.


Sobre los recursos narrativos y de estilo, hay que destacar bastantes cosas... Primero, utiliza un hilo conductor un tanto inverosímil (esa mata de tomate que pasa de mano en mano me recuerda a otras retahílas, cuentos sumativos y narraciones encadenadas como Corre, corre panecillo). En segundo lugar, imprime movimiento mientras los personajes van cambiando de ubicación en cada doble página. También ambienta la historia en el medievo tardío europeo, una época tan sugerente, como extraña, que siempre ha dado juego a ilustradores como Andrej Duguin y Olga Duguina. Por último, la Lartitegui toma como referencias grandes obras de la pintura flamenca y nos propone un juego del escondite gracias a El Bosco (recuerden que tiene un cuadro titulado como este libro, que a su vez está inspirado en la obra satírica de Sebastian Brant), Patinir, Brueghel el viejo o Desprez, al tiempo que nos sumerge en obras tan emblemáticas como El paso de la laguna Estigia, La parábola de los ciegos o El carro de heno.


Tapas enteladas, ilustraciones realizadas enteramente a mano y montones de detalles, nos dan la bienvenida a este “road trip” donde humor, arte y sentido crítico son los mejores aliados de una lectura en la que todos podemos mirarnos como necios y estúpidos que somos.

miércoles, 8 de febrero de 2023

El infinito de Kvĕta



Si tenemos en cuenta que dedico esta semana a títulos clásicos de los que nunca antes había hablado y que desde todos los lugares monstruosos celebramos la figura de Kvĕta Pacovská tras su fallecimiento el pasado lunes, he creído conveniente detenerme en uno de los libros más especiales de esta artista que han sido publicados en nuestro país.
Incluido en la categoría de libros de artista o libros-objeto, este álbum de gran formato publicado por Kalandraka dentro de su sello Faktoría K de libros en el año 2008 supuso una alegría para muchos de nosotros ya que daba una visión mucho más compleja y perspicaz de lo que a priori se piensa que son los álbumes.


Se trata de un libro que, a pesar de tener una temática supuestamente limitada y muy infantil (números y letras), nos hace ver que cualquier motivo es capaz de desbordarse gracias a una mirada donde conviven el arte y la poética gracias a la perspicacia que ofrece el tiempo.
La materialidad del libro está muy presente en esta obra gracias a la encuadernación (cosida), el formato (grande, cuadrado), papel estucado de elevado gramaje, una camisa de plástico transparente, piezas en relieve tanto en la tapa como en la contratapa, contrastes de todo tipo, troqueles y pestañas móviles, elementos pop-up o materiales reflectantes que simulan espejos.


Pacovska tampoco olvida la funcionalidad del juego ni quiénes son sus últimos interlocutores, los niños. Les tiende la mano en este viaje a través de grafemas y fonemas que, además de invitar al conocimiento, cultivan su propio ideario tachonado de personajes que recuerdan a tentetiesos y títeres centroeuropeos, a hipopótamos y rinocerontes, a felinos y señoras respetables.



Aunque todos sus libros tienen mucho arte y merecen una mirada detenida, este alude a la legibilidad de la imagen, no solo del pequeño lector, sino de cualquiera que se atreva a pasar sus páginas sin presuposiciones, prejuicios o complejos. Interactivo y dinámico, este enorme collage propone diferentes lecturas independientes, diagonales o alternas que se alejan de la funcionalidad clásica a pesar de presentarse en forma de libro.
Lo que en apariencia es caótico, en realidad está pensado para el disfrute, romper el marco de lectura y permitir al lector-espectador ir hacia delante o hacia atrás, asomarse, esconderse o proyectar sombras chinescas, pero siempre salir triunfante de un punto de partida donde la extrañeza es cautivadora.


Esperando que alguna editorial se atreva a publicar Couleurs du jour (Editions des grandes personnes) y Un livre pour toi (Seuil), dos libros-acordeón en los que también merece la pena navegar, nos despedimos hasta entonces, infinita Kvĕta.

martes, 29 de noviembre de 2022

Tranquilidad y creatividad


Parece una tontería, pero disponer de un lugar adecuado en el que darle forma a las ideas es algo fundamental para todos aquellos que nos dedicamos a la creación (¡Que lo mío me cuesta darle cohesión a todas estas reseñas!). No es una cuestión de inspiración, que también, sino más bien de un lugar en el que nos sintamos a gusto, encontremos un ambiente propicio para dejar fluir nuestras habilidades y, sobre todo, que nos resulte práctico a la hora de trabajar.
Si lo tuyo es la pintura al óleo, necesitas un buen caballete y que corra el aire para no asfixiarte. Si te dedicas a danzar, mucha amplitud y un buen espejo. Si bordas o tejes nada como un buen flexo y un asiento cómodo. O si por el contrario te dedicas a tocar la trompeta, no estaría mal una habitación insonorizada y con buena acústica.


Si bien es cierto que la luz, la limpieza y la comodidad son un plus en cualquier espacio de trabajo, cada tarea necesita un espacio diferente. No podemos tocar el saxofón, hacer yoga y escribir una novela en el mismo lugar. Y si lo hacemos es porque no nos queda otra. Ya nos gustaría a todos disponer de gimnasio, sala de conciertos y despacho con vistas al mar.
En mi caso y sobre todo, necesito calma y tranquilidad. No absoluto silencio, pero sí un lugar apacible Sinceramente. No sé cómo Van Dog es capaz de pintar con la que tiene liada. ¿Que quién es Van Dog? Van Dog es el protagonista de un álbum homónimo de Mikolaj Pasinski y Gosia Herba recién publicado por la editorial Juventud que nos habla de unas cuantas cosas.


Este artista canino se decide a pintar una puesta de sol en mitad del campo. Coge todos los apechusques, se va hasta un prado espléndido y empieza a pintar cuando, de repente, empiezan a llegar todo quisqui. Hormigas que se dirigen al trabajo, niños que juegan al futbol, Gozilla, y hasta los extraterrestres, irrumpen en el espacio que Van Dog está intentando inmortalizar. ¿Lo conseguirá?
Con recursos propios del cómic y un montón de detalles, este libro-álbum es un espacio propicio para todo tipo de juegos, situaciones y lecturas. Aunque la acción se desarrolla en el mismo lugar, en él suceden toda una suerte de personajes, circunstancias y avatares que desbordan la narración gracias a multitud de micro-relatos, conversaciones e historias inverosímiles donde lo caótico y el sinsentido aúpan sonrisas.


Lo mejor viene cuando llegamos al final y descubrimos el trabajo final de Van Dog. Un libro que da mucho de sí. Se lo aseguro. Un regalo inmejorable para cotillas, amantes de la pintura, gente deprimida y maniáticos del silencio.

lunes, 28 de noviembre de 2022

El arte del engaño


Siempre que la Patri y un servidor nos ponemos a charlar sobre lo mal pagado que está el mundo del arte en general, y el de la ilustración en particular, ella me dice que el quid de la cuestión está en rodearse de gente con pasta que no le tiemble la mano a la hora de soltar los billetes y no esté roñoseando esos cuatro céntimo que no sirven de nada.
Me menciona a tres o cuatro artistas de nueva hornada que se rodean de la flor y nata, de ricos caprichosos que valoran sus trabajos y les dan de comer todo el año. El mecenazgo, una fórmula que se inventó hace siglos y sigue perdurando porque a las élites no les interesa que el arte esté al alcance de la mano.


Ahora los llaman inversores, que, esperando la revalorización de sus bienes, compran grabados, esculturas y cuadros, muchos cuadros. Desgravaciones, quitarse de encima el dinero negro, sacar provecho, salvar indigentes o seguir el ejemplo de la baronesa. De entre todas las razones para comprar en galerías y pujar en subastas, mi favorita es disfrutar del arte desde el sofá.
Porque no todo el mundo sabe mirar un cuadro, valorar lo que tiene delante, emocionarse, hallar su trasfondo, estudiar el uso del color o la composición, descifrar su mensaje. De poco sirve tener un Jenny Saville, un Jeff Koons, un Ed Ruscha o un Damien Hirst colgado en el salón cuando lo tuyo es un buen pernil.


Si bien es cierto que alguno que otro le saca partido al típico golpe de suerte, lo general es que nuevos ricos, horteras de bolera y estiracuellos sean carne de cañón para pintores mediocres, escultores de medio pelo o retratistas de tres al cuarto. Pies con esto del arte moderno, hay mucho jeta disfrazado de artista que, echándole morro al asunto, se forra a base de ignorantes.
Y no es que yo vea mal que muchos especuladores de arte reciban una buena bofetada de realidad, pero si tienes intención de especular con obras de arte y no quieres que te metan un pufo, una de dos: o te asesoras adecuadamente, o educas el paladar a base de mirar y Summa Artis.


En El retrato del conejo, con texto de Emmanuel Trédez e ilustraciones de Delphine Jacquot, la editorial Lóguez se suma a esa fiebre por los conejos que se ha desatado este otoño en la Literatura Infantil y de paso nos encandilan sobre una historia de pillaje en el arte.
El señor conejo recibe una carta venida de lejos en el que una comadreja le confiesa su amor y admiración. Él, para conquistarla, decide enviarle un retrato suyo pero como no conoce a nadie, le pide consejo a Cerdo. Este le recomienda acudir a la galería del Burro, donde Zorro, un artista de reconocido prestigio puede echarle un cable por un dineral. Una vez terminado el retrato, el conejo lo encuentra demasiado minimalista para lo que le ha costado.


Dejándoos a vosotros el final de la historia, me dedico a los aspectos técnicos. Lleno de humor, este libro es de un formato considerable, con una ilustración de portada vívida y colorista que atrapa al instante. Narrada a base de rimas sencillas y llena de detalles (vestuario y mobiliario incluidos), esta historia rebosa mucho arte. 
Cuadros por todas partes que, protagonizados por animales, nos hablan de Giacometti, Picasso, Magritte, Friedrich, Lucio Fontana o Man Ray. Guiños a la historia del arte que aúpan una parodia del arte moderno que envía una advertencia a todos esos arribistas incautos de los que hemos hablado.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Del revés


Hace muchos años que no me pongo bocabajo. Desde que me examiné de hacer el pino (parece de risa, pero nuestro profesor de educación física estaba empeñado en que semejante ejercicio era clave para estar en forma), no me he vuelto a poner del revés. Al menos, de manera consciente. Inconscientemente quizá lo haya hecho mientras volaba al hemisferio sur o probando alguna montaña rusa.


En definitiva todo depende del ángulo con el que miremos las cosas. Un día nos levantamos torcidos y lo vemos todo patas arriba, y después de una buena siesta todo se va enderezando. Por eso conviene mantener la mente ocupada en cuestiones poco sesudas, más superfluas y, sobre todo, muy alegres, no sea que de tanto giro, la vomitona sea monumental.


En cualquier caso, los peores reveses te los da la vida. Enfermedades crónicas, la pérdida de un ser querido, la cola del paro o decepciones amorosas. Esos sí que te cambian la perspectiva. Tardas en acostumbrarte, pero poco a poco te vas poniendo de pie y aunque nada se parece al antes, siempre queda el después.
Cuando era pequeño quería ser un murciélago para no marearme cuando me quedaba colgando de los columpios. Hubiera sido divertido, sobre todo para darles la vuelta a las tortillas de patata y que no se desbaratasen por torpe e inexperto. Incluso para disfrutar de un libro como el de hoy.


Bocabajo, un álbum de Alba Dalmau y Cinta Vidal publicado por la editorial Bindi Books, podría enmarcarse dentro del álbum experimental ya que es un producto con una doble vida. Por un lado teníamos los trabajos que la reconocida artista plástica Cinta Vidal había ido realizando para distintas muestras y exposiciones, unas pinturas que indagaban en la ausencia de gravedad, el juego de la perspectiva y la concepción espacial y que además propiciaban una narrativa muy sugerente. En ese instante aparece la escritora Alba Dalmau que, inspirándose en ellas, idea una historia que complementa a estas imágenes.


Así nace este libro que nos habla de Caliua, una gata que desaparece el día en el que el mundo comienza a tambalearse y lo cambia todo de sitio. Lo que está arriba, pasa a estar a la izquierda, lo de abajo, arriba, y la derecha, a la izquierda. Todo se transforma en un completo caos (o quizá deberíamos decir orden) del que el espectador puede participar gracias a las composiciones que propone Vidal y que se nutren de elementos geométricos y arquitectónicos que es inevitable te recuerden a Escher.


Una delicia visual que se desborda en múltiples destellos discursivos. La resolución de problemas complejos, lo paradójico, las relaciones sociales y sus conflictos, lo compartido y lo comunitario, o dualidades de una misma realidad son algunas de las cosas que se me ocurren mientras paso las páginas. ¿Y a ustedes? ¿Qué les sugiere?

miércoles, 18 de mayo de 2022

¡Feliz día de los museos!


En este día internacional de los museos me dispongo a hacer una reseña de uno de esos libros que hace años deberían haber estado aquí pero que por culpa de las novedades, mis descuidos o la falta de tiempo, no le ha sido asignado un lugar hasta hoy.
Se trata de Pequeño museo, un libro que editó hace años Corimbo y que todavía pueden encontrar en las librerías. Este es un álbum muy especial, no solo porque se dirige a todo tipo de lectores (aunque muchos se empeñen en catalogarlo como imagiario o libro de imágenes para prelectores), sino porque es una síntesis sin parangón entre dos universos, el del arte y el de la lectura.


Creado en 1992, este diccionario, abecedario o palabrario (¡Hay tantas formas de llamarlo…!) se presenta en tapa blanda y en formato bilingüe –castellano/inglés-, cosa que ya dice bastante, no sólo para maestros de toda índole y condición, sino a todos esos padres que viven empeñados en que sus hijos sean políglotas por culpa de complejos personales (¡Con lo que cuesta aprender otro idioma!).
Una vez lo abres y empiezas a pasar páginas, observas que, como cualquier otro álbum de este tipo, cada doble página representa una palabra que está escrita en la página izquierda y representada por una imagen en la derecha. Lo más curioso es que todas las imágenes que se recogen en este libro proceden de cuadros que se exponen en los mejores museos y galerías de arte de todo el mundo.


Seleccionadas por Alain Le Saux y Gregoire Solotareff es un libro que hace un recorrido a toda la historia de la pintura tomando como excusa el orden alfabético (si lo que quieren en una historia del arte cronológica este no es su libro) de las palabras que aquí se representan. Gallina, huevo, cara, ciclista, espalda, mariposa… Así hasta 149 palabras (se pueden imaginar que es un libro bastante tocho) que se acompañan de detalles u obras de genios como Magritte, Velazquez, Picasso, Bruegel, Piero de la Francesca, Van Gogh, Monet o Hopper.
Me parece un ejercicio de memoria muy interesante para alumnos de bachillerato o incluso de universidad, sobre todo en lo que a materia referencia se refiere (no solo como repaso de examen, comentario artístico o competición de conocimientos, que también), ya que muchas de las obras seleccionadas son un resumen más que acertado de los movimientos y corrientes artísticas que impregnan la cultura occidental.


Si bien es cierto que no sabría adscribirlo a la categoría de ficción o a la de no ficción, el resultado me parece cuanto ni menos interesante, no sólo por el cariz tan evocador y estético que propone, sino por experimentar con la hibridación entre lenguajes, esa correspondencia entre la imagen y la palabra desde un prisma más complejo todavía en el que el discurso emergente se eleva al cuadrado (¿Qué intentaba decirnos aquel artista con este cuadro? ¿Qué nos dice ahora? ¿Cambia el mensaje con solo una palabra).
No se pierdan este museo. Es una joya.


martes, 8 de febrero de 2022

Una simbiosis artística


Aunque febrero está aquí, todavía se pueden plantear una New Year resolution, o en cristiano, un propósito para este 2022. A más de uno le habrá dado por el yoga, el crochet o el alemán. Pero yo prefiero decantarme por la pintura.
Con tanto inglés, tanto deporte, tanta pandemia, tanto blog, tanta red social y tanta hostia, no me queda ni un minuto para darle rienda suelta a mi faceta más artística. Hace unos años me concedía la mañana del sábado para coger los pinceles y practicar, pero de un tiempo a esta parte, naranjas de la China.


No les voy a decir que un servidor sea un artista disciplinado. De eso nada. Regalos, algún encargo, ilustraciones o simples ejercicios han sido los acicates en esta intermitente carrera como aficionado. Cualquier excusa ha sido buena para empujarme a esto del dibujo. Eso sí, también diré que soy bastante terco, y cuando decido pintar algo, me gusta acabarlo.
También soy bastante perfeccionista, como mi madre. Ella siempre ha creído que ese “don del dibujo” (como dice ella) lo he heredado de mi padre. Yo no estoy muy de acuerdo, pues más vale paciencia y constancia, que fiarse de talentos y habilidades (prueba de ello son algunos de los platos con los que nos suele “deleitar” el buen hombre…).


Prueba y error, prueba y error… Muchas cuestiones de la vida giran en torno a ese matrimonio de vocablos, pero también es cierto que en cada disciplina hay un puntito de magia que nos aproxima a la excelencia, y en esto del arte, tiene que ver con el estilo, ese algo innato, especial y diferente que también hay que saber cultivar.
Sí, mi madre es incapaz de dibujar un monigote pero hace otras cosas la mar de bien, como por ejemplo, bordar, algo que a mí, personalmente, me costaría horrores. Es por ello que admiro a todas las que, con hilo y aguja son capaces de engalanar cualquier bastidor y prenda de vestir.


Algo parecido debió pensar Miguel Ángel Pérez Arteaga cuando vio por primera vez los bordados de Práscedes Alastuey, la hermana de su bisabuela. Unas pequeñas obras de arte que colgaban de un marco sobre las paredes de la casa del pueblo desde hace décadas y que le inspiraron para contar una bonita historia en su álbum Me gusta dibujar que fue publicado hace unos meses por la editorial Yekibud.
Cuenta el autor que fueron hechos en 1898 y que mientras contemplaba un día aquellas letras, personajes y motivos de toda condición, empezó a brotar en su imaginación una historia donde, tomando como hilo conductor aquellas puntadas de colores, podían encontrarse dos familiares con inquietudes artísticas que habían sido cuyas vidas había separado más de un siglo.


Una vez más el autor maño nos vuelve a sorprender echando mano del diseño tipográfico, la fotografía y las técnicas tradicionales (en este caso el bordado) para aupar un álbum pequeñito donde conviven en perfecta simbiosis dos perspectivas artísticas diferentes a base de cuento sumativo y narrativa casi circular. Y de paso rinde un homenaje a todas aquellas personas que, como Práscedes, dedican parte de su tiempo a darle forma a sus ideas como mejor les parece.
Un canto a la tradición y la creatividad desde una visión compartida de la belleza que nos rodea.