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jueves, 2 de marzo de 2017

Pablo Ráez o cómo hacer un mundo mejor


Barbara Cooney. La señorita Emilia. Ekaré.

No sé qué hubiera opinado Pablo Ráez de que una calle llevara su nombre, ni si le hubiera gustado recibir tantos honores tras su fallecimiento. Lo único que sé es que la muerte de este chico ha generado ciertas controversias que me gustaría recoger en este lugar donde los monstruos también lloran.


Sarah Stewart y David Small (il.). La jardinera. Ekaré.

Unos dicen que el cáncer, esa enfermedad condicionada, tanto por factores genéticos, como por ambientales, engulle cientos de vidas a diario. Que Pablo era otro de esos enfermos que conviven con la leucemia y cuya recuperación depende más de la ciencia y los médicos que de su propio estoicismo. Que la de este chico era otra vida truncada por una realidad que golpea a la especie humana con mucha frecuencia, más todavía desde que la industria química y los hábitos poco saludables irrumpieron en nuestro modus operandi. Nada excepcional. ¿Qué familia no sabe lo que es el cáncer? Los enfermos no son héroes, ni mesías, tampoco mártires, sino el resultado, por desgracia, de mucha mala suerte.


Mac Barnett y Jon Klassen (il.). Hilo sin fin. Juventud.

Al otro lado tenemos aquellos que se deshacen en loas a un chaval que decidió no amilanarse frente a la adversidad, que buscó las palabras más adecuadas para animarse a sí mismo, a sus allegados, a quienes lo rodeaban. Que vestía con una sonrisa al mal tiempo, que dejaba correr la brisa para aliviar esa cruda carrera de fondo, y que nos enseñó que la vida es un regalo enorme. Que era un ejemplo de entereza y lucha, de fuerza ante la adversidad. Muy carismático, un gran comunicador, despierto y esperanzado.


Cho Sunkyung. El jardín subterráneo. Thule.

Y en medio de todo esto ando yo. Pensando que Pablo Ráez fue una persona ingeniosa que, desde su propio individualismo, supo aupar una iniciativa que ha resultado ser una de las mejores campañas para captar donantes de médula ósea de este país. Que, de un modo honesto y sincero, supo llegar a los que le rodeaban para desarrollar un bucle solidario, no sólo para beneficiarse de su incesante búsqueda de hallar un donante compatible, sino para, sin comerlo ni beberlo, abrir muchas puertas a otros enfermos y hacer visible el sufrido campo de minas que conllevan los trasplantes de médula ósea.


Monika Feth y Antoni Boratynski (il). El señor Todoazul abrillantador de placas callejeras. Lumen. 


Jeanette Winter. La bibliotecaria de Basora. Una historia real de Iraq. Juventud.

No sé si Pablo Ráez se merece una calle, una estatua o uno de esos bancos dedicados tan típicos en Inglaterra que bien podrían bordear la Malagueta, pero sería maravilloso que su historia, otra que habla de cómo hacer más hermoso y especial nuestro mundo, fuera recogida en un libro para niños, para mí, el más bonito de los tributos.


Barbara Cooney. La señorita Emilia. Ekaré.

lunes, 14 de junio de 2010

Bibliotecas al galope



A las bibliotecarias y bibliotecarios que me siguen a diario.

La boda del sábado, apoteósica, gracias (pregúntenle a mi cuerpo… ¡Bufff!).
Dejando caer la cortinilla (a veces hay que correr el telón de manera repentina y dejar que el tiempo siga su camino, y las dos semanas que restan son cruciales para preparar a conciencia el examen de oposición que me espera el sábado 26 de este mes… ¡Ea!) y sin mucho preámbulo, hoy les traigo un libro exquisito y que puede ser un buen regalo para todas las bibliotecarias y bibliotecarios que siguen este espacio, La señora de los libros, de Heather Henson y David Small (autor también de La jardinera, reseñado aquí hace un tiempo). Este álbum ilustrado publicado por la editorial Juventud, narra la historia de una de esas bibliotecarias que recorrían a caballo el oeste norteamericano para poblar de libros los hogares más inaccesibles, más alejados.
Por supuesto que es una historia con final feliz que les invito a leer, pero aprovechando la divulgación que ésta hace de un proyecto que se llevó a cabo en los Estados Unidos en los años treinta, quiero hacerles llegar otro tipo de acciones por la lectura que también se llevaron a cabo en España en la misma época, concretamente en la Segunda República (1931-1936) –¡y seguimos contribuyendo a la mitificación de este periodo de nuestra historia!-, época en la que, a través de las Misiones Pedagógicas (esas que abanderó María Moliner, la del diccionario, sí), se crearon bibliotecas ubicadas en las aulas educativas del mundo rural, concretamente en aquellas localidades más desfavorecidas y alejadas de la cultura, donde el maestro, además de utilizar el fondo de la misma para su ejercicio pedagógico durante la jornada escolar, al acabar ésta, lo prestaba al resto de la población, haciendo posible así que la cultura arribase a los puntos más apartados de la geografía española, todo ello enmarcado en una organización bien estudiada donde el profesorado recibía nociones de biblioteconomía.Y así, con bibliotecas viajeras, con analfabetos que dejan de serlo y esa magia que tienen las palabras, les dejo que me toca repasar…

viernes, 12 de diciembre de 2008

Jardinería y otras visicitudes



Sé que esta semana he estado demasiado ácido, así que, para terminarla, he decidido colocar una nota melancólica a este espacio.
Ya es Diciembre e, inexorablemente, las fiestas se acercan. Esta Navidad se presenta dura, sobre todo para aquellos que han perdido su trabajo en el transcurso de los últimos meses debido a esta profunda crisis que ha empezado a azotarnos. Los afortunados, entre los que me cuento, no solemos pensar en aquellos que no lo son tanto y seguimos viviendo con nuestros sueños aderezados de libros, de reuniones con amigos o de otras ocupaciones. También hemos de tener en cuenta que la vida sigue, y para ello, para enfrentarse a ella, hay que obtener fuerzas y un mínimo de esperanza, aunque sea de los libros, de libros como el que hoy les presento, La jardinera, en el que sus autores, Sarah Stewart y David Small, narran la historia de una niña, Lydia Gracia, que, durante la Gran Depresión, se marcha a vivir con su tío a la gran ciudad mientras su padre busca un empleo con el que poder mantener a toda la familia… No les adelanto más. Los libros son como sorpresas que pierden su esencia si alguien entreabre la tapa demasiado…