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miércoles, 17 de junio de 2015

Diversidad y riqueza



De un tiempo a esta parte, un aroma distinto me embriaga. No creo que sean ni mis “perjúmenes”, (que ya saben que el que huele, debajo lo tiene…), tampoco las glicinias, ni las adelfas, ni siquiera las violetas: hay algo en el ambiente que me huele a cambio… Y no me refiero precisamente a esos salvadores de nueva hornada que, como ya vaticiné (¿será el oráculo de los álbumes ilustrados…?), poco difieren de aquellos que queríamos quitarnos de encima (Tanto Monta, Monta Tanto, Isabel como Fernando)… A las pruebas me remito, señorías: ahí tienen a dos eminencias que haciendo alarde de antisemitismo (¿Saldrá su apellido en el listado de apellidos sefardíes en el que aparecen los de media España?) y asaltando capillas que no usa ni El Tato, se las dan de intelectuales (cualquiera ya dice que lee, que para eso están las ferias del libro…) y progresistas (Cuánto tonto suelto, y encima ¡gobernando!...).


Caricaturas aparte, me refería a que las becas Erasmus empiezan a dar sus frutos (algo que parecía mentira si atendemos a la cantidad de universitarios que las utilizaban para quitarse en el extranjero algunas asignaturas que aquí eran infumables, y de paso, rular por el continente); veo que cierto sentir europeo toma las riendas de una sociedad que empieza a comprender que el “gracias” y el “por favor” tienen más que ver con la cortesía que con la instrucción; denoto como la gente –sobre todo en las ciudades- empieza a plantearse las cosas, a dudar, a andar, a pasear por los centros culturales, a hacer uso de lo público, de la inversión que suponen sus impuestos (antes los que íbamos a las bibliotecas éramos unos pobres o unos usureros) y a dejar a un lado los complejos del pasado.


Quizá nos quede mucho aún para ser capaces de pensar por nosotros mismos (aun seguimos contaminados por las dos Españas), de abrirnos por completo al mundo (no hay mayor mal para el español de a pie que su provincianismo triunfalista), de vivir las cosas en la propia piel y reconocer que todo lo que reluce ahí fuera no es oro (recuerdo cuando nos vendían Cuba como el paraíso sexual de los pegamoides mientras los cubanos se echaban a llorar de alegría cuando entraban en el Mercadona©, una pena…). Pero para eso lo que hay que hacer es tratar con unos y con otros, no mirarnos tanto el culo, percatarnos de lo diverso que es el mundo, de que hay mucha gente ahí fuera que nos puede abrir la mente, de que somos muchos y diferentes, y de que hay que dejar los prejuicios a un lado. Y para ello, qué mejor que dos álbumes ilustrados, Pájaro amarillo, de Olga de Dios y publicado por la editorial Apila, y Gente, de Peter Spier y editado por Patio (existe otra edición antigua de Lumen), que nos hablan de lo ricos que somos y de lo que nos queda por aprender.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Buscando...


Debido al desastre monumental que acarreo (aunque creo que mi cabeza está en orden, no ocurre lo mismo con mi casa), me paso la vida buscando entre papeles, cajones, cajas, carpetas, estanterías y otros lugares de almacenaje, los retales de un tiempo que, con el paso de los años, acumula más tonterías de lo debido. Este espíritu recolector tiene que ver más con las urracas que con el mono que todos llevamos dentro, es por ello que a veces me dan ganas de prenderle fuego a toda la mierda que se amontona en los armarios e ir saltando desnudo de árbol en árbol.
Nos pasamos los años buscando… Los certificados de escolaridad, ese libro que sacamos de la biblioteca hace tres meses, el vestido de novia del que nunca más se supo, aquella receta de la abuela que escribimos sobre un trozo de cartón, un amor de adolescencia (¡las cosas buenas -y malas- que nos han traído las redes sociales!), las fotos de un viaje que no necesitaba fotos, el dibujo que nos regalo nuestro hijo en aquel cumpleaños, e incluso buscamos un gobierno que jamás existirá…, pero el caso es buscar, buscar y buscar…


A pesar de la desazón (la desesperación es cosa más seria...) que se apodera  de nosotros cuando no podemos dar con algún tesoro del pasado o esos documentos tan necesarios, el hecho de rebuscar tiene un punto la mar de interesante que, a la par que nos cabrea (con nosotros mismos, con nuestra pareja, madre -las peores-, padres e hijos), nos suele entresacar una sonrisa, bien por el abatimiento, bien por el triunfo que, al final de todo el periplo, es lo que cuenta.


Seguramente la mayor parte de las veces la búsqueda se transforma en juego (revolver más todavía nuestra vida es demasiado sugerente para resistirse) y nos sentimos como niños buceando entre amigos, juguetes, trastos y montones de lápices, algo de lo que se sirven muchos libros infantiles para llamar la atención de los pequeños, bien sea para proponer ejercicios de entretenimiento (y aprendizaje) como Otto el perro cartero, un "superventas" en el mundo anglosajón (me encantó toparme con él en mi último viaje a Londres) ideado por Tor Freeman y publicado en castellano y catalán por Blackie Little Books, o bien para recordarnos, como hace Olga de Dios en su Buscar (NubeOcho Ediciones), que muchas veces nos volvemos locos por dar con algo que siempre ha estado ahí…


Les advierto que hoy me he propuesto a mí mismo acabar con el caos que tengo sobre la mesa y clasificar convenientemente todos los apuntes, exámenes y ejercicios para, de una vez por todas, descansar todas las mañanas de tanto trajín innecesario.