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jueves, 29 de abril de 2021

Gemelos pero diferentes


Seguramente conoces alguna pareja de gemelos, y no me refiero a los músculos que te ayudan a caminar o a esos accesorios que cierran de manera elegante el puño de las camisas, sino a los hermanos que se han gestado y nacido al mismo tiempo.


Aunque “mellizo” se utiliza como equivalencia, la palabra «gemelos» es utilizada para referirse a los gemelos homocigóticos, es decir que fueron concebidos por la unión de un óvulo y un espermatozoide, y no dos o más parejas de gametos distintos.
Esto se debe a que durante los días posteriores a la fertilización existe una división anómala que produce dos cigotos. Dependiendo de cuando tenga lugar esa división, tendremos diferentes tipos de gemelos que pueden compartir o no el saco amniótico, el corion y/o la placenta. El caso más llamativo es el de los gemelos siameses, ya que la división del cigoto ocurre a partir del décimo día después de la fecundación, la bipartición es incompleta y ambos fetos compartirán partes de su cuerpo, lo que se llama siameses.


Los gemelos siempre han estado rodeados de un halo de misterio y, por qué no, también de magia. Que si telepatía, que si poderes sobrenaturales, artes adivinatorias… Tanto es así que en el antiguo Japón y algunas tribus americanas, los gemelos eran sacrificados al nacer por interpretarse como un mal presagio. Pero nada de eso.
Si algo tienen los gemelos es que comparten la mayor parte de los genes y tienen un vínculo muy estrecho entre ellos, tanto físico, como emocional. Se tocan entre ellos más que otros hermanos, se desarrollan a modo de espejo (en muchos casos uno es zurdo y el otro diestro) y pueden compartir patrones cognitivos. Véase el caso de dos hermanos idénticos de Minnesota que fueron separados a las cuatro semanas de su nacimiento, siendo adoptados por diferentes familias y no se conocieron hasta los 39 años de edad. Sin tener ningún tipo de interacción, ambos medían y pesaban lo mismo, tenían como favorita la misma playa de Florida, eran buenos en matemáticas y compartían aficiones como la carpintería y el dibujo.


No obstante y como ya he apuntado, los gemelos no son dos gotas de agua. Primero porque su desarrollo embrionario es independiente y pueden sufrir procesos que alteren sus genes, segundo porque su nutrición no es la misma durante la gestación y tercero porque hay una cosa llamada epigenética que dice que todo lo que nos rodea puede alterar nuestro genoma.
Precisamente esto es algo que nos cuentan Germán Machado y Mercè Gali en su recién publicado Yo soy el otro, un álbum editado por Litera Libros con algo de guasa y cierta jondura. 
En sus páginas nos encontramos la historia de Pablo y Eduardo, dos gemelos que debido a su parecido son frecuentemente confundidos. Todo quisqui se equivoca y nadie sabe quién es quién. Ellos ellos alimentan el juego cambiándose la ropa e incluso se aprovechan del lío para salirse con la suya con una frase hecha a su medida: "Yo soy el otro". Pero como las mentiras tienen las patas muy cortas...


Las ilustraciones me encantan, no sólo por una paleta de color tranquila y elegante, o el uso de diferentes técnicas como el ¿collage digital?, sino por esa dicotomía que presenta pero que a la vez se entremezcla, tanto o más que los protagonistas. Simpático y con cierta crítica constructiva, la narración puede derivar en discursos existencialistas o un pequeño debate sobre la importancia de buscar y ser fiel a la propia identidad, una que a veces se ve minada en la infancia por otros deseos más productivos.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

De jaulas y confinados


Hace unos años hablaba con mi amigo el Pablo sobre el concepto que en el mundo de la empresa se tiene de la “jaula de oro”, una expresión que se refiera a las condiciones en las que viven los trabajadores de las multinacionales en países con una elevada tasa de violencia para evitar secuestros exprés y otras cuitas donde el tráfico de cualquier cosa lleva la voz cantante. Básicamente consiste en tener encerradas a estas personas en complejos residenciales de alta seguridad en los que disponen de todas las comodidades imaginables (zonas verdes, pistas deportivas, gimnasios e incluso centros comerciales en los que comprar comida, ropa y hasta hacerse las uñas). 


La denominación me vino a la cabeza mientras estábamos confinados. Evidentemente las condiciones eran mucho peores. Sobre todo teniendo en cuenta que muchos viven en zulos de mala muerte, pisos sin apenas luz solar, sin una maldita terracilla a la que asomarse de vez en cuando, o compartiendo vivienda con tropecientos. Aquellas jaulas no eran tan doradas como la del ruiseñor del cuento y, una vez nos soltaron, la cosa cambió. Pudimos respirar, correr, caminar, ver a los que nos quieren (y a los que no, cosa que también se agradeció) y sobre todo darnos cuenta de que estamos hechos para la libertad. 


Lo peliagudo viene cuando, durante los pasados días, caigo en la cuenta de que muchos siguen encerrados en sus casas ¡6 meses después! Sí, señores, el miedo (o la obsesión, que no todo es estupor y temblores) los tiene anclados a la pata del sillón motu proprio o por el capricho de algún abencerraje llamado “hijo”. Y por si eso fuera poco, amenazan con seguir devorando telebasura unos cuantos meses más. Aunque yo respeto las decisiones de cada uno, me cuestiono la efectividad y las consecuencias de todo esto, sobre todo en el plano psicológico y afectivo, pues la mayor parte de nosotros nos hemos dado cuenta de que somos animales sociales y nuestro mundo no se puede resumir a cuatro paredes. Lo digo una vez más: soy más partidario de abrir la puerta y vivir con precaución a perder la vida en una prisión. 


Y si todavía les queda alguna duda, en este luminoso miércoles (¡Cómo se nota San Miguel y su veranillo!) les traigo un librito muy honesto de Germán Machado, Cecilia Varela y Andana Editorial que habla precisamente de todo esto. La jaula nos cuenta la historia de un chiquillo que quiere una mascota pero su padre le avisa una y otra vez de que los animales no sobreviven a los barrotes. Al final el abuelo llega con un regalo, un hámster. 
Aunque no les voy a contar el final, les aviso que es bastante inspirador y que deja cierto sabor agridulce en el paladar, algo que se agradece en un álbum que bien vale para lectores de cualquier edad. Mención aparte merece la ilustración de portada (mucha belleza en la composición y de gran simbolismo), las guardas peritextuales a modo de prólogo-epílogo y juegos visuales con mucha perspectiva y contraluz. Un libro que llena pero también abre un espacio a la reflexión.



viernes, 17 de abril de 2015

En celo


Ya nos vamos poniendo tontorrones, el vello se encrespa y las hormonas se revolucionan al ritmo de unas temperaturas en leve (a veces, ya saben como las gastan los anticiclones) ascenso… ¡Pero no se asusten!, no somos los únicos animales que entramos en celo. Elefantes, chimpancés, osos, conejos, perros y gatos también ven alterado su instinto reproductor y es imposible tranquilizarlos… ¡Que se lo digan a los propietarios de algún felino…! Puertas arañadas, patas de sillas carcomidas, macetas volcadas, sillones desvencijados y pelo hasta en la sopa, son los inconvenientes de adoptar mascotas sin el consentimiento de la naturaleza… ¡Espero que al menos les busquen un entretenimiento digno de su especie!

Para que un gato juegue

No es complicado:
puedes atar a un palo
rojas cintillas
y hamacarlas al aire,
o dejar en el piso,
como al descuido,
un carrete de hilo,
un lindo ovillo,
pelotas de papel
y cajas de cartón,
y dejar que los gatos
hagan la diversión.

Germán Machado.
En: La escuela de gatos de la señorita Cara Carmina.
Ilustraciones de Norma Andreu.
2014. Buenos Aires: Calibroscopio.


jueves, 26 de febrero de 2015

De políticos y lluvias agoreras


Por fin ha terminado el llamado “Debate del estado de la nación”, otra pantomima democrática que sólo sirve para dar pábulo (¿Más todavía? ¿Acaso no tenemos bastante?) a charlatanes y vendepeines (¿Quién se atrevió a mentar en este teatrillo la digna profesión del cuentacuentos? Sinvergüenza…). Unos predicadores que hablan de las plagas y catástrofes, de los huracanes y tempestades que asolarán el patio del vecino. ¡Cómo si los meteoros distinguieran entre los de unos y los de otros...! Imbéciles… Todos los patios son del mismo vecino: nosotros.

Mirando el jardín,
anuncia el vecino:

un gran chaparrón,
caerán pingüinos,
sapos y lagartos,
arañas y mirlos,
ratones, conejos,
dos ciervos, un tigre,
un oso hormiguero,
loros, cotorritas,
jirafas, tortugas,
focas, jabalíes…

Lo escuchas alegre
y piensas tranquilo:

El jardín vecino
será un gran zoológico
después del diluvio.

Germán Machado.
En: Ver llover.
Ilustraciones de Fernando de la Iglesia.
2010. Buenos Aires: Calibroscopio.