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miércoles, 22 de enero de 2025

Entre lo humano y lo desconocido


Aunque me dedico a la ciencia, siempre he convenido que la vida sigue siendo un misterio. Por muchas pruebas que recojamos para explicar la naturaleza química de nuestras células, el origen de nuestro planeta, las fuerzas que rigen el universo o los mecanismos que regulan los sistemas biológicos, siempre queda un atisbo de incertidumbre que nos lleva a preguntas difícilmente explicables. Es ahí cuando aparecen la religión y el esoterismo.


A pesar de existir diferencias entre unos y otros, todos nos llevan por el mismo camino. Desde un punto u otro, todos ellos abordan el misterio desde una posición sobrenatural. El hombre, como ser mortal, necesita explicar los fenómenos desde un prisma espiritual que puede adoptar diferentes formas. Los religiosos tienden hacia el humanismo, mientras que otros prefieren una postura mucho más esotérica y ancestral. Ritos, magia y todo tipo de correspondencias se van asumiendo instintivamente para buscar respuestas que trascienden al conocimiento humano.
Y así hemos ido llenando de leyendas, milagros y experiencias sobrehumanas nuestro pensamiento y hacer más asimilables esos interrogantes que nos aturden de vez en cuando. Ahí llega la mística (¿adivinan su etimología?), que, englobando a unos y otros, nos embebe en lo desconocido y afirma que todavía se nos escapa algo por muchos avances tecnológicos y científicos que se sucedan.


Sí, hoy me he puesto un tanto enigmático, pero para que no permanezcan ajenos a estos pensamientos que me asaltan y entren en calor, aquí les traigo Los misterios, el álbum de Bill Watterson y John Kascht que tanta controversia suscitó en el mercado anglosajón y que ha sido publicado en nuestro país por Océano Travesía.
La historia es breve y concisa. Un reino sin nombre está atestado de los llamados misterios, una suerte de amenazas inquietantes que acechan a los habitantes desde un bosque tenebroso. Nadie las ha visto, pero todos las temen. Hasta que un día logran capturar uno de esos misterios y sus miedos infundados se disipan rápidamente. De repente, todo cambia y la gente comienza a hacer de su capa un sayo, cambiando todo el reino, hasta que un día…


Antes de nada, hay que advertir a los fans de Calvin y Hobbes: no esperen una historia divertida ni colorista, pues en esta hay mucha seriedad y demasiados grises. Ya sé que el creador de una de las tiras cómicas más exitosas podría habernos regalado otro tipo de historia después de haber estado casi treinta años apartado del mundo editorial (recuerden que se retiró en 1995 a los 38 años), pero si su vuelta a los ruedos ha sido esta, por algo será… Diseccionemos…


a) Los autores han elegido el blanco y negro para unas ilustraciones ciertamente extrañas que recuerdan a fotografías de dioramas, esculturas de arcilla o composiciones digitales. Están tan bien procesadas que recuerdan a los universos de Suzy Lee o Heena Baek.
b) La atmósfera de las imágenes resulta un tanto turbadora y misteriosa, sobre todo por el uso del blanco y negro, los elementos desdibujados, los detalles surrealistas, su significado un tanto críptico y una óptica donde los planos generales y los primeros planos ayudan al contraste. Hay mucho de Chris Van Allsburg y Shaun Tan en este libro.


c) Aunque la estética parece recordar a la época medieval, los contrastes visuales que abundan hacia la segunda parte de la historia nos hablan de cierta atemporalidad. Si a eso unimos un mensaje aleccionador donde la ignorancia, la tecnocracia y la soberbia humana se unen de la mano, podríamos calificarla como fábula o parábola.
d) Por último, hay que acercarse al texto, un tanto tortuoso y retorcido (quizá debido a la traducción…) que, recordando a las lenguas antiguas, suena a modo de sermón y letanía. Es curioso cómo pueden fundirse el ecologismo o el humanismo en un álbum ilustrado, al mismo tiempo que ahonda en la redención individual o colectiva.


Les guste o no, este libro bien merece una lectura, no solo por sí mismo, sino por el contexto que lo rodea: la historia de un hombre que sobrepasado por la industria, decidió vivir su éxito como un retiro espiritual en el que reflexionar sobre los misterios que rodean al ser humano y su propia naturaleza. Total na’.

lunes, 13 de enero de 2025

Álbumes invernales


Este año parece que no va a nevar. A pesar de los días fríos que se han sucedido durante las últimas semanas (pocos y mal avenidos), se supone que este año hidrológico va a ser más seco de lo normal. Cosas del cambio climático y el empeño de las multinacionales por explotar el sinfín de recursos que hay en los polos… Mientras nos hacen creer que esto del clima es cosa nuestra, ellos se pasan por el forro todas esas convenciones y pugnan por exprimir el limón.
Lo peor de todo es que la Navidad, San Antón o Jueves Lardero, festividades donde las hogueras, el calor humano y las viandas calóricas tienen mucho protagonismo, ya no son lo que eran. Ni siquiera en los libros infantiles campa la nieve a sus anchas. Todo cambia y nada parece creíble. Yo solo espero que esto no sea más que otro óptimo cálido medieval y los carámbanos que disfrutamos en las páginas de la LIJ, vuelvan a los aleros de los tejados.
Mientras tanto, sumerjámonos en el invierno gracias a un puñado de títulos que, como de costumbre, he incluido en mi selección de álbumes nevados, pero que diseccionaré brevemente en este post vestido de blanco.


El primero es Lobo en la nieve, un libro de Matthew Cordell publicado hace unas semanas por Océano Travesía. Ganador de la Medalla Caldecott en 2018, este libro sin palabras (algún aullido y poco más), nos habla de dos historias paralelas que se entrelazan un atardecer nevado. Al salir del colegio, una niña se encamina hacia su casa, pero es sorprendida por una tormenta de nieve, todo se desdibuja y se pierde en mitad del bosque. Del mismo modo, un pequeño lobezno se separa de su familia y se topa con la niña. Esta lo recoge y protege de otros animales, hasta que la loba aparece delante de ellos. ¿Qué sucederá? ¿Logrará escapar la niña? ¿Sobrevivirá a la tormenta?


Con muchos recursos propios del cómic, el autor nos habla de la cooperación entre humanos y animales y de cómo la inocencia infantil es capaz de sortear los peligros. Desde un prisma realista, esta historia bien resuelta y enternecedora, tiene un puntito que recuerda a clásicos como El libro de la selva. En el apartado técnico hablar de la simetría narrativa, una portadilla muy cinematográfica y unas guardas peritextuales que se convierten en álbumes de fotos familiares.


El segundo libro que nos encontramos es Jugamos en la nieve, el tercer álbum de Verónica Fabregat publicado por Akiara que va enriqueciendo una pequeña colección de libros sin palabras (NB: pueden ver otros aquí o aquí) en los que un grupo de chavales disfrutan de sus correrías en mitad de la naturaleza. En esta ocasión, el invierno se abre camino con una nevada monumental y los protagonistas se lanzan a disfrutar de los trineos, las charcas heladas y las batallas de nieve.



Como en los títulos anteriores, los detalles, las secuenciaciones y la omnipresente naturaleza (¿Han visto a ese zorro?) son los recursos y escenarios narrativos que hacen de los juegos un relato coral en el que cada niño tiene mucho que aportar. Diferentes situaciones que, por muy cotidianas que sean, me despiertan la necesidad de volver a esos momentos de felicidad a esa patria compartida que es la infancia.


Llegamos al ecuador de esta pequeña tanda de libros invernales con Un regalo de invierno, un nuevo libro de Concha Pasamar (Bookolia). Siguiendo la estela de Tiempo de otoño, la autora navarra publica una nueva historia ambientada en el invierno (¿Será este el comienzo de una tetralogía dedicada a las estaciones del año?). Un niño desea volver a disfrutar con la nieve. Al regresar a casa contempla la noche fría y nublada mientras se prepara para ir a la cama. ¿Encontrará su deseo hecho realidad a la mañana siguiente?



Con una prosa delicada, Pasamar se adentra en el universo de las mínimas cosas, esos pequeños sueños que alientan las ilusiones infantiles. Acompañada de unas ilustraciones que recuerdan a la precuela, toda la historia se llena de una plasticidad íntima y bastante tranquila donde resuena otra época en la que no hacían falta fuegos de artificio con los que disfrutar de lo que nos rodeaba.


La penúltima reseña es para El deseo de topo, un álbum de Sang-Keun Kim, editado por Pastel de luna. Aunque es la secuela de Cuando estés preocupado, esta historia protagonizada por el mismo personaje se puede leer de manera independiente. Topo acaba de llegar a la ciudad y se siente solo. En su regreso a casa, se encuentra con una bola de nieve con la que decide sincerarse. Tanto cariño le toma que decide llevársela a casa en el autobús, cosa a la que se niega el conductor. Es por eso que el topo urde un plan: le dará forma de oso polar e intentará colarla en el siguiente autobús. ¿Lo conseguirá?





Terminamos con Alessandro Montagnana y su Corazón de invierno (NubeOcho), una historia navideña que también pueden encontrar formando parte de esta gran selección. En ella nos encontramos con una pequeña bandada de petirrojos que echan a volar con las primeras nevadas. Chip, se ve sorprendido por una ráfaga de viento y termina perdiendo el rumbo. En mitad del bosque encuentra iluminada una pequeña casa. Es el hogar de Lula, un zorro que lo invita a entrar y compartir con él los preparativos navideños. Entre tanto, los hermanos de Chip regresan a por él y se marchará dejando a Lula muy solo. ¿Encontrará con quién celebrar la Navidad?




martes, 1 de octubre de 2024

Escenarios urbanitas


Uno de los escenarios que más se repite en el álbum, ese producto literario posmoderno que tanto éxito tiene, es la ciudad. No es de extrañar teniendo en cuenta que este género comienza a desarrollarse a finales del XIX y continua durante todo el siglo XX y el nuevo milenio, una época en la que florecen las grandes ciudades como caldo de cultivo de esa niñez urbanita que mama asfalto por todos los poros de su piel.

Quizá, este ecosistema, sea una de las grandes diferencias entre la literatura tradicional y la actual. Si hacen memoria y recuerdan algunos cuentos clásicos, denotarán que la naturaleza se halla omnipresente en todos ellos. Bosques, prados, ríos y orillas florecen en unas narraciones creadas para un universo rural en el que los fenómenos naturales pergeñan de magia los hechos que allí se narran. Sin embargo, conforme aparece la Revolución Industrial y ocurre el gran éxodo rural, la ciudad pasa a ser el centro neurálgico, tanto de la vida occidental, como de las obras literarias.

En un principio, esos ecosistemas antrópicos, aunque contextualizan la acción, son utilizados como yuxtaposición al medio natural. Es decir, la ciudad es un medio hostil que deben abandonar los protagonistas para reencontrarse con ese espíritu libertino y subversivo que ofrecen selvas, montañas y pantanos. Pero conforme avanza el siglo pasado, empezamos a encontrarnos con una ciudad llena de posibilidades. La fantasía se vuelve asfáltica y provee a los lectores de lugares propicios para desarrollar su imaginación.


Como ejemplo de estos álbumes urbanitas, hoy les traigo Un día, la obra de Sunjung Suh que acaba de publicar en nuestro país Océano Travesía.
Tomando como punto de partida la primera vez que un niño tiene que cruzar solo un paso de cebra para encontrarse con su amigo, el autor coreano se adentra en un universo la mar de sugerente. Franjas de pintura que cobran vida, olas que se alborotan, un océano que se llena de peces, un pulpo gigante, un extraño jardín o una caterva de figuras monstruosas. Todos caben en esta aventura urbana.

Y es que esa realidad gris y bituminosa en la que crecen muchos niños de hoy día, no debe estar exenta de imaginación. Y así, liberada de las formas angulosas y milimetradas, el paisaje adquiere carácter sinuoso y desbocado, advierte de los peligros, pero al mismo tiempo les resta importancia.

Un mundo realista en blanco y negro se contrapone a otro más onírico donde los colores campan a sus anchas, un formato que invita a encontrarse con el objeto-libro y un desfile de personajes de lo más sui generis, son algunas de las bazas para que este libro sea un divertimento surrealista donde caben las primeras veces y la transformación de lo que nos rodea.

martes, 24 de septiembre de 2024

Argumentos coloridos


Durante los últimos meses ha llegado a mis manos un puñado de libros donde los protagonistas son los colores, un tema muy recurrente en la Literatura Infantil por varias razones.
En primer lugar se complementa a la perfección con el currículo escolar de educación infantil y el primer ciclo de primaria. Los críos se pasan el día con pinturas de dedos, ceras y lápices y los maestros aprovechan para desarrollar todo tipo de contenidos. 
El segundo motivo es que el ojo, nuestro órgano de la visión, experimenta un enorme desarrollo durante esta etapa de la vida y las criaturas, además de diferenciar los colores básicos, también aprecian tonalidades, texturas y volúmenes, lo que les ayuda a afianzar su percepción sobre el mundo y poder representarlo. 
Por último, los colores y sus características son ideales para hablar de un sinfín de temas entre los que se cuentan la diversidad, los estados de ánimo o cuestiones curiosas.


Si bien es cierto que se utilizan con cierto simbolismo y mucha metáfora en la ficción dirigida a la infancia, lo cierto es que este fenómeno de la naturaleza que sucede en todo el universo conocido al que llega la luz, es útil por otros motivos, como pueden ser los fenómenos de alerta, tanto positivos (¿Por qué las mujeres se suelen pintar los labios de rojo?), como negativos (Recuerden que muchos frutos y animales venenosos se visten de colores llamativos. Es lo que llamamos aposematismo). Puede servir para cazar o escapar de los depredadores (¿Para creen que servían los plumajes variegados de muchas aves o el color tostado del león?), para controlar la temperatura corporal de ciertos reptiles, comunicarse entre individuos de la misma especie o seleccionar al macho o la hembra más adecuado para reproducirse.


Del mismo modo, tampoco debemos olvidarnos de cómo esos colores se presentan en la naturaleza. Hay patrones a rayas o a manchas. También hay patrones de coloración que cambian con el ángulo de observación. Son los colores iridescentes. Pero, ¡un momento! Hay que recordar que no todos los animales ven los colores como nosotros. Entonces ¿lo que estamos viendo es subjetivo? Por supuesto, ya que nuestro antropocentrismo a veces nos lleva a cometer errores de interpretación, algo que no sucedería si todos los seres vivos y materiales inertes de nuestro planeta fuésemos albinos. 
Así que, volviendo a nuestra temática colorística, hablemos de libros… 


El primero es el de Ledicia Costas y David Sierra. Su Siete dientes de león, publicado por Nórdica Infantil, es un álbum cuyo texto toma la estructura de un relato tradicional.


En él se cuenta la historia de Iris, una pescadora que habita un mundo gris y que durante sucesivas noches sueña con siete colores diferentes que se transforman en siete infrutescencias de dientes de león. Una mañana decide sembrarlas en el campo y espera que las nubes las rieguen para que florezcan. Pero la cosa parece difícil y tendrá que ingeniárselas para pescar alguna nube que descargue sobre estas semillas tan especiales…


Con ilustraciones de tipo figurativo donde el contraste entre blanco y negro y color imprime dinamismo a una historia que apuesta por los elementos mágicos y la numerología de los cuentos de hadas, también cabe el humor y los guiños a leyendas de otras latitudes como el caldero de los leprechauns irlandeses.


La ciudad gris, el nuevo libro de Torben Kuhlmann publicado por Juventud, su editorial de cabecera en España, aunque bebe de esa línea argumental que, como en el caso anterior, yuxtapone el gris a lo colorista, está ambientado en un universo más realista y actual.


En este álbum, Rita, una niña que acaba de mudarse a una nueva ciudad junto a su padre, se topa con un espacio completamente ceniciento. Incluso la escuela, la ropa de sus compañeros y el cine son de color plomizo. Aquí pasa algo y ella conseguirá descubrirlo gracias a su amigo Alan, unos vecinos muy vitalistas y un libro escondido en una biblioteca clandestina. ¡Esperemos que lo solucione!


Con las siempre detallistas ilustraciones del padre de Lindbergh, ese ratón que tantos éxitos ha cosechado en las librerías, nos encontramos con una aventura llena de misterio y acción que también parece una metáfora sobre la pérdida y los cambios vitales. Con una nota científica al final y una edición impecable, seguro que esta niña les recuerda a la Momo de Ende, otra heroína que luchaba en contra de los mundos tristes e insustanciales.


El color los sentidos escrito e ilustrado por Gustavo Roldán y publicado por Bululú, es el libro más metafórico de esta pequeña tanda.


Con el subtítulo de Un cuento en blanco y negro, a todo color, el autor se adentra en un juego de sensaciones que en gran medida prescinde de representar coloreadas todas las alusiones a las que hace referencia en el texto. Del mismo modo, Roldán quiere invitarnos a una experiencia donde, prescindiendo de la vista, conseguimos recrearnos en sonidos, olores o sabores que también tienen una estrecha relación con los nueve colores que va mencionando en cada doble página.


Ni que decir tiene que el argentino no se olvida de ese humor gráfico tan característico que presentar todos y cada uno de sus libros donde la tira cómica está muy presente y complementa estupendamente a un texto donde campa lo poético.


Terminamos con El rojo orgulloso, un álbum de los uruguayos Alejandra González y Daniel Kondo que tras el éxito cosechado, tanto en su país, como en la Feria de Bolonia, Océano Travesía ha decidido publicar en nuestro país y es la portada de este pequeño monográfico.


Con una puesta en escena que recuerda a otras grandes historias de colores como Flicts de Ziraldo, esta pareja de creadores se da cuenta de que las cerezas, las manzanas, las fresas, Caperucita y la luz más importante del semáforo son rojas, pero ¿quién se cree que es el color rojo para estar siempre llamando la atención? Esta es la historia de cuando el rojo descubrió que era todo menos rojo.


Guiños a otros artistas como la brasileña Tarsila do Amaral o el también uruguayo Joaquín Torres García, este libro con cierto aire informativo en el que hay bastante diseño gráfico en un universo claramente infantil, nos aproxima a las disputas infantiles y una resolución sorprendente en la que el lector, además de reírse y extrapolar los hechos a su realidad, descubre datos científicos muy interesantes.
Un libro con cierta enjundia, vistoso y cercano que no se debe perder ni el más pintado. Sean sus colores los que sean.

jueves, 14 de marzo de 2024

Caracoles, tractores, moscas y otras crisis de identidad


La identidad es una cosa muy seria, pero también no puede serlo. Un servidor lleva toda la vida siendo lo que le da la gana y aquí sigue, sin demasiados problemas. No entiendo cómo la gente se toma estas cosas tan a la tremenda. Será que se aburren de ser quienes son. Será que envidian la existencia ajena. Será que no tienen demasiada imaginación.
Puede que no solo sea una cuestión personal, sino que los del otro lado también tienen que reconocerte. Hay mucha gente que necesita reafirmarse en los demás.


No soy de los que gusten de nombrarse, colgarse etiquetas y calificativos. ¿De qué sirve? Quizá muchos se pirren por verse reducidos a la mínima expresión, a cuatro palabras cuyo significado pueda malearse con el tiempo. No es mi caso.
Aunque intente quitarle hierro, hemos de reconocer que una crisis de identidad puede constituir un problema gravísimo para mucha gente. Sentirse vacío, confundir tus pensamientos, ideas y creencias, experimentar una nula aceptación social, y sufrir ansiedad y estrés puede conducir a trastornos más graves, e incluso propiciar un triste desenlace.


Si bien es cierto que este tipo de trastorno es habitual entre adolescentes y adultos, no es frecuente entre los niños. Salvo raras excepciones los niños experimentan y construyen su personalidad desde el juego y la imaginación, lo que no solo afianza su propio universo, sino que les ayuda a situarse desde otras perspectivas que les permiten verse a sí mismos. De eso tratan los álbumes de hoy.


Empezamos con Caracolico, un álbum de Julia Jiménez y Mònica Solsona publicado por Sd-Edicions. En este libro, mi paisana nos cuenta la historia de un pequeño caracol que, harto de deslizarse gracias a su pie muscular y su moco, decide aprender a volar. Desoyendo a su madre, este caracol romano se lanza a la aventura trepando por una torre de alta tensión. Alentado por sus amigos, sube cada vez más y más arriba. ¿Logrará hacer su sueño realidad?


Desde esa dicotomía que confluye en capacidad-incapacidad, Jiménez y Solsona se asoman a esa búsqueda de los sueños sin cumplir que, a pesar de las dificultades, se tornan realidad gracias a lo casual y el empuje de los amigos. Caracolico y ellas nos dicen: todo es circunstancial, ¿por qué no intentarlo?


Con un personaje encantador y muy bien caracterizado, un formato vertical muy adecuado para una historia que sube y baja, juegos de perspectivas y planos que añaden cierto suspense a la óptica, y unas guardas a modo de prólogo y epílogo, las autoras se adentran en el mundo de la inocencia infantil.


Seguimos con El vuelo de mosquita, un libro de Ziggy Hanaor y Alice Bowsher que ha publicado en España la editorial Océano Travesía. Mosquita, como cualquier otra mosca, vuela de una manera un tanto espacial. Su vuelo en ondeante, ondulante y zigzagueante. No se parece al de Mirlo ni al de Cigüeña ni al de Estornino, y todos piensan que debe mejorarlo. Ella lo intenta y lo intenta, pero le resulta muy difícil volar como ellos y se siente frustrada.


Con blanco, negro y amarillo, los autores construyen una historia donde no solo se hablar de la identidad, sino que también se adentra en la auto-aceptación, el juego y el reconocimiento entre iguales. Si a todo ello añadimos una dosis de buen humor y algunas cuestiones divulgativas sobre el vuelo de los animales, la combinación es perfecta.


Otro libro que se sumerge en lo identitario es Nicoló, el álbum de David Fernández Sevillano y Laia Albareda que publicó hace un tiempo la editorial Amigos de Papel. Nicoló es un tractor amarillo con un gran bigote…, o bueno, eso pensamos nosotros, porque él no lo tiene muy claro. Puede que sea un topo que excava enormes agujeros, o también una araña que dibuja tu tela. ¿Y un pez que nada bajo el agua?


Ilustraciones simpáticas construidas en torno a grandes masas de color con gran contraste (Fíjense en ese azul que evoca lo irreal), y una composición dinámica que juega con diferentes disposiciones del texto en la doble página, esta historia divertida plantea cuestiones interesantes (¿Máquinas o seres vivos? ¿Qué nos define?) que pueden ser más que jugosas para cualquier lector.


Terminamos con el ¿Y si fuera otra cosa? de Bruno Zocca. Publicado en nuestro país por Liana Editorial, este álbum también juega con el ser y no ser desde una perspectiva muy imaginativa. Todo empieza cuando el niño protagonista se mira al espejo del cuarto de baño y se cuestiona qué es. Si fuera un pájaro, se pasaría el día cantando. Si fuera un temporal, estaría tronando a todas horas. Y si fuera el sol, no madrugaría tanto. ¿Al final que será?


Aparentemente sencillo, este libro que desborda mucha imaginación, además de tratar aspectos del existencialismo, nos acerca a las perspectivas juguetonas y fantásticas de un niño que, echando mano de surrealismo y sinsentido, nos presenta un nexo entre el mundo real y onírico, momentos antes de irse a dormir.


Dinámicas y llenas de detalles, sus ilustraciones apelan a nuestro subconsciente, desbordan la narrativa textual, y nos sugieren nuevos espacios de ficción a los que acudir cuando nos formulemos estas preguntas un tanto filosóficas.


Y si están muy espesos porque las torrijas no les dejan pensar durante estos días de asueto que se aproximan, disfruten de todas estas historias sin darle muchas vueltas a la cabeza. Que a veces es mejor dejarse llevar que hurgar en las respuestas como cerdos que hociquean en la mierda.