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lunes, 28 de diciembre de 2020

Toda una vida


En esta fase 3 que nos han regalado nuestros políticos a modo de tirón de orejas por no haber sido buenos (paternalismo de estado, dictadura, salud pública… llámenlo como quieran pues cualquier denominación es válida), lo único que podemos hacer aparte de helarnos en una terraza -palos a (dis)gusto…- e hincharnos a comer (no se preocupen, ya incorporarán en los telediarios las dietas de adelgazamiento), es darnos un garbeo por las tiendas. 
Dada mi pasión por la letra impresa, he visitado más de una librería para constatar que están igual de desangeladas que el resto de los comercios. Según me han contado dependientes y libreros, a pesar de la poca afluencia, muchos clientes se han decantado por las compras on-line y telefónicas (miedo, dichoso miedo) y las ventas, aunque flojean, se están salvando por esa vía. 


En lo que a mí respecta, no concibo comprar un libro sin haberlo ojeado antes. Valorar la calidad del producto, tener en cuenta elementos como la encuadernación, el papel o la impresión también es importante. Barajar diferentes ediciones, debatir con algún que otro apasionado perdido entre los estantes, recibir sugerencias anónimas o bien fundamentadas, abandonar la idea por una aparición mariana o llevarte cuatro títulos más como buen vicioso. Todo eso sucede en la librería. 
Las librerías, esos pequeños negocios que subsisten no-sé-cómo, son de los pocos en los que todavía respira ese aire romántico, un olor característico que me traslada a otro tiempo, como si el ayer fuera mañana. Son de los pocos sitios que invitan a la entrada aunque después de largo rato no compres nada (un buen librero entiende que te vayas y quiere que vuelvas), a que deambules y te sorprendas. 
Mientras estos reductos de la letra impresa sigan existiendo, les conmino a visitarlos, pues dentro de unas décadas quizá no existan y entonces se apenen por ello. Y no es que yo sea pájaro de mal agüero, pero sí les aviso que en cierto modo los estamos condenando a la extinción no dándoles el valor cultural y social que tienen. 


Y para que tomen conciencia de ello, en esta última reseña del 2020 les traigo Desde 1880, un álbum de Pietro Gottuso y editado por Kalandraka que ganó el último Premio Compostela de álbum ilustrado. En él, el autor italiano nos presenta una historia sin palabras que, tomando como referencia la misma unidad espacial, cuenta la evolución de una librería durante los últimos 140 años. Desde su apertura, el lector observa en cada doble página los cambios que se suceden en cada década. Testigo de los acontecimientos que suceden tanto en su entorno más próximo (propietarios y vecindario), como en el contexto histórico europeo, la librería constituye ese eje sobre el que se vertebra todo, un escenario vital y necesario que siempre ha pervivido. 
Si se topan con él, disfrútenlo porque, además de ser una pequeña joya, también es el legado de las que estuvieron, quedan y se irán.


sábado, 23 de mayo de 2020

El futuro del libro-infantil en tiempos de coronavirus. Perspectivas e ideas.



El aquí firmante inauguró el pasado sábado "Cafe con monstruos", una sección de InstagramTV que incluye charlas, conversaciones, presentaciones y temas curiosos de la LIJ en formato vídeo. El tema elegido para la ocasión fue EL FUTURO DEL LIBRO INFANTIL EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS. PERSPECTIVAS E IDEAS, una charla que, aunque todavía pueden ver (sólo estarán disponibles por un tiempo), he transcrito a este blog, mi  cuaderno de bitácora y espacio de referencia, para el uso y disfrute de todos aquellos que todavía no estén en dicha red social. Espero que lo disfruten y compartan, y de paso se suscriban a nuestro espacio de Instagram.

*    *    *

Teniendo en cuenta que la crisis de CoVID-19 no sólo es de carácter sanitario, sino que está alterando otro tipo de contextos, es necesario plantearse cómo va a afectar al entorno del libro infantil, uno que nos interesa a los monstruos. Les aviso que seré bastante concreto en mis planteamientos, sobre todo porque el panorama es muy complejo y esto no pretende ser una tesis doctoral, simplemente un pequeño esbozo de cómo un servidor ve el futuro del libro infantil a corto-medio plazo.



En primer lugar debemos plantearnos la durabilidad de esta situación excepcional, ya que las medidas a adoptar dependen en gran medida de cuánto vaya a prolongarse en el tiempo. Todos los indicios llevan a pensar que, como mínimo, pasaremos el resto del año bajo los efectos de esta pandemia, que incluso puede extenderse con toda probabilidad hasta el 2021, un lapso de tiempo considerable en el que la cadena del libro se va a ver afectada queramos o no, y que dichos efectos permanecerán en la sociedad más allá de la esperada vacuna.
En segundo lugar me pregunto “¿Y cuáles van a ser los efectos adversos del coronavirus sobre el ecosistema de los libros infantiles?” Para responder esta pregunta debemos considerar tres nuevas pautas comportamentales:
1) el distanciamiento social, uno que va a hacer mella sobre el carácter social del libro (venta directa y actividades grupales,
2) los límites de la manipulación, algo que tiene sus consecuencias sobre el uso de cualquier objeto como es el libro (préstamo de libros, ojear en librerías, etc.), y
3) el tiempo de permanencia en lugares públicos como librerías y bibliotecas.
A pesar de estas desventajas, hay que considerar otros efectos colaterales positivos, nuevos resquicios por los que el libro puede colarse en nuestras vidas y que no pueden ser desechados por la cadena del libro. Destaco dos: el aumento del tiempo dedicado al ocio dentro de los hogares por parte de los pequeños lectores, y una educación que se vislumbra semipresencial y que necesitará de nuevas herramientas de tipo autónomo para el alumnado (¡Bienvenidos libros informativos!).



Teniendo en cuenta que en la cadena del libro participan una serie de eslabones que, aunque articulados, desempeñan diferentes papeles y tienen intereses muy variopintos, prestaré atención a cada uno de ellos por separado.
Si de unos años a esta parte son muchos los nuevos autores que han entrado a formar parte de la cadena del libro, durante los próximos meses/años veremos cómo ese número de autores noveles disminuirá considerablemente, no sólo porque la producción descenderá (a menor demanda, menor producción), sino porque las editoriales se arriesgarán menos y optarán por salvar las ventas con autores más conocidos, más rentables y más visibles (NOTA: Precisamente eso, la visibilidad, será una baza inmejorable para todos aquellos autores que también participen activamente de la mediación, algo de lo que hablaremos a posteriori).
Por ello, los autores menos conocidos o menos comerciales deberán optar por nuevos canales de producción y venta, entre los que no hay que descartar la autoedición, ya que es un modelo menos clásico, más abierto y más dirigido.
Por otro lado y atendiendo a la economía, el principal consejo monetario que doy a escritores e ilustradores es que deben exigir el cobro del anticipo de los royalties de manera completa ya que el modelo de postventa no está asegurado por la contracción del negocio.



En lo que a editoriales se refiere hay bastantes cosas que decir. La primera es que teniendo en cuenta la disminución de las ventas hay que replantearse los modelos clásicos de producción como el de las temporadas de novedades… Antes de que el coronavirus irrumpiera en nuestras vidas, ya éramos muchos los que no veíamos claro un modelo productivo que está atestando las librerías de títulos que tienen una vida efímera en el mercado. Con esto de la pandemia, son muchos los editores que se han sumado a esta masa crítica y han decidido no publicar (tantas) novedades por el momento, no sólo porque la disminución del consumo repercute sobre la rentabilidad del negocio y pone más en riesgo el ecosistema del libro (véanse también distribuidores y librerías), sino porque supone una pérdida de capital intelectual (el libro que cae en el olvido y la desidia, es difícil de recuperar). Por otro lado no debemos olvidar que toda editorial tiene un fondo, un catálogo al que hay que dar visibilidad, sacarle jugo a montones de libros que caen en el olvido, y que tienen el mismo valor que otros recién sacados del horno. Consideren esta buena baza para la temporada veraniega.
También hay que hablar de la modernización de los recursos on-line, así como de las redes sociales… Si bien es cierto que bastantes editoriales infantiles tienen páginas web aceptables, otra buena tanda tienen websites que son una birria (si tienen interés por conocer a qué grupo pertenecen pueden escribirme por privado), y ocurre más de lo mismo con el e-commerce. Teniendo en cuenta que todo lo relacionado con internet va a ser crucial en esta crisis, ¿por qué no actualizarse? Es cierto que a corto plazo supone una inversión más, pero una página web está operativa durante muchos años y a largo plazo ayuda al posicionamiento de la editorial en el mercado.
Sobre las redes sociales tengo muchísimo que reprochar, pues son muy pocas las editoriales de LIJ que han apostado por afianzar su presencia en redes como Instagram y Twitter durante el confinamiento, cosa que, teniendo en cuenta el gran papel que han desempeñado durante la primera fase de la crisis, es una absoluta torpeza.  Las editoriales del libro infantil deben estar en las redes sociales SÍ O SÍ, y la que no, lo pasará bastante mal.
Asimismo el sector editorial debe tener en cuenta una serie de cuestiones como el estudio de nuevos canales de venta, nuevos productos dirigidos a un nuevo público, y el valorar nuevos formatos como el e-book en lo que a narrativa y álbum informativo se refiere.



Aunque le llega el turno a los distribuidores, quizá los más perjudicados junto con los libreros, en esta crisis del coronavirus, poco puedo decir ya que desconozco bastante los entresijos de la profesión. Lo único, señalar que, teniendo en cuenta su modelo de negocio basado en la deuda-crédito, se verán bastante afectados, ya que al depender del resto de agentes de la cadena (es lo que le pasa a todos los intermediarios) tienen una estasis mucho menor.



Pasamos así a las librerías, unos negocios que también van a sufrir mucho durante esta crisis (sobre todo las físicas, porque las librerías on-line ya convivían con su virtualidad), no sólo como puntos de venta directos del libro, sino como espacios de intercambio cultural. Aunque hemos visto que durante el confinamiento muchas de ellas han desarrollado nuevas estrategias de venta como el cheque-regalo, las tarjetas prepago o los libros a ciegas, también deben considerar nuevas formas de venta. No creo que todo deba ser dirigido al e-commerce (piensen en su radio de acción y en la rentabilidad, porque a veces trae más cuenta contratar un repartidor por horas en bicicleta), pero hay ideas que merece la pena sopesar.
Sobre los cuentacuentos, los talleres para pequeños y grandes, los clubes de lectura o las presentaciones de libros, deben empezar a pensar en las redes sociales y en las plataformas de formación on-line. Hoy por hoy son las únicas alternativas, no sólo para dar a conocer un fondo que necesita consumidores, sino para seguir aupando la mediación lectora y el papel cultural de las librerías que muchos clientes agradecerán cuando todo esto pase.



En penúltimo lugar tenemos a los mediadores de lectura, los grandes protagonistas durante el confinamiento. A pesar de las polémicas en torno a las lecturas en la red y el feed-back cultural, ha quedado claro que la compra de libros es una consecuencia y no un fin en sí mismo, algo que muchos ya estábamos constatando desde hace años, pues gran parte del consumo de libros infantiles que se realiza en nuestro país se debe a la labor de los prescriptores y mediadores de lectura. Si las redes no hubieran bullido de enteraos y especialistas contando cuentos, presentándolos y dándolos a conocer, muchos libros seguirían en los almacenes de distribución. Esto es algo que deben considerar autores, editores, distribuidores y libreros, pues primero, el libro como objeto ha sido devaluado y muchos consumidores potenciales no podrán acceder a ellos, ni ojearlos, ni manipularlos para decidir qué lecturas les convienen, y segundo, no todo el mundo tiene visibilidad, ni buen criterio, ni capacidad de comunicar.



Para terminar y prescindiendo de unos lectores que podrían decir mucho pero que lamentablemente no consumen aunque lean, solo me queda mencionar a los políticos, unos con los que básicamente yo opto por ignorar, justificándome para ello en un pequeño chiste norteamericano que me contó el otro día Ricardo, un seguidor francés, y que dice así:
Un día, un florista fue a un barbero para cortarse el pelo. Al terminar, el florista pidió la cuenta y el barbero respondió: "Es gratis porque durante toda la semana presto servicios a la comunidad". El florista quedó satisfecho y salió de la tienda.
Cuando el barbero fue a abrir su negocio a la mañana siguiente, encontró una tarjeta de agradecimiento y una docena de rosas esperando en la puerta.
Ese mismo día, acudió un policía a cortarse el pelo, y cuando llegó la hora de pagar, el barbero respondió nuevamente que no podía aceptar su dinero porque esa semana hacía servicio comunitario. Así que el policía se marchó muy contento.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una tarjeta de agradecimiento y una docena de donuts esperándolo en su puerta.
Un poco más tarde, un político entró para que le cortaran el cabello, y cuando fue a pagar su la cuenta, el barbero respondió nuevamente: “No puedo aceptar su dinero ya que estoy prestando servicio comunitario esta semana". Y el congresista salió muy contento de la tienda.
A la mañana siguiente, cuando el barbero fue a abrir, había una docena de políticos haciendo cola en la puerta esperando un corte de pelo gratis.



Todas las imágenes que acompañan a este post pertenecen al espacio que los monstruos tenemos en Instagram y que pueden visitar AQUÍ

jueves, 17 de enero de 2019

¿Y tú de quién eres? Librería tradicional, cadenas de librerías o librería virtual.


De unos años a esta parte el mundo de la compra-venta de libros se ha diversificado enormemente. Si queremos adquirir un libro, cada vez tenemos más alternativas. Unos se decantan por la librería de su barrio, la de toda la vida. Los que no tienen tiempo para pasarse una tarde ojeando libros, prefieren echar mano de una de las centenas de librerías on-line que abren sus puertas en la Red. Y los que quieren el típico best-seller, acuden a una de esas librerías que, como supermercados, se ubican en las grandes y medianas ciudades. Al final, los tres tipos de compradores verán satisfechas sus expectativas, tendrán su libro, pero, ¿qué diferencias existen entre unas librerías y otras?


En primer lugar hablaremos de la librería tradicional, un espacio físico habitado por libros de diferentes tipologías (no olviden que esto acarrea un coste añadido por la compra/alquiler del local y su mantenimiento). Pueden ser libros viejos o nuevos, para adultos o para niños, que compren médicos o poetas. Generalmente se ubican en los centros de las ciudades o en los barrios de la periferia (estas hacen las veces de papelería). La clientela suele ser fija y alternan con el dueño y/o los dependientes de tal manera que se admiten sugerencias y alternativas, es decir, recomendaciones de todo tipo. 
Es curioso como algunas de estas librerías se han asociado en comunidades y redes que se prestan servicios unas a otras o que desarrollan propuestas interesantes por la lectura (Por citar un ejemplo español, se me ocurre el Club Kirico, una iniciativa de CEGAL para el fomento de la literatura infantil). Hace años, si pedías un libro que no tenían en las baldas tardaban unos días en traértelo, hoy día, aunque es variable, es algo más inmediato. 
Sobre la exposición de los títulos diría que es mucho más caótica (para el cliente, pues un buen librero sabe qué tiene en cada montón), pues se hallan limitados en lo que a espacio de exposición y almacenaje se refiere.


Vamos a por las segundas… Foyles, Waterstones, Gonvill, Casa del Libro, Fnac o Barnes & Noble, toda una serie de grandes librerías que operan en países como Inglaterra, México, España, Francia o Estados Unidos respectivamente. Todas ellas funcionan de una manera similar, ya que basan su negocio en los superventas, las novedades y la literatura de consumo. Incluso algunas de ellas dependen de los grandes grupos editoriales que participan de su capital. 
Aunque el aspecto físico de estas suele ser bastante similar por cuestiones de mercadotecnia, se despojan de esa imagen de almacén de libros para pasar a ser espacios amplios y diáfanos donde el comprador disfruta de los diferentes productos que se le ofrecen (fíjense en la colocación de los libros, la ordenación y exposición de estos, etc.). No suele haber problemas si el cliente quiere algún título que en ese momento no se halle sobre las baldas, pues cuentan con la logística suficiente como para facilitarte el libro 24-48 horas después (generalmente..., que siempre hay excepciones). Lo más de lo más es que muchas de ellas han incorporado entre sus servicios la impresión a la carta, es decir, usted elige el título y le hacen su ejemplar en los cinco minutos que tarda en tomarse un café allí mismo.


Por último tenemos las librerías on-line, un tipo de librerías que han supuesto cierta revolución en el sector pues prescinden de un local físico en el que desarrollar el "cara al público" (no en lo que se refiere al almacenaje pues todas necesitan un lugar donde guardar los ejemplares) y plantear la venta a través de espacios virtuales (páginas web, blogs o redes sociales) a los que el cliente puede acceder durante el descanso laboral o mientras espera su turno en el dentista. Una vez adquirido el libro deseado, llegará al buzón mediante una empresa de transporte o paquetería, lo que puede conllevar gastos de envío adicionales (generalmente si el pedido es grande no supone desembolso adicional para el cliente) y un tiempo de espera muy variable (si compran algo en Estados Unidos de Norteamérica unas dos semanicas no se las quita nadie). 
Las librerías on-line pueden ser tan diversas como las tradicionales (de literatura de adultos, de literatura infantil, académicas o de viejo) y al igual que estas tejen sus redes bajo portales (véase IberLibro) para ofrecer servicios adicionales a sus clientes que también pueden ser una extensión de los dos tipos anteriores.


Una vez hemos visitado las tres me toca comparar unas y otras, apuntar a diferencias, sacar la lupa y escudriñar las fisuras de un negocio que cada vez está más repartido (Nota 1: Este punto no lo voy a abordar pues me falta información financiera y comercial como para valorarlo. Me basta con saber que este panorama ha abocado a muchas al cierre).
Yo siempre digo que un negocio es una cosa muy seria en la que hay que echar muchas horas y ser muy profesional (o si no lo eres, por lo menos tener a alguien cerca que lo sea). Es por ello que la primera diferencia la encuentro entre el personal de las librerías tradicionales y el de las grandes superficies. 
Teniendo en cuenta que yo me muevo en el ámbito especializado de la LIJ puedo decir que me encuentro con personas mucho más puestas en libros para niños en las librerías de toda la vida que en las que pertenecen a ciertas cadenas. Será por el tipo de contrato (en muchas de estas empresas los contratos son temporales), será por la formación, será porque cuentan con más diversidad de títulos..., pero la realidad (al menos la que yo constato) es esa. Si a ello unimos mi manía personal de sopesar, toquitear, y leer los libros tranquilamente (sin que me asalten cuatro dependientes diciéndome “¿Puedo ayudarle en algo?” en una escasa media hora), lo tengo claro.


Sobre la diversidad de géneros no lo tengo tan claro, pues si bien es cierto que una librería tradicional puede estar más especializada en ficción infantil, quizá no lo está tanto en ficción juvenil o en novela gráfica. Por eso entiendo que muchos clientes acudan a estas grandes librerías cuando quieren ampliar su mirada hacia otros géneros o comprar el regalo de cumpleaños a un amigo ecléctico. Si les soy sincero es donde me introduje en la novela gráfica, pues hace años las comictecas brillaban por su ausencia y las tiendas especializadas se dedicaban mucho más al cómic y manga clásicos.
Sobre los espacios no sabría muy bien que decir. Mientras unos son diáfanos, con pocos obstáculos en las zonas de paso, estantes adosados a las paredes, pocos volúmenes y bien colocaditos, mucha pintura blanca y luz para cegar a un águila, los otros son más caóticos. Pilas, columnas de libros, mesas enterradas en libros, esquinas y hasta escaparates tapiados con ellos.  Seguramente Marie Kondo prefiera los primeros, pero en mi caso prefiero el carácter y la personalidad de una librería clásica, donde los criterios de exposición y almacenaje no tengan que ver con criterios de mercadotecnia y venta, sino con los del espacio, el género o los caprichos del librero. Las bibliotecas son como nuestros hogares, que se construyen a lo largo de la vida gracias a los avatares con los que esta nos va marcando.


De las librerías virtuales les diré que: de primeras quiero ver y sopesar (física e intelectualmente) lo que compro (Nota 2: Desde que me sacaron 35 euros por un libro cuyas dimensiones eran 8x8 cm, todavía lo tengo más claro), y en segundo término confieso que el tema de los gastos de envío siempre me ha echado para atrás (será que para un servidor caminar no tiene precio).  En este caso suelo utilizar sobre todo las que se refieren al libro usado o libro extranjero, más todavía cuando el título en cuestión es imposible de encontrar por las vías tradicionales. Si un libro nos resulta imprescindible, habría que llamar a muchas puertas y, sinceramente, es mucho más fácil echar mano de la Red y proveernos de dicha obra.


Para terminar este pequeño planteamiento, ¡cómo no!, hay que terminar con la nota sentimental. Es cierto que el abanico está cada vez más abierto en el universo de la compra-venta de libros, pero también hay que admitir que también se ha colado en él la deshumanización de este mundo globalizado. Para mí, comprar o vender un libro es un acto de complicidad en el que interactúan dos seres humanos gracias a las ideas que un tercero ha escrito sobre un montón de páginas que han quedado encuadernadas en forma de libro.
Quizá sea un nostálgico, pero todavía recuerdo cuando, en mis años de estudiante universitario, muchos acudíamos a la calle Libreros a comprar y vender en la librerías de segunda mano (también clandestinamente) los manuales de cursos pasados y futuros. Seguramente las propuestas en línea de hoy día sean mucho más eficaces y rentables (antes dependían más de la probabilidad y la coincidencia), pero había algo bonito en todo aquello. Más todavía cuando ponías un libro en la mano de otro, te mirabas a los ojos, y sonreías.