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lunes, 24 de febrero de 2025

Una jornada sobre la LIJ y sus márgenes


Señoras, señores, el pasado sábado acudí a Salamanca “la bella” en calidad de asistente a la jornada profesional que, desde hace tres años, organiza LASAL, esa asociación que vela por la lectura en la famosa ciudad universitaria gracias a un grupo de supervivientes de la extinguida Fundación Germán Sánchez Ruipérez y otros colegas monstruosos.
Con el lema Fuera de la línea. La edición y la creación en el margen, nos reunieron en la Torre de los Anaya para debatir, charlar, pensar y, sobre todo, aprender en torno a los libros infantiles y juveniles. El cartel prometía, pues invitados como Javier Sáez Castán, Arianna Squilloni y su A buen paso, Sara Bertrand, José Luis Polanco de la revista Peonza, Piu Martínez y Diana Sanchís se congregaban en torno a lecturas incómodas, surrealistas, canallas o ingobernables como las que acompañan este acta informal que me he sacado de la manga.


Tras el alentador pistoletazo de salida de Raquel López Royo, maestra de ceremonias de este evento tan agradable y familiar, Fabio Rodríguez de la Flor presentó el primer asalto. Una editora y dos autores se enfundaron los guantes y nos hablaron de la profesionalidad (o no, como bien nos aclaró Saez Castán), la periferia (Squilloni siempre ha disfrutado de esa marginalidad espacial que tanto le ha marcado) y el tiempo (que da para muchas divagaciones). Estos fueron los temas principales sobre los que giró un turno de soliloquios que, si bien eran muy interesantes, pasaron de puntillas por esa concreción que tanto nos gusta a los de ciencias. La Garralón se lanzó a las preguntas incómodas para ver si alguien se mojaba el culo. Al final, los protagonistas se embarraron un poco explicando que hacer libros fuera de las directrices del mercado, además de complicado, supone más de un quebradero de cabeza, sobre todo si pretendes (sobre)vivir de ello.


Sonó el gong para anunciar la hora del café (el pain aux raisins con el que lo acompañamos estaba suculento) y dejarnos un rato para exorcizar nuestros pensamientos, comentar lo poco que nos gustaban las respuestas guionizadas y plantear nuevas preguntas sobre esa exclusión que rodea a todo lo relacionado con los libros para críos y adolescentes.


Llegó una segunda mesa redonda moderada por Antonio Marcos, librero de profesión y al que le gusta embadurnarse de harina. En primer lugar, cedió la palabra a José Luis Polanco, fundador y coordinador de una de las publicaciones decanas en materia de LIJ, que nos hizo un delicioso repaso ejemplificado por esos libros fuera de línea (los de poesía, los divertidos, los libros-cebolla, las historias lentas y mínimas, los que destierran el aburrimiento, los que plantean incógnitas, y los que ni piden ni dan fueron las categorías elegidas). Piu se lanzó a la piscina de sopetón y, dejando a un lado el compromiso, se centró en la responsabilidad (a veces hay que poner el foco en lo que merece la pena y dejarse de reseñas insustanciales). Diana, tímida y como un flan, atendió a esa definición de "libros de las afueras" ayudada por las opiniones de sus compañeras de profesión. Preguntas arriba y abajo, se habló de las dificultades en las librerías poco comerciales, lo sepultados que se encuentran estos libros en la avalancha de novedades y una mediación/edición poco profesional.


Tuvimos que irnos corriendo por cuestiones administrativas, pero con muchos interrogantes en la punta de la lengua. Entre las que se me ocurrieron a mí, puedo compartirles alguna que otra… Literariamente hablando, ¿tienen más calidad los productos marginales que lo mainstream? ¿Estar fuera de línea es un término temporal o atemporal? ¿Hay obras que siempre están fuera de línea o dependen del contexto que habiten? ¿Las modas diluyen el concepto “estar fuera de línea”? (Que se lo digan al feminismo, el ecologismo o lo multikulti...) ¿Habitar la marginalidad es una forma de vida o un postureo más que te provee de cierto estatus en el seno de un ámbito determinado?


Mientras le dan a la sesera, les contaré lo que disfruté departiendo con otros asistentes al sarao copa en mano y todo tipo de viandas fundamentadas en el universo del gluten. Cañas y vinos, amenos y breves, que sirvieron como antesala a los talleres vespertinos. Yo elegí el de Piu, una actividad bastante útil para todos aquellos que se hallen un poco perdidos en el universo de la selección (¡Bibliotecarios, teníais que haber venido!). La maestra trajo una docena de libros sin demasiado éxito (llamémosles "difíciles") y nos invitó a que diseccionáramos por grupos las posibles razones de una ventas mínimas. Echamos un buen rato valorando rarezas editoriales de aquel catálogo tan sui generis. Libros infumables, libros con cartilla de racionamiento, libros caros aunque indispensables, libros mal traducidos, libros olvidados o libros de obligada mediación. Nos dimos cuenta de que los libros que viven fuera de línea pagan un caro peaje por muy exquisitos que sean. Nosotros nos lo tomamos con mucha alegría, sus autores/editores, seguramente no tanto…
Como a los talleres impartidos por Javier Sáez Castán y Diana Sanchís no pude asistir, solo puedo trasladar las impresiones de aquellos que allí estuvieron. "Inspiradores" y "fructíferos", dos adjetivos más que saludables en esto de los libros para niños.


Con un piscolabis exprés, dijimos adiós a una jornada celebrada en provincias pero con sabor a congreso nacional, pues hasta allí nos desplazamos muchas de las voces que habitamos la llamada LIJ española desde diferentes puntos de vista. Por orden de aparición menciono a Mercedes, atenta librera en Letras Corsarias, compañera de reseñas en 5 ovejas negras e inmejorable guía turística, Belén López Villar, autora del blog Dídola Pídola Pon y a la que ya tenía ganas de poner cara, Sónia Zarándula (que algo le pasaba), el siempre atareado Luis Miguel Cencerrado, el incombustible Rafael Muñoz, el atento Juanvi Sánchez, la encantadora Elisa Yuste (¡Me olvidé de llevarle un libro por si le propinaba algún guisante!), la comitiva pucelana formada por Patricia de Cos, Cintia Martín (muchas gracias por animaros a venir), Yolanda Falagan e Isabel Benito (¡Menos mal que se dignó a presentarme a Lara Meana! Sí, la de El bosque de la Maga Colibrí). No me puedo olvidar de Pep Bruno y Mariaje Paniagua, un tándem artístico muy necesario en estos bosques.
Para el recuerdo queda el brillo en los ojos de Raquel López Royo durante toda la jornada (estaba pletórica de felicidad por habernos enredado en este guateque LIJero), la visita (casi privada) al cielo de Salamanca que nos regaló Mercedes y el nutritivo viaje de regreso junto a Piu Martínez. Solo me faltó llevarme Niños raros y Animalario del profesor Revillod dedicado por sus autores como guinda del pastel (¡Qué cabeza la mía…!).


Si os ha dado envidia, solo puedo animaros a venir el año que viene. La inscripción son 12 euritos… Así que no seáis roñosos y alimentad vuestros hambrientos cerebros.
¡Que vivan las líneas aunque se queden en el extrarradio! Porque eso, queridos, eso es la Literatura Infantil y Juvenil: un suburbio maravilloso.

miércoles, 8 de enero de 2025

Aprendiendo de LIJ. Obras de referencia y consulta. 3ª Parte.


La Navidad, y esta con mucha más razón, se presta a los vicios. Si a eso añadimos la inactividad laboral que disfrutamos los docentes, además de dedicarnos a menesteres tan gustosos como la gastronomía o las reuniones sociales, el aquí firmante puede consumir más lectura. 
Lo cierto es que estas vacaciones han sido bastante productivas en este quehacer, pues tenía una buena pila de libros divulgativos y ensayos sobre cuestiones relacionadas con la literatura infantil y la lectura que quería considerar. Sí, me ha cundido mucho. Por eso, he aquí este puñado de reseñas presentadas por orden alfabético que espero les sirvan de utilidad a la hora de valorar obras teóricas de este mundo monstruoso.
Ni que decir tiene que si están aquí, es porque todas me han gustado en mayor o menor medida, pues a esta relación de títulos debería añadir otros dos que me han parecido infumables. A decir verdad y siguiendo mis propias normas deontológicas, prefiero omitir que hablar mal del trabajo de otros, pues al fin y al cabo, eso, el trabajo, siempre conlleva una respetable inversión de tiempo que no siempre fructifica a gusto de todos (léase mi caso). No obstante, lo importante es participar y darle vueltas a los engranajes de los libros para niños, que es de lo que nos ocupamos los monstruos.



María Isabel Borda Crespo (coord.), Aurora Gavino, Carmen Niño, María Isabel Borda y Rocío Antón. Ilustraciones de Pilar Ríos. El álbum ilustrado: pasen y lean. Los cuentos con palabras e imágenes. Pirámide. Siguiendo la línea de obras como álbum(es) de Sophie Van Der Linden, este monográfico se adentra en el universo del álbum desde diferentes puntos de vista. Especialistas, mediadoras y lectoras urden un libro dividido en cinco apartados, que aborda temas como la definición del libro-álbum, su estructura o sus tipologías.
Alternando cuestiones técnicas sobre el formato o los recursos narrativos, su relación con las competencias educativas, experiencias individuales, colectivas y académicas, las autoras de este manual a todo color ensalzan el valor que supone este tipo de libros en diferentes contextos y situaciones. Recursos electrónicos (¡Mencionan este blog! ¡Qué alegría!), una amplísima bibliografía (les confieso que me he topado con muchos libros desconocidos) y un enfoque multidisciplinar muy útil, hacen de este libro una necesidad para cualquier especialista y mediador. Además de entender los mecanismos que se utilizan en este tipo de literatura gráfica, conocerá obras clásicas y de renombre para llenar sus estanterías (lo que voy a hacer yo) o enseñárselas a otros.
Recomendadísimo a todos los padres, maestros y bibliotecarios que quieran una primera toma de contacto con el universo teórico-práctico de este género.



Paula Bravo López. Yo leo. Descubre el poder de la lectura y cómo fomentarla desde la infancia. Autoedición. Aunque este librito no ha sido escrito por una experta en la materia, me alegra leer a Paula Bravo, madre y licenciada en Traducción e Interpretación que nos brinda su experiencia como mediadora en el seno de su propia familia.
En un manual muy bien traído nos explica técnicas muy sencillas para llamar la atención de los pequeños de la casa hacia los libros y así ponerlos en valor dentro de un contexto esencial en la mediación lectora. Cómo relacionar la escritura con la lectura, qué tipos de libros podemos encontrar en una librería, un anexo donde recoge sus imprescindibles o el capítulo dedicado a sortear la omnipresencia de las pantallas, son los puntos fuertes de este libro de recetas lectoras.
Me gusta porque no hay nada de pretencioso en él. Es honesto y se deja a un lado los fuegos artificiales que muchos intentan vendernos en otras publicaciones de este tipo. Una propuesta muy recomendable para padres que no saben cómo inculcar la lectura, tras la que se esconde el trabajo y dedicación de una persona como tú y como yo.



Ana Garralón. Las incursoras. Las afueras. Llegamos a uno de esos libros que, lejos de abrir un debate feminista (si eso es lo que esperaban, olvídense), pone nombre y apellidos a la gran cantidad de mujeres que han contribuido a engrandecer el universo de la LIJ desde diferentes parcelas.
Autoras, bibliotecarias, recopiladoras, ilustradoras, editoras… La Garralón se interna en los recovecos de la historia para contarnos la vida y obra de Mary Norton (a quien hace un guiño en el título de este estupendo ensayo), hablar de la singularidad de Ursula Nordstrom, recordar la labor poética de Gabriela Mistral, Carmen Conde o María Elena Walsh, ensalzar el nombre de investigadoras de LIJ como Bettina Hürlimann, Virginia Haviland o Carmen Bravo-Villasante, y dedicar un capítulo a todas las fotógrafas que crearon historias infantiles utilizando sus instantáneas.
Bien escrito y muy cercano (se lee de un tirón), este libro que cabe en un bolsillo (ideal para llevarlo de viaje) llena un vacío documental sobre una realidad que los enteraos y especialistas en libros para niños sabemos desde hace mucho tiempo: el gran papel que muchas féminas de toda condición social han desempeñado en la literatura para niños.



Daniel Goldin. Los días y los libros. Kalandraka. Con el subtítulo Divagaciones en torno a la hospitalidad de la lectura, la editorial gallega recupera uno de los primeros libros de este editor y bibliotecario mexicano archiconocido en el universo de la LIJ hispanoamericana.
Construido a base de diferentes conferencias y artículos, este ensayo trata temas muy interesantes desde perspectivas algo controvertidas, sobre todo para todos aquellos que se acercan a los libros infantiles con esa condescendencia que amalgama buenismo y utilitarismo. Los libros de su niñez, la mirada literaria desde la paternidad, reflexiones en torno al concepto de infancia y su evolución histórica o la relación entre lo multikulti y la lectura, son algunas de las cuestiones que se abordan en él.
Por si no fuera poco, Goldin incluye en esta nueva edición un capítulo titulado Reverdecer o fenecer. Una perspectiva procesual de la LIJ y sus dilemas, hoy. Esta quizá sea para mí la parte más interesante, ya que en ella tiene la oportunidad de opinar de las realidades, paradojas y sinsentidos que vive actualmente el universo de los libros para críos, una suerte de prospectiva que el autor se encarga de diseccionar con prosa sesuda y elocuente no apta para lectores lineales.



Guadalupe Jover. Un mundo por leer. Educación, adolescentes y literatura. Octaedro. Había oído el nombre de esta mujer en varias ocasiones durante el último curso y me decidí a leer su ensayo más conocido.
Ya saben ustedes que, en lo que a enseñanza literaria en educación secundaria se refiere, soy bastante crítico y creo firmemente que debería orientarse en otro sentido. Es aquí donde entra en juego una de las mayores defensoras de los itinerarios lectores, esa suerte de caminos por los que transitar lo literario desde un prisma que combina clásicos y nuevas tendencias.
Con un discurso nada enrevesado, la profesora nos invita a unir la lectura, el mundo real y las experiencias compartidas en sus llamadas constelaciones de lectura (si tienen curiosidad, la imagen de cabecera de este post simboliza una). Estas creaciones contribuyen, no solo a enseñar literatura, sino que ayudan a ensalzar las palabras como un vehículo del que participan los miedos, inquietudes y sueños de unos adolescentes que, a pesar de los cambios generacionales, siguen en sus trece. Pero para eso, señores, los docentes tienen que leer, no solo las lecturas de ese corpus curricular, sino atreverse con muchos otros que, tildados frecuentemente de literatura comercial, establecen sinergias con los primeros. Profesores ¡échenle un ojo!



Felipe Munita. Yo, mediador(a). Mediación y formación de lectores. Octaedro. Tenía muchas ganas de pillar este libro en el que, el poeta y doctor en Didáctica de la Lengua y la Literatura, nos dibuja un panorama muy sugerente sobre la labor del mediador de lectura desde dos perspectivas: la promoción lectora y la enseñanza literaria. Aunque pueden parecernos muy cercanas, suelen excluirse con frecuencia. ¿Por qué? Porque generalmente, la mediación lectora suele echar mano de muchos fuegos de artificio, mientras que la didáctica de la lengua y la literatura necesita del ejercicio reflexivo, cosa que se olvida con frecuencia entre docentes y bibliotecarios, máximos exponentes en esta labor.
Lejos de abandonarnos a nuestra suerte, Munita nos regala una serie de directrices y propuestas que, desde su propia experiencia o la de otros, surten efecto entre los críos a la hora de inculcar esa lectura del disfrute con la que se nos llena la boca. Bitácoras de lectura, conversaciones en torno al Zorro de Brooks y Wild, juegos poéticos que invitan a la disección o novelas que se convierten en proyectos integradores son algunas de sus recetas.
Si bien es cierto que el autor hace gala de ese lenguaje inclusivo que tanto me empalaga, el contenido es muy necesario, ya que pone en tela de juicio una serie de prácticas en torno a la lectura que estamos acostumbradísimos a ver en escuelas e institutos. Pegar, colorear y recortar, tres verbos que hacen reflexionar al chileno sobre cómo debe ser el encuentro entre libros y lectores.



Michèle Petit. Los libros y la belleza. Somos animales poéticos. Kalandraka. Con prólogo de Daniel Goldin (el de tres libros más arriba), este libro se revela (¿o se rebela?) como un ensayo poético sobre la belleza: la que habita los libros y la que los rodea. Dos tipos de belleza que se complementan y que la especialista en LIJ y socióloga francesa ensalza mientras desgrana una serie de experiencias reales desarrolladas en diferentes ámbitos como la escuela o instituciones sociales.
Michéle Petit vuelve a poner en valor la humanización de la lectura desde el punto estético en un librito que se articula gracias a varias de sus conferencias que ha impartido entre 2015 y 2020. Como en otras obras (véanse Leer el mundo o Lecturas: del espacio íntimo al espacio de la lectura), ensalza el impacto de los libros y la lectura sobre personas que sufren todo tipo de miserias, como los migrantes, los habitantes de zonas despobladas, los refugiados o los pobres de solemnidad. Más concretamente, Petit nos habla de la palabra como legado, del valor cultural del lenguaje o del vínculo perdido y recuperado. También de la capacidad evocadora de las palabras, de la descriptiva y sus sinergias, de esos paisajes imaginarios que nos recuerdan a los propios. Tampoco se olvida de las bibliotecas ni de la dichosa pandemia.
Si bien es cierto que a veces me suena un tanto utópica, se agradece esa mirada alentadora sobre el valor de la lectura en tiempos revueltos. Y menos mal, porque los que nos dedicamos a la mediación lectora, muchas veces necesitamos de este tipo de arengas para seguir remando.
Lleno de referencias y muy ameno, es de esos libros que uno puede releer con facilidad para insuflarse una pizca de esperanza lectora y llenarse de preguntas sobre las que reflexionar.

viernes, 2 de abril de 2021

10 libros que los niños robaron a los adultos


Es 2 de abril, día en el que Hans Christian Andersen nació hace 216 años, la fecha elegida por el IBBY para celebrar el Día Internacional del Libro Infantil desde 1967 (si quiere conocer el mensaje de este año, haga CLICK AQUÍ). Aunque el viernes santo le ha robado protagonismo, este monstruo no olvida los libros para niños y los echa a volar una vez más en el mundo de los adultos.
Hoy toca darle la vuelta a la tortilla y, en vez de recomendarles libros creados para niños que también pueden leer los adultos, hoy les propongo una serie de libros clásicos que, a pesar de haber sido escritos por y para adultos, terminaron en las estanterías y bibliotecas de los lectores más pequeños.
Este es un hecho bastante curioso teniendo en cuenta que muchas son obras con cierta complejidad lingüística y discursiva. Es más, podrían lacerar el corazón de algún que otro lector adulto teniendo en cuenta la incorrección política que destilan sus páginas, algo que debería hacerles pensar en si los niños son tan inocentes e inofensivos como parecen, un tema del que ya hablé hace unos meses AQUÍ.
No hay que confundir estos diez títulos con otros clásicos de la narrativa infantil y juvenil como Peter Pan y Wendy, El príncipe y el mendigo, El maravilloso mago de Oz, Heidi, El jardín secreto, Las aventuras de Pinocho o El principito, una serie de títulos que si fueron concebidos para ese tipo de público. Esto no quiere decir que no puedan ser leídos por adultos (todos los buenos libros deben ser leídos por cualquier lector), pero sí nacen desde otra perspectiva.
Espero que tomen nota de ellos y se aventuren a conocerlos si no lo han hecho hasta ahora. Y si conocen otros títulos (que los hay…) los pueden añadir en sus comentarios para hacer más larga una lista que ponga en evidencia que la Literatura Infantil y Juvenil es un patrimonio común de toda la humanidad que debemos conocer y proteger.


N. C. Wyeth

Robinson Crusoe (1719) es la obra más famosa de Daniel Defoe. Considerada la primera novela inglesa esta autobiografía ficticia de un náufrago que da forma a un mundo propio se transformó en una novela de aventuras orientada al público infantil y juvenil en detrimento de una serie de complejidades discursivas dirigidas al lector adulto como la sexualidad, la supremacía racial, el existencialismo o la negación religiosa. Déjense de vainas y acudan sin prejuicios a una novela con encanto y abundante chicha.


Arthur Rackham

Los viajes de Gulliver (1726). Aunque todos recordamos a los liliputienses, esta sátira en prosa del escritor y clérigo irlandés Jonathan Swift se adentra en otras muchas geografías complejas que se burlan de la sociedad europea y de la naturaleza humana haciendo uso del llamado "relato de viajes". No den todo por sentado y léanlo con buena predisposición. La risa y lo absurdo son necesarios para todos, no solo para los niños.


John Leech

Cuento de Navidad (1843) es la razón por la que a Charles Dickens se le conoce como el hombre que inventó la navidad. No es para menos teniendo en cuenta que esta pequeña novela (puede que la más breve de todas la de este hombre) contribuyó a rescatar los valores del espíritu navideño y sus tradiciones en el ámbito angloparlante a base de magia (algo muy… ¿infantil?). No obstante hay que apuntar sobre ella que quizá sea la menos lacrimógena y sensible, está protagonizada por un ser despreciable y ahonda en lo humano sin olvidar la crítica social. Si no se atreven a leerla en inglés (es un gusto), pueden hacerlo en castellano.


Charles Robinson

Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865) es la archiconocida novela de fantasía y nonsense escrita por Lewis Carroll, pseudónimo de Charles Lutwidge Dodgson. Inspirada por una niña y adaptada por Disney, la historia tiene mucha miga. Ilógica, irreverente, lúdica, subversiva y crítica está considerada una obra maestra que no se pueden perder. No se dejen engañar por el reduccionismo de Hollywood, deben buscar en estos libritos (son dos, ya saben) los montones de referentes políticos, sociales y culturales que incluye, sin olvidar su estructura y uso de lenguaje.


Jessie Wilcox Smith

Mujercitas (1868). La obra cumbre de Louise May Alcott ha sido ninguneada por los lectores adultos de última hornada. Sí, esta novela ambientada en la guerra civil estadounidense está protagonizada por una madre y sus cuatro hijas, pero ¿es eso suficiente para tratarla de ñoña y dramática, o incluso de feminista? Nada de eso. Lean con los cinco sentidos y verán como cualquier encuentra reflejo en los personajes. La pobreza, la doble moral, la generosidad, el deber o el compromiso social se agolpan en sus páginas. Tontos serían si se la perdiesen.


Alphonse de Neuville

Veinte mil leguas de viaje submarino (1869). Esta obra de Julio Verne fue rechazada en varias ocasiones por la personalidad del capitán Nemo, alter ego del propio Verne. Una persona desgraciada, compleja y brillante en torno a la que gira la acción de esta novela de aventuras y ciencia ficción donde, además de predecir varios inventos submarinos, se describen con todo lujo de detalles los fondos oceánicos y los seres que la habitan. La primera edición conjunta de esta novela fue curiosamente española.


Norman Rockwell

Las aventuras de Tom Sawyer (1876-1878). A pesar de que esta novela de Mark Twain –o Samuel Langhorne Clemens- está considerada una obra maestra de la literatura universal, ha quedado relegada al público infantil. Sí, está protagonizada por un niño, pero es un relato complejo con gran carga autobiográfica que ayuda a comprender la todavía intrincada sociedad estadounidense. Con un humor sutil y lleno de dobleces, abre fuego sobre temas polémicos desde una mirada sencilla y clarividente. Será por eso que también deben leerla los adultos.


N. C. Wyeth

La isla del tesoro (1883). Quizá sea el único título de ida y vuelta de esta tanda. Aunque fue inspirado por Lloyd Osbourne, hijastro de Robert Louis Stevenson durante unas vacaciones y se publicó por entregas en una revista infantil, no regresó a los niños hasta que no se convirtió en un libro de éxito entre los adultos. Algo que no es de extrañar teniendo en cuenta el sinuoso viaje del protagonista, la intrincada personalidad de Long John Silver, y la cantidad de facetas que presenta el resto de voces masculinas de esta obra maestra.


Lisbeth Zwerger

El fantasma de Canterville (1887) es una obra de Oscar Wilde que, a pesar de ser apropiada por el público infantil gracias a una limitada extensión y sus niños protagonistas, fue un primer intento de novela para el lector adulto. Basada en las clásicas historias victorianas de fantasmas (algo de lo que bebe también Cuento de Navidad), el autor hace una crítica social de primer orden contraponiendo la idiosincrasia estadounidense a la tradición europea con mucho sarcasmo. Una historia paródica y sutil que quizá queda eclipsada por lo luminoso y esperanzador de un dulce final. Descarguen el archivo correspondiente y llénense de humanidad.


Paul Bransom

La llamada de lo salvaje (1903), es la obra más conocida de Jack London. Su cariz como novela de aventuras protagonizada por Buck, un perro cruce entre San Bernardo y Scotch Collie, es quizá la razón por lo que se hiciese popular entre los niños de la época, pero no hay que olvidar que este viaje iniciático tiene un tono oscuro, cruel y violento que puede mover las entrañas de cualquier adulto. Se considera la precuela de Colmillo Blanco, una novela que sí se inspira en el lector infanto-juvenil.


jueves, 19 de noviembre de 2020

El discurso literario en la Literatura Infantil


Seguramente muchos de ustedes se preguntan de dónde saco las ideas para estas reseñas tan sui generis mías. Que cómo pijo relaciono la subida bursátil con un álbum sobre los virus o qué tiene que ver un libro sobre la belleza con el programa televisivo de moda. Lo cierto es que programo poco, hago muchas asociaciones de ideas y tiro de creatividad. Es lo que yo llamo desbordar el discurso literario, es decir, leerlo a mi manera. Si de paso les lanzo a modo de proyectil una buena cantidad de libros y que ustedes agarran alguno al vuelo, dos veces bueno. 
Estando en estas, La Bea, alma mater de Va de cuentos, una asociación alicantina con mucho tirón, me llama y me dice que si estoy interesado en participar como ponente en el II Congreso online de creatividad y literatura infantil. Yo, que soy muy golismero y bien agradecido le contesto que sí, que cuenten conmigo. Que allí estaré hablando de libros. “¿Y qué tema propones?” me dice. A lo que yo respondo que una clase de cocina. “Sí, no pongas esa jeta, que los libros tienen más sabores que lectores. Y tanto los buenos mediadores, como los buenos cocineros, además de los clásicos pucheros, los platos resultones y alguna que otra receta exótica, tienen que saber sazonar y acompañar convenientemente la historia, que si no, el comensal llena el buche pero no aprende a disfrutar de lo que come.” “¿Y cómo lo llamamos, julai?” “¿Cueces o enriqueces? El discurso literario en la LIJ” “Perfecto, entonces”
La cosa se desarrolló tal y como se esperaba y yo dividí mi participación en dos partes, una primera donde exponía el marco teórico y otra posterior donde daba alas a lo práctico. Como soy buen amo de casa y aprovecho mi trabajo como se me antoja, he decidido traerles esa contextualización previa, pues si bien es cierto que a lo largo de todos estos años he hilado disquisiciones sobre política y LIJ, utilitarismo en los libros para niños, libros de valores, censura y literatura infantil, emociones y más emociones, feminismo y otros ismos en los álbumes ilustrados, nunca había establecido un punto de partida desde el que mirar todas ellas. He aquí un buen comienzo que pueden leer desde ya. 



El discurso literario, una breve aproximación. 

Grosso modo y sin querer meterme en barrizales semióticos de los que no pueda salir, el discurso consiste en generar ideas a partir de otras ideas, una cosa que sucede en muchos ámbitos de nuestro existir, pero que suele adscribirse al medio cultural, más concretamente al del arte. Teniendo en cuenta que para expresar una idea se utilizan diferentes tipos de vías y lenguajes, podemos adscribir el discurso al lenguaje musical, al lenguaje gráfico o el lenguaje textual. Si además tenemos en cuenta el soporte y medio sobre el que queda reflejado, podemos concretar más el tipo de discurso. Es así como nace el discurso literario. 
Refiriéndome siempre a la literatura de ficción, el discurso literario es un acto en el que se desarrolla las probabilidades que tiene el lenguaje, bien textual, bien en imágenes (como bien saben, la realidad del álbum pisa fuerte en estos tiempos). En ese encuentro, el locutor, generalmente llamado autor, es la voz que pone sobre la mesa de juego -en este caso en el libro- una serie de instrumentos a partir de los cuales el lector creará una idea. Es decir, el discurso es una propiedad emergente que surge de la interacción de muchos elementos que, engranados, trabajan en pro de un mensaje más o menos complejo que generalmente entraña belleza en fondo y forma. 
Si además tenemos en cuenta que ese libro queda enmarcado en un contexto mucho más amplio (sociológico, cultural, histórico…), el discurso adquiere una complejidad notable y se suele decir que como tal, está articulado sobre unos planos discursivos, que suelen agruparse en tres categorías: el plano lingüístico, el plano estético y el plano social. 
Por todas estas razones, a lo largo de la historia de la literatura han existido diferentes escuelas que se han centrado en el estudio del discurso literario, como los formalistas y los estructuralistas. Mientras la llamada escuela rusa, con Shklovski a la cabeza, se centra en el concepto de literariedad y el pensamiento social y cultural, los estructuralistas como Genette defienden que la literatura no se desvía del plano coloquial y es capaz de producir el mismo efecto que la lengua culta. 
Y hasta aquí, una parte de teoría académica. 



¿Tiene la literatura infantil un discurso propio? 

Aunque es una pregunta difícil de responder debido a la controversia y debate que por sí solo genera el término “literatura infantil”, me meteré un poco en harina.
Mientras algunos autores como Carmen Bravo Villasante y Juan Cervera apelan a la tradición histórica y el marco teórico que genera el corpus de obras dirigido a la infancia para defender ese discurso, otros como Lolo Rico o Rafael Sánchez Ferlosio apuntan a elementos como la carencia estética, el persistente discurso moral, el carácter comercial o la adaptación de gran cantidad de obras, para poner en tela de juicio ese discurso literario presupuesto a los libros para niños. 
Además de muchas otras teclas, en todo esto de la LIJ interviene un concepto de base que los estudiosos llaman el "lector implícito", ese lector al que se dirige un mensaje y que, a priori, es quien legitima la voz del autor, y que en el caso que nos ocupa es el niño lector. Entonces ¿puede extenderse la producción literaria infantil al lector adulto? ¿Es capaz el niño de rellenar los huecos de los libros para adultos? Piensen en ello y me van contando en los comentarios.
A mi juicio, este debate quizá podría buscar soluciones echando mano del concepto de discurso que subyace bajo el binomio "literatura-paraliteratura (traducido para el vulgo como "buena literatura-literatura regulera") y hacerlo extensivo a los tres tipos de categorías que define Juan Cervera en la llamada LIJ: la literatura ganada (literatura), la literatura creada para los niños (literatura vs. paraliteratura) y la literatura instrumentalizada (paraliteratura). 
Si al mismo tiempo metemos en la batidora este tándem literario-paraliterario con las denominadas tesis liberal y tesis dirigista, la cosa se complica aún más. Mientras que la liberal parte de la condición independiente de toda literatura y nos dice la literatura infantil no existe y que el lector elige la que desea leer (independientemente de su buena o mala calidad), la tesis dirigista aboga por una literatura específica para los niños que entrañaría manipulación e instrumentalización de ese corpus de obras. 
Ahí les dejo con este debate por si se animan a darle al coco. 



¿Cómo generan el discurso los lectores infantiles? 

En cualquier lector, el acceso y la construcción al discurso depende de una serie de estrategias cognitivas, la llamada “inteligencia”, un denominador común que a su vez se divide en diferentes categorías como la matemática, la lógico-deductiva o la emocional, todas ellas con diferentes grados de adquisición y desarrollo para cada individuo y que además se relacionan entre sí. Si bien es cierto que el niño elabora el discurso literario de manera bastante parecida a la de un adulto, hay que apuntar a las diferencias y particularidades cognitivas (no tanto limitaciones) de los lectores en formación, sobre todo en lo que se refiere al plano lingüístico del discurso. En cuanto al estético o social, hay que recordar que el lector infantil también vive en el mundo, se rodea de unas circunstancias similares a los adultos (como colectivo, no como individuo), y adecua su mirada en base a los estímulos recibidos e integrados.
Además de estos procesos cognitivos quiero llamar la atención aquí sobre otros elementos que intervienen de manera directa en ese constructo. En primer lugar, la llamada "suspensión de la incredulidad", un término del que ya hablé AQUÍ y que podríamos resumir como el proceso mediante el cual el lector toma como real lo fantástico. Aunque se puede hacer extensiva a cualquier lector, este proceso es mucho más patente en el niño, ya que adscribe sus procesos cognitivos a una parcela menos encorsetada de la realidad. 
Y en segundo lugar hacer referencia a la creatividad. Si bien es cierto que las dos premisas anteriores son inherentes a todos los lectores independientemente de su edad, quizá este sea el ámbito que más diferencia a niños de adultos, pues el niño lector, uno que vive ajeno a la serie de normas que rigen la sociedad entendida desde un prisma global, inserta espontaneidad e imaginación en la construcción de los discursos, incluido el literario. Si además tenemos en cuenta que este hecho tiene su máximo exponente en el juego, debemos entender lo lúdico como herramienta diferenciadora y generatriz en el discurso de la literatura infantil de ficción. 



Manipular y silenciar el discurso en la LIJ 

Teniendo en cuenta que el lector infantil es un lector en formación, lo deseable sería que el discurso literario infantil fuera plural y no sesgado, pero la realidad es otra amén de la actitud del universo adulto. Esto sucede, a mi juicio, por dos razones. 
Primero hay que atender a lo que me he permitido denominar la “paradoja de la fragilidad” y en la que podemos encontrar dos facetas bastante definidas. Por un lado, y teniendo en cuenta los procesos intelectuales que llevan hasta el discurso y a los que nos hemos referido en el anterior epígrafe, el universo adulto (representado por padres o autores), presupone que están menos desarrolladas en el lector infantil, es decir, el niño tiene una carencia en las destrezas cognitivas, algo que justifica el difícil acceso al discurso literario propiamente dicho y desemboca en reduccionismo, sesgo y manipulación de la propia obra cultural. 
Por otro lado esto no es exclusivo de la ficción dirigida a los niños, pues también sucede en la literatura orientada a jóvenes y adultos, sobre todo durante el último siglo en el que se afianzan las sociedades occidentales posmodernas, insatisfechas y cautivas, llenas de individuos sensibles, vulnerables y lábiles que exigen productos que, además de salvaguardar sus necesidades, los defiendan de la vida. 
He aquí otra visión de la citada paradoja, una en la que el cobarde se cree valiente en un ecosistema literario donde abundan las complacencias, las cortapisas y los ismos de la corrección que han traído a las librerías la literatura feminista, la “queer” o la “black literature” pretendiendo invalidar y/o silenciar los reflejos incómodos que libros como La recta y el punto proyectan. 
Y precisamente es en el contexto de esta paradoja donde cabría preguntarse ¿Quiénes son frágiles, los niños o los adultos? Solo les recuerdo que los primeros hace décadas que se adueñaron de La isla del tesoro, de Robinson Crusoe o de Alicia en el país de las maravillas, obras maestras de la literatura adulta. Saquen ustedes sus propias conjeturas… 
En segundo lugar y además de la ya citada paradoja, hay que referirse a lo que algunos autores denominan "intencionalidad discursiva", una característica inherente a cada esquema discursivo que tanto el contexto cultural, como el industrial, establecen para un repertorio. En el caso de las obras infantiles, esa intencionalidad discursiva puede ser doble, pues -y volviendo a la clasificación de Juan Cervera- mientras la literatura ganada incluye voces que pueden generar discursos muy diversos y diametralmente opuestos en diferentes lectores, en la literatura creada para niños y en la literatura instrumentalizada no ocurre así. Como su propio nombre indica, aligeran o prescinden de las voces, limitando y centrando un discurso que limita el campo de visión y optimiza la mirada (vemos con más claridad una parte, pero no el todo). 
Si bien es cierto que esto ocurre desde que la literatura es literatura, más todavía en la infantil, una en la que ha cundido la pedagogía escolar y religiosa, los esquemas discursivos empiezan a estar cada vez más definidos en las obras para niños y quedan todavía más restringidos a ciertos planos, algo que está llegando a su cenit durante los últimos años con el didactismo emocional y político, piedras angulares para terminar de robotizar a las nuevas generaciones en pro de los intereses adultos creados, el compromiso mal entendido y, sobre todo, la propaganda. 



¿Y tú? ¿Cueces o enriqueces? Un apunte para los mediadores de lectura 

Si algo me queda claro de todos estos años como observador del ecosistema lector es que la mayor parte de las actividades de mediación de lectura que se realizan a lo largo y ancho del orbe no contribuyen al desarrollo del discurso literario. En otras palabras, los mediadores no propiciamos ese encuentro entre lector y lectura, ese ejercicio reflexivo que parte de un diálogo con nosotros mismos y un producto cultural que es el libro. 
Acostumbrados a participar de la obviedad argumental, muchas veces nos dejamos elementos importantes por el camino. Damos vueltas y vueltas sobre el tema que supuestamente hemos elegido para inculcar la lectura, pero nos olvidamos de que los lectores somos más que eso: un cúmulo de circunstancias que no sólo buscamos recocer los grandes temas existencialistas o el ismo de moda, sino enriquecer nuestro universo propio con algo más. 
No es una cuestión de culpas ni mucho menos de malas intenciones. En sí misma, la mediación lectora ya es un acto generoso para con el libro y los demás, pero sí deberíamos empezar a preguntarnos si además de seleccionar lecturas libres (punto que traté en su día AQUÍ), deberíamos participar en eso que llamamos el desbordamiento discursivo, es decir, dejar que los lectores participen más de la creación del mensaje a través de sus propias experiencias y destrezas. 



Una anécdota como epílogo 

En cierta ocasión me encontraba realizando un actividad de mediación con niños de entre 6 y 8 años. Tras la lectura de El libro triste de Michael Rosen y Quentin Blake, a mi juicio uno de los mejores álbumes sobre el duelo que existen, me puse a “cocer” el discurso en mi papel de "adulto preocupado por la muerte". Pregunté a los asistentes que de qué forma creían que había muerto Eddie, el hijo del autor. Tras recibir las típicas respuestas, unas que perfectamente podrían haber dado sus padres y maestros, llegó el turno de una niña que espetó "Ese niño se murió comiendo un plato de guisantes".  Aunque nos reímos de lo lindo, aquello me hizo reaccionar al instante descubriendo que era mucho más interesante escudriñar en los miedos y deseos de los lectores, que convertirlos en roedores que dieran vueltas sobre la noria de un discurso vago y encorsetado. Automáticamente cambié la pregunta. “¿Por qué comida os moriríais?”


* Todas las imágenes que acompañan este artículo incluyen esculturas de Brian Dettmer, artista que experimenta con las posibilidades del libro tallado.

Bibliografía

- Bravo Villasante, Carmen. 1985. Historia de la literatura infantil española. Madrid: Escuela Española.
- Cervera Borrás, Juan. En torno a la literatura infantil. Cervantes Virtual.
- Sánchez Corral, Luis.1991-1992. (Im)posibilidad de la literatura infantil: hacia una caracterización estética del discurso. Cauce, 14-15: 525-560.
- Vygostki, Lev S. 1982. La imaginación y el arte en la infancia. Madrid: Akal.




martes, 2 de octubre de 2018

A las puertas de la palabra



Desde un lugar privilegiado (¿Ya han descubierto en Instagram donde se halla el monstruo aquí firmante?), uno que me traslada a un tiempo remoto en el que la televisión, internet y la mayor parte de los libros que encuentran por estos lares no existían, creo necesario darle alas al pasado, a la tradición, no sólo para mecerlos en este martes que nos augura el comienzo de una semana otoñal (parece que la noche va refrescando), sino para conversar con aquellos que fuimos y que no sé si volveremos a ser.
Ya sé que retornar al pasado no es un ejercicio que guste a todos. Muchos se niegan a echar la vista atrás para verse reflejados en unos días donde no existían las comodidades que disfrutamos en el presente, que sería involucionar, pero el caso es que estos comportamientos, a priori inofensivos, están condicionando nuestro modus vivendi, incluso en el ámbito de la palabra y la lectura, lo que aquí nos ocupa.


Y es que a este curioso observador le resulta sorprendente, casi alarmante, que, dentro de la adquisición de las destrezas lingüísticas en las primeras edades, exista un analfabetismo (iba a decir desconocimiento, pero me ha parecido un término bastante suave) manifiesto. En guarderías y aulas infantiles se escuchan pocas canciones y menos trabalenguas. Los padres no tienen ni puta idea de qué nanas son las mejores para acunar a sus hijos, desconocen retahílas que se acompañen de juegos y otros quehaceres. Sin embargo viven preocupadísimos por el bilingüismo o las competencias digitales. Se han olvidado de que hablar -ya no digo leer y escribir- viene antes.
Rodeado de padres primerizos, constato a todas horas que mientras ellos se dedican a encender los dispositivos móviles para entretener con vídeos a sus vástagos, son los abuelos quienes, a través del habla y sus vericuetos, se hacen cargo de abrirles las puertas al sitio de las palabras, a su cadencia y musicalidad, a su acento y significado. Por un lado me alegro de que alguien realice esta tarea tan necesaria, pero por otro no puedo evitar cierta congoja al ver que muchos de esos progenitores brindan a otros, o peor todavía, a la tecnología, esa hermosa relación, ese vínculo especial que germina cuando abrazas con una canción de cuna a una criatura.


No se equivoquen. Los enteraos no les pedimos que se dediquen de manera profesional al folclore, a recuperar leyendas y sones tradicionales, sino que amplíen su catálogo verbo-lúdico a base de pequeños gestos. No hace falta recorrer pueblos perdidos o bucear en enciclopédicas bibliotecas, sólo basta con pedir prestados viejos cuentos, rimas y canciones. ¿A quién? En su derredor tienen la respuesta.
Y si no la encuentran no se apuren, hoy les dejo unos cuantos: frescos, sinceros, sencillos y delicados. Así son todos los cuentos de fórmula que incluye Antonio Rubio en su 7 llaves de cuento, un librito ilustrado por Violeta Lópiz y editado por Kalandraka que recomiendo una y otra vez desde que en 2009 viera la luz por primera vez. Un breve pero más que nutritivo preludio para adentrarse en el bosque del verbo, en la antesala de lo poético. Breves, estructurados, perfectos. Así son estos ecos del tiempo. Sonoros, ágiles y cercanos. Para que las palabras marquen el ritmo cardíaco. La razón por la que deben seguir sonando.



miércoles, 20 de septiembre de 2017

Aprendiendo de LIJ. Obras de referencia y consulta. 2ª Parte.


Empieza un nuevo curso escolar y todos los engranajes, aunque a duras penas, se ponen a trabajar. Bajamos el interruptor y padres, maestros, bibliotecarios, editores, libreros y demás animadores,  echamos combustible a la caldera, no sea que deje de moverse esa máquina llamada lectura.
Es por ello que he creído conveniente ampliar la selección bibliográfica que titulé Aprendiendo de LIJ. Obras de referencia y consulta. Una segunda entrega que incluye otros títulos que complementan en gran medida a los de la primera y de paso hacen justicia con aquellos que olvidé en ese acercamiento inicial.
Seguramente esta pequeña selección de libros académicos y/o especializados en diversas facetas de los libros para niños no nos conviertan en eruditos sobre el tema, pero sí creo que nos pueden ser útiles, sobre todo a la hora de mirar y valorar este tipo de libros en el contexto actual, una época un tanto convulsa para la LIJ en lo que a cantidad, calidad, tipología y utilitarismo se refiere (revolución lo llaman algunos, crisis otros).
También decir que, tanto los que hoy presento, como los anteriores, han pasado por mis manos y las considero pequeñas parcelas del saber dentro del mundo lij-ero. Quizá unas les sean más útiles que otras, pero todas ellas configuran una pequeña biblioteca sobre lo que esconde este mundillo.
Y sin más, continuo desgranando, que a fin de cuentas, es lo mío.


El primero de los títulos que forman esta segunda entrega es la Introducción a la Literatura Infantil y Juvenil actual de Teresa Colomer (2010, Síntesis). Aunque en principio pudiera ser un libro concebido como manual universitario, ayuda a sentar las bases sobre lo que es la LIJ, presta atención a sus géneros y formas, y plantea los nuevos caminos que se abren hoy día en este tipo de literatura. Si a esta obra unimos la que ya citamos de esta misma autora en la primera entrega y el de Pedro Cerrillo que lleva por título El lector literario (2016, Fondo de Cultura Económica), tenemos una inmejorable triada para todos aquellos estudiantes de los grados de magisterio que deseen introducirse en estas lides.



En relación al género del álbum ilustrado y considerando que cuando elaboré la primera parte de esta selección todavía no lo había leído, he de llamar la atención sobre How picturebooks work de Maria Nikolajeva y Carole Scott (2001, Routledge), seguramente sea el texto más concienzudo y exhaustivo del análisis del libro-álbum que conozco (A ver si pillo alguno de Perry Nodelman y amplío la oferta...). Muy académica, esta obra sigue vigente y abre puertas a pesar de la revolución que ha sufrido este género en los últimos tiempos. (Aviso para navegantes: Sólo existe la edición inglesa).


Sobre los géneros de la poesía y el teatro infantiles, unos que, a pesar de la gran aceptación que tienen por parte del público no reciben mucha atención desde mundo adulto, quiero citar dos pequeños estudios. En materia de poesía infantil hablar de Tomar la palabra: la poesía en la escuela de Mercedes Calvo (2015, Fondo de Cultura Económica), un libro delicioso en el que lo poético toma las aulas. Su autora defiende a ultranza actividades con los niños, las traslada y sugiere diferentes visiones sobre lo que debería ser y la mayor parte de las veces no es. La poesía se integra en el camino educativo de manera integral y seduce al lector-creador. ¡Te dan ganas de recitar!


En cuanto al teatro destacar la Guía de teatro infantil y juvenil (2002) que Julia Butiña, Berta Muñoz Cáliz y Ana Llorente Javaloyes realizaron con el patrocinio de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, la ASSITEJ y la UNED y en la que incluyeron las obras de teatro infantil en castellano más conocidas y representadas por parte del público. Necesitaría una revisión (ya han pasado 15 años y se podrían incluir algunas otras) pero a falta de pan buenas son tortas...

Son muchas las personas que me escriben para pedirme listados de libros imprescindibles y títulos que no pueden faltar en una buena biblioteca. Yo siempre les contesto que hay bastantes de estas selecciones publicadas ya y que deberían echarles un ojo. De entre estas, voy a citar cinco.


Cien libros para un siglo: una historia de la Literatura Infantil y Juvenil del siglo XX a través de cien libros es un volumen escrito por los integrantes del Equipo Peonza y publicado por Anaya en el año 2004. En él se selecciona un título por cada año del pasado siglo y se comenta. Aunque tiene limitaciones (¿Son suficientes cien libros? ¿Incorporan todos los géneros?) sí nos da una visión de conjunto de las obras canónicas que pueden resultar interesantes para gestionar el catálogo/depósito de una biblioteca infantil.


Más completo y profuso es el Tesoros para la memoria: una visión de conjunto y una selección de obras de literatura infantil y juvenil de Luis Daniel González (2002, CIE Dossat), en el que álbum ilustrado y cómic infantil y juvenil tienen una presencia destacable, así como incluye consejos y criterios de selección para los mediadores de lectura. De mis favoritos.


Dentro de este apartado y por hacer referencia a dos de estas guías de libros infantiles que tanto han proliferado durante los últimos tiempos les apunto 150 libros infantiles para leer y releer, editado por A Mano Cultura (2011) que incluye un interesante corpus de libros seleccionado por el Club Kirico (grupo de librerías CEGAL) junto a Ana Garralón, y 1001 libros que hay que leer antes de crecer de Quentin Blake y Julia Eccleshare (2010, Grijalbo) que aporta una selección desde un punto de vista más anglosajón. 


Por último decir que muy sencillito e interesante me resulta el listado incluido en los Cuadernos Blitz, Ratón de Biblioteca una serie de documentos casi imprescindibles editada por el Gobierno de Navarra y dirigida a centros educativos y bibliotecas escolares que pueden descargar en ESTE ENLACE.


Aunque considero que las obras especializadas en creación dirigidas a escritores, ilustradores o editores no deberían tener cabida en una selección como esta, no he podido obviar un título que a día de hoy es el gran abanderado del mundo fantástico que envuelve a las historias infantiles. La Gramática de la fantasía de Gianni Rodari (varias ediciones, la más barata en Booket) es una lectura obligada, no sólo por contener multitud de recetas de las que se servía el genio italiano para acercar la lectura a los niños y que ustedes mismos pueden poner en práctica, sino por defender una literatura preñada de sinsentido, símbolos, humor y juego.


En penúltimo lugar y en el apartado de curiosidades no quería dejar escapar la oportunidad de hablar del Psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim, una obra especializada que con cierta dualidad (buena o mala, depende de quien la mire) ha contribuido a entender los cuentos tradicionales desde una perspectiva freudiana y para mi gusto, un tanto utilitarista. Las narraciones que han acompañado al hombre desde sus inicios contienen figuras y símbolos que la mente humana puede traducir y procesar de un modo distinto al meramente literal. Quizá a estas alturas de la vida puede sonar anecdótico y trasnochado, pero siempre interesante. 
Si quieren algo más actual aunque no tan concienzudo les recomiendo a Lisa Cron y su Enganchados a los cuentos, una especie de manual para crear historias y editado por Milrazones, que trata algo de este tema desde perspectivas más actuales como la neurociencia o la psicología cognitiva. Un libro a caballo entre los dos anteriores que nunca está de más leer.


Para despedirme, les dejo el nombre de dos estudiosos que reflexionan sobre la lectura y sus formas poliédricas, Michèle Petit y Aidan Chambers (casi cualquier cosa que encuentren de ellos seguramente les parecerá interesante y les incite a hacerse preguntas sobre esto de los libros para críos)...



... y una escritora, Ana María Machado, de quien recomiendo su inspirador Entre gansos y vacas incluido en el libro cuya portada da fin a esta pequeña pero intensa bibliografía.