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lunes, 18 de octubre de 2010

Analizando álbumes ilustrados




Son muchos los que se dedican a comparar obras literarias para entresacar así coincidencias y otros datos de interés relevante, dejando al descubierto una serie de influencias de unos autores sobre otros, claro ejemplo del proceso de construcción de la cultura en la mayor parte de los casos. En otras ocasiones, con claridad descubren los estudiosos que, en la consecución del noble arte de escribir, son más los que copian que los que crean.
No soy de los que abogan por señalar al que plagia. Bien pensado hoy día hay pocos que inventan algo, bien sea en lo televisivo, lo musical o lo artístico, por lo que más nos vale callar no sea que recibamos alguna merecida reprimenda por criticones y malpensados.
En cualquier caso, hoy les traigo un análisis comparativo entre tres álbumes ilustrados (creo que no abundan muchos estudios sobre estos casos dado la juventud de este género literario y lo apartado que queda de la literatura puramente académica).
Entre El rey del mar (Imapla, editorial Océano Travesía), Nadarín (Leo Lionni, editorial Kalandraka) e Historias sin fin (Iela Mari, editorial Anaya) existen una serie de paralelismos bastante llamativos.
En el caso de El rey del mar e Historias sin fin, los autores utilizan como hilo argumentativo el concepto biológico de la cadena trófica, es decir, el bicho grande siempre se come al pequeño, mientras que en Nadarín, Lionni da menos importancia a este hecho, apartándolo de su intención inicial: realizar una metáfora sobre la solidaridad (la unión hace la fuerza), hilo argumentativo que también presenta El rey del mar pero de manera menos evidente. En estos dos últimos, es notable que los animales elegidos para narrar la historia sean peces de todo tipo y condición, no como en Historias sin fin, donde los representantes del reino animal son más variados.
Entre las ilustraciones de Imapla y Iela Mari, además de los colores vivos y las líneas definidas, podemos destacar el movimiento como efecto visual de gran ritmo narrativo, conseguido gracias a la disposición de los elementos sobre la página. En Nadarín, por lo general, tenemos colores más tenues, propios de la acuarela, más adecuados para el tipo de historia que pretende contar el autor, la fabula de lo social, aunque las líneas quedan bien definidas por el uso de técnicas como el collage y los tampones. Asimismo, Lionni deja a un lado la dinámica narrativa, evitando el sentido unidireccional de la obra, y aboga por la narración clásica de ida y vuelta, lo que hace que su obra sea idónea para lectores más formados, no para los primeros lectores a quienes van dirigidas las dos anteriores, en las que el formato de la edición también ayuda.
En síntesis se podría concluir diciendo que El rey del mar es un híbrido entre Nadarín e Historias sin fin, pero ¿quiero decir con ello que no merezca ser leído con la misma profundidad que éstos? Contéstense a sí mismos…

miércoles, 21 de enero de 2009

Estaciones




Siempre me he preguntado por qué los curas no organizaron de un modo más práctico su mejor invento, el tiempo. Ya podían haber tomado parámetros más naturales y dejarse de horas, días, meses y años, porque aquí, como a todo hijo de vecino o mamífero que se precie, lo que nos modifica el carácter son las llamadas estaciones del año. Y es que los biorritmos son muy importantes, no sólo a la hora de sembrar cebollino, sino a la hora de tomar decisiones importantes para uno mismo. Unas épocas del año son favorables a la hora de aumentar el panículo adiposo, mientras que otras lo son más para perder esos kilos que nos sobran. Si usted quiere mudarse, le recomiendo que opte por la primavera o el otoño, y si se va a casar… ¡Ejem!… yo creo que cualquier época es mala (risas enlatadas).
Y es que, si cogemos un almanaque (cosa que todos hacemos con el comienzo del año) y vamos pasando los meses, irán sucediéndose imágenes en nuestra memoria… Con el otoño llegan los árboles tristes, la lluvia y la noche que nos apocan la vitalidad y aumentan las barrigas, más tarde arriba el señor invierno y su manto de frío y hielo que también nos recorre los pensamientos. La primavera ya es otra cosa, despierta no sólo la libido y las ganas de saltar, sino también los brotes y las flores, y para finalizar el verano, donde esa calma chicha y el sonido de los grillos nos acunan en un vaivén tranquilo.
Así que, con tres títulos sobre las estaciones del año: el arte de John Burningham (Las estaciones) y de Iela Mari (Las estaciones), la pluma de Roald Dahl (Mi año) y la sencillez y preciosismo de Un año en la granja –descatalogado, una lástima-, les dejo que piensen en este año que nos espera.

viernes, 13 de junio de 2008

Ciclos




Estoy muy satisfecho con el pequeño club de admiradores de este espacio que se ha creado en poco tiempo (espero que sigan siendo constantes en sus visitas y no me obliguen a dedicarme a otros menesteres… Breve inciso: creo que necesito sonidos más alegres para la disertación de hoy… Antonio Vega no es muy recomendable en una mañana soleada como esta…).
Me sorprende -no sé de qué modo-, la gran capacidad del personal que me rodea para, una vez tras otra, desearte un feliz año nuevo y propinarte a modo de succión, una pareja de besos indisolubles e incomestibles. Se ve que a la gente le pierde eso de las cuestiones cíclicas y repetitivas: las Nocheviejas, los Años Nuevos, las rebajas, los carnavales, las Semanas Santas, las primeras comuniones, las renovaciones de vestuario, las limpiezas generales, las bodas veraniegas y los apartamentos veraniegos… Como dice una letra muy chirigotera: “To’ lo año, lo mi’mo”.
Uno, no ha sentido nunca la necesidad imperiosa de asemejar su vida a un pez que se muerde la cola, al carácter cerrado del tiempo y su repetición fractal. A un servidor le gusta la linealidad, la continuidad y el avance (esto no quiere decir que sufra de vez en cuando ciertos vaivenes y retroceda a ciertos puntos pasados). Eso de cerrar mi preciado mundo a unos cuantos quehaceres casi rutinarios se escapa de las manos de un emprendedor… Así pasa, que luego vienen las depresiones y demás ínsulas psicológicas… Así que: avancen. Desplazarse es una alternativa a la estasis vital muy plausible. Toda una experiencia, todo un desafío. ¿Qué sería de nuestras civilizaciones si no hubiesen parido a todos esos que se desmarcaron de la tendencia cíclica? Decididamente, nada. Instrúyase y camine en línea recta, es la única salida.
Paradoja cierta es, que la sugerencia lectora de hoy esté dedicada a los ciclos (predicar sin ejemplos se llama a esto, por lo que llámenme también el rey de lo absurdo). Ciclos naturales, vitales, ciclos y más ciclos, vueltas y más vueltas, círculos en el tiempo e historias sin comienzo ni fin, son el tema principal de todos los títulos que Iela Mari (en ocasiones junto a Enzo Mari) regala al primer lector. La narración conseguida con sus imágenes coloristas y de excelente diseño prescinde de las palabras en todos los casos, logrando captar la atención del lector por las formas y sus variaciones y de la acción de la historia. Aunque su obra más conocida sea El globito rojo (probablemente por la frescura de la historia y lo imposible de la narración), entre mis favoritas cuento otras como La manzana y la mariposa (un gran ejemplo del fenómeno natural de la polinización y los ciclos vitales de los organismos vivos), Las estaciones (ambas de la editorial Kalandraka) e Historias sin fin (esta última, además de la obra homónima que se adentra en el mundo de las cadenas tróficas, incluye El huevo y la gallina, solucionándonos así uno de los grandes enigmas biológicos).