miércoles, 21 de enero de 2009

Estaciones




Siempre me he preguntado por qué los curas no organizaron de un modo más práctico su mejor invento, el tiempo. Ya podían haber tomado parámetros más naturales y dejarse de horas, días, meses y años, porque aquí, como a todo hijo de vecino o mamífero que se precie, lo que nos modifica el carácter son las llamadas estaciones del año. Y es que los biorritmos son muy importantes, no sólo a la hora de sembrar cebollino, sino a la hora de tomar decisiones importantes para uno mismo. Unas épocas del año son favorables a la hora de aumentar el panículo adiposo, mientras que otras lo son más para perder esos kilos que nos sobran. Si usted quiere mudarse, le recomiendo que opte por la primavera o el otoño, y si se va a casar… ¡Ejem!… yo creo que cualquier época es mala (risas enlatadas).
Y es que, si cogemos un almanaque (cosa que todos hacemos con el comienzo del año) y vamos pasando los meses, irán sucediéndose imágenes en nuestra memoria… Con el otoño llegan los árboles tristes, la lluvia y la noche que nos apocan la vitalidad y aumentan las barrigas, más tarde arriba el señor invierno y su manto de frío y hielo que también nos recorre los pensamientos. La primavera ya es otra cosa, despierta no sólo la libido y las ganas de saltar, sino también los brotes y las flores, y para finalizar el verano, donde esa calma chicha y el sonido de los grillos nos acunan en un vaivén tranquilo.
Así que, con tres títulos sobre las estaciones del año: el arte de John Burningham (Las estaciones) y de Iela Mari (Las estaciones), la pluma de Roald Dahl (Mi año) y la sencillez y preciosismo de Un año en la granja –descatalogado, una lástima-, les dejo que piensen en este año que nos espera.

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