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martes, 2 de octubre de 2018

A las puertas de la palabra



Desde un lugar privilegiado (¿Ya han descubierto en Instagram donde se halla el monstruo aquí firmante?), uno que me traslada a un tiempo remoto en el que la televisión, internet y la mayor parte de los libros que encuentran por estos lares no existían, creo necesario darle alas al pasado, a la tradición, no sólo para mecerlos en este martes que nos augura el comienzo de una semana otoñal (parece que la noche va refrescando), sino para conversar con aquellos que fuimos y que no sé si volveremos a ser.
Ya sé que retornar al pasado no es un ejercicio que guste a todos. Muchos se niegan a echar la vista atrás para verse reflejados en unos días donde no existían las comodidades que disfrutamos en el presente, que sería involucionar, pero el caso es que estos comportamientos, a priori inofensivos, están condicionando nuestro modus vivendi, incluso en el ámbito de la palabra y la lectura, lo que aquí nos ocupa.


Y es que a este curioso observador le resulta sorprendente, casi alarmante, que, dentro de la adquisición de las destrezas lingüísticas en las primeras edades, exista un analfabetismo (iba a decir desconocimiento, pero me ha parecido un término bastante suave) manifiesto. En guarderías y aulas infantiles se escuchan pocas canciones y menos trabalenguas. Los padres no tienen ni puta idea de qué nanas son las mejores para acunar a sus hijos, desconocen retahílas que se acompañen de juegos y otros quehaceres. Sin embargo viven preocupadísimos por el bilingüismo o las competencias digitales. Se han olvidado de que hablar -ya no digo leer y escribir- viene antes.
Rodeado de padres primerizos, constato a todas horas que mientras ellos se dedican a encender los dispositivos móviles para entretener con vídeos a sus vástagos, son los abuelos quienes, a través del habla y sus vericuetos, se hacen cargo de abrirles las puertas al sitio de las palabras, a su cadencia y musicalidad, a su acento y significado. Por un lado me alegro de que alguien realice esta tarea tan necesaria, pero por otro no puedo evitar cierta congoja al ver que muchos de esos progenitores brindan a otros, o peor todavía, a la tecnología, esa hermosa relación, ese vínculo especial que germina cuando abrazas con una canción de cuna a una criatura.


No se equivoquen. Los enteraos no les pedimos que se dediquen de manera profesional al folclore, a recuperar leyendas y sones tradicionales, sino que amplíen su catálogo verbo-lúdico a base de pequeños gestos. No hace falta recorrer pueblos perdidos o bucear en enciclopédicas bibliotecas, sólo basta con pedir prestados viejos cuentos, rimas y canciones. ¿A quién? En su derredor tienen la respuesta.
Y si no la encuentran no se apuren, hoy les dejo unos cuantos: frescos, sinceros, sencillos y delicados. Así son todos los cuentos de fórmula que incluye Antonio Rubio en su 7 llaves de cuento, un librito ilustrado por Violeta Lópiz y editado por Kalandraka que recomiendo una y otra vez desde que en 2009 viera la luz por primera vez. Un breve pero más que nutritivo preludio para adentrarse en el bosque del verbo, en la antesala de lo poético. Breves, estructurados, perfectos. Así son estos ecos del tiempo. Sonoros, ágiles y cercanos. Para que las palabras marquen el ritmo cardíaco. La razón por la que deben seguir sonando.



martes, 17 de mayo de 2016

Narradores orales, ¿patrimonio verbal o literario? Realidades LIJ


A tenor de la publicación por parte de la editorial andaluza Tres Tristes Tigres de Érase un álbum ilustrado de Guridi (Raúl Nieto) concebido como entrañable tributo a la narración oral y los cuentacuentos (me parece la denominación más acertada..., cuentero o cuentista no son de mi agrado), me ha venido a la cabeza cierto debate que relaciona la literatura infantil con los narradores orales, unos profesionales que han adquirido cierta importancia dentro del mundo LIJ. Cabe decir que, a pesar de que ha sido un tema discutido muchas veces dentro del panorama de los libros para niños, nunca viene mal retomarlo y dar así cabida a nuevas aportaciones y/o consideraciones. Ahí voy...
Hasta finales del siglo XX, la literatura infantil había sido una parcela explotada por un grupo reducido de autores patrios o extranjeros que recurrían a formas de literatura “clásica” dentro de la cosmovisión dirigida a los pequeños lectores. A partir de finales de los noventa y la primera década del nuevo milenio, vimos surgir multitud de nuevos autores que, aupados por las editoriales emergentes y/o independientes, así como por el género del álbum ilustrado, proporcionaban una nueva visión en el mundo editorial dedicado a los niños. De entre estos nuevos escritores resaltó un llamativo grupo de narradores orales, esos profesionales que desde el trabajo personal y la sombra habían ido recuperando viejos cuentos y leyendas, o creando historias propias, que se erigía como un nuevo núcleo profesional dentro de la LIJ que aportaba nuevas visiones y formas de expresión escrita frente a los típicos que presentaba el patrimonio literario infantil.


Sobre esta simbiosis entre mundo verbal y mundo literario hay que destacar que es en el género del álbum ilustrado -sobre todo, no de manera exclusiva- donde se alcanzaron los mejores resultados, probablemente apoyados por el valor narrativo de las ilustraciones (N.B.: no puedo elaborar una teoría que dé explicación a este hecho pero podría deberse a que el lenguaje artístico probablemente sustituya a otros elementos propios de la narración oral como son la expresión facial, la gesticulación, el vestuario, el atrezzo o la ambientación). El resultado fue notable e infinidad de obras que buscaban dar alas a nuevas formas de ver el mundo o re-escribir viejas narraciones, vieron la luz a través de editoriales como Kalandraka o OQO.
Probablemente esta realidad tenga diferentes motivos. Por un lado el sector de la narración oral buscó diversificar su profesión hacia nuevos derroteros, abrir otras puertas, enfrentarse a nuevos retos y, por supuesto, buscar formas diferentes con las que ganarse el sustento (en este punto subrayaré para quienes lo ignoren que, excepto casos contados, ningún autor se hace rico con la LIJ). Por otro se debió a la existencia de un vacío -editorial, verbal o literario, llámenlo como quieran-, que necesitaba ocuparse en aras al buen funcionamiento del negocio LIJ y que muchos aprovecharon para dar rienda suelta a sus aptitudes. También hay que señalar la estrecha relación que el narrador oral establece con el público infantil, con los niños: está con ellos, capta su atención, sabe lo qué les gusta y se entienden de modo recíproco (N.B.: En este punto sería bueno acordarse de aquella generación de maestros escritores de los setenta y ochenta, otro sector profesional que tánto fue valorado por el mercado editorial de LIJ). Por último también me gustaría apuntar hacia una dirección comercial o empresarial: es bueno para una editorial contar con autores doblemente rentables ya que la de narrador oral es una profesión nómada e itinerante (aumentamos el alcance geográfico de esas obras a través de publicidad gratuita) y está muy relacionada con el mundo de la palabra y la cultura (consumidores potenciales).


Quizá a muchos les haya exasperado constatar que estos profesionales coparán las oportunidades de ver publicadas sus creaciones, originando así cierta opinión errónea y en parte comprensible, de que sólo ellos fueran capaces de escribir para niños, pero lo cierto es que, personalmente, tras leer algunos libros y haciendo caso omiso a lo puramente comercial (llevo unos meses sumido en una burbuja), constato que el patrimonio literario es de todos (o de nadie, según se mire) y que podemos encontrar narradores que son excelentes escritores (prueba de ello es que todavía siguen trascendiendo) y otros cuya carrera literaria se ha quedado en agua de borrajas.
No negaré que algunos han buscado un hueco en este negocio gracias a sus contactos empresariales y las relaciones con los lectores, pero también les hago ver que, tras aquellos años de bonanza para las editoriales del ramo y la actual crisis económica, creo que esta tendencia, aunque pervive, ha aminorado la marcha, y la industria LIJ de nuestro país cada vez se sirve menos de estos profesionales a la hora de apostar por nuevas visiones en cuanto a álbum ilustrado se refiere. Bien por no obtener los resultados de ventas esperados, bien por haber sido sobre-explotados o por necesidades y/o preferencias en cuanto a mercadotecnia, las casas editoriales empiezan a acudir a buenos escritores que, dejando a un lado su origen, se centran en dos cosas: LEER y ESCRIBIR.