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jueves, 2 de abril de 2020

¡Feliz Día de la Literatura Infantil SIN CUENTOS!


Hoy, 2 de abril, es el Día del Libro Infantil y Juvenil y cada uno tendrá que celebrarlo en su casa, junto a su estantería, hojeando su canon personal. No habrá bibliotecarias nerviosas que elaboren jugosas actividades, ni libreras entusiasmadas que nos recomienden tropecientos mil libros, ni siquiera maestros que hagan alguna lectura en voz alta. Si todo esto les pareciera poco les comunico que tampoco vamos a tener muchos cuentos en las redes sociales porque según un amplio sector de la industria literaria leerlos en las redes sociales vulnera los derechos de autor y conseguirá hundir este sector todavía más en la miseria. Así que: ¡Feliz Día de la LIJ sin cuentos!
Al principio, leyendo la iniciativa de cierto grupo de autores de LIJ (suya es la imagen de la campaña que está en la portada), un servidor que vive ajeno a todos estos líos mediáticos, lo vio lógico y acertado, ¿no? Hay que respetar las ideas de los creadores y reconocerlas siempre que se pueda (un axioma bastante aceptado aunque para mí no esté muy claro, pues las ideas siempre se alimentan de otras anteriores, más todavía en la parcela de lo literario). Pero cuando me fui introduciendo cada vez más en el ajo y más interlocutores vertían sus opiniones,  la sangre me empezó a hervir. Tuve que leer cada cosa..., escuchar cada frase..., me pareció tal  el despropósito..., que aquí me tienen, dando candela.
NOTA INICIAL: esta polémica sólo atañe al género del libro-álbum, una tipología de libro que por su brevedad es ideal para un vídeo corto, el formato que su utiliza para su difusión en redes como Instagram o YouTube.



Siempre he dicho que si de algo adolece la Literatura es de caspa. Una caspa que se traduce en todo tipo de sabios y eruditos que sólo saben darse cera para aburrir a las piedras, así como de agentes que ofrecen unas alternativas de mediación lectora bastante tradicionales. Este escenario y como ya dije en ESTE POST, sufrió cierta revolución con los booktubers y bookstagramers (en breve también los booktokers, a los que por ahora no tengo intención de sumarme), un aire fresco que parece ser que molestó y sigue molestando.



No entiendo qué tiene de malo leer en una red social un libro, sobre todo cuando no existe un beneficio directo de ello (Me gustaría saber cuántos de estos influencers del libro españoles viven directamente de ello). Exhiben el libro, lo tratan convenientemente, generalmente hablan de los autores, del título, de la editorial. Conozco poca gente que se dedique a los libros y que no respete al objeto ni a quienes le dan vida. Todo lo contrario. 



Que lean esos libros no quiere decir que no deban actuar desde la decencia (lo de los ".pdf" me parece vergonzoso) ni pedir permiso en la medida de lo posible cuando vayan a leerlo en las diferentes redes. Ni tampoco que si alguien se despista y hace de su capa un sayo, haya que llamarle la atención personalmente (que parece que todos somos iguales pero no...). Pero esto de pedir permisos a troche y moche no me resulta nada operativo. Por ejemplo yo, que trabajo con un volumen bastante grande de libros al año, no voy a ir escribiendo a todo quisqui (si no, no reseñaría nada) y asumo que cuando tengo contacto con cierto autor o editorial del ramo, tengo libertad también para mostrar su trabajo en redes, sean las que sean. (N.B.: Y si no es así, espero sus misivas para actuar en consecuencia).



Tampoco veo nada malo en las libres interpretaciones que se hacen de ellos, pues cualquier narrador lo hace en su repertorio. De una forma o de otra el libro se enriquece y aunque hay versiones mejores y peores, la historia siempre está ahí. Es más, hay algunos de estos bookstagramers a los da mucho gusto escuchar. Cuentan mil veces mejor las historias que narradores profesionales que solo motivan a cortarte las venas.



Si hay algo que me ha llamado la atención es la diferencia que algunos han hecho entre lo efímero de las stories de Instagram y lo permanente del YouTube. ¿Por qué en uno sí y en otro no? No lo entiendo. Si una bibliotecaria finlandesa nunca hubiera grabado un libro de un autor de aquellas latitudes, yo nunca hubiera tenido acceso a esa obra. Y no se me ocurre ponerme en bucle el dichoso vídeo hasta que se me salgan los ojos de las órbitas, no. Yo lo que quiero es poseer ese libro, tenerlo en mis manos, que un editor también lo vea y quiera publicarlo para mi deleite... Es la parte más amable de una práctica "criminal".



¿Qué pasa? ¿Qué las redes sociales tienen más alcance? Discrepo un poquito en este punto ya que excepto casos contados, el público de estos vídeos suele rondar los 30-50 espectadores, algo muy similar a lo que viene siendo una sesión de cuentos en un centro escolar o un centro cultural. No obstante y aunque suceda, soy de los que abogan por la difusión masiva para dar a conocer la Literatura Infantil al público en general. ¿O acaso algunos pretenden que esto de los libros infantiles sea un club exclusivo? Mal vamos entonces…



Hablemos de lo emotivo. ¿Ustedes se creen que yo, como lector y coleccionista de álbumes, voy a ver alguno que me llame la atención en las redes sociales y no voy a acudir a mi librería favorita para adquirirlo? ¿Acaso se aprecian las ilustraciones del mismo modo sobre el papel que en la pantalla? ¿Acaso puedo hacer una lectura reflexiva a través de mi móvil?... Por favor... Y a quienes me digan que estos mediadores desvelan el misterio narrativo desde sus pantallas y hacen que el libro pierda esencia les diré que yo jamás compro un álbum sin habérmelo leído antes, bien en una librería, bien en una biblioteca.



Como última consideración  sobre estas lecturas quiero hacer partícipes a autores y editores de un hecho impepinable que parece ser que no han tenido en cuenta. En las redes sociales el verdadero producto no son sus libros, ni la ropa, ni la gomina, ni las uñas de gel, ni los ingredientes de un pastel, el producto son las personas que desarrollan su actividad en esa parcela del cibermundo y su forma de relacionarse con los seguidores, por lo que no sé quién debería pedir permiso a quién (Les dejo la respuesta a su albedrío).



Ayer me dijeron “Román, define este circo con tres palabras” Y yo, muy bienmandao dije “monopolio”, “torpeza” y “desprecio”.
Empezamos con el monopolio. Y es que algunos ven amenazada su parcela de poder cuando se les descontrolan los lectores. Funcionan como los políticos que sólo saben actuar en situaciones cómodas. Cuando la cosa se pone tiznada, tiran de leyes y otras cuitas del mundo reglado para amenazar y vilipendiar a todo el que se salga de parva. A mí lo que me demuestran es miedo, ese miedo infantil que muchos traducen a cuentos, unos libros que hablan de hermanamiento, solidaridad, respeto y mil facetas más de ese discurso políticamente correcto y desvirtuado que luego se niegan a practicar. Porque no sólo lo deberían haber agradecido, sino que se deberían haber sumado a la iniciativa, más todavía en este tiempo tan necesario en el que toda belleza es poca.



Torpeza porque están sometiendo sus creaciones a una invisibilidad manifiesta mientras que otros autores y editoriales están aprovechando el momento para dar cabida en las redes (las plazas del pueblo actuales) a otras obras de la misma calidad o quizá peores. Si además tenemos en cuenta que nos vamos a tirar unos cuantos meses sin podernos reunir en ferias del libro, librerías y bibliotecas, y que el mercado de novedades va a estar parado hasta el curso que viene como mínimo, más les valdría ensalzar sus títulos a condenarlos al olvido. Eso sí, condenados muy dignamente.



El desprecio me parece lo peor de esta tríada. El desdén con el que se está tratando al público, su público -porque no olvidemos que la mayor parte de esas personas que cuentan en las redes son los compradores potenciales de sus productos-, pone de manifiesto una clara superioridad ¿moral? edulcorada con cierta condescendencia que llega a su culmen con lo selectivo y la discriminación (tu sí puedes contar mis libros, tu no, tu sí, tu no…) donde el clasismo es asqueroso. Vamos, que componente humano, cero patatero.



Siento avivar las llamas de una polémica que al principio se me antojó bastante insípida y que se hubiera zanjado con un poco de sentido común por ambas partes, una postura que hay que agradecer a otros autores y editoriales mucho más comprensivos durante unos días en los que altruismo y filantropía son más necesarios que nunca.
Más que nada, porque si no lo hacemos, unos y otros veremos pronto el declive de la LIJ. Porque este conflicto que ha pasado estos días, y si me apuran anecdótico, no es ni más ni menos que un signo de lo contaminado que empieza a estar un ecosistema lleno de intereses. Dios, ese que ha hecho poco acto de aparición estos días oscuros, no quiera que la visibilidad que durante los últimos años tenían los libros para niños acabe en saco roto y acarree una pérdida de oportunidades para todo el tejido que la envuelve y abriga.



Hans Christian Andersen, el genio de la Literatura Infantil que nació tal día como hoy hace 215 años, escribió ¿Pero no deberíamos todos nosotros en la tierra dar lo mejor que tenemos a los demás y ofrecer lo que esté en nuestro poder? Por ello les animo a encarar este Día de la Literatura Infantil y Juvenil con algo de generosidad, tanto por su parte, como por la nuestra cuando todo esto acabe y podamos acudir a las librerías. Porque las guerras son compartidas, y si son al calor de los cuentos, mucho mejor.

Todas las imágenes que acompañan a esta entrada excepto la de portada pertenecen al perfil de Instagram de los monstruos.

viernes, 23 de marzo de 2018

Hablando de LIJ con... Pep Bruno



Ilustración de Adolfo Serra

Román Belmonte (R.B.): Mis monstruos están muy contentos de tenerte aquí, más que nada porque es la primera vez que nos visita un narrador oral. Me creo en el deber de preguntarte, ¿qué te llevo a esta profesión tan sacrificada?
Pep Bruno (P.B.): Cuando uno conversa con colegas de oficio se da cuenta de que cada uno, cada una, llegó por un camino propio a la profesión. Contar cuentos es algo que todo el mundo puede (y debería) hacer, pero vivir de ello es algo más complicado: uno tiene la sospecha de que son los cuentos quienes deciden en qué garganta se acomodan para ser contados.
En mi caso hubo varios motivos que se juntaron y acabaron empujándome a la escena y la palabra dicha, pero fundamentalmente dos: el gusto por las historias (por leerlas, por escribirlas, por escucharlas, por contarlas) y vivir en Guadalajara, una ciudad de cuento donde la narración oral es muy reconocida y disfruta de gran predicamento.
En cuanto a si es una profesión “tan sacrificada”, sí, es verdad que tenemos que viajar mucho, es verdad que andas todo el día buscando nuevos cuentos para contar, es verdad que eres tu propio administrativo, secretario, gestor, es verdad que cada día con un público nuevo es como si tuvieras que volver a pasar un examen final… pero también es verdad que este es un oficio con muchas gratificaciones que compensan (desde mi punto de vista, con creces) los momentos más duros.
R.B.: Con tantos países, festivales, bibliotecas y centros de enseñanza a tus espaldas, ¿qué consejos darías a los recientemente iniciados en este arte de la transmisión oral?
P.B.: Hay muchas elementos que entran en juego a la hora de contar cuentos para un público, pero quizás haya uno que resulte fundamental: la honestidad. Contar desde la verdad que uno es, articular la historia desde la propia voz, ser consciente de dónde se está. Ser honesto a la hora de contar historias es tener mucho camino recorrido ya de partida.


R.B.: Su/s antología/s de cuentos favorita/s es/son...
P.B.: Hay muchas, claro, te cito algunas, las que primero me vienen a la cabeza ahora: los Cuentos al amor de la lumbre, selección y revisión de Antonio Rodríguez Almodóvar, en Anaya; El círculo de los mentirosos, selección de Jean Claude Carrière, en Lumen; Los cuentos de Ahigal, recogidos por José María Domínguez, en Palabras del Candil; los Cuentos populares albaneses, seleccionados y traducidos por Ramón Sánchez Lizarralde, en Miraguano; los Cuentos de la madre Muerte, seleccionados por Ana Cristina Herreros, en Siruela (bueno, en realidad la colección completa de Cuentos Populares de Siruela es una joya); Cuentos de los hermanos Grimm para toda las edades, adaptados por Philip Pullman, en B de Block; de verdad que podría seguir un rato largo. Y estos son sólo los cuentos de tradición oral. Si entramos en las colecciones de cuentos de autor también tengo para un rato largo.
R.B.: ¿Tienes algún cuento favorito o uno que cuentes mucho? ¿Por qué?
P.B.: Más que un cuento favorito tengo muchos cuentos favoritos y, sobre todo, tengo algunos cuentos favoritos ahora. Es decir, hay temporadas que parece que sólo quisieras contar unos cuentos y dejar descansar otros. Ahora mismo ando muy feliz con una selección de cuentos del Decamerón que cuento en “Viejos cuentos de nuevo” y algunos cuentos populares que he empezado a contar a niños y niñas de primaria como “Los tres pelos del Diablo”. Pero insisto, es como una relación amorosa, ahora estamos muy felices juntos pero puede que la llama de la pasión se agote y que luego, más adelante, vuelva a brillar intensamente. Aun así sí es verdad que tengo algunos cuentos con los que, más que una relación pasional, tengo una convivencia apacible como de matrimonio de años, cuentos que bien puedo haber contado más de mil quinientas veces; entre estos hay alguno que me acompaña desde el primer día que conté.



R.B.: Tradicionalmente, las historias, los cuentos, han sido transmitidos por personas cualesquiera que sólo utilizaban la palabra para que el mensaje llegara a los demás, ¿no crees que en ocasiones muchos narradores orales abusan de la teatralidad?
P.B.: En estos casi 25 años de oficio, en festivales de aquí y de allá, en escenarios como el Maratón de los Cuentos de Guadalajara… he visto y escuchado a muchos colegas de oficio, narradores y narradoras que contaban de maneras muy diversas: con mucha teatralidad y sin nada de ella; ceñidos al texto o volando con él; utilizando vestuario, objetos, libros, música… o nada de todo esto; contando solos o en grupo; poniendo voces muy diversas o utilizando un único registro… Es decir, hay mucha variedad y, con el paso de los años, aunque tengo bastante claro qué tipo de cuentista y qué estilo de contar me enamora más, también valoro a quien es capaz de engañarme desde su propia propuesta, de hacerme disfrutar de una historia incluso cuando la cuenta de la manera más opuesta a como lo haría yo. Porque en realidad se trata de eso: de quedar atrapado en la historia, de que me crea lo que escucho, de que, utilice los recursos que utilice, todo sea a favor de la historia (y no hay elementos artificiosos o forzados que me hagan salir de la historia).
R.B.: En este lugar de monstruos es inevitable hablar de didactismo... ¿Prefieres que los cuentos enseñen o entretengan?
P.B.: Los cuentos tienen, entre otros muchos valores (o funciones, o razones de ser), el de educar deleitando. El cuento siempre tiene una idea del mundo, siempre presenta una escala de valores, y al mismo tiempo siempre tiene una historia que te atrapa, te encandila, te entretiene. El equilibro entre estos dos aspectos es fundamental: si se cargan las tintas en uno de ellos podemos pasar del cuento a la perorata o del cuento al chiste.
En cuanto al entretenimiento te diré que, desde mi punto de vista, lo importante es que el cuento sea una buena historia, que te atrape desde el principio, que te enamoren sus personajes, que su ritmo no te deje escapar, que resulte coherente y verosímil, que esté bien resuelta… y todo esto ya lleva implícita su manera de ver el mundo, de pensarlo, de pensarnos.
Y en cuanto al didactismo yo lo resumiría de una manera muy sencilla: me gustan los cuentos que me generan preguntas mucho más que los que me dan respuestas.


Ilustración de Cecilia Moreno

R.B.: Si no me equivoco, en tu repertorio cuentas con sesiones para un público adulto y otras para otro más infantil. ¿Por qué esta diferenciación? ¿Acaso la narración oral no era para todos los públicos en sus inicios?
P.B.: Los cuentos son para todas las edades, de eso no hay duda, pero al separar repertorios para públicos más homogéneos tienes posibilidad de mejorar la selección de cuentos y la propuesta narrativa. De esta manera puedo elegir cuentos cercanos a los centros de interés y a la capacidad de escucha del público. Un ejemplo muy sencillo: un niño de 2 años puede escuchar entre 15 y 30 minutos y un adulto puede escuchar una hora y media sin problema, eso ya te permite que puedas contar cuentos largos (de una hora, por ejemplo) si el público es joven o adulto, pero podría ser un desastre si contara un cuento de una hora a un público de dos años. Esto es un caso extremo, pero, por ejemplo, yo diferencio entre los cuentos que cuento para 2º de ESO y los que cuento para 3º de ESO, o los que cuento para 3 años y los que cuento para 4. Con los años he ido aprendiendo y conociendo a los distintos públicos y eso me permite afinar en el repertorio elegido para contar.
Esto no significa que yo vaya buscando cuentos para tal o cual edad: yo busco buenos cuentos para contar y luego, una vez preparados, los cuento al público al que, creo, puede interesar más. A veces tengo cuentos que cuento a todas las edades, a veces sólo a un tramo, a veces sólo a uno o dos años… voy probando, voy afinando, voy aprendiendo.
También es un error generalizar: los centros de interés no vienen sólo determinados por la edad, o a veces en una una misma edad hay una horquilla muy amplia de centros de interés (por ejemplo, pueden variar mucho y ser muy distintos entre un niño y una niña de 13 años), igual que hay centros de interés propios de cada chaval. Todo esto te orienta y te ayuda para ir contando y ajustando cuentos y público.
Y todo lo dicho no excluye que haya funciones familiares (o funciones con públicos de edades muy diversas) con cuentos muy variados que interesan a todo el público (adulto e infantil), funciones en las que también cuentas con textos que manejan distintos planos de interpretación y en los que puede ocurrir que en un momento se rían los niños, en otro momento los adultos, en otro momento todos.


R.B.: En muchas ocasiones y desde diferentes plataformas se ha hablado de la censura sobre a Literatura Infantil y Juvenil, es por ello que me creo en el deber de preguntarte, ¿crees que es más difícil la censura en la parcela de la narración oral al ser un medio más inmediato o hay otros mecanismos para evitar la escucha aparte de tapar las orejas de los oyentes?
P.B.: A veces pienso que uno de los motivos por los que la narración oral sigue siendo una propuesta artística no muy difundida, no muy conocida, es porque no tenemos guion. Me explico. Tú programas un monólogo teatral y sabes qué va a contar ese actor, esa actriz, pero tú llevas a un narrador y él te puede decir qué cuentos contará (y muchas veces sólo más o menos) pero no qué dirá: porque el narrador elabora el discurso en el momento, y ese cuento no se sostiene en un monólogo, se sostiene en un diálogo continuo con el público en el que el contexto juega también un papel muy importante, así, puede ocurrir que una noticia que acabe de conocerse de pronto aparezca en el espectáculo, igual que cualquier cosa que ocurra durante la función (un móvil que suena, una puerta que se abre inesperadamente, alguien que se ríe escandalosamente…) también puede ser incorporada. Y esta incertidumbre, en muchos casos, no gusta a quienes programan o a quienes mandan.
Por lo tanto sí, es más difícil censurar a un narrador, a una narradora, especialmente una vez que está contando frente al público, aunque sí puede haber una censura posterior (conozco casos de narradores vetados que no han vuelto a contar a algún lugar).
De todas maneras hay dos cosas importantes que se deben señalar aquí: por un lado la gente va a escuchar historias, no arengas, por lo tanto puede haber algunas referencias al contexto, a lo que sucede (y nos sucede) en el día a día, pero la gente quiere historias, buenas historias, que sucedan en espacios de ficción, que les hagan pasar un buen rato y que les nutran, y no pegotes (didácticos, críticos, soflamáticos…) metidos con calzador aquí y allá entorpeciendo una buena historia.
Y la segunda cosa es que habría que diferenciar en cuanto a una censura vertical, aplicada desde arriba, de la que actualmente se dan pocos casos (al menos, que yo sepa, en nuestro oficio), y una censura horizontal, cada vez más presente en nuestra sociedad, que incluso llega a convertirse en una propia autocensura (a la hora de elegir cuentos, de contarlos, etc.). En ambos casos creo que una de las funciones del profesional de la narración oral es la de tener una mirada reflexiva, la de ser voz crítica, y por lo tanto la de ser en (y promover) espacios de absoluta libertad.



R.B.: ¿Alguna vez has sentido la censura en tus propias carnes? ¿Nos podrías contar alguna anécdota censora?
P.B.: No, al menos que yo recuerde ahora. Lo más parecido fue una queja que una persona registró en un ayuntamiento tras haberme escuchado contar. Desde el ayuntamiento me pidieron que contestara a la queja y que argumentara mi respuesta. Una vez entregado mi escrito se desestimó la queja. Con posterioridad he vuelto a trabajar en varias ocasiones en ese municipio.
R.B.: Cambiando de tercio, nos toca hablar de libros y lectura... ¿Se puede realmente transcribir la tradición oral? ¿Le hacen justicia los libros a los cuentos?
P.B.: Es un tema apasionante. La transcripción literal puede resultar un completo desastre: textos feos de leer que, además, apenas son una parte de lo contado (pues faltan referencias a elementos como la prosodia, los gestos, el contexto, la respiración del público…), por lo tanto suele ser conveniente trabajar un poco con ellos, pero también es fácil que ocurra que en el proceso de reescritura estos cuentos recogidos del ámbito de la oralidad puedan perder mucho de su valor.
Son lenguajes distintos el oral y el escrito, y para pasar de uno a otro hemos de hacer una especie de traducción (en un sentido o en otro). Los buenos “traductores” consiguen que haya cuentos literarios que se disfrutan contados (y escuchados) y cuentos orales que se disfrutan leídos. Y para eso, como para todo en esta vida, hay que saber. Para mí un ejemplo clarísimo es la colección de Los cuentos de Ahigal, una verdadera joya en la que los textos orales mantienen mucha de su frescura a pesar de haber sido pasados al lenguaje escrito.


Ilustración de Alberto Gamón

R.B.: Aparte de constituir una patria compartida de la imaginación, ¿qué tiene la narración oral que no tiene la lectura y viceversa?
P.B.: Quizás la diferencia fundamental es que la lectura suele ser un acto solitario (salvo algunas excepciones) y la narración oral siempre tiene que ser un acto compartido. Por lo tanto en la narración oral siempre hay otro, otra, siempre hay alguien que te mira y que está contigo viajando a lomos de esa historia que cuentas.
R.B.: En la última década las editoriales del gremio apostaron por el trabajo de los narradores orales a la hora de la producción escrita, ¿a qué crees que se debió esta sinergia entre cuentacuentos y libros infantiles?
P.B.: A mí me gusta pensar que, en general, los cuentistas conocemos bien el cuento y es para nosotros algo habitual contar historias con estructuras (orales) que llevan funcionan siglos. Por lo tanto, a la hora de escribir historias, manejamos (de manera natural) unos recursos que nos facilitan mucho la tarea. Por esta misma razón también ocurre que muchos de los cuentos que escribimos resultan sencillos de contar o de leer en voz alta (en mi caso hay ejemplos muy evidentes, como La cabra boba o La noche de los cambios), y eso siempre resulta atractivo para editoriales que quieren llegar a profesorado, bibliotecarias, familias… con ganas de leer y contar historias.
Por otro lado hay compañeros que dicen que escriben los cuentos que no encuentran para contar (y que les apetecería contar), y si los textos resultan de interés para una editorial ¿qué más da que el autor sea cuentista o no?, si es un buen cuento, adelante, se publica.


R.B.: Pisa algún charco, hombre: ¿Qué opinas del negocio de la LIJ?
P.B.: El libro (ya sea LIJ o no) se mueve entre dos ámbitos muy diferenciados, el de la cultura y el del mercado. Lo deseable sería que hubiera un equilibrio entre esos dos territorios, porque que los libros sean un “producto” rentable para el mercado permite que se escriban y publiquen nuevos títulos, y eso, evidentemente, es bueno para la cultura. Pero esto no ha de hacernos olvidar que el objetivo ha de ser contar con buenos libros, y para eso es fundamental que las editoriales estén dirigidas por editores (con criterios de cultura), no por comerciales (con criterios de mercado). Es decir, creo que lo que nos tiene que preocupar, fundamentalmente, es que se publiquen libros de calidad, libros nutricios, libros que nos permitan cultivar el pensamiento crítico y la reflexión, libros que nos golpeen, libros que no nos dejen indiferentes, libros escritos dando por hecho que somos lectores y lectoras inteligentes. Y eso, ya sea en el ámbito de la LIJ, ya sea en otros ámbitos de la edición, no siempre ocurre.
R.B.: Parece ser que últimamente los medios orales como la radio están de capa caída y el público prefiere medios donde la comunicación se complemente con lenguajes visuales. Es hora de preguntarle ¿El romanticismo de la narración oral o lo integral de la era digital?
P.B.: Pues no sé qué decirte: no sólo pienso que la radio goza de muy buena salud, sino que creo que está habiendo un auge del podcast y de los audiolibros, por ponerte un par de ejemplos orales. Igual que pienso que esto va a más. Y eso no quita que no sea verdad que hay también mucha pantalla y medios audiovisuales.
De todas maneras tu pregunta creo que va por otros derroteros: me hablas de una narración oral (oralidad primaria) y lo integral en la era digital (audios, podcast, vídeos… es decir, una oralidad secundaria, descontextualizada). Personalmente creo que el progreso no debe significar dejar atrás las cosas buenas que tenemos, y se me ocurren pocas cosas mejores que contar y escuchar cuentos. Yo abogo por la convivencia. Eso sí: del cuento contado se puede abusar (y pasar horas contando y escuchando), del tema de pantallas, ojo, todo esto se está estudiando en la actualidad pero, desde luego, es pura sensatez que haya un control paterno y una limitación de tiempos de uso en la infancia.


Ilustración de Rocío Martínez

R.B.: ¿Qué próximos proyectos le rondan?
P.B.: Del ámbito de la narración, ademas de preparar nuevos cuentos y espectáculos, y además de contar y viajar con mi mochila de cuentos (por España y otros países), en la actualidad estoy enredado en un par de proyectos apasionantes de formación: tengo dos alumnos venidos de Chile, dos narradores que consiguieron una ayuda del Ministerio de Cultura de Chile para pasar cuatro meses formándose conmigo en un proyecto de mentorado. Al mismo tiempo y con mis compañeros de AEDA ultimamos los detalles para la Escuela de verano (la quinta edición ya). Ando también en un par de proyectos, que todavía no puedo contar, relacionados con la formación y la universidad.
Del ámbito de la escritura: ayer terminé de revisar “Los días pequeños”, una especie de novela-mosaico que cuenta con ilustraciones de Daniel Piqueras Fisk y que publicará Narval en mayo. Si todo va bien este año verán la luz otros tres libros más.
Y del ámbito de la lectura: estoy deseando que lleguen los días de vacaciones de Semana Santa para poder leer unos cuantos libros maravillosos que me están esperando en la mesilla de noche.
R.B.: Para decirle adiós ha llegado el momento de jugar, comer y leer... ¿Cuáles son sus juegos, sus platos y sus libros favoritos?
P.B.: Me gusta jugar con el lenguaje (juegos de palabras, dobles sentidos, palabras encadenadas…) aunque también disfruto mucho jugando al ajedrez; también me gustan mucho los juegos de mesa y los tradicionales de calle (entre ellos mi favorito, sin lugar a dudas, el “balón prisionero”, o “matado” que decíamos de niños).
De comidas, mis favoritas el arroz (en cualquiera de sus variedades y posibilidades) y una buena tortilla de patatas con cebolla (como las que hacemos en casa, pocas).
Ufff, libros, ¡hay muchos que me gustan mucho! Te voy a citar sólo alguno.
De mis lecturas de niño recuerdo con mucho cariño El zoo de Pitus, de Sebastiá Sorribas. Y de mis lecturas de joven y adulto intenté hacer un resumen y me quedó ESTA BIO/BIBLIOGRAFÍA.




Pep Bruno (Barcelona, 1971), licenciado en Filología Hispánica (Universidad de Alcalá de Henares) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad Complutense de Madrid), y diplomado en Trabajo Social (Universidad Pontificia de Comillas), empezó a contar cuentos de forma profesional en 1994. Cuentos para bebés, público infantil, juvenil y adulto forman un repertorio que ha viajado por toda España y por países como México, Perú, Chile, Argentina, Marruecos, Túnez, Portugal, Grecia o Bélgica. Ha participado en la organización del Maratón de Cuentos de Guadalajara entre 1994-2006 y ha sido miembro del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de esta misma ciudad en la que reside desde hace muchos años. Imparte cursos, talleres literarios, de creación y de animación a la lectura, así como es autor de numerosos artículos especializados. Desde el 2015 tiene un espacio dedicado a bibliotecas, libros y cuentos en la Radio Castilla-La Mancha. Para conocer más sobre su trabajo sólo tienen que visitar su página web o su blog Por los caminos de la tierra oral

jueves, 13 de junio de 2013

"XXII Maratón de los Cuentos" de Guadalajara (España)


Otro año más la ciudad de Guadalajara (España), celebra la XXII edición de su "Maratón de los Cuentos” una cita ineludible para todo narrador y cuentacuentos. Durante los días 15, 16 y 17 de junio, los lugares emblemáticos de esta ciudad (desde el Palacio del Infantado hasta la Iglesia de San Francisco o el Convento de la Piedad), sus calles y jardines se llenarán de unas historias que, este año, vienen abanderadas por la narración oral procedente de Sudáfrica, algo a lo que alude el cartel anunciador, un tanto rupestre y elaborado por Juan Carlos Fuentes. Les animo a participar en esta fiesta de la palabra que durante cuarenta y ocho horas consecutivas reúne a cientos de personas contando, escuchando y sintiendo ese hilo invisible  que une el alma y las cuerdas vocales: los cuentos.

martes, 12 de junio de 2012

Cuando nacen los cuentos...




Cuando un cuento nace, un momento se congela, callan los hombres y una palabra brota. Las palabras se enredan en el alma, se prenden al viento y corren por el mundo. Un mundo de detalles infinitos, sensaciones olvidadas y lugares perdidos. Perdidos y encontrados, fingidos o reales, que vuelven a la vida. Una vida que, a veces áspera, a veces mullida, queda encerrada en los cuentos que congelan los momentos y hacen callar a los hombres.