Mostrando entradas con la etiqueta Juan Palomino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Juan Palomino. Mostrar todas las entradas

viernes, 17 de junio de 2022

Reflejos sobre uno mismo


El mar. Hubiera deseado pasar la ola de calor junto al mar. Pero no, me toca estar corrigiendo exámenes de recuperación. No sé para qué. Todo es tan yermo, tan inútil, que a veces uno se plantea para qué hacemos ciertas cosas si en realidad sirven de poco. Quizá todo sea como siempre y lo que verdaderamente importa es estar aquí, en el mundo. O quizá no. Preguntarse en voz alta. Responderse en un susurro. Dejarse mecer. Observar lo bello. Transformarlo en algo más hermoso. Ver cómo se reflejan las estrellas. Sobre nosotros. Sobre el mar.


Las personas nacen sin nombre
Luego viene alguien y dice:
Tú te llamas Raquel
Y ya está
Las estrellas también nacen sin nombre
Luego viene Raquel y dice:
Tú eres Cástor, tú eres Pólux, tú eres Maia
Y las estrellas se llaman Cástor, Pólux y Maia
Las estrellas no tienen apellido
Las estrellas no tienen dirección ni bicicleta ni teléfono
Las estrellas están siempre en el cielo
Los peces están siempre en el mar
Raquel no está nunca en el mismo lugar
Raquel está en la casa, en el parque,
En el mar, en la biblioteca,
En el mercado, en la bañera
El parque no está en el mar
El mar está en el corazón del pescador
Raquel está en el cielo
Raquel es una estrella
Y ya está


Micaela Chirif.
Las estrellas.
En: El mar.
Ilustraciones de Armando Fonseca, Amanda Mijangos y Juan Palomino.
Premio de poesía A la orilla del viento 2019.
2019. México: Fondo de Cultura Económica.


lunes, 22 de febrero de 2021

Un revolcón de belleza


Por si acaso no hubiéramos tenido bastante con el despropósito que ha llenado las calles de algunas ciudades españolas durante estos días, hoy tenemos que escuchar cómo nuestros políticos echan más leña al fuego y avivan esa división que cada día se hace más patente en una sociedad desorientada y enferma. ¿Acaso no tenemos bastante con los miles de fallecidos? ¿No hay suficiente gente pasándolas canutas? ¿No se ha hundido bastante la economía? No sé qué más quieren para perpetuarse como parásitos, para seguir jugando a sus tretas de tronos sin importarles lo más mínimo el bienestar de los ciudadanos.
Me producen tanto asco que hoy he decidido comenzar la semana con algo de poesía gracias a una antología que bien merece la pena ser reseñada en este lunes grisáceo. Un recorrido fresco y luminoso por las voces de treinta y seis poetas que, a golpe de verso libre, transitan un siglo de poemas que puede leer cualquiera. Un manojo de cerillas que prenden como tímidas luciérnagas el mundo que otros intentan apagar.
No es que esté melancólico ni taciturno, solo que, de vez en cuando, harto de basura, sienta muy bien darle un revolcón de belleza al alma. Y si es incendiario, mejor que mejor.

Revelación

La noche estaba quieta
prendida a las veletas de las torres.
Y la calle estaba muda, sola…

¡Un caballo negro
la cruzó galopando…!

Yo no sabía
que la calle era de cristal.

Carmen Conde



Dibujo de unicornio

Desde la página de mi cuaderno
he visto al unicornio sobre un lago
abrevar de la luz avergonzada
que cae de mi lámpara amarilla;
acostumbra a mirarme de reojo,
posando de perfil ante mi lápiz.
Cierro mi libreta antes que mi padre
lo descubra pastando entre mis manos.

Javier España

En: Cajita de fósforos. Antología de poemas sin rima.
Selección de Adolfo Córdova.
Ilustraciones de Juan Palomino.
2020. Barcelona: Ekaré.




martes, 23 de junio de 2020

Educación o cómo transitar el mundo



El curso termina y muchos docentes sentimos como el coronavirus ha pasado sobre nuestros quehaceres como una apisonadora. No sólo porque nos ha desbaratado todos los planes, sino porque nos ha impuesto otro modus operandi basado en el desconcierto, la turbia postura de la Administración competente, y el trabajo añadido (no les voy a contar que hemos echado más horas que un reloj). Todo ello ¿para qué? Créanme, todavía no lo sé.
Lejos de explicarles cómo ha funcionado lo educativo durante los últimos meses (podría dar para una serie entre cómica y de mafiosos), prefiero centrarme en los males de la Escuela (en mayúscula, entendida como institución) y así no granjearme la enemistad de todo tipo de crédulos y mamones (N.B.: En este mundo de ofendiditos se hace más ligero hablar en líneas generales que hacer capturas de pantalla).


Nos pasamos la vida hablando de una “educación de calidad”. Más que de reírse, de lo que entran ganas es de cagarse. Primero a modo de venganza sobre la calavera de quienes se inventan estas falacias,  y después para purgarse de todo mal intestinal. No me pregunten de dónde viene la cagalera, pues la razón está muy clara: nadie durante el último siglo se ha preocupado por la libre enseñanza. Más bien ha sido una mezcla entre condescendencia, simplismo y propaganda.
Chavales abandonados y perdidos pero bien alimentados y equipados, familias sin tiempo aunque con muchas ganas de estatus, profesores hartos de laberintos burocráticos y cambios legislativos, intervencionismo gubernamental, sindicatos con intereses, derivas y corruptelas políticas y un sinfín de factores generan un modelo complejo donde pocos sacan algo en claro.


De esta forma me adentro en La joven maestra y la gran serpiente de Irene Vasco y Juan Palomino (editorial Juventud), uno de esos álbumes muy laureados durante los últimos meses que se interna en los pormenores de la educación a través de la historia de una maestra recién licenciada que viaja con un buen montón de libros hacia una aldea en mitad de la selva para “alfabetizar” a sus habitantes. En principio todo se desarrolla según lo esperado hasta que hacen aparición las lluvias torrenciales que arrasan la cabaña que hace las veces de escuela junto a la pequeña biblioteca que la maestra lleva consigo.


Aunque para desvelar el final tendrán que acudir a la biblioteca o la librería, les adelanto que esta historia ofrece múltiples puntos de vista (¿Sería indicativo de buen libro?)  Unos me han dicho que tiene que ver con ese menosprecio hacia la tradición oral que muchos métodos educativos exhiben, otros me dicen que apuesta por el indigenismo y la preservación de las culturas ancestrales, y los de más allá que presenta la eterna dicotomía pensamiento urbano-idiosincrasia rural. También habla de los viajes iniciáticos (sigan el hilo que se extiende a lo largo de las páginas), sobre todo los laborales (¡Qué ilusos somos cuando empezamos a trabajar!), al igual que se adentra en un simbolismo que se apoya en ilustraciones coloristas y la tradición totémica de los pueblos aborígenes de Sudamérica.



Sin embargo, un servidor prefiere pensar que se trata de una fábula sobre la corresponsabilidad educativa, esa necesaria y compleja tarea que recae sobre todos. Padres, maestros, libros, historias o la mismísima naturaleza tienen una importancia significativa en la construcción de un pensamiento personal y transferible que, alejado de clichés buenistas y estribillos mesiánicos, nos permita crear sendas intrincadas y no excluyentes por las que transitar el ancho mundo.