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viernes, 28 de mayo de 2021

Niños, jóvenes y ocio digital: ¿sí o no?


Móviles de última generación, redes sociales, videojuegos o el mundo del cibersexo están a la orden del día, no sólo entre niños y adolescentes, unos con quienes paso gran parte del día y me tienen al corriente de las novedades, sino entre los adultos.



No se engañen, todos vivimos embobados frente a las pantallas de nuestros smartphones, tablets u ordenadores. Aun así, es curioso cómo se demoniza la tecnología que consumen críos y jóvenes, unos que se presuponen irresponsables y sin autoridad moral para hacerlo. ¿Por qué ellos no pueden usarlos libremente, pero sus padres pueden sumergirse en ellos durante horas sin que pase nada?



Lejos del anacronismo, los prejuicios intergeneracionales, la brecha digital, el analfabetismo tecnológico o el uso delictivo de las TIC, hay una realidad impepinable: gran parte de la población infantil y juvenil de este país (un 71% aproximadamente) utiliza todos los días los dispositivos electrónicos y desarrolla su tiempo de ocio en base a juegos o recursos digitales.
Esta cifra/razón es más que suficiente para plantearnos un debate serio sobre el presente y el futuro del ocio infanto-juvenil en sociedades como la nuestra, en la que los hábitos han cambiado enormemente durante los últimos veinticinco años y que, junto a otras realidades, está acarreando lo que se denomina la desinfantilización de la infancia.



Con este panorama toca hacerse preguntas como ¿Es posible la socialización a través de los videojuegos? ¿Desarrollan y potencian el lenguaje verbal las narrativas digitales? ¿Construyen, diversifican y amplían el discurso cultural? ¿Ayudan a la comprensión del mundo? ¿Cualquier producto digital se puede considerar desde el prisma cultural? ¿Sustitutivas o complementarias?



Sobre las primeras no tengo ni la más mínima idea, pues consumo y conozco poco estos productos. Creo que es algo que deberían tratar los especialistas en hipertextos y contenidos digitales, o los creadores de apps, interfaces de usuario y juegos interactivos. No obstante y desde mi posición como educador, sí me veo capaz de aportar alguna consideración a la última pregunta.



Teniendo en cuenta el desastre educativo, sobre todo en lo que se refiere a lectura instrumental y comprensión lectora que constato una y otra vez en mis aulas, puedo decir que aquellos alumnos que consumen estos productos de forma masiva no destacan especialmente en expresión verbal, ni escrita, ni hablada.



No es de extrañar, pues frente a las pantallas y los joystick, ecosistemas donde el lenguaje gráfico es la clave, tenemos el libro, un espacio donde prima la palabra y que, a pesar del empeño de los gurús culturales, ha visto descender enormemente sus adeptos desde las trincheras infanto-juveniles, más todavía los del ala masculina.



En parte me duele y en parte me preocupa. Me duele porque son dos realidades que no deberían ser excluyentes pero que, sin embargo, lo son a merced de mercados donde interesa más la diversificación de productos que amplíen los foros de consumo, que el enriquecimiento cultural. Me preocupa porque veo cómo la balanza se inclina hacia uno de los lados y supone una pérdida de capital intelectual para las generaciones actuales y venideras.



Aparte de todo esto y avisándoles de que no tengo nada en contra del móvil ni del ordenador, de hecho son dos de mis herramientas de trabajo fundamentales, no sólo para ensalzar la LIJ, sino para mantenerme informado, desarrollar actividades y contenidos, o escribir, sí debo decirles que creo que vivimos absorbidos -y absortos- por todos estos dispositivos, algo que debería, como mínimo, darnos por pensar en lo improductivo que rodea cualquier vicio.



Es así como llegan a las estanterías libros como los que hoy acompañan a esta pequeña reflexión y nos hablan de un modo u otro de la necesidad de dejar el móvil a un lado. Críticos tanto con padres, como con hijos engatusados por todo tipo de pantallas, todos ellos plantean una ruptura con estos aparatos para disfrutar de otra serie de quehaceres que nos estamos perdiendo. 
Lo dicho. A veces, apagar un rato todos sus dispositivos y mírense a los ojos, no sea que se les olvide que de abrazos y miradas también vive el ser humano.




Acompañan este post, álbumes como:

Beatrice Alemagna. Un gran día de nada. Combel.

Ilan Brenman y Rocío Bonilla. ¿Jugamos? Algar.

André Carrilho. La niña de los ojos ocupados. Thule.

Helen Docherty y Thomas Docherty. La zampa pantallas. Maeva Young

Amélie Javaux y Annick Masson. Una familia desconectada. Laberinto.

Philippe de Kemmeter. Papá está conectado. SM.

Patrick McDonnell. Tek, el niño moderno de las cavernas. Océano Travesía.

Paula Merlán y Concha Pasamar. Algo está pasando en la ciudad. Cuento de luz.

Marina Núñez y Avi Ofer. Atrapamiradas. Kalandraka.

Pilar Serrano y Anna Font. Cuando la tecnología secuestró a mi familia. Tramuntana.


martes, 15 de diciembre de 2015

Una sonrisa en el corazón


Nos tomamos la vida a pies juntillas, con demasiada trascendencia. No sé si es un acierto o quizá un lastre artificial que cada uno soporta sin razón aparente y en la medida de lo posible. Desde pequeños nos han enseñado que la seriedad es una virtud (yo prefiero la templanza, es más práctica). La gente quiere ser muy honrada (¿O quizá creíbles...? ¡Qué confuso es todo!). La gente quiere ser muy respetables (respetando poco... ya saben lo de nuestros prejuicios). Algunos lo consiguen metiéndose una estaca por el culo, otros colgándose toda la ropa de AmazonBuyVip©, los menos leyéndose cuatro libros (¡Qué sabihondos y bienhablados), y la inmensa mayoría con una vida redonda que en su plenitud pase por los hijos, los coches, el apartamento en la playa y un perro que pasear. Todo es maravilloso. Pero, ahora que me fijo: ¿A cuenta de qué? ¿De borrar la sonrisa?


En esta vida llena de doctrinas, malencarados y falsas carcajadas, un servidor se atreve a defender los laberintos complejos, las cosas sencillas, las decisiones descabelladas, los libros para niños y, sobre todo, la amplia risa, todo ello amenizado con un poco de cabeza (que no está el horno para bollos). Táchenme de lo que quieran, pero aquí estoy yo, intentando ser feliz -aunque a veces sea infeliz; no hay que ser necio pues no todo es de color de rosa-, con mis gilipolleces y mis miserias, con mis alumnos diurnos y mis farras nocturnas, y esa sonrisa sempiterna (N.B.: Sé que a muchos les jode por pura envidia, así que, cuando quieran, les regalo la sonrisa... y también las miserias).
Ya sé que muchos me tratan de mercachifle, de juerguista, vividor y absurdo, pero, lo siento, seguiré con mi sonrisa, liviano, poco convencional, decir lo que me plazca (a estas alturas de la vida creo que me puedo ir concediendo esos caprichos)... vamos, hacer el payaso, que es muy necesario.


Perdónenme si a veces me paso de la raya (bien recuerdo a aquella que me voceaba por el rellano de la escalera: “¡Sí, sí... pero con la risa bien que jodes!), pero también han de reconocerme que antes de reírme de lo que toca, me río de mí mismo, una medicina doblemente expectorante, la mejor receta que me ha dado el tiempo para sobrevivir a este mundo gris.


Y para que vean que me preocupo por todos aquellos que se toman el devenir tan en serio (incluso esas fruslerías y maldades que digo de los libros), he aquí El granjero y el payaso. De este álbum ilustrado de Marla Frazee y editado en nuestro país por Algar, podría decir mil cosas, pero sólo voy a decir tres: es exquisito, tremendamente honesto (cuando me refiero a que un trabajo es transparente y sin dobleces, me refiero a esto, a hacer bien tu trabajo, a no ser forzado ni pretencioso, a no buscar la diferencia) y universal; todo ello, sin una sola palabra (muchos no quieren oír hablar de libros sin palabras, y creo que es porque no saben leerlos).
Miren su fiel reflejo en el granjero y encontrarán su infancia en el payaso. Lean este libro y dibujen una amplia sonrisa en el corazón.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Sobre LIJ edulcorada e inofensiva


Siempre que doy un rulo por una biblioteca o librería (el finde pasado estuve en unas cuantas), constato que las secciones dedicadas a la literatura infantil se encuentran atestadas de libros inofensivos, dulces, evocadores, ñoños, cursis o suaves (si se les ocurre algún adjetivo más, háganmelo llegar), la llamada “LIJ edulcorada”, algo que llama la atención de muchos habitantes del mundo LIJ, pero que al aquí firmante, poco le sorprende por una serie de causas entre las que cuento las siguientes (no me dan mucho de sí las neuronas..., perdónenme si no lleno muchas de sus lagunas...).


Seguramente la gran cantidad de títulos dedicados a besos, abrazos y otras terneces que haya en las estanterías, sea directamente proporcional al número de libros que se editan, lo que nos lleva a pensar que son los propios editores los que buscan estos productos de manera sistemática. En parte se deberá a que redundará en los beneficios, y en parte a las tendencias clásicas que siempre han primado dentro del sector. Como apunte decir que, sólo unos pocos editores, autores e ilustradores (los más independientes), han decidido desmarcarse de esto y virar hacia producciones diferentes, más bizarras, arriesgadas y complicadas, intentando así un tránsito “revolucionario” hacia los derroteros más subversivos de la LIJ..., algo que, aunque favorable (hay que valorar estos pasos hacia delante), no ha tenido unos efectos muy deseados sobre las ventas, y obliga a volver de nuevo sobre el camino dictado por los consumidores (la segunda causa a tratar...).


Aunque de tanto en cuanto se recuerda desde ámbito de los libros infantiles la necesitad de establecer una diferencia entre la “LIJ que leen los niños” y la “LIJ que los niños consumen por decisión paterna”, esta es la clara evidencia de que los adultos siguen inmiscuyéndose en qué deben leer sus hijos. Es por ellos que sigo manteniendo que los grandes, esos reyes de la censura, del gesto compungido y el realismo lapidario, son los encargados de adquirir títulos edulcorados, más bien para construir un mundo (¿el suyo?) más asequible y sencillo (¿para ellos?) en el que sus hijos puedan crecer sin problemas y de la manera más sencilla (¿Algún psicólogo en la sala? ¿Cree usted que es más factible sumergirse en la realidad literaria para ser consciente de que en la vida hay de todo, o prefiere atiborrar de ansiolíticos a los futuros jóvenes por el idealismo de los libros?).


Por último y aunque a algunos les joda, esta cuestión empalagosa del libro infantil tiene mucho que ver con el lado rosa de las cosas (y de los hombres, que hoy día somos mu' flojos y empalagosos... si no me creen, échenle un vistazo a Bustamante...). Aunque no creo que la denominada “literatura femenina” extienda su mano sobre la LIJ, sí creo que la mujer (figura sobre la que tradicionalmente a recaído la tarea de la crianza), estadísticamente más sentimental, visceral y muy dada a la resignación, mangonea bastante en el mundo de los libros para niños.
N.B.: Antes de que ustedes generalicen sobre algo que yo no he dicho (que ya veo a más de una bibliotecaria convirtiéndose en dragón), hagan su propio estudio de campo: acérquense a un par de librerías de su ciudad, busquen la sección de literatura infantil y ¡voilá!, ahí verán a LA dependiente (maten al dueño de la librería, si quieren), para que, de mujer a mujer, de madre a madre, les aconseje sobre el título más indicado para su hijo/a (algo que, paradójicamente choca con el hecho de que muchos de los libros más canallas de la literatura infantil hayan sido escritos por mujeres... pero esa es otra historia...).
A pesar de este envoltorio aterciopelado en el que encontramos a muchos libros, he de decir que hay algunos autores que, aunque se decantan por temas ligeros e inofensivos, añaden ciertos recursos (estilísticos o ilustrados) que les restan cierto grado de buenismo y les dan un aire canalla que los transforman en un producto de consumo más que aceptable para estos niños del siglo XXI que necesitan algo más que suaves palabras, moralina y constructivismo.

lunes, 25 de mayo de 2015

El poder y la resaca post-electoral


Tras una resaca descomunal (aviso que la mía no tiene votos de por medio), un nuevo panorama político avanza sobre esta España nuestra. Lo cierto es que he oído tantas gilipolleces que ya me la suda lo que pase: no hay solución posible pese al triunfalismo de los progres y el catastrofismo de los conservadores.... Seguiremos viendo garrapatas enganchadas a un sillón, chupópteros con piel de cordero, gurús universitarios metidos a revolucionarios, mequetrefes con ganas de darse ego, jóvenes parados jugando a la desesperada… Vamos, que auguro nuevos nombres con mismas intenciones. El caso es que, por lo menos, nos alegran los cambios (sobre todo en las fotos de las redes sociales y en las portadas de los periódicos).


El poder es muy goloso y no me extraña que muchos se agarren a un enlucido para defender su corona ad infinitum, sobre todo si el contexto geográfico es el de esta Iberia minada por la farándula, el cachondeo y la burundanga. ¿Para cuándo políticos serios y honestos en España? Cuando el español no sea español, mire usté… A menos que se cree riqueza, que las ideas tomen forma, que la cultura se extienda, que se liberalicen los mercados, que las infraestructuras estén al nivel del primer mundo y que la cobertura social sea una realidad, nunca dejaremos de ser españoles.


Vamos, al español lo que le va es aplaudir a una caterva de chantajistas, extorsionadores y aprovechados por el mero afán de babear y aprovecharse de la teta, esa que ya se secó y que poco tardará en exprimirse de nuevo. No me vengan con rollos de dignidad, que hasta en los colegios, los centros de salud, las residencias de ancianos y otros lugares públicos se siguen repartiendo el pastel entre las mafias gobernantes y otras que aspiran a serlo. En resumen y traducido al vulgo les digo que siempre lo mismo: un pobre robándole a otro pobre, algo para lo que, efectivamente, hay que hacerse con ese dulce caramelo llamado poder, aunque sea por mera envidia (como decía mi señor abuelo: si un cuasiquiera tiene un bancalico, a otro cuasiquiera le da eco).


Para vamos que, a pesar de tanta chorrada, no se me apuren, el poder – sea éste el de los absolutos, demócratas o revolucionarios- es efímero (¿Ven? Es lo único bueno que tienen las amas de casa: que mandan de verdad), y a pesar de que el viento, el azar o las maquiavélicas tretas del pueblo nos coloquen la corona en lo alto, ya vendrán otros que darán paso a otros caprichos, a otras formas de gobernar. Y si no, lean a Olivier Tallec y su Felicio, rey del rebaño (Editorial Algar) una bella fábula que nos habla del totalitarismo, de las grandezas del poder, de su camino torticero y, cómo no, de su principio y fin, que, entre pitos y flautas, en todas las historias suele ser el mismo, llámese oposición, guillotina o lobo.