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lunes, 31 de enero de 2022

Maravillas de la orina


La orina es una cosa muy seria y hoy toca hablar de ella.
Es el líquido más o menos amarillento que expulsamos unas siete veces al día de nuestro organismo y se fabrica gracias a las nefronas, las unidades fisiológicas que forman los riñones. Formada por agua, sales minerales, urea, creatina, ácido úrico y amoniaco. Nada de bacterias, células sanguíneas o glucosa. Y si las tiene puede ser indicador de diabetes, cáncer de vejiga o infección urinaria. Lo que si contiene la orina de las mujeres embarazadas es gonadotropina coriónica, una hormona que puede desencadenar reacciones metabólicas en otros seres vivos, como por ejemplo, la ovulación en algunos anfibios. De ahí viene el llamado “test de la rana”, una prueba que se realizaba en los años 30 que provocó plagas de Xenophus laevis, una especie sudafricana, en diferentes países donde se introdujo.
Si piensan que su vejiga urinaria puede almacenar litros y litros de orina, les debo avisar que su capacidad máxima es de tan solo medio litro. Otra cosa es que no paren de mear debido a la incontinencia urinaria, algo que le sucede a los bebes y las personas de cierta edad que son incapaces de controlar el esfínter que regula su salida. También nos puede pasar en mitad de un accidente o cuando nos reímos mucho. Se relaja ese pequeño músculo y nos meamos encima.


Es un líquido tan extraordinario que desde antiguo se ha utilizado para diversas cuestiones de la higiene y cuidado personal. En la época de los romanos se utilizaba para fabricar un enjuague bucal que blanqueaba los dientes gracias al amoniaco, y hoy en día algunos dermatólogos suelen indicar que la primera orina de la mañana es un tónico sin igual para pieles aquejadas de psoriasis, dermatitis o acné debido a su alto contenido en urea.
En la actualidad la orina es fuente de numerosas investigaciones, sobre todo en el campo de la agricultura o la producción de biocombustibles. Mientras esperamos lo que nos depara el futuro con ella, yo me quedo con su papel en la producción de nitrato potásico, uno de los principales componentes de la pólvora que inventaron los chinos hace siglos.
Para que vean que todo esto es para mear y no echar gota (una expresión que tiene que ver con el lado sorprendente de las cosas), o en caso contrario, de que el chorro salga descontrolado y te pongas como una sopa, aquí les dejo uno de esos libros que toma como argumento este líquido elemento.


Gotitas, un álbum del genial Shinsuke Yoshitake publicado hace unos meses por la editorial madrileña Pastel de Luna nos cuenta la historia de Taro, un niño que siempre moja los calzones con las últimas gotas. Un tema peliagudo que lo trae de cabeza. Su madre se enfada con él a todas horas. Que si no tiene cuidado, que si se pone perdido. Pero él, lejos de avergonzarse comienza su propia investigación para constatar de primera mano si es algo tan extraño y vergonzante. Quizá los demás también tengan el mismo problema…
Para variar, el autor japonés, parte de un tema tan estúpido como universal y nos presenta un libro hiperbólico que aúna crítica y humor a partes iguales. Desde la extrañeza, la naturalidad y la inocencia infantil lanza un dardo tras otro a los convencionalismos del mundo adulto. Quita hierro y añade razones para el orgullo y la defensa libertina de problemas banales que no nos hacen ni mejores ni peores, sino simplemente humanos.


Un regalo para todo tipo de meones de toda edad y condición que, como buen espejo, lanza reflejos sociales y ahonda en los pequeñas complicaciones de la vida que, lejos de amedrentarnos y acomplejarnos deben encajar en nuestro propio universo con la ligereza de una sonrisa.


jueves, 18 de junio de 2020

De mocos y mascarillas



Gel desinfectante, alcohol y lejía por un tubo, pantallas de protección, guantes de nitrilo… Si a los take-away, el comercio electrónico y los grandes grupos farmacéuticos, sumamos la industria química y de la higiene, ya están todos los que  están haciendo el agosto con esta crisis virulenta (Y lo que te rondaré, morena).
No se nos deben olvidar las omnipresentes mascarillas, un artículo que va encaminado a acabar con nuestro cutis, nuestras fosas nasales, nuestra capacidad pulmonar y nuestra visibilidad (Cuando alguien muera atropellado ya se inventarán algo para que no se empañen las gafas…).


Dirán que exagero, pero a pesar de su efectividad (todavía sería mayor si se hubiera obligado su uso antes y durante la pandemia) lo de la mascarilla es un guarreo, sobre todo cuando se reutilizan más de lo debido (consecuencias de un gasto más que debemos acometer de nuestro bolsillo en una época de inflación y sinvergoncerío brutal).
Fíjense hasta donde llega la insalubridad de las mascarillas que el otro día la Inma sufrió una infección nasal casi apocalíptica que la llevó hasta urgencias con media cara hecha un cuadro picassiano. Antibióticos por un tubo y cuidadito con el uso de la mascarilla fueron las recomendaciones del otorrino.  


No es de extrañar pues la mascarilla es un nido de mierda que hay que sanear con regularidad (por eso el gobierno alemán le ha dado el visto bueno a las de tela, que con un poco de lejía y lavadora, van). Piel muerta, gérmenes, polen y mucha miseria van impregnando los tejidos del bozal y ya la tenemos liá.
Y es que no olvidemos que nuestro cuerpo, muy sabio, se dedica a fabricar secreciones de naturaleza acuosa para amalgamar todo tipo de bichos y sustancias nocivas y expulsarlas al exterior. Saliva, sudor y sobre todo mocos se dedican a eliminar las guarrerías que nos invaden y de paso luchar contra la sequedad del medio aéreo al que nos hemos adaptado a lo largo de los millones de años.


Ya saben, no menosprecien a los mocos, que además de desempeñar una labor la mar de importante, tienen funciones más lúdicas, algo que me lleva hasta un pequeño álbum de Elena Odriozola que se basa en Yo tengo un moco, una coplilla infantil de toda la vida en torno a la que muchos se han iniciado en esto del universo de la rima.
Sin obviar una retahíla que a modo de disco rayado invita al acercamiento sinfónico y verbal de las palabras, hay que llamar la atención sobre otros aspectos de este libro publicado por Ediciones Modernas El Embudo, un álbum que se compone de una secuencia de imágenes en las que una serie de personajes se dedican a entretenerse con un moco.
Así y desde su posición privilegiada, el lector-espectador se dedica al voyerismo más divertido, uno que divierte y avergüenza a partes iguales, pues se identifica con cada una de las ilustraciones al tiempo que activa el resorte de lo escatológico. Ver como otros juguetean con ese material verdoso y plástico que se halla en las profundidades de los orificios nasales, además de asqueroso, tiene su lección de vida.
Si a todo esto añadimos que poniendo nuestro pulgar en la esquina inferior derecha y dejamos pasar las páginas rápidamente, el libro se transforma en una suerte de cine de dedo que añade valor a la idea primigenia, el resultado es cuasi-perfecto.
Feliz jueves y recuerden que ¡para sonarse los mocos hay que quitarse la mascarilla!

lunes, 17 de octubre de 2016

Caca, pedo, culo, pis y libros escatológicos


Sitúense. Segunda hora de la jornada escolar. Biología y geología. Veinticinco alumnos empiezan a despegar las pestañas y un señor (qué bueno es reírse de uno mismo) profesor explicando el proceso de digestión humana. Paso a paso. Ingestión del alimento, bolo alimenticio que atraviesa el esófago, jugos gástricos, clorhídrico, pepsina y pepsinógeno, secreción biliar, reabsorción del agua y... ¡voilá! ¡mierda a tutiplén! Sí sí, hagan como mis alumnos: ríanse que, como los besos, es gratis y sienta bien... Y siempre hay alguno que te dice “¿Pero lo escribimos así, Román?” “Claro, Óscar, hasta donde yo sé, la mierda es mierda y no tiene otro nombre, ¿no?” Se queda embobado y vuelve a sus apuntes con aire de triunfo.
Seguramente les parecerá soez que utilice estos vocablos en mis clases, pero lo cierto es que tras ellos reside su éxito (no es por tirarme flores, pero mis alumnos se lo pasan en grande aunque se les caiga la mano de tanto apunte..., ¡Ea, soy acérrimo enemigo del libro de texto). Si extrapolamos esta realidad a la literatura infantil, vemos que sucede algo parecido: todos aquellos libros que hacen referencia a aspectos escatólogicos, tienen unas ventas estratosféricas, pero, ¿por qué? He aquí algunas respuestas...


En primer lugar tenemos el aspecto subversivo de la LIJ, una que se atreve a ir contracorriente, a enfrentarse a las convenciones sociales que los adultos han establecido sin tener en cuenta al niño, ese lector libertino. Este es el punto en el que los libros infantiles y sus autores transgreden las normas y se atreven a preguntarle al lector: ¿Los buenos libros tienen que pasar por la corrección? ¿Hay que eliminar palabras malsonantes de los libros? ¿Resta credibilidad tener un olor nauseabundo y un aspecto indeseable?


En segundo lugar hay que hablar del efecto rebote... Aunque cabría esperar que el tabú, el pudor y la censura dilapidarán sin miramientos a este tipo de libros, lo cierto es que estas tres palabras se articulan en pró del éxito de la literatura infantil escatológica, no sólo por la sensación de triunfo o evasión que tiene su lector frente a los cánones de supuesto buen comportamiento, sino por hacer más apetecible un producto (pseudo)prohibido y que poco nos puede aportar (culturalmente hablando, porque carcajadas, a raudales...).


También hay que hacer referencia a los aspectos técnicos... La literatura infantil, sobre todo en lo que respecta al álbum y sus congéneres, tiene un arma inmejorable para hacerle frente a todo lo malsonante, la ilustración. Las imágenes son capaces de representar las ideas con un lenguaje que reverbera desde el interior, es un habla sin sonido que facilita la inclusión de estos conceptos poco deseados en el discurso, impregnarlo del realismo que se quiera, al tiempo que critica y satiriza desde otro ángulo de visión. Si a ello añadimos los diferentes tipos de diálogos que se establecen entre las palabras y las ilustraciones (juegos, complementariedad, disociación, etc.) tenemos una amplia variedad de propuestas para interaccionar con el niño.
A todo esto se debe que obras como Todos hacemos caca de Taro Gomi y publicada por Blackie Books en castellano, hayan vendido la friolera de un millón de ejemplares en toda la Tierra desde su primera edición en 1977, un planeta donde la mayor parte de los seres vivos comen y después, excretan (¿sería esta la palabra que buscaba mi alumno? Espero que no, porque suena mejor “mierda”).

Otros títulos escatológicos:


Holzwarth, Werner y Erlbruch, Wolf. El topo que quería saber quién había hecho aquello sobre su cabeza. Beascoa.



Gusti. La mosca en: Un día perfecto puede ser una pesadilla. Serres.



Heine, Helme. Cuentas de elefante. FCE.



Nikly, Michel y Claverie, Jean. El arte de la baci. Lóguez.



Da Coll, Ivar. ¡No, no fui yo! Alfaguara.



Van Genechten, Guido. El libro de los culitos. SM.



JuanolO. Culos. Algar.


Van Genechten, Guido. El gran concurso de la caca. SM.


Van Genechten, Guido. ¿Puedo mirar tu pañal? SM.


Charlot, Beniot. Cacanimales. Combel.


Mora, Sergio. La caca mágica. Bang Ediciones.


Kelly, Mo y McQuillan, Mary. ¿Quién ha visto mi orinal? Serres.


Willems, Mo. Tengo pis. Entre Libros.



Lemaitre, Rascal y Lemaitre, Pascal. Todo el mundo hace caca. Corimbo.



Stalfelt, Pernilla. El libro de la caca. La osa menor.



Davies, Nicola y Layton, Neal. Caca. Una historial natural de lo innombrable. Lynx Ediciones.



Maudet, Matthieu. ¡Voy! Océano Travesía.



Jaume Copons y Mercé Galí. Todo lo que sé de la caca. Combel.



Diane Christyan Fox. ¡Caca de dinosaurio! Bruño - Cubilete.



Rafael Ordóñez y Laure de Puy. El pedo más grande del mundo. NubeOcho.



Shinsuke Yoshitake. Gotitas. Pastel de Luna.




Mariona Tolosa Sisteré. La vida secreta de los pedos y eructos / La vida secreta de los mocos. Zahorí Books.

 

Fredéric Marais. La ciencia de la caca. Océano Travesía.



Nick Caruso, Dani Rabaietti y Alex G. Griffiths. ¿Se tira pedos? Océano Travesía.



Elena Odriozola. Yo tengo un moco. Ediciones Modernas El Embudo.